EL TEMOR DE PABLO | 1 Tesalonicenses 3:5 | David Burt
EL TEMOR DE PABLO
1 TESALONICENSES 3:5
Por eso también yo, cuando ya no pude soportar más, envié para informarme de vuestra fe, por temor a que el tentador os hubiera tentado y que nuestro trabajo resultara en vano.
LA ANSIEDAD DE PABLO
Este versículo empieza repitiendo las mismas ideas que el versículo 1, pero ahora no expresadas en términos colectivos (nosotros) referidos al equipo misionero en conjunto, sino en singular y referidos al apóstol Pablo:
De hecho, el paralelismo es aun más exacto en el
texto griego, puesto que la oración subordinada se expresa mediante un gerundio
en ambos casos:
Por
lo cual, / ya no más soportándolo,… /enviamos… /para… (vs. 1–2).
Por
eso, / también yo, ya no más soportándolo, /envié… /para… (v. 5)1.
¿Por qué esta repetición? Los que piensan que el nosotros del versículo 1
es literario y se refiere sólo a Pablo, suponen que tiene un valor meramente
enfático (lo cierto es que el también yo,
o yo mismo, es enfático) y que no
añade nada al contenido del texto2. Los que pensamos que el nosotros se refiere a todo el equipo
(como está claro en el 2:18) vemos aquí un cambio de matiz3.
La intención de la repetición parece ser la misma que en el 2:18: en primer lugar, Pablo expresa el sentir de todo el equipo; luego
enfatiza que este sentir era especialmente agudo en su propio caso personal.
Todos los miembros del equipo hemos lamentado el que Satanás impidiera que
volviéramos a Tesalónica; pero yo, Pablo, lo he lamentado de forma especial,
puesto que la prohibición de volver se dirigía especialmente a mí (2:18). Todo el equipo ha tomado la decisión de enviar a Timoteo para
consolaros; pero yo, Pablo, tuve especial empeño en ello, aun cuando
significaba que tendría que quedarme solo en Atenas4.
A eso podemos añadir algunos matices más que varían en el 3:5 con respecto al 2:18. Cuando Pablo dice: Por eso, ya no contempla sólo el impedimento de Satanás y el anhelo
de regresar (2:18), la separación forzosa y la tierna preocupación
del equipo misionero contemplados en el 3:1, sino también las aflicciones de los tesalonicenses, la amenaza a su fe y
las adulaciones de los enemigos contempladas en el 3:3–4.
Por otra parte, el yo envié
sugiere la autoridad de Pablo como indiscutible líder del equipo. No ha podido
ir él mismo; pero ha hecho lo necesario para cubrir la necesidad pastoral de
los tesalonicenses. No los ha dejado desamparados, sino que ha enviado a
Timoteo.
EL DESEO DE INFORMACIÓN
Pablo ya ha establecido que el motivo principal de
la misión de Timoteo había sido fortalecer la fe de los tesalonicenses. Ahora
indica que había habido también otra finalidad, más urgente aunque menos
importante, más inmediata pero menos trascendente: la de recabar información
acerca de los creyentes.
Literalmente, el verbo traducido como informarme
significa conocer o llegar a saber. Lo que más angustiaba al
apóstol en aquella situación era la falta de «conocimiento», la ignorancia de
lo que pasaba con sus amados hijos en la fe.
Se ve que Pablo sufría con frecuencia esta misma clase de angustia. Al
estar constantemente de viaje en un momento en que las comunicaciones eran
malas y lentas, tenía que pasar largas temporadas sin recibir noticias de
determinadas iglesias. De ahí su deseo de información. De hecho, su ansiedad en
cuanto a los creyentes y su necesidad de recibir noticias le condujo más de una
vez a enviar a los miembros de su equipo con el fin expreso de enterarse de la
situación:
Espero en el Señor Jesús
enviaros pronto a Timoteo, a fin de que yo también sea alentado al saber de
vuestra condición (Filipenses 2:19).
Se trata de la contrapartida de lo que Pablo hizo
en el caso de los colosenses: envía a Timoteo a Tesalónica para que los
misioneros puedan «saber» de la situación de los tesalonicenses; pero envía a
Tíquico a Colosas para «hacer saber» a los colosenses cuál es la situación de
los misioneros:
Precisamente para esto os lo
he enviado, para que sepáis de
nuestras circunstancias y que conforte vuestros corazones; y con él a Onésimo,
fiel y amado hermano, que es uno de vosotros. Ellos os informarán de todo lo que pasa aquí (Colosenses 4:8–9).
Todo eso pone de manifiesto no un espíritu de
chafardeo ni de mera curiosidad, sino el gran afecto que existía entre Pablo y
los creyentes. No podía sobrevivir sin saber cómo estaban y sin que ellos
supieran cómo estaba él.
EL ACOSO DIABÓLICO
El enemigo en Tesalónica al que Pablo más teme no
son los judíos ni las autoridades civiles, sino el diablo. En el 2:18, Pablo le ha llamado Satanás, el adversario. Allí hablaba de cómo el
diablo había colocado obstáculos en su camino para impedir su regreso a la
ciudad. Es decir, Satanás utilizaba y manipulaba las circunstancias para
conseguir sus fines. Pero su táctica con los tesalonicenses es otra. No se
opone a ellos a través de las circunstancias, sino por medio de las
seducciones, adulaciones, presiones sociales y tentaciones. Por eso, Pablo
ahora le llama el tentador (cf. Mateo 4:11).
Al príncipe del mal se le
llama «el tentador». Su bajeza consiste especialmente en que, en primer lugar,
induce por la tentación al hombre al pecado ¡y luego le acusa! Además, seguirá
acusando al hombre aun después de que sus pecados hayan sido perdonados. Es,
por tanto, el «diablo» o «calumniador» (Efesios 4:27;
6:11;
2 Timoteo 2:26).
Es «Satanás», el malvado adversario (1 Corintios 5:5;
2 Corintios 2:11;
2 Tesalonicenses
2:9). Es también el «dios de este mundo» (2 Corintios 4:3),
el «príncipe de las potestades del aire» (Efesios 2:2)
y de los «gobernadores de estas tinieblas, huestes espirituales de maldad en
las regiones celestiales, espíritus seductores y demonios» (1 Timoteo 4:1).
¡Es evidente que para Pablo el demonio era un personaje real, efectivamente
existente, poderosísimo y terrible adversario!5
La diversidad de sus estratagemas se intuye en la
frase con la que Pablo introduce la segunda parte del versículo. En nuestra
versión, reza: por temor a que el
tentador … Pero una traducción más literal sería: no fuese que de algún modo el
tentador …6 El diablo utiliza cualquier instrumento que encuentra
a mano. Él es astuto y conoce el medio que más concuerda con nuestra debilidad.
Mediante las distracciones de este mundo arrebata la buena semilla de los
corazones de los que escuchan el evangelio (Marcos 4:15). Como el dios de este mundo, ciega las mentes de los incrédulos (2 Corintios 4:3–4). Coloca estratégicamente a sus agentes con el
fin de sembrar confusión y malograr la evangelización (Mateo 13:39). Se sirve de nuestros apetitos y aun de nuestra abstinencia para
despertar deseos ilícitos (1 Corintios 7:5). Hasta utiliza a los creyentes para
causar conflicto y discordia y así tomar ventaja sobre nosotros (2 Corintios 2:11). Como serpiente, engaña (2 Corintios 11:3); y como león, devora (1 Pedro 5:8).
Por conocer la amplitud de sus artimañas, Pablo teme que haya hecho mucho
daño en Tesalónica. Más adelante, manifestará el mismo temor en cuanto a los
corintios:
Temo que, así como la
serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestras mentes sean desviadas de la
sencillez y pureza de la devoción a Cristo (2 Corintios 11:3).
Naturalmente, lo que Pablo teme no es tanto que
Satanás haya tentado a los tesalonicenses (ya sabe que tienta a todos los
creyentes), sino que ellos hayan sucumbido ante la tentación. Parece ser que la
fuerza del tiempo del verbo empleado por el apóstol apunta a esta idea7.
Es propio del tentador procurar tentar a los creyentes. Por así decirlo, es su
oficio. Lo hizo en el caso de nuestro Maestro (Mateo 4:1; Marcos 1:13; Lucas 4:13; Hebreos 2:18 y 4:15). ¿Acaso no lo hará en el caso de sus siervos? Si Satanás ya había logrado
impedir el regreso del apóstol a Tesalónica (2:18), ¿no se saldrá con la suya también en cuanto a la destrucción de la fe de
los tesalonicenses?
En realidad, el retorno de Pablo sólo era un medio para conseguir un fin
(afianzar a los creyentes). Con tal de que el fin quedara intacto, era
relativamente de poca importancia que el maligno estropeara el medio. Pero ¿y
si había conseguido acabar también con el fin? ¿Y si los creyentes habían
sucumbido ante la sutileza de sus tentaciones? Por medio de las amenazas o las
seducciones, palabras dulces o duras, agresiones temibles o promesas
irresistibles, el maligno intenta socavar nuestra confianza en Dios y nuestro
compromiso con el evangelio8. Esto es lo que Pablo teme.
TRABAJAR EN VANO
Pablo siempre abrigaba el temor de que el diablo deshiciera su labor misionera y que sus esfuerzos en el evangelio resultaran infructuosos. Expresa el mismo temor con respecto a los gálatas y a los filipenses:
Temo por vosotros, que quizá en vano he trabajado por vosotros (Gálatas 4:11).
[Sostened] firmemente la
palabra de vida, a fin de que yo tenga motivo para gloriarme en el día de
Cristo, ya que no habré corrido en vano ni habré trabajado en vano (Filipenses 2:16).
El apóstol sabía muy bien que es posible que
alguien escuche el evangelio y responda positivamente ante su proclamación,
abrazando las buenas nuevas de la gracia de Dios, pero que luego demuestre por
medio de su apostasía que la «fe» que supuestamente había manifestado al
principio no era una verdadera fe viva y viable9. En ese caso, toda la
respuesta positiva habrá sido en vano:
Como colaboradores con
Cristo, también os exhortamos a no recibir la gracia de Dios en vano (2 Corintios 6:1).
Obviamente, si con el paso del tiempo la profesión
de fe de alguien resulta haber sido en vano, también resultará vano todo el
esfuerzo de aquel colaborador de Dios que le condujo a la fe.
Esto sería especialmente lamentable a la luz de lo que Pablo ya nos ha
dicho acerca del enorme esfuerzo que les costó a los misioneros su labor en
Tesalónica: Recordáis, hermanos, nuestros
trabajos y fatigas, cómo, trabajando de día y de noche para no ser carga a
ninguno de vosotros, os proclamamos el evangelio de Dios (2:9). Aquí, de nuevo, la palabra traducida como trabajo se refiere a una labor pesada y fatigosa, y sugiere gran
esfuerzo, sudores, cansancio, desgaste y entrega sacrificada10.
Todo ese esfuerzo habrá sido «en vano» si el diablo consigue alejar del
evangelio a los creyentes: en vano con respecto a la salvación de los
tesalonicenses, no en cuanto a la aprobación de los misioneros por parte de
Dios11 ni en cuanto al galardón que les espera. Ya vimos, con
respecto al 2:1, que lo que hizo que la visita inicial de los
misioneros a Tesalónica no resultara en vano no fue el número de las
conversiones, sino el denuedo de los mensajeros. Dios no premia a sus siervos
de acuerdo con los resultados en la vida de sus oyentes, sino conforme a su
propia fidelidad en el ministerio12. Quien descubre realmente
que el esfuerzo ha sido en vano es la persona que abandona la fe; el siervo
fiel sólo «pierde» en el sentido de que le duele profundamente ver la perdición
de alguien a quien ama.
Yo dije: En vano he
trabajado,
en vanidad y en nada he gastado mis fuerzas;
pero mi derecho está en el Señor,
y mi recompensa con mi Dios (Isaías 49:4).
Cada uno recibirá su propia
recompensa conforme a su propia labor (1 Corintios 3:8).
Por tanto, mis amados
hermanos, estad firmes, constantes, abundando siempre en la obra del Señor,
sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano (1 Corintios 15:58).
Podría parecer que la última frase de nuestro
versículo pone de manifiesto un espíritu egoísta en las motivaciones del
apóstol. ¿No habría sido más elegante decir: que vuestra profesión de fe resulta en vano? Casi da la sensación
de que lo que más le importa al apóstol no es la salvación eterna de los
tesalonicenses, sino el temor de que su ministerio se vea como un fracaso.
Pero esto sería no entender bien el matiz de la cuestión. Pablo ya ha
establecido que su ministerio en Tesalónica no ha sido vano en sí (2:1) y está plenamente convencido en cuanto a la seguridad de su galardón (2 Timoteo 4:8). Él mismo no «perderá puntos» ante el Señor por causa de la infidelidad
de los tesalonicenses. Ése no es su temor. Lo que ocurre es que ama de verdad a aquellos creyentes y le
conmueve pensar en la enorme decepción que le produciría llegar a la gloria y
descubrir que ellos no están allí. Si añora estar con ellos aquí en la tierra,
aún más desea disfrutar de su compañía en la ciudad celestial. Ellos son su
gloria, su gozo, su tesoro (2:19–20). La sola idea de que podrían no llegar a la meta le causa una zozobra
desgarradora. En ese caso, habría trabajado en vano no en cuanto a su propia
situación delante del Señor, sino en cuanto a la comunión eterna con sus
hermanos.
Así pues, lejos de delatar un espíritu egoísta, esta frase ahonda en el
amor que latía en el corazón de Pablo y le motivaba en su ministerio. Viene a
reforzar lo que ya hemos visto repetidamente: que existía entre el apóstol y
sus hijos espirituales unos vínculos afectivos tan fuertes que la sola idea de
su perdición le espanta.
Adaptado: Burt, D. F. (2002). La Conversión Auténtica