TEOLOGÍA I: LA GRACIA Y LA POSIBILIDAD DE DIOS | JAMES LEO GARRET
LA GRACIA Y LA POSIBILIDAD DE DIOS
LA GRACIA DE DIOS
A. ANTIGUO TESTAMENTO
El sustantivo hebreo hen, que significa “gracia” o “favor”, reflejaba el favor inmerecido de un superior hacia un inferior. Sin embargo, el uso característico o prevaleciente de hen en el Antiguo Testamento, se aplicaba cuando una persona encontraba u obtenía favor en los ojos de Dios o de otra persona. Raras veces significaba que Dios les otorgara un favor a los seres humanos (Sal 84:11b). El verbo hanan, “tener piedad” se utilizó en relación con Dios unas 13 veces en el Antiguo Testamento (Gén. 33:5c, 11b; 43:29c; Exo. 3:19c; Núm. 6:25; 2 Sam. 12:22; 2 Rey. 13:23a; Amós 5:15b; Isa. 30:18a, 19b; 33:2a; Sal. 77:9a; Mal. 1:9a). El adjetivo hannun, que significa “gracioso, clemente”, aparece 11 veces con referencia a Dios, siempre juntamente con los adjetivos “compasivo” o “misericordioso” o sus relacionados (Exo. 34:6b; Joel 2:13b; Jon. 4:2c; Sal. 86:15a; 103:8a; 111:4b; 116:5; 145:8a; 2 Crón. 30:9b; Neh. 9:17c, 31b).
B. NUEVO TESTAMENTO
1. Evangelios sinópticos
Lucas emplea el vocablo “gracia” solamente en el sentido veterotestamentario (1:30; 2:40, 52).
2. Epístolas paulinas
El sustantivo jaris, traducido “gracia”, es un vocablo principal aunque no exclusivamente paulino. Su significado más central parece haber sido “favor inmerecido”. Esta gracia es la gracia de Dios y de Jesucristo (2 Tes. 1:12) que se ha “manifestado a todos los hombres” (Tito 2:11). Aun la promesa a Abraham fue “según la gracia” (Rom. 4:16). Los seres humanos son justificados por la gracia (Rom. 3:24; Tito 3:7); son salvos por gracia, no por obras de las que puedan jactarse (Ef. 2:8). Hay un “remanente según la elección de gracia” (Rom. 11:5). Por medio de Jesucristo los seres humanos tienen “acceso por la fe a esta gracia” (Rom. 5:2). Es “gracia gloriosa” (Ef. 1:6), gracia que se extiende a más y más personas (2 Cor. 4:15), gracia abundante (2 Cor. 9:14), gracia que se puede describir como “riquezas” (Ef. 1:8). La gracia del Cristo preexistente fue demostrada en que se hiciera pobre (2 Cor. 8:9), y es la suprema motivación de la generosidad cristiana. Por medio de la gracia los seres humanos reciben “eterno consuelo y buena esperanza” (2 Tes. 2:16); tal gracia abunda más que el pecado y reina “por la justicia para vida eterna” (Rom. 5:20, 21). Pablo atribuía muchas veces su ministerio apostólico a la gracia de Dios (Gál. 1:15; 2:9; 1 Cor. 15:10; Rom. 15:15; Ef. 3:2, 7; Hech. 20:24). La gracia de Dios era suficiente frente al “aguijón en la carne” de Pablo (2 Cor. 12:9).
3. Hechos de los Apóstoles
En Hechos figuran varias alusiones a la gracia de Dios (13:43; 14:26) y a la gracia de Cristo (15:11, 40).
4. Evangelio de Juan
La gracia es tanto la característica (1:14) como el don (1:16, 17) del Verbo que se “hizo carne”.
5. Epístola a los Hebreos
Fue por la gracia de Dios que Jesús murió por cada ser humano (2:9). Por lo tanto, los creyentes deben acercarse con confianza “al trono de la gracia” para hallar “gracia para el oportuno socorro” (4:16). Ninguno debe dejar de alcanzar la gracia de Dios (12:15). El pecado deliberado ultraja “al Espíritu de gracia” (10:29).
6. Epístolas de Pedro
La venida de la gracia fue predicha por los profetas (1 Ped. 1:10). Los cristianos han de ser “buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” en lo que a los dones se refiere (4:10), pues por cierto esta gracia le ha sido otorgada “a los humildes” y no “a los soberbios” (5:5). El “Dios de toda gracia” restaurará a los creyentes después de la persecución (5:10), pues su esperanza está puesta “en la gracia que os es traída en la revelación de Jesucristo” (1:13). Los cristianos deben crecer “en la gracia y en el conocimiento” de Jesucristo (2 Ped. 3:18).
