LA FACETA MATERNA DEL MINISTRO FIEL | 1 Tesalonicenses 2:7-8 | David Burt

  


LA FACETA MATERNA DEL MINISTRO FIEL

1 TESALONICENSES 2:7-8

Más bien demostramos ser benignos entre vosotros, como una madre que cría con ternura a sus propios hijos. Teniendo así un gran afecto por vosotros, nos hemos complacido en impartiros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas, pues llegasteis a sernos muy amados.

LA ESTRUCTURA DE LOS VERSÍCULOS 1 A 8

Prepotentes, soberbios, manipuladores, aduladores, preocupados sólo por su propia reputación y su propia cuenta bancaria … Éstas son algunas de las acusaciones dirigidas contra los misioneros. Según sus enemigos, han entrado en medio de1 los tesalonicenses con actitudes arrogantes, haciendo bandera de su autoridad apostólica e intentando subyugar a los nuevos creyentes bajo el peso de su dominio personal (v. 6b).

En los versículos 5 y 6, Pablo ha contestado negativamente a esas calumnias, afirmando que los misioneros no actuaron en base a motivaciones maliciosas: Nunca fuimos a vosotros con palabras lisonjeras, ni con pretexto para lucrar, … ni buscando gloria de los hombres. Ahora contesta positivamente. El cambio de lo negativo a lo positivo se introduce por medio de la conjunción traducida como más bien o al contrario. En el texto griego, es la misma conjunción empleada en los versículos 2 y 4, y traducida allí como sino que. Así, la estructura de esta sección (vs. 1–8) se divide claramente en tres párrafos:

Prepotentes, soberbios, manipuladores, aduladores, preocupados sólo por su propia reputación y su propia cuenta bancaria … Éstas son algunas de las acusaciones dirigidas contra los misioneros. Según sus enemigos, han entrado en medio de1 los tesalonicenses con actitudes arrogantes, haciendo bandera de su autoridad apostólica e intentando subyugar a los nuevos creyentes bajo el peso de su dominio personal (v. 6b).

En los versículos 5 y 6, Pablo ha contestado negativamente a esas calumnias, afirmando que los misioneros no actuaron en base a motivaciones maliciosas: Nunca fuimos a vosotros con palabras lisonjeras, ni con pretexto para lucrar, … ni buscando gloria de los hombres. Ahora contesta positivamente. El cambio de lo negativo a lo positivo se introduce por medio de la conjunción traducida como más bien o al contrario. En el texto griego, es la misma conjunción empleada en los versículos 2 y 4, y traducida allí como sino que. Así, la estructura de esta sección (vs. 1–8) se divide claramente en tres párrafos:

SENTIMIENTOS DE MADRE

Las características que Pablo menciona explícitamente son tres, aunque hay otras muchas implícitas en el texto
2:

1. La amabilidad, la humildad o la sencillez: demostramos ser benignos entre vosotros [o fuimos niños en medio de vosotros] (v.
7)

La primera característica nos involucra de inmediato en una compleja cuestión textual. Resulta que, si bien algunos manuscritos griegos de esta epístola rezan:
vinimos a ser benignos entre vosotros, los más antiguos suelen decir: vinimos a ser como niños entre vosotros. En griego, la única diferencia entre una palabra y otra es la adición de una «n» inicial en el caso de niños: benignos es épioi; niños es népioi. Dado que el griego antiguo se escribía de una manera continua, sin espacio entre las palabras, y dado que la última letra de la palabra anterior es una «n», es casi seguro que la variante textual se debe a un error de copista. Pero ¿en qué sentido? ¿Qué palabra corresponde a lo que Pablo escribió y qué palabra a la equivocación del copista? La mayoría de traductores y algunos comentaristas opinan que, en este caso, la antigüedad de los documentos no es el principal factor a tomar en cuenta3. Debe privar el sentido lógico del discurso del texto. A primera vista, la frase vinimos a ser niños en medio de vosotros como una madre … no deja de ser chocante. La mezcla de metáforas es excesiva. ¿Cómo se puede llegar a ser «niños como una madre»? Por eso, la mayoría de versiones actuales optan por la lectura alternativa: nos hicimos benignos4.

