PABLO, SILVANO Y TIMOTEO | 1 Tesalonicenses 1:1 | David Burt

 

PABLO, SILVANO Y TIMOTEO

“.…Pablo, Silvano y Timoteo, a la iglesia de los tesalonicenses” (1Ts.1:1)

Nosotros, al escribir una carta, solemos dejar para el final nuestra firma. Como consecuencia, si nuestros lectores quieren saber el nombre del remitente, tienen que mirar la última página antes de empezar la lectura. Los antiguos eran más sensatos. Ellos firmaban al principio. Las cartas siempre comenzaban con el nombre del autor.

En el caso de 1 Tesalonicenses, los nombres son tres: Pablo, Silvano (o Silas) y Timoteo. Los autores de la epístola son los tres misioneros fundadores de la iglesia. Acaban de reunirse en Corinto, después de semanas o meses de estar separados. Al escuchar las noticias que Timoteo les ha traído desde la iglesia de Tesalónica han conversado largamente acerca de sus propias experiencias y acerca del estado de las iglesias que han visitado. Y ahora se disponen a escribir una carta a los tesalonicenses exponiéndoles su alegría y sus preocupaciones.

Podemos dar por seguro que el apóstol Pablo fue el principal responsable de la redacción y el contenido de la carta. Suyo es el nombre que aparece en primer lugar y, aunque en general el texto utiliza el plural, nosotros, incluyendo así a los tres como coautores, en ciertas ocasiones pasa naturalmente al singular (ver 2:18; 3:5; 5:27; cf. 2 Tesalonicenses 3:17), lo cual sólo se explica si Pablo fue el autor material de la epístola. Además, en el 3:2 y 3:6, el nosotros tiene que referirse sólo a Pablo y Silas, porque Timoteo es mencionado en tercera persona. La participación de Timoteo en la preparación de la carta fue seguramente de segundo orden. Por otra parte, es posible que Silas fuera el amanuense —ya que parece haber ejercido esa función en otras ocasiones (1 Pedro 5:12)— y que Pablo se la dictara.

En todo caso, la incorporación de los otros nombres (Silas y Timoteo) no es un mero gesto de cortesía: sin duda, los tres suscribieron el contenido de la carta y quisieron que llegase con el apoyo moral y la autoridad ministerial de todo el equipo. Puesto que los tres habían sido instrumentos en la mano de Dios para la fundación y consolidación de aquella iglesia, fue natural que los tres compartieran los mismos temores, la misma gratitud y las demás emociones expresadas en la carta. Seguramente hablaron largamente entre sí acerca de la situación de los tesalonicenses antes de que Pablo se pusiera a redactar el escrito.

Refresquemos la memoria en cuanto a quiénes eran los tres autores:

Pablo

El nombre hebreo del apóstol era Saúl o Saulo (en griego, Saulos), que significa pedido, solicitado o deseado, un nombre dado frecuentemente a niños cuyos padres habían estado largo tiempo sin tener hijos. Probablemente el padre de Pablo le dio este nombre en recuerdo del primer rey de Israel, porque ambos procedían de la tribu de Benjamín (1 Samuel 9:1; Filipenses 3:5). Sin embargo, no era un nombre muy apto para el apóstol, porque nos consta que éste era de baja estatura (su presencia física es poco impresionante: 2 Corintios 10:10), mientras que el hijo de Cis de los hombros arriba sobrepasaba a cualquiera del pueblo (1 Samuel 9:2). Mucho más apropiado era su nombre latino, Paulus o Pablo (en la forma griega, Paulos), que significa pequeño. Puede que lo hubiera recibido desde su nacimiento o en el momento de su circuncisión1, o quizás fuera un apodo que él mismo se impuso antes de su conversión en un gesto de autodesprecio amargo: «No me deis el nombre de aquel rey alto y apuesto, sino llamadme según lo que soy, el pequeñajo; no me llaméis Saulos, sino Paulos». 

A excepción de la breve referencia de 2 Corintios 10:10, la Biblia no describe el aspecto físico del apóstol, pero encontramos la siguiente descripción en los Hechos de Pablo y Tecla: [Pablo era un hombre] calvo, con piernas en arco, de contextura robusta, hombre de pequeña estatura, cejijunto, de nariz más bien larga, lleno de gracia, que a veces tenía apariencia humana y otras su rostro era como de un ángel2. Todo hace pensar que su aspecto físico era tal que podría haberle causado complejos cuando era joven, pero que se revistió de una hermosura espiritual tras su conversión a Cristo. Entonces su nombre latino adquirió un nuevo significado. Ya no le preocupaba más su poca estatura física, sino su indignidad espiritual: era el más insignificante de los apóstoles porque había perseguido a la Iglesia de Dios (1 Corintios 15:9) y se consideraba menos que el menor de todos los santos (Efesios 3:8). Ya no utilizaba su nombre latino con actitud de autodesprecio, sino con asombro ante la grandeza de la misericordia de aquel Dios que se había dignado a servirse de un siervo tan indigno y «pequeño».