De la precedente explicación del concepto de la gracia en el Nuevo Testamento debe quedar claro que la gracia, como la justicia y el amor, se presenta como un atributo divino y también como la dádiva de Dios para la humanidad.
C. HISTORIA DE LA DOCTRINA CRISTIANA
La doctrina de la gracia ha sido un punto en disputa en ciertas controversias teológicas importantes en el transcurso de la historia del cristianismo posbíblico. En tales disputas el punto álgido ha sido más la gracia entendida como dádiva que la gracia entendida como atributo divino, aunque obviamente las controversias han tenido consecuencias también para la doctrina de la gracia vista como atributo.
1. Agustín de Hipona contra Pelagio y los pelagianos (siglo V)
Agustín enseñó que la gracia de Dios es absolutamente necesaria para los pecadores, tanto para el perdón de sus pecados como para que se posibilite la salvación. Bajo la presión de la controversia insistió que la gracia divina es irresistible. La doctrina de Dios de Agustín está ligada estrechamente a las otras doctrinas agustinianas: la soberanía divina, la predestinación de los escogidos, el pecado original, la pérdida de la libertad aunque no del libre albedrío, y el don de la perseverancia.
Pelagio (c. 354–?), Celestio (?–430?) y Juliano de Eclano (c. 386–454) defendían una interpretación diversificada o desenfocada de la gracia. Se la identificaba como el libre albedrío humano, la ley natural, la ley de Moisés y las enseñanzas de Jesús. La gracia era vista como un apéndice de la libertad y habilidad humanas. La posición pelagiana fue condenada por el Concilio de Cartago (418) y por el Segundo Concilio de Orange (529).
Mirando más allá de la controversia con los pelagianos, Albert Cook Outler (1908–89) ha resumido la doctrina de la gracia agustiniana de la siguiente manera:
El tema central en todos los escritos de Agustín es el Dios soberano de la gracia y la gracia soberana de Dios. Para Agustín, la gracia es la libertad que Dios tiene de actuar sin necesidad externa alguna; de proceder en amor trascendiendo el entendimiento y el control humanos; de actuar en la creación, el juicio y la redención; de entregar libremente a su Hijo como Mediador y Redentor; de investir a la iglesia con el poder y la dirección inmanentes del Espíritu Santo; de formar los destinos de toda la creación y los fines de las dos sociedades humanas, la “ciudad de la tierra” y la “ciudad de Dios”. La gracia de Dios es preveniente y ocurrente; es el inmerecido amor y favor divinos. Toca el corazón y la voluntad más íntima del hombre. Guía e impele el peregrinaje de aquellos que han sido llamados a ser fieles. Atrae y eleva el alma al arrepentimiento, a la fe y a la alabanza. Transforma la voluntad humana de manera que la persona sea capaz de hacer el bien. Alivia la ansiedad religiosa del hombre por medio del perdón y el don de la esperanza. Establece el fundamento de la humildad aboliendo la base del orgullo humano. La gracia de Dios se hizo carne en Jesucristo y permanece inmanente en la iglesia por medio del Espíritu Santo.
El catolicismo medieval occidental tendió a distorsionar el significado de la gracia, interpretándola como una realidad cuasi-sustancial y sobrenatural obtenible por medio de los sacramentos y de los méritos resultantes de las buenas obras.
2. La ortodoxia calvinista del Sínodo de Dort contra los arminianos o remonstrantes (principios del siglo XVII)
La ortodoxia calvinista enseñaba las siguientes doctrinas: la predestinación entendida como la predeterminación divina eterna de los elegidos y repudiados más allá de cualquier presciencia de las respuestas de los seres humanos; la expiación particular, es decir la doctrina según la cual la muerte de Cristo tuvo como propósito y de hecho efectuó la expiación solamente para los pecados de los elegidos; la irresistibilidad de la gracia; la fe y el arrepentimiento como dones de Dios; y el don de la perseverancia de los elegidos.
Por el lado contrario, los arminianos enseñaban la elección entendida como la presciencia de Dios acerca de cuáles personas se arrepentirían y creerían, siendo por lo tanto electas; la expiación general, es decir la doctrina según la cual la muerte de Cristo tuvo como propósito y efectuó la expiación de los pecados de toda la humanidad; la resistibilidad de la gracia; la fe como respuesta humana a la obra regeneradora del Espíritu Santo; y la posibilidad de que los creyentes se alejen de la gracia de Dios.
La controversia calvinista-arminiana no se resolvió definitivamente durante el siglo XVII, sino que produjo tradiciones teológicas diversas que han sobrevivido hasta el presente.
