DEVOCIONAL: Unción | Lucas 4:18 | Christopher Shaw
Dentro de nuestra cultura existe una firme convicción de que la forma en que hacemos las cosas es la que determina el éxito o el fracaso de un emprendimiento. Cuando las cosas no han funcionado analizamos minuciosamente lo que hemos hecho para ver en qué paso nos equivocamos. Para los que formamos parte de la iglesia, esta mentalidad se traduce en interminables seminarios y talleres donde «aprendemos» cuáles son los pasos para lograr determinados resultados en nuestras congregaciones. Un ejemplo típico de esto es la euforia que existe en estos días por todo lo que sea células. Proliferan por doquier multitud de maestros que se dedican a explicar los procesos y pasos necesarios para llegar a tener una iglesia de proporciones multitudinarias. Un sinfín de líderes que asisten a estas clases implementan con fidelidad lo aprendido, sin obtener los resultados prometidos.
Nuestra reflexión de hoy nos lleva a pensar en el tema de la «unción». El pasaje que leyó Cristo en una sinagoga en Nazaret, menciona una larga lista de actividades que se le habían encomendado: dar, sanar, pregonar, poner en libertad, etcétera. Todo esto tiene que ver con la implementación práctica del ministerio. La clave, no obstante, no está en las actividades sino en el Espíritu que unge, el respaldo que Dios le da al que está detrás del ministerio. Dos pastores pueden realizar exactamente las mismas actividades en sus congregaciones. En una de ellas, sin embargo, no hay ningún resultado visible a los esfuerzos del líder. En la otra, si los hay. ¿Dónde radica la diferencia? En la unción del que sirve.
¿En que consiste esta unción? Algunos grupos nos han querido convencer de que ellos son los poseedores de esta unción y que se la pueden pasar a quienes ellos escojan.
- Nuestras vidas no están limitadas a nuestro fugaz paso por esta tierra. Fue en ese momento que el salmista pudo entender «el fin de ellos» y vio cuán cerca estaba de una decisión fatal. Por esta razón exclamó, con gratitud: «casi se deslizaron mis pies; por poco resbalaron mis pasos» (Sal 73.2). El Señor lo hizo volver del abismo.
El salmo nos deja un importante principio. Los dilemas, las dudas y las angustias de esta vida se resuelven en presencia del Altísimo. ¡No se demore en buscar, como primera opción, su rostro!.
Shaw, C. (2005). Alza tus ojos.