Pero la cuestión del origen de los nombres del apóstol es asunto de especulación. Lo cierto es que el nombre hebreo, Saulo, es empleado en el Libro de Hechos durante el ministerio inicial de Pablo entre los judíos. Pero en cuanto el apóstol se involucra de lleno en la labor misionera entre los gentiles, Lucas utiliza su nombre latino, Paulus. Éste es el nombre empleado siempre por el apóstol mismo en sus escritos.

No sabemos a ciencia cierta su fecha de nacimiento. Se suele suponer que nació unos pocos años después de Cristo, en cuyo caso tendría unos 50 años de edad cuando visitó Tesalónica y quizás un año más cuando escribió las dos epístolas. Nació en Tarso, ciudad principal de Cilicia en el sudeste de lo que es hoy Turquía, en el seno de una familia judía. El hecho de que se llamara a sí mismo hebreo de hebreos (Filipenses 3:5; cf. 2 Corintios 11:22) indica que sus padres, aun viviendo en la diáspora, se mantuvieron fieles a la lengua, la piedad y las costumbres de los judíos. Esto queda confirmado por cuanto recibió su educación no en las destacadas escuelas de filosofía y retórica de Tarso (al menos, que sepamos), sino en Jerusalén a los pies de Gamaliel, el más ilustre fariseo de aquel entonces y maestro principal de la escuela de estudios sagrados fundada por el rabino Hillel. Pero, por otra parte, el hecho de que tuviera ciudadanía romana desde su nacimiento (Hechos 22:28) significa que su padre también la tuvo. Este doble trasfondo cultural —ciudadano romano y hebreo de hebreos— iba a ser un factor de gran importancia en la formación de Pablo y en su preparación para ser apóstol a los gentiles.

La fecha de la conversión de Pablo y de su comisión como apóstol suele establecerse en torno al año 33 d.C.3 La referencia en Gálatas 2:1 a un período intermedio de catorce años indica que no puede haber emprendido su primer viaje misionero (Hechos 13–14) hasta el año 47. En aquella ocasión fue acompañado por Bernabé y visitó la isla de Chipre y las comarcas del sudeste de Asia Menor (Panfilia, Pisidia, Licaonia y Cilicia). Después de volver a Antioquía, subió con Bernabé al concilio de Jerusalén (Hechos 15:1–35), probablemente en el año 49. Poco después comenzó aquel segundo viaje misionero que iba a llevarle a Tesalónica.

En esta segunda ocasión, Pablo no fue acompañado por Bernabé a causa de un fuerte desacuerdo entre ellos ocasionado por el deseo de Bernabé de llevar con ellos a Juan Marcos (Hechos 15:36–40). Su compañero fue un tal Silas.

Silas

Casi todo el mundo está de acuerdo con que el nombre griego Silas mencionado en el Libro de los Hechos (15:22–40; 16:19–29; 17:10–15; 18:5) y el nombre latino Silvanus (o Silvano) empleado en las epístolas (2 Corintios 1:19; 1 Tesalonicenses 1:1; 2 Tesalonicenses 1:1; 1 Pedro 5:12) se refieren a una misma persona. Silas fue un compañero ideal para una misión al mundo gentil, porque, como Pablo, parece haber sido judío de nacimiento, pero con las ventajas de tener ciudadanía romana (Hechos 16:37)4. Además, dadas las tensiones que la incorporación de gentiles en la iglesia estaba provocando entre los creyentes judíos, convenía que el ex fariseo Pablo fuera acompañado por un miembro acreditado de la congregación de Jerusalén, a fin de cortar de raíz cualquier asomo de conflicto entre la iglesia madre y las nuevas iglesias del mundo gentil.

