EL MINISTRO COMO PADRE | 1 Tesalonicenses 2:11 | David Burt

 


EL MINISTRO COMO PADRE

1 TESALONICENSES 2:11

… así como sabéis de qué manera os exhortábamos, alentábamos e implorábamos a cada uno de vosotros, como un padre lo haría con sus propios hijos, …

UN PASTOREO PERSONALIZADO

La tercera cosa de la que los tesalonicenses pueden dar fe es del cuidado pastoral y del trato personal que los misioneros tuvieron con ellos1. Sin embargo, antes de considerar este aspecto de su ministerio, necesitamos aclarar una cuestión textual.

Aunque las líneas generales del pensamiento de Pablo son bastante claras, la construcción gramatical exacta es difícil de establecer. Esto se ve inmediatamente si hacemos una traducción literal del texto griego: tal como sabéis cómo a cada uno de vosotros, como un padre a sus propios hijos, exhortándoos y animando y testificando para que andéis dignamente de Dios2

Enseguida observamos que parece no haber ningún verbo principal después de la frase introductoria. Como consecuencia, algunos expertos opinan que hay que suponer que el verbo del versículo 10 debe repetirse aquí: nos comportamos santa, justa e irreprensiblemente con vosotros, así como sabéis que [nos comportamos] ante cada uno de vosotros como un padre con sus propios hijos, exhortándoos … Otros proponen que lo que está implícito es un verbo como, por ejemplo, tratar o relacionarse3: así como sabéis que os tratamos a cada uno de vosotros como un padre …; así como sabéis que nos relacionamos con cada uno de vosotros como un padre … Otros, en cambio, creen que los participios (exhortándoos, etc.) deben combinarse con el tiempo imperfecto del verbo ser (frecuentemente omitido en aquel entonces) para formar un imperfecto perifrástico4: así como sabéis que, con respecto a cada uno de vosotros, como un padre con sus propios hijos, estábamos exhortándoos

Sin embargo, no necesitamos dar muchas vueltas al asunto, porque, como acabamos de decir, la idea general está clara: los misioneros han atendido pastoralmente a cada uno de los nuevos creyentes de Tesalónica, exhortándoles como un padre lo haría con sus propios hijos.

La frase cada uno de vosotros es enfática y subraya la atención individual que los misioneros dieron a todos y cada uno de los creyentes. La idea parece ser no solamente que estaban dispuestos a atender a cualquier persona que les pidiera ayuda, sino que, además de su enseñanza pública en la sinagoga y en casa de Jasón, fueron sistemáticamente casa por casa visitando a los creyentes, animándoles y enseñándoles5. Ésta, al menos, iba a ser su estrategia en Éfeso, porque el propio Pablo diría a los ancianos de la ciudad: No rehuí declarar a vosotros nada que fuera útil, y de enseñaros públicamente y de casa en casa (Hechos 20:20). En eso, los misioneros no hicieron más que seguir el ejemplo de Jesucristo, quien nunca estuvo demasiado ocupado para hablar a las personas individualmente, aunque predicaba a grandes multitudes6.

Esta atención personalizada ayuda a explicar no sólo por qué los misioneros acabaron trabajando día y noche con muchas fatigas (v. 9), sino también por qué se atrevieron a describir su afecto y entrega por los tesalonicenses en términos de la ternura abnegada de una madre (v. 7).

LA AUTORIDAD PATERNA

Asimismo, explica por qué, después de describir su relación con ellos mediante la figura de una madre (v. 7), Pablo dice ahora que actuaron también como padres; es decir, como la antítesis absoluta del engañador y del explotador en cuyo carácter habían querido presentarlo los adversarios7. Un padre ama a cada hijo suyo con un amor personalizado y, si ejerce bien su paternidad, procura dedicar tiempo a cada uno de ellos individualmente.

El «amor de padre» de los misioneros se ve sobre todo en la manera en la que intentaron guiar, educar, aconsejar y amonestar a los tesalonicenses. Además de ofrecerles un ejemplo a seguir y un estilo de vida a imitar (v. 10), como lo haría cualquier padre con sus hijos, también les exhortaron, consolaron y encauzaron con solicitud paterna.

La metáfora del padre es empleada por Pablo también en 1 Corintios 4:14–15: No escribo esto para avergonzaros, sino para amonestaros como a hijos míos amados; porque aunque tengáis innumerables maestros en Cristo, sin embargo no tenéis muchos padres; pues en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio. Es una metáfora que sugiere solicitud, afecto, preocupación, firmeza, amonestación y disciplina8. Rebosa el mismo espíritu que caracterizó al salmista: Venid, hijos, escuchadme; os enseñaré el temor del Señor (Salmo 34:11).

Algunos comentaristas de hoy, al llegar a este punto, parecen desvivirse en su afán por demostrar que Pablo no está haciendo aquí una división normativa entre el papel de la madre (v. 7) y el del padre (v. 11)9. No debemos pensar —dicen— que sea propio de la mujer mostrar ternura y cariño a sus hijos y propio del hombre ejercer autoridad sobre ellos; Pablo podría muy bien haberlo dicho al revés: que el padre tiene que mostrar cariño y la madre autoridad.

Sin embargo, el hecho es que Pablo no lo dice al revés. Y sospechamos que tales aseveraciones son un pobre intento de hacer compatible la enseñanza bíblica con la corrección política de nuestros días. Pero el sentido común hermenéutico dicta otra lectura: o bien (como sostienen los que ponen en entredicho el origen divino de las Escrituras) Pablo era producto de su tiempo y no se salvó de una mentalidad que hacía una separación de roles que la mentalidad del siglo XXI encuentra aberrante e intolerable; o bien (como sostenemos los que creemos que las Escrituras no solamente contienen la Palabra de Dios, sino que son la Palabra de Dios) Pablo entendía muy bien (y el Espíritu Santo también) que Dios, desde el principio, creó al varón y a la hembra iguales en dignidad, pero diferentes en funciones, en cuyo caso la auténtica aberración está en la confusión de roles que vemos en nuestros días.

Ciertamente, Pablo no afirma aquí la separación de roles ni tiene el propósito de poner límites rígidos a las respectivas funciones de madre y padre dentro de la familia; pero sí presupone una diferenciación de funciones, como suele ocurrir en todas las Escrituras. Para el apóstol era del todo obvio que, por naturaleza, las caricias y los lazos afectivos mostrados a los hijos serán normalmente más fuertes en el caso de la madre que en el del padre y que será la madre y no el padre la que ejerza la función de alimentarles; mientras que el ejercicio de autoridad en el hogar, aunque compartido por la madre, será principalmente responsabilidad del padre. Esto no quiere decir que le sea prohibido al padre calentar el biberón o a la madre reprender a sus hijos. Ni mucho menos quiere decir que el padre esté exento de la obligación de mostrar afecto a sus hijos o que la madre tenga que lavarse las manos en cuanto a la autoridad y disciplina en el hogar. Al contrario, las Escrituras enseñan muy claramente que la disciplina paterna debe ser firme pero cariñosa: el padre, más que nadie, debe saber decir la verdad con amor (Efesios 4:15); e incluyen con igual claridad a la madre en la exhortación paterna (ver, por ejemplo, Proverbios 1:8; 6:20). Pero, sin caer en los extremos de un burdo legalismo, reconocen una división generalizada de labores, de áreas de responsabilidad y de cualidades de carácter. La crianza es propia de la madre; la amonestación, orientación y corrección, del padre. La ternura se reconoce como una virtud especialmente femenina; la firmeza como masculina10.

Dicho eso, no debemos perder de vista lo que el apóstol está diciendo en estos versículos: que el ministro cristiano debe reunir en sí tanto las virtudes paternas como las maternas y emplear entre los fieles una combinación de los dos papeles: debe ejercer autoridad como un padre y debe ejercer su cuidado pastoral con la ternura de una madre.

LA EXHORTACIÓN

Pablo acaba de mencionar (en el versículo 6) la autoridad legítima que los misioneros podrían haber ejercido en Tesalónica. Como apóstoles, tenían el derecho a hablar con vehemencia, a mandar a los fieles y a imponerles su criterio en los asuntos de la iglesia. A fin de cuentas, eran los enviados del Rey de reyes (eran apóstoles del Cristo) y, mientras seguían fieles a su cometido y vivían para agradar a Dios (v. 4), nadie podía cuestionar su autoridad ni sublevarse contra su liderazgo sin colocarse, ipso facto, fuera del reino de Dios (es decir, fuera del gobierno legítimo de Cristo; ver v. 12). Nadie puede rebelarse contra aquellos a quienes Cristo ha puesto como líderes en las iglesias (Efesios 4:11–12) —siempre suponiendo que de verdad han sido colocados por él— sin rebelarse también contra Cristo mismo.

Ahora bien, en situaciones en las que la pureza del evangelio estaba siendo amenazada y el futuro de la iglesia estaba en entredicho, Pablo no vaciló en ejercer una autoridad impositiva y en hablar con toda contundencia, como por ejemplo cuando escribió a los gálatas o a los corintios. Pero en Tesalónica los misioneros no se habían visto en la necesidad de llegar a este extremo. Por tanto, en su trato con sus hijos espirituales, habían podido renunciar a la imposición apostólica y seguir el «camino mejor» de la benignidad materna (vs. 6–7).

Sin embargo, eso no quiere decir que no ejercieran su autoridad apostólica, sino que la ejercían no con tono de mando y exigencia, sino con el tono afectuoso, tierno, compasivo y consolador de una madre o un padre. Eso es lo que vemos en los tres verbos que el apóstol emplea ahora para describir el pastoreo de los misioneros: exhortar, alentar e implorar. Cada uno de ellos implica el ejercicio de cierto grado de autoridad; pero el tono no es el de un mandamás con sus subordinados, ni el de un empresario con sus empleados, ni el de un general con sus soldados, ni el de un rey con sus súbditos, sino que es el tono entrañable y compasivo empleado por un padre amante con sus hijos (Salmo 103:13).

Os exhortábamos

El primero de estos verbos es un cognado del sustantivo que ya hemos visto en el versículo 3: nuestra exhortación no procede de error. Está emparentado con el nombre aplicado por Cristo al Espíritu Santo: el Consolador (Juan 14:16, etc.)11. En su origen etimológico, se refiere a la acción de llamar a alguien para que esté al lado de una persona necesitada, bien para consolarla, o bien para asesorarla. Sugiere, pues, la idea de que los misioneros, en vez de colocarse por encima de los creyentes, estuvieron siempre a su lado para compartir sus situaciones, comprenderles, aconsejarles, animarles, estimularles, instruirles y encauzarles.

Así, en circunstancias normales, debe ser la exhortación pastoral. Es el consejo y el consuelo de un hermano mayor que ya ha pasado por ese mismo camino; o de un padre que ve que sus hijos están pasando por aquellas luchas, ansiedades, caídas y preocupaciones que él mismo vivió en su juventud y que ahora aplica a ellos la sabiduría cosechada como fruto de su propia experiencia; o de un abogado cuyo trabajo no consiste en mandar sobre su cliente, sino en estar junto a él para identificarse con sus intereses y aconsejarle según sus mayores conocimientos. Ciertamente, la palabra exhortación implica autoridad; pero no es la autoridad de alguien que se siente superior a los demás y se cree con derecho a mandar sobre ellos, sino la de alguien capaz de colocarse al lado de sus hermanos para identificarse con ellos, compartir sus cargas y, desde una posición de solidaridad, exhortarles.

Os alentábamos

El segundo verbo sigue esencialmente la misma idea que el primero12. En el 5:14, se emplea con referencia especial a los desalentados. En Juan 11:19 y 31 (las únicas ocasiones adicionales en que este verbo se encuentra en las Escrituras) se refiere al consuelo dado a los que lloran la muerte de un ser querido. Por tanto, es un verbo con fuertes connotaciones emotivas que presupone la capacidad de compartir las cargas los unos de los otros y simpatizar (sufrir) con los que sufren a fin de traerles consuelo.

Es posible que Timoteo, en su segunda visita a Tesalónica, hubiera tenido literalmente que consolar a los que hubieran perdido a seres queridos. De ahí que Pablo tenga que abordar la cuestión de los que duermen (4:13). Pero, en nuestro versículo, es probable que el apóstol esté pensando en una aplicación más amplia. Había muchas causas de dolor y sufrimiento entre los tesalonicenses. Algunos habían conocido el ostracismo social, otros la ruptura de amistades y relaciones familiares, otros la persecución de la sinagoga o de las autoridades gentiles, otros las multas y las injusticias de la ley civil, y todos la enorme preocupación por lo que les pasaría el día de mañana. Sin duda, muchos habían pasado por momentos de vacilación, preguntándose si valía la pena seguir adelante en la vida cristiana en medio de una oposición fuerte y desagradable. En todas estas situaciones (al menos, hasta la fecha de su expulsión de la ciudad), los misioneros tuvieron que llevar a cabo un ministerio de aliento. Habían estado al lado de los creyentes, compartiendo sus ansiedades, afrontando con ellos las mismas pruebas y dándoles consuelo a base de su mayor conocimiento de la providencia y protección de Dios. Como Jonatán a David cuando éste era perseguido por Saúl, los misioneros fortalecieron en Dios a los tesalonicenses (1 Samuel 23:16).

Os implorábamos

El tercer verbo es más difícil de matizar. Significa original y literalmente llamar a alguien por testigo (cf. Hechos 20:26; Gálatas 5:3). Luego, parece haber adquirido la idea de llamar a Dios por testigo13; y, después, de testificar solemnemente o de declarar con urgencia y pasión14. Dada la variedad de matices posibles en torno a este vocablo, no podemos dogmatizar en cuanto a la intención de Pablo al emplearlo. Pero parece probable que, mientras que el verbo anterior se refiere a la clase de exhortación compasiva que procede de la solidaridad con los sufrimientos de los demás, éste se refiera a la clase de exhortación firme y urgente que viene como consecuencia de apreciar los peligros que los demás están corriendo. Al «alentar», los misioneros se identificaban con los sufrimientos de los creyentes; al «implorar», comprendían las terribles consecuencias que estarían en juego si, a causa de la oposición, se volvieran atrás. Este verbo, pues, tiene algo de la cualidad apremiante que vemos en las palabras que Pablo dirigió, muchos años después, a Timoteo: Te encargo solemnemente en la presencia de Dios y de Cristo (2 Timoteo 4:1). Los misioneros, en su afán de compadecerse de los tesalonicenses, nunca diluyeron las exigencias de santidad y de compromiso. Consolaban, ciertamente; pero también insistían, imploraban y amonestaban. Había una cualidad varonil de reto, exigencia y amonestación en medio de sus palabras consoladoras.

CONCLUSIONES

—El ministro fiel debe dedicar una atención personalizada a cada uno de los fieles por los que dará cuentas al Señor. En el caso de que él mismo no dé a basto para visitar y hacer un seguimiento de los miembros, debe asegurarse de que otros les estén prestando la necesaria atención pastoral. Cada uno se merece un cuidado personal como hijo de Dios.

—El ministro fiel ejercerá aquella combinación de afecto y firmeza, de verdad y amor, que es propia del trato paterno. Aunque, tanto en el hogar como en la iglesia, la exhortación tendrá que tener momentos de reprensión y disciplina, éstos no deben constituir la marca fundamental de la exhortación. El énfasis de estos versículos no recae sobre cómo los misioneros regañaban a los creyentes, sino sobre cómo les animaban. El ministro no debe caer en ninguno de los dos extremos: ni debe ser un padre que siempre se está quejando cuya relación con sus hijos consiste en acusarlos, reprenderlos y echarles la bronca; ni debe ser un padre que lo consiente todo y produce hijos mimados.

—Aunque es cierto que el ministro fiel conocerá momentos puntuales en los que tendrá que colocarse «por encima» de los creyentes y hablarles con toda autoridad, en general ejercerá su ministerio de exhortación poniéndose al lado de los creyentes, entendiéndoles y solidarizándose con ellos.

—Esto implica que tendrá que llorar con los que lloran, sentir sus aflicciones y procurar así su aliento y consuelo.

—Sin embargo, su sensibilidad en el ministerio no debe conducirle a un sentimentalismo en el que se suavizan las demandas del evangelio, sino que debe unir a la compasión la urgencia, y debe ser capaz de «encargar solemnemente» a los creyentes delante de Dios.


Adaptado: Burt, D. F. (2002). La Conversión Auténtica

Entradas populares de este blog

PABLO, SILVANO Y TIMOTEO | 1 Tesalonicenses 1:1 | David Burt

DEVOCIONAL: Hambre de Dios | Jeremías 29:12–13 | Christopher Shaw

DEVOCIONAL: Falta de conocimiento | Oseas 4:6 | Christopher Shaw

DEVOCIONAL: La paja en el ojo ajeno | Mateo 7:3–4 | Christopher Shaw

EL PANTEÍSMO | Desmitificando a Dios | Jonatán Córdova