EL ESPÍRITU SANTO COMO CONSOLADOR | Myer Pearlman
El Consolador
Este es el título dado al Espíritu Santo en Juan, capítulos 14–17. El estudio de algunos hechos íntimamente relacionados con estos capítulos revelará el significado del don. Los discípulos habían terminado la última comida con el Maestro. Sus corazones estaban embargados por la tristeza, sabiendo la próxima partida del Señor. Además, los oprimía un sentimiento de debilidad y desamparo. ¿Quién nos ayudará cuando El se vaya? ¿Quién nos enseñará y guiará? ¿Quién permanecerá a nuestro lado cuando enseñemos y prediquemos? ¿Cómo podremos hacer frente a un mundo hostil? El Señor Jesús tranquilizó todos estos temores no expresados con la siguiente promesa: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14:16).
La palabra Consolador (“paracletos” en el idioma griego) tiene el siguiente significado literal: Uno llamado al lado de otro para el propósito de ayudarle en cualquier forma, particularmente en procedimientos legales y criminales. Se acostumbraba en los tribunales antiguos a que las partes litigantes se presentaran acompañadas de uno o más amigos de influencia, denominados Paracletoi en el idioma griego, y Advocatus en latín. Esos proporcionaban a sus amigos — sin esperar pago o recompensa alguna y por simples razones de amistad o afecto — los beneficios de su presencia o la ayuda que representaban sus sabios consejos. Les aconsejaban qué tenían que hacer y decir; actuaban como portavoces y a veces les representaban. Permanecían junto a las partes y asumían su defensa y protección en las pruebas, dificultades, y peligros de la situación. En pocas palabras, hacían de la causa de sus amigos, su propia causa.
Tal era la relación que había habido entre el Señor Jesucristo y sus discípulos durante su ministerio terrenal y era natural entonces que los discípulos estuvieran desanimados ante el pensamiento de su partida. Pero Él les consoló con la promesa de otro Consolador que sería su defensor, auxiliador y maestro durante su ausencia. Se le denomina “otro” Consolador porque iba a ser el Consolador invisible de los discípulos, de la misma manera que Cristo había sido el Consolador visible.
El Espíritu y Cristo:
La palabra “otro” distingue al Espíritu Santo del Señor Jesús, y sin embargo le coloca en el mismo plano. Jesús envía el Espíritu, y sin embargo viene espiritualmente a los discípulos mediante el Espíritu Santo; el Espíritu Santo es de esta manera el Sucesor de Cristo y al mismo tiempo constituye su Presencia. El Espíritu Santo hace posible y real la presencia continuada de Cristo en la iglesia.
Es Él quien hace que la persona de Cristo more en ellos de manera que adquieran el derecho de decir con Pablo “Cristo vive en mí.” Es por lo tanto la vida de Cristo, la naturaleza de Cristo, los sentimientos de Cristo, las virtudes de Cristo, que el Espíritu Santo comunica a los creyentes. Es a la semejanza de Cristo que el Espíritu Santo amolda a los creyentes, y de acuerdo con el modelo que Cristo nos ha dejado. Sin Cristo, el Espíritu no tiene nada que producir en el corazón del creyente. Quitad a Cristo y a su Palabra y será como remover del estudio de un fotógrafo la persona cuyos rasgos la luz está a punto de fijar en la placa fotográfica preparada para recibir esos rasgos.
El envío del Consolador no significa que Cristo ha dejado de ser el Auxiliador y Abogado de su pueblo. Juan nos dice que Jesús todavía ocupa ese cargo (1 Juan 2:1). Cristo, cuya esfera de labor está en el cielo, defiende a sus discípulos contra los cargos del acusador de los hermanos. Al mismo tiempo el Espíritu Santo, cuya esfera de actividad está en la tierra, reduce a silencio a los adversarios terrenos de la iglesia mediante la victoria de la fe que vence al mundo. Y así como Cristo es el Paracleto en el cielo, el Espíritu Santo lo es en la tierra.
Cristo, que ascendió al cielo, no sólo envía el Espíritu Santo, sino que también se manifiesta a sí mismo por medio del Espíritu Santo. En el cuerpo sólo podía estar en un lugar a la vez. En su vida después de la ascensión, Cristo es omnipresente por medio del Espíritu Santo. Durante su vida terrenal, su relación con los hombres era externa; por medio del Espíritu Santo, el Señor puede morar en la profundidad de sus almas. Un escritor expuso esa verdad de la siguiente manera:
Si Él hubiera permanecido en la tierra, sujeto a su vida física, habría sido sólo un ejemplo digno de ser imitado; pero desde que ascendió al Padre y envió su Espíritu Santo, es una vida para ser vivida y compartida. Si Él hubiera permanecido entre nosotros, visible y tangible, la relación que hubiera existido entre Él y nosotros habría sido igual a la que hay entre el modelo y el escultor que esculpe el mármol, pero nunca como la idea y la inspiración que produce la obra de arte. Si Él hubiera permanecido en la tierra, habría sido meramente el objeto de prolongadas observaciones y estudios científicos, y habría estado siempre fuera de nosotros, como algo externo: una voz externa, una vida externa, un ejemplo externo… Pero gracias a su Espíritu Santo, Él puede vivir dentro de nosotros como la misma Alma de nuestra alma, el mismo Espíritu de nuestro espíritu, la Verdad de nuestra mente, el Amor de nuestro corazón y el Deseo de nuestra voluntad.
La obra del Consolador:
Si la labor del Espíritu es comunicar la obra del Hijo, ¿qué beneficio puede haber en la partida de uno con el objeto de hacer posible la venida de otro? La respuesta es la siguiente: No es a un Cristo terrenal a quien el Espíritu Santo comunica, sino al Cristo celestial, el Cristo investido de nuevo con su eterno poder y revestido de su gloria celestial. Podríamos decir lo siguiente, empleando una ilustración suministrada por el doctor A. J. Gordon:
Es como si un padre, cuyo pariente hubiera muerto, dijera a sus hijos: “Somos pobres, pero yo he heredado una fortuna. Si aceptáis con alegría que os deje y cruce el mar, para recibir mi herencia, os enviaré mil veces más de lo que tendríais si yo permaneciera con vosotros.”
La vida de Cristo en la tierra representaba los días de su pobreza (2 Corintios 8:9) y humillación; en la cruz se aseguró las riquezas de su gracia (Efesios 1:7); en el trono se aseguró las riquezas de su gloria (Efesios 3:16). Después de su ascensión al Padre, el Señor Jesús envió el Espíritu Santo para distribuir las riquezas de su herencia. Por su ascensión, Cristo tendría mucho más que dar y la iglesia mucho más que recibir (Juan 16:12; 14:12). “La corriente de vida tendrá ahora más poder porque ahora tiene origen en un manantial que está en el cielo mismo.”
El Consolador enseña sólo aquello que pertenece a Cristo, y sin embargo más de lo que Cristo enseñó. Hasta que no aconteciera la crucifixión, la resurrección y la ascensión, la doctrina cristiana no estaba completa y por lo tanto no podía ser trasmitida en toda su plenitud a los discípulos de Cristo. En Juan 16:12, 13, Jesús dice en otras palabras lo siguiente: “Yo os he hecho avanzar un corto trecho en el camino del conocimiento de mi doctrina, el Espíritu Santo os hará recorrer todo el camino.” La ascensión tenía por objeto impartir una mayor proporción de la verdad, como asimismo una mayor proporción de poder.
Pearlman, M. (1992). Teología Bíblica y Sistemática (pp. 208–210). Miami, FL: Editorial Vida.