Efectivamente, la primera noticia que tenemos sobre Silas indica que pertenecía al círculo de apóstoles y ancianos de Jerusalén (Hechos 15:22–23). No se trataba, pues, de un joven principiante al que Pablo quería llevar consigo a fin de adiestrarle en el ministerio, sino de un líder ya experimentado que podía ser un verdadero compañero del apóstol. Juntamente con Pablo, Bernabé y Judas Barsabás, había sido enviado por los apóstoles y ancianos a la iglesia de Antioquía con el fin de comunicarle las deliberaciones del concilio de Jerusalén (Hechos 15:23–29) y dar la bienvenida a la comunión cristiana a los gentiles convertidos por intermedio de la iglesia de Antioquía5. Allí emplearon sus dones proféticos y de exhortación para fortalecer y alentar a los creyentes (Hechos 15:30–33). Es posible que Lucas mencione el carácter fructífero de aquel ministerio porque él mismo, como miembro de la iglesia de Antioquía6, se había beneficiado de él y había recibido su impacto. Consecuencia de ello puede haber sido el deseo del propio Lucas de unirse al equipo misionero, deseo que, como ya hemos visto, se hizo realidad a partir de la estancia en Troas (Hechos 16:10).

No sabemos si la amistad entre Pablo y Silas comenzó durante el concilio en Jerusalén o durante la estancia de éste en Antioquía. Pero lo cierto es que el apóstol, al ver frustrada su intención de viajar con Bernabé, se había formado ya una impresión tan positiva de la valía de Silas que no vaciló en invitarle a acompañarle en el nuevo viaje (Hechos 15:40). Su nombre es mencionado en relación con la visita misionera a Filipos (Hechos 16:19, 25, 29), a Tesalónica (17:4), a Berea (17:10, 14–15) y a Corinto (18:5; cf. 2 Corintios 1:19). A partir de entonces, Silas desaparece de la historia narrada en Hechos. No sabemos lo que fue de él. Sólo vuelve a aparecer —suponiendo que se trata del mismo «Silvano»— como el «hermano fiel» y amanuense de la primera Epístola de Pedro (1 Pedro 5:12).

 Timoteo

Si es cierto que las raíces culturales de Pablo y Silas eran mixtas (padres hebreos y ciudadanía romana), aun lo es más en el caso de Timoteo. Era hijo de un matrimonio mixto: su padre era gentil y su madre judía (Hechos 16:1). En consecuencia, no había sido circuncidado (Hechos 16:3), probablemente porque su padre no lo había consentido; pero, en cambio, había recibido una buena formación bíblica gracias a su madre Eunice y a su abuela Loida (2 Timoteo 1:5; 3:15). Como Pablo, era oriundo del sur de Asia Menor, concretamente de Listra de Licaonia.

Es razonable inferir que se convirtió gracias a la visita de Pablo y Bernabé a Listra durante el primer viaje misionero, porque Pablo le llama mi hijo amado y fiel en el Señor (1 Corintios 4:17) y verdadero hijo en la fe (1 Timoteo 1:2), porque había sido testigo de las tribulaciones sufridas por los apóstoles en su primera visita a Listra, Antioquía de Pisidia e Iconio (2 Timoteo 3:11) y porque ya era un joven líder apreciado por las iglesias de Listra e Iconio cuando el apóstol llegó allí en el segundo viaje (Hechos 16:2).

Sin duda, Timoteo tenía un carácter afable, afectuoso y servicial, ayudaba con celo y fidelidad en la iglesia local y prometía mucho en cuanto a ministerios futuros; todo lo cual hizo que el apóstol sintiera una viva simpatía hacia él y deseara llevarle consigo como ayudante (Hechos 16:3). Sin embargo, esta decisión no fue tomada de una manera unilateral, sino que fue confirmada por diferentes palabras proféticas de la congregación (1 Timoteo 1:18) y por el apoyo espiritual de los ancianos de la iglesia (1 Timoteo 4:14). La encomienda de Timoteo se hizo con el pleno acuerdo de todos: de Timoteo como interesado, del apóstol, de los ancianos y de la iglesia en general.

Antes de partir de Listra, convenía que Timoteo se sometiera a dos condiciones, una de las cuales tenía el propósito de quitar de en medio cualquier escollo en su testimonio y la otra el de equiparle espiritualmente para su ministerio. En primer lugar, puesto que Pablo pensaba proseguir con su costumbre habitual de testificar en primer lugar en las sinagogas, y puesto que Timoteo era conocido como judío por la población local, era necesario que fuera circuncidado a fin de no causar ninguna ofensa innecesaria a los judíos (Hechos 16:3). Posiblemente, para entonces el padre de Timoteo ya hubiera muerto7, por lo cual su circuncisión no causaría problemas en casa.

El hecho de que Pablo no se viera en la necesidad de hacer lo mismo en el caso de Tito (Gálatas 2:1–5) no demuestra incoherencia en el apóstol, ni mucho menos implica contradicción en la narración bíblica. Tito era gentil por nacimiento. En su caso, por encima de la consideración del buen testimonio ante los judíos imperaba otra consideración: la de no imponer cargas onerosas a los conversos gentiles. Pablo mismo consideraba que la cuestión de la circuncisión o la incircuncisión carecía de importancia en sí (Gálatas 5:6; 6:15), y sólo la contemplaba como factor a tener en cuenta como posible escollo en el ministerio. Si alguien mantenía que la circuncisión era necesaria para la salvación, Pablo se le oponía con energía. Pero, en el caso de Timoteo, no se trataba de eso, sino de allanar el camino para el testimonio; era cuestión de hacerse todo a todos, para que por todos los medios pudiera salvar a algunos (1 Corintios 9:19–23).

En segundo lugar, la iglesia se reunió para que los ancianos, juntamente con Pablo, orasen con Timoteo imponiéndole las manos y pidiendo al Señor una medida especial de unción divina para las tareas de testimonio y servicio que tendría que realizar (1 Timoteo 4:14; 2 Timoteo 1:6). A pesar de las evidentes cualidades humanas de Timoteo —su amabilidad, su entrega, su inteligencia y su buena disposición—, habría estado destinado al fracaso si no hubiera sido potenciado con los recursos de Dios. Para poder valer para esa misión, Timoteo necesitaba contar con el discernimiento, la sabiduría, la autoridad y la paciencia que sólo el Espíritu de Dios puede proporcionar.

Aunque las causas y las formas quizás varíen de generación en generación, sigue siendo cierto que, al encomendar a alguien para un ministerio público en la obra de Dios, la iglesia debe levantar la mirada a Dios y suplicarle que conceda abundantemente al obrero aquellos dones que vaya a necesitar en el ministerio, y debe poner la mirada en la gente entre la cual va a ministrar para ver si hay algún impedimento en la vida del obrero que deba ser subsanado.

Sin duda, la intención de Pablo era que Timoteo ocupase el lugar de Marcos: el equipo presente lo compondrían Pablo, Silas y Timoteo, como antes lo habían compuesto Pablo, Bernabé y Marcos. Quizás algunas funciones del joven tuvieran que ver con la atención a las necesidades materiales de los hombres mayores. Por ejemplo, es posible que Timoteo guardara su ropa y que los manuscritos bíblicos del equipo estuvieran bajo su cuidado y vigilancia (2 Timoteo 4:13). En todo caso, parece evidente que Pablo y Silas eran los líderes y Timoteo el aprendiz. Pero también está claro que Timoteo no fue un mero criado. Ya desde el principio participó activamente en el testimonio evangelístico y el cuidado pastoral de los creyentes (2 Corintios 1:19; 1 Tesalonicenses 3:2). Pronto se convirtió en el brazo derecho del apóstol (o, como Pablo mismo dice, en su colaborador: Romanos 16:21) y actuó como su enviado en diferentes misiones en las iglesias (Hechos 19:22; 1 Corintios 4:17; Filipenses 2:19–20; 1 Tesalonicenses 3:2; 1 Timoteo 1:3). Con el tiempo llegó a estar tan estrechamente vinculado a Pablo que, cuando Lucas hizo su relación de los acompañantes del apóstol a Jerusalén, aunque identificó a todos los demás mencionando su lugar de procedencia, no necesitó hacerlo en el caso de Timoteo, sino que pudo nombrarle a secas como alguien ya bien conocido por sus lectores (Hechos 20:4). Aunque el carácter tímido de Timoteo le mereció más de una admonición por parte del apóstol (1 Timoteo 4:12; 2 Timoteo 1:7–8) y puede que malograra su misión en Corinto (comparar 1 Corintios 4:17; 16:10–11; 2 Corintios 7:5–16; 12:14–21), no hubo ningún compañero suyo al que el apóstol otorgara mayores elogios (1 Corintios 16:10; Filipenses 2:19–22) ni nadie cuya ausencia el apóstol más acusara ni cuya compañía más añorara (2 Timoteo 1:3–5).

CONCLUSIÓN:

Éstos, pues, fueron los tres hombres que habían trabajado juntos en la fundación de la iglesia de Tesalónica y que ahora se reunían para comunicar su alegría y sus preocupaciones a aquella iglesia: Pablo el apóstol, de unos cincuenta años de edad, líder indiscutible del equipo; Silas el anciano de Jerusalén, quizás de unos cuarenta años, compañero y colaborador de Pablo desde el principio de su viaje; y Timoteo, joven de algo más de veinte años, que se había agregado al equipo como ayudante desde la estancia en Listra.

Adaptado:

Burt, D. F. (2002). La Conversión Auténtica: (pp. 43–51)

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