Sin embargo, sigue siendo cierto que los mejores manuscritos rezan
llegamos a ser niños. Por tanto, diversos comentaristas aducen argumentos persuasivos para defender esta lectura:

—El sustantivo niños sirve mejor que el adjetivo benignos como contraste más adecuado con el sustantivo apóstoles («podríamos haber impuesto nuestra autoridad como apóstoles, pero de hecho actuamos entre vosotros como niños»).

—Además, un sustantivo se relaciona mejor que un adjetivo con la frase en medio de vosotros5. Cristo emplea la misma expresión en Lucas 22:27: Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve (BJ), o en Mateo 18:20: donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. Puesto que la expresión sugiere un alto grado de identificación, compenetración y participación con los demás, es corriente en las Escrituras que una persona esté «en medio» de otras, pero no que lo esté una cualidad como «benignos».

—Y, en cuanto a las mezcla de metáforas, esto no es más que un rasgo típico del estilo de Pablo. De hecho, de aquí a unos pocos versículos dirá que los misioneros son como padres (v. 11) y como huérfanos (v. 17, donde separados de vosotros significa literalmente al quedar huérfanos6).


A la luz de estas consideraciones, no debemos apresurarnos a rechazar esta lectura7. Pero, de retenerla, ¿qué significaría? Aquí hay al menos dos líneas de respuesta posibles. Por una parte, el texto griego admite la creación de dos oraciones diferentes, mediante la unión de la primera parte del versículo
7 con la segunda parte del 6 y la unión de la segunda parte del 7 con el 8. Así, rezaría algo parecido a esto: Aunque como apóstoles de Cristo hubiéramos podido imponer nuestra autoridad, en cambio vinimos a ser [humildes o inocentes] como niños entre vosotros; como una madre que cría sus hijos, así, teniendo un profundo afecto por vosotros, nos complacíamos en impartiros el evangelio8. En este caso, la autoridad del apóstol estaría en contraste con la humildad del niño y Pablo estaría diciendo que los misioneros optaron por renunciar a su derecho apostólico a mandar sobre los tesalonicenses y decidieron portarse como niños con toda sencillez y falta de pretensiones. Así estaría contestando a las acusaciones de prepotencia y manipulación propugnadas por los enemigos (vs. 5–6).

Por otra parte, es posible seguir uniendo las dos partes del versículo
7: fuimos como niños en medio de vosotros, como cuando una nodriza cuida con ternura a sus propios hijos. Como ya hemos dicho, a primera vista esta lectura parece mezclar metáforas de una manera inaceptable. Pero no necesariamente. Si consideramos cómo una madre suele relacionarse con sus hijos, utilizando un lenguaje infantil, adaptándose a sus juegos y expresándose según su mentalidad, pronto entenderemos lo que Pablo quiere decir al comparar a los misioneros con una mujer que «se hace niño» en su relación con sus hijos. Los tesalonicenses eran como niños recién nacidos. Por amor a ellos, los misioneros «se hicieron niños» empleando la sencillez en su predicación y enseñanza. Lejos de exaltarse a sí mismos, quisieron «descender» al nivel de sus oyentes a fin de comunicarles el mensaje en un lenguaje que pudieran entender9.

Tenemos que elegir, pues, entre amabilidad, humildad o sencillez. Según las diferentes opciones presentadas por las variantes en los manuscritos, Pablo estaría expresando una de las tres ideas siguientes:

a.    No impusimos nuestra autoridad apostólica, sino que actuamos entre vosotros con la amabilidad y la ternura de una madre.

b.    No ensalzamos nuestra dignidad apostólica, sino que estuvimos entre vosotros con la sencillez y la humildad de unos niños.

c.    No fuimos a vosotros con palabras altisonantes ni con aires de superioridad, sino que intentamos expresaros el evangelio en lenguaje sencillo y comprensible para todos.

Sin duda, las tres ideas son objetivamente ciertas10 y, por tanto, deben tener cabida en el ministerio de todo ministro fiel. Pero, a causa de las cuestiones técnicas que acabamos de ver, es difícil saber exactamente cuál de ellas tuvo Pablo en mente. Personalmente me inclino a seguir la opinión de muchos de los grandes comentaristas del siglo pasado (Lightfoot, Westcott, Hort, Plummer, Findlay, Morris y otros) y decantarme a favor de la tercera opción. En todo caso, ya se trate de la benignidad de una madre o de la humildad y sencillez de un niño, la actitud de los misioneros se distanciaba mucho del mal ejemplo de los falsos predicadores, así como de las actitudes prevalecientes en la sinagoga; y debe servirnos a nosotros como modelo.