3. Jansenistas contra jesuitas (siglos XVII y XVIII)
Cornelio Jansen (1585–1638) y sus seguidores enseñaron un nuevo agustinianismo en la Iglesia Católica Romana que era similar a la posición de la ortodoxia calvinista pero distinta a las doctrinas prevalecientes en ese momento en la Iglesia Romana. Los jesuitas, resistiéndose a las ideas de Jansen, especialmente a sus doctrinas de predestinación y perseverancia, magnificaron la fe y las obras humanas y finalmente prevalecieron frente al jansenismo, aunque algunas doctrinas jansenistas han sido sostenidas por la orden dominica.
Karl Barth, aunque sin intención de extender o renovar estas controversias —si bien su simpatía por Agustín y por la ortodoxia calvinista no podría negarse—, magnificó la doctrina de la gracia divina, particularmente con respecto a la condescendencia divina:
La gracia es el modo distintivo del ser de Dios en la medida en que busca y crea comunión como resultado de su propia libre inclinación y favor. No está condicionada por ningún mérito o reivindicación del objeto amado, ni tampoco se ve estorbada por el demérito o la oposición. Por lo contrario, es capaz de sobreponerse a todo demérito y a toda oposición… La gracia significa un giro, no en la igualdad, sino en la condescendencia. El hecho de que Dios sea misericordioso significa que condesciende. Es el único que realmente tiene la condición de posibilidad de condescender, pues solamente él es verdaderamente trascendente, sin ser igualado por nada fuera de sí mismo. La máxima expresión de su gracia es que no decida permanecer en esta posición… Su condescendencia es libre, es decir, está condicionada únicamente por su propia voluntad… Así, es una dádiva en el sentido más estricto del término.
LA PASIBILIDAD DE DIOS
La “pasibilidad” significa la habilidad o capacidad de Dios de sufrir o experimentar dolor o tristeza. Si existe la pasión o el sufrimiento de Dios, obviamente sería capaz de sufrir. La pregunta crucial es, entonces: ¿sufre Dios?
Durante muchos siglos la teología cristiana ortodoxa afirmó la impasibilidad de Dios. Que Dios fuera incapaz de sufrir era una idea helenística que se compenetró en el pensamiento cristiano por primera vez en la era patrística, cuando varios Padres de la iglesia la adoptaron y defendieron.17 Fue repetida y aceptada ampliamente como una condición de posibilidad de la trascendencia de Dios. El sufrimiento de Jesús, especialmente en la crucifixión, se limitaba a su naturaleza humana; paralelamente se negaba que sufriera en su naturaleza divina. Contemporáneamente la impasibilidad sigue teniendo defensores.
En el transcurso del siglo XX, varios pensadores cristianos han retornado al tema de la impasibilidad e insistido en que Dios ha sufrido o que sufre. Geoffrey Anketell Studdert-Kennedy (1883–1929), capellán del ejército británico y Bertrand R. Brasnett, teólogo episcopal en Escocia20 plantearon esta pregunta después de la Primera Guerra Mundial. Después de la Segunda Guerra Mundial, Kazoh Kitamori (1916–), teólogo cristiano japonés, posiblemente influenciado por el concepto budista de dukka (sufrimiento), se explayó sobre el dolor de Dios. La pasión de Dios se ha tornado un tema importante de la teología protestante.22
¿Tiene la pasibilidad de Dios un fundamento bíblico? Kitamori citó a Jeremías 31:20c: “Por eso mis entrañas se enternecen por él [Efraín]. Ciertamente tendré misericordia de él” y 1 Pedro 2:24c: “Por sus heridas habéis sido sanados.” Pero, ¿acaso el segundo texto no se refiere al sufrimiento de Cristo?
Es menester plantear por lo menos dos preguntas acerca de la pasión de Dios. En primer lugar, ¿puede la pasión de Dios Padre ser postulada y defendida más allá del sufrimiento de Jesucristo, el Hijo de Dios? Para establecer la pasión de Dios, es necesario hacer más que simplemente aseverar que Jesús sufrió en la cruz. En segundo lugar, ¿puede una doctrina cristiana moderna del sufrimiento de Dios evitar la trampa del patripasianismo del siglo II, también llamado modalismo, según el cual el Padre sufrió y murió en la cruz? ¿Pueden los exponentes modernos de la pasión de Dios dejar de afirmar o insinuar que el Padre fue crucificado? Decir con Pablo que “Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo” (2 Cor. 5:19) no significa que Dios Padre era Cristo o que Cristo era el Padre.
A pesar de los problemas y las preguntas que acarrea, parece ser necesario afirmar que Dios tiene la capacidad de sufrir, pues ha participado en el sufrimiento.
En resumen: La paciencia o clemencia es la persistencia del amor de Dios. La fidelidad es la confiabilidad del amor de Dios. La misericordia-bondad es la profunda compasión del amor de Dios. La gracia es la libre e inmerecida condescendencia del amor de Dios. El sufrimiento es el dolor asumido y sobrellevado del amor de Dios.
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