Por otra parte, queda claro que ni el lenguaje cariñoso y persuasivo empleado por los misioneros ni tampoco sus actitudes amables debían ser interpretados como adulación, lisonja o manipulación (v.
5). Son expresiones de un amor genuino que desea solidarizarse con el otro a fin de comunicarse mejor con él.


2. El afecto:
teniendo así un gran afecto por vosotros (v.
8)

En el caso de la segunda característica, Pablo emplea un vocablo tan rico en contenido que los traductores tienen que emplear toda una frase —teniendo un profundo afecto— para hacerle justicia. Se trata de un verbo insólito de origen incierto11. Poco frecuente en los escritos que nos han llegado desde la antigüedad, sólo se encuentra aquí en todo el Nuevo Testamento. Expresa un intenso deseo, añoranza, anhelo o enamoramiento12. Es afín al concepto de celo (en sentido positivo) que Pablo emplea en textos como
Gálatas 4:17–18 o 2 Corintios 11:2 (celoso estoy de vosotros con celo de Dios). Indica la clase de deseo que el amado siente cuando su amada está lejos13, que los padres sienten ante la tumba de un hijo difunto14 o que una madre siente para con su hijo15, un sentimiento conmovedor experimentado en las profundidades de las entrañas.

A la luz de eso, la palabra
afecto parece demasiado débil para describir los sentimientos de los misioneros. Lo que ocurre es que, en nuestros días, hablar de deseos o de anhelos intensos da lugar a malentendidos. Paradójicamente, cuanto más libertina es una sociedad, tanto más incrédula se vuelve en cuanto a algunas formas legítimas de amor y amistad. Nuestros contemporáneos lo erotizan todo y se vuelven irónicos e incrédulos ante cualquier manifestación intensa del amor cristiano. Así vemos cómo, hoy en día, cualquier expresión de afecto sano corre el riesgo de provocar equívocos y calumnias.

En este sentido, nuestros jóvenes lo tienen especialmente crudo. En el instituto, en el taller o en el mundo profesional, están sujetos a un sinfín de tentaciones sexuales y también a la burla si, por amor a Cristo, mantienen intactas su integridad y pureza: «¿Tienes dieciocho años y todavía eres virgen? ¡Venga, hombre! Estarás bromeando. Empieza a vivir. Eres un reprimido. No seas anticuado». Pero el bombardeo del ataque enemigo no sólo les llega por este lado, sino por el lado contrario también. Además de burlarse de la pureza sexual, el mundo encuentra impureza en las relaciones sanas. Todas las cosas son puras para los puros, mas para los corrompidos e incrédulos nada es puro (
Tito 1:15).

Así, si dos creyentes dan expresión pública a su comunión cristiana (es decir, al intenso afecto mutuo que frecuentemente acompaña a la exhortación fraternal, la confesión de luchas y pecados o la solidaridad en momentos de aflicción), si se abrazan o se miran con emoción, o si exteriorizan de alguna manera aquellos profundos sentimientos de afecto, cariño y amor que constituyen una de las mayores glorias de las relaciones fraternales en Cristo, pueden esperar escuchar comentarios ofensivos, irónicos o calumniadores. El mundo está pronto a ensuciar la hermosura del amor cristiano y a declarar escabrosas nuestras relaciones más entrañables, íntimas e intensas.

Pero consolémonos con el hecho de que así ocurriera también en tiempos de Pablo. Ya hemos visto cómo los enemigos le acusaban de «impureza» (v.
3), seguramente porque se atrevía a dar expresión a los vivos sentimientos de amor que caracterizaban su relación con los tesalonicenses. Tanto entonces como ahora, la solución no consiste en reprimir nuestro afecto cristiano ni en negarnos a expresarlo. Eso sería seguirle el juego al diablo, quien no desea relaciones profundas y sanas (y sanadoras) entre los creyentes.

Además, sería prescindir de una de las bendiciones más hermosas que tenemos en Cristo. Es absolutamente legítimo, y aun necesario, reivindicar en nuestros días el concepto bíblico de la amistad y practicarlo con intensidad. Cuando el Espíritu de Cristo obra en nosotros sanando nuestras heridas emocionales y capacitándonos para amar, el resultado es la renovación de nuestras relaciones fraternales y el florecimiento de sentimientos tan hondos y conmovedores que sólo pueden ser descritos adecuadamente como deseos y anhelos, sin que por ello deriven en lo más mínimo hacia lo erótico o lo malsano. Incluso me atrevería a emplear en algunos casos la palabra enamoramiento. A veces, la relación entre dos creyentes llega a ser tan entrañable, su compenetración tan intensa y las experiencias vividas juntos tan emocionantes, que es como si se encendiera entre ellos una chispa de amor al menos tan vibrante como el que existe entre una pareja de novios, pero sin ninguna connotación erótica. ¿Acaso no es esto lo que les pasó a David y Jonatán (
1 Samuel 18:1; 2 Samuel 1:26)?16 Si enamoramiento no es la palabra correcta para describir su relación, ¿cuál es? Cuando esta clase de relación se da entre nosotros, añoramos al hermano ausente con la misma clase de anhelo con que la novia añora a su novio. Cuando le volvemos a ver, damos expresión a nuestro afecto mediante la clase de abrazos, caricias y lágrimas de gozo que los padres dan a su hijo cuando éste vuelve a casa después de una larga ausencia. Y, estando con nuestro hermano, disfrutamos de nuestra relación fraternal como de un glorioso don de Dios. ¡Cuanto más intensa, tanto más gloriosa!

Y es de esta clase de afecto —intenso, entrañable, conmovedor— de la que Pablo habla ahora al describir los sentimientos de los misioneros hacia los tesalonicenses.

3. El amor: pues llegasteis a sernos muy amados (v.
8)

La tercera característica tiene que ver con el amor cristiano (cf.
1:3). Amados es un cognado de ágape. Es el amor que da y vuelve a dar sin esperar nada a cambio. Es aquel amor que no desea poseer, sino entregar; que no espera ser servido, sino servir y sacrificarse (Mateo 20:28).

Naturalmente, a lo largo de la estancia apostólica en Tesalónica, podemos suponer que los nuevos creyentes pronto empezaron a responder al amor de los misioneros con afecto y con ayuda práctica, probablemente invitándolos a sus casas, ofreciéndoles hospitalidad y atendiendo a sus necesidades. El amor cristiano no necesita estas recompensas para mantenerse en pie; pero, cuando se dan, se robustece y aumenta en
sentimientos afectivos. Todo esto está implícito en la frase llegasteis a sernos muy amados. Incluso antes de conocerlos bien, los apóstoles amaron y sirvieron a los tesalonicenses. Pero, al verse objetos de su cariño, el nivel afectivo creció sobremanera.

Éstas, pues, son las tres cualidades que Pablo menciona explícitamente en estos versículos: la sencillez, el afecto y el amor. Son las tres marcas esenciales de la motivación de los misioneros. Y juntas anticipan la metáfora que el apóstol ahora procede a exponer.

LA METÁFORA MATERNA
¡Sencillez, deseo intenso y amor sacrificado! Estas tres virtudes se encuentran en abundancia en el caso de una madre lactante que cuida de su hijo recién nacido; y éste es precisamente el símil que Pablo emplea ahora para ilustrar la ternura de los misioneros. En el texto, las tres virtudes se vinculan explícitamente a este símil por medio de conjunciones y adverbios de conexión:

1.    En el caso de la sencillez: llegamos a ser como niños entre vosotros como una madre cuando cría a sus hijos.

2.    En el caso del afecto: … como una madre cría con ternura a sus hijos; teniendo así un gran afecto por vosotros …

3.    En el caso del amor: como una madre cuando cría a sus hijos, [quisimos] impartiros nuestras propias vidas, pues llegasteis a sernos muy amados.

Así pues, la metáfora de la madre viene a ser el resumen y la culminación de todo lo que Pablo quiere decir en estos versículos acerca de los vínculos afectivos que han motivado a los misioneros en sus relaciones con los tesalonicenses.

De todos los amores humanos, el amor de madre es, sin duda, el más leal, el más paciente, el más entrañable. En las Escrituras, sólo el amor de Dios hacia sus hijos lo supera en intensidad y en espíritu sacrificado, por lo cual Dios mismo no vacila en echar mano al amor de madre a fin de ilustrar la grandeza de su propio amor:

Porque así dice el Señor: He aquí, yo extiendo hacia ella [Jerusalén] paz como un río, y la gloria de las naciones como torrente desbordado; y mamaréis, seréis llevados sobre la cadera y acariciados sobre las rodillas. Como uno a quien consuela su madre, así os consolaré yo (Isaías 66:12–13).

¿Puede una mujer olvidar a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ellas se olvidaran, yo no te olvido (Isaías 49:15).

De hecho, Pablo no habla aquí estrictamente de una «madre», sino de una nodriza. La palabra empleada (trophos) está emparentada con la idea de alimentar (cf. Lucas 23:29) y se refiere a la mujer que da el pecho «a sus hijos». Sin embargo, el adjetivo posesivo sus es enfático y se refiere no a los niños que le han sido encomendados, sino a sus propios hijos.

La idea, pues, es la siguiente. Entre una nodriza y los niños a los que ella cría se forman vinculaciones afectivas muy fuertes. A veces, llegan a superar en intensidad el amor que la madre biológica siente hacia ellos. Y el ministro cristiano es una «nodriza»: ha sido puesto por el Señor para criar a los hijos de Dios recién nacidos. Es de esperar, pues, que se forjen vínculos de amor muy intensos entre él y estos «hijos adoptivos» suyos. Sin embargo, por muy fuerte que sea el amor de la nodriza para con los niños ajenos criados por ella, no puede compararse con lo que siente para con sus propios hijos. Igualmente, el vínculo afectivo es aun más fuerte entre el ministro cristiano y aquellos creyentes que se han convertido gracias a su ministerio y que son, en un sentido, «sus propios hijos». Éste era el caso de los misioneros en su relación con los tesalonicenses. Habían actuado como nodrizas puestas por Dios, pero nodrizas que criaban a sus propios hijos.

O, para expresar lo mismo en términos negativos, una nodriza podría quizás ser negligente en el caso de niños ajenos; pero, si se trata de los suyos propios, se vuelca en atenciones cariñosas17. Y esto es lo que han hecho los misioneros en Tesalónica. Se han portado con los nuevos creyentes como si fueran sus propios hijos, tratándolos con el amor tierno y cariñoso de una madre.

No deja de asombrarnos el hecho de que Pablo, teólogo profundo, pensador riguroso, maestro exigente, soldado aguerrido y apóstol militante, haya empleado un lenguaje tan tierno. Solemos imaginarle como una persona cerebral más que emotiva, intelectual más que sentimental, intransigente más que tierno, frío más que sensible. Pero ¡qué equivocados estamos y qué lejos de entender bien sus escritos! Éstos revelan que era un hombre sumamente equilibrado que sabía utilizar su mente y sostener sus convicciones para la gloria de Dios; pero que sabía también llorar y exteriorizar sin vergüenza sus sentimientos y emociones. En realidad era un hombre compasivo, de corazón tierno, de amor abnegado18. Vemos en él un fiel reflejo del Señor Jesucristo que podía, en un momento, sacar un látigo y echar a los mercaderes del templo; pero, en otro, sabía llorar sobre Jerusalén y compararse a sí mismo con una gallina junto a sus pollitos (Mateo 23:37). ¡Otra figura femenina!

Es algo muy hermoso que un hombre tan tosco y masculino como el apóstol Pablo se haya servido de esta metáfora femenina. Algunos líderes cristianos se vuelven egocéntricos y autocráticos. Cuanto más sienten amenazada su autoridad, tanto más hacen bandera de ella. En nuestro ministerio pastoral, todos necesitamos desarrollar más la ternura, el amor y la entrega de una madre19.

De hecho, Pablo iría aun más lejos en su uso del simbolismo materno para describir su ministerio docente y pastoral. Cuando, en 1 Corintios 3:1–2, dice que tuvo que tratar a los corintios como a niños y darles de beber leche, no alimento sólido, no debemos imaginar que la ilustración se refiere a leche comprada en botellas o servida mediante biberón. No existían tales cosas en aquel entonces. Pablo está hablando de darles el pecho.

Recordemos, a este respeto, que la ternura materna debe ser característica de todos los que ejercemos un ministerio pastoral. No hay lugar en el pastoreo para hombres ariscos, impacientes y faltos de compasión. La ternura no es una virtud opcional, sino un requisito indispensable (2 Timoteo 2:24).

Pero debe resultarnos maravilloso no sólo que un varón describa en términos de cariño materno su relación con sus hijos en Cristo, sino también que un antiguo rabino judío hable con un afecto tan entrañable acerca de sus conversos gentiles. Aquel que antes era conocido como Saulo de Tarso, empedernido e implacable perseguidor20 de la iglesia, ahora es Pablo, el cariñoso apóstol a los gentiles. Así de grande es la obra de la gracia de Dios en el corazón humano. Al menos, así de grande es cuando el ministro permite que Dios la efectúe en él.

EL MINISTERIO MATERNO

Como hemos visto, el corazón materno de los misioneros es la expresión de tres motivaciones en su ministerio: la sencillez, el afecto y el amor. Y todo eso da lugar, a su vez, a tres actividades suyas que el apóstol ahora menciona:

1. Criar con ternura

En el texto original, la frase criar con ternura es una sola palabra. En su etimología significaba calentar, pero pronto se aplicó al cuidado con que las aves incuban y abrigan a sus polluelos (cf. Deuteronomio 22:6), por lo cual llegó a significar acariciar o cuidar tiernamente21. En el uso metafórico se refiere, sin duda, a toda clase de atenciones que los misioneros tuvieron con los tesalonicenses: al trabajo duro que emprendieron para que éstos no tuvieran que sufrir ninguna carga; a las visitas pastorales y familiares; a las palabras de ánimo y afecto y a las diversas muestras de su amor. En todo les daban calor, los acariciaban y los cuidaban con ternura.

2. Impartiros el evangelio de Dios

Pero, sobre todo, la idea de «criar con ternura» nos habla de la solicitud con la que una madre da de comer a su hijo:
Una madre, al dar de mamar a sus hijos, manifiesta un raro y maravilloso afecto, por cuanto no escatima esfuerzos ni molestias, no evita ansiedades, no se cansa por la asiduidad, con tal de darles de su propia sangre con espíritu alegre22.
Asimismo, sirve para ilustrar la paciencia y amabilidad con las que los apóstoles enseñaban a los nuevos creyentes, dándoles como a recién nacidos la leche pura de la palabra (1 Pedro 2:2), impartiéndoles el evangelio de Dios. Los misioneros llegaron a Tesalónica con una comisión bien definida: la de proclamar las buenas nuevas de Jesucristo. Para esto habían sido comisionados por Cristo y aprobados por Dios (v. 4). Y a esto se dedicaron sin contar el precio. El evangelio era su razón de ser. Ya no vivían para sí, sino para servir al Dios vivo y verdadero (1:9) mediante aquel servicio que él mismo había designado.
¡Y vaya comisión la suya! Nada menos que la proclamación de la salvación que Dios ofrece gratuitamente a todo aquel que se convierta y crea en Cristo, en virtud de la muerte propiciatoria de la cruz y el derramamiento del Espíritu Santo.
Al decir: nos hemos complacido en impartiros el evangelio, Pablo emplea otro verbo rico en asociaciones bíblicas23. Frecuentemente se emplea en el contexto de la buena voluntad de Dios para con nosotros. Por ejemplo, está emparentado con la palabra traducida como beneplácito en Efesios 1:5 y 9. Si los misioneros «se complacieron» en predicar el evangelio, aun a riesgo de sus vidas, es porque seguían al Dios que se complace en adoptarnos como hijos aun al precio de la muerte de su propio Hijo. (Por cierto, detrás de la imagen de la nodriza dispuesta a dar su propia leche a hijos ajenos, ¿no vemos a aquel Padre que, para llevar a muchos hijos a la gloria, entregó a su amado Hijo unigénito?)

3. Impartiros nuestras propias vidas

Los misioneros, pues, impartieron a los tesalonicenses el evangelio de Dios. Pero el mismo carácter de su mensaje hizo que no pudieran hacerlo de una manera aséptica, sin compromiso personal. Para dar eficazmente el mensaje, tenían que darse también a sí mismos. Si el grano de trigo no cae a la tierra y muere, no dará fruto (Juan 12:24). Si el heraldo de Cristo no toma su cruz y muere cada día, no verá conversiones. Sin sufrimiento, no hay salvación. Si Cristo puso su vida por nosotros, nosotros debemos poner nuestra vida por los hermanos (1 Juan 3:16). Por eso, Jesús mismo, antes de enviar a los discípulos en su primera campaña evangelística, les dedicó un tiempo de enseñanza en el que les expuso no sólo las características de su misión, sino también el precio del discipulado (Mateo 10:5–42).
Ya hemos visto (v. 7) que fue la sencillez de los misioneros la que les condujo a criar a los tesalonicenses con ternura de madre. Ahora el apóstol dice que fue su gran afecto (recordemos que esta expresión significa un intenso deseo y una profunda añoranza) el que los llevó a impartirles no sólo el evangelio, sino también sus propias vidas.
Su actividad no era la de una fría y calculada dispensación del evangelio de Dios. Los amaban, y el amor no cuenta el dispendio24.
Si fuera necesario, una madre pondría su vida por su hijo recién nacido y la profundidad de sus sentimientos amorosos la llevaría a hacerlo sin vacilar. Así también, tal es la intensidad de los sentimientos de los misioneros hacia los recién convertidos —pues llegasteis a sernos muy amados—, que dieron de sí sacrificadamente.
El apóstol no dice que habrían estado dispuestos a sacrificarse si hubiera sido necesario (nos habríamos complacido en impartiros nuestras propias vidas), sino que realmente lo hicieron (nos complacíamos en impartiros nuestras propias vidas)25. O, más literalmente, en impartiros las almas de nosotros mismos. Por almas (en griego, psyche), Pablo entiende todo el ser interno del hombre, toda su personalidad íntegra. Los misioneros se entregaron en cuerpo y alma a la misión que les había sido encomendada. El uso del tiempo imperfecto (complacíamos) sugiere que lo hacían repetida o continuamente al estar en Tesalónica o que era su manera habitual de obrar. Se daban a sí mismos y luego se volvían a dar, algo sobre lo cual Pablo insiste con cierta frecuencia:
Yo muy gustosamente gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré por vuestras almas (2 Corintios 12:15).
Aunque yo sea derramado como libación sobre el sacrificio y servicio de vuestra fe, me regocijo y comparto mi gozo con todos vosotros (Filipenses 2:17).
Así debe ser todo ministerio cristiano. Difícilmente sirves a la causa del evangelio si no te entregas a ti mismo y si no estás dispuesto a sacrificarte por aquellos entre los cuales has sido llamado a servir.
Hay aquí una intensidad de expresión que deberíamos notar porque mucho de nuestro servicio es de un carácter tan insípido que lo más íntimo de nosotros lo mantenemos en reserva. Puede que en esto consista el origen de gran parte de nuestra moderna ineficacia. Todavía sigue siendo cierto que el servicio cristiano vital es costoso26.
En estos términos, pues, Pablo contesta a las calumnias. Lejos de querer aprovecharse de los tesalonicenses, los misioneros se han sacrificado a sí mismos por amor a ellos (como Pablo seguirá explicando en el versículo 9). Lejos de visitarles con el fin de sacar provecho de ellos, les han entregado sus propias vidas. Lejos de abrumarles con adulaciones interesadas, les han dado su cuidado y su sincero afecto. Lejos de tratar de obtener de ellos beneficios materiales y prestigio social, se han dedicado a servirles. Lo trágico es que los enemigos están dando una lectura perversa a algo sumamente hermoso y entrañable.

CONCLUSIONES

—Todo ministro cristiano aprobado por Dios (v. 4) ha sido puesto como «nodriza» para amamantar y cuidar a sus hijos. Debe llevar a cabo su ministerio a sabiendas de que los creyentes que están bajo su cuidado no le pertenecen a él, sino al Señor; pero debe hacerlo con la misma ternura y el mismo sentido de responsabilidad que emplearía si se tratara de «sus propios hijos».
—El ministro fiel procurará un máximo de sencillez en su trato con los hijos que le han sido encomendados. Como una madre que juega y conversa con sus hijos pequeños, intentará emplear siempre un lenguaje y un comportamiento idóneos para sus hijos espirituales. Rehuirá todo aire de superioridad, no se colocará nunca en un pedestal, sino que intentará estar a su lado e identificarse con sus necesidades.
—El ministro fiel es una persona que siente profundos lazos de afecto hacia los creyentes a los cuales ministra. Los ama y los añora. Sufrirá «dolores de parto» al ver sus luchas espirituales y se gozará con afecto entrañable al ver su crecimiento en Cristo. Sentirá que el sufrimiento ineludible del ministerio es ampliamente compensado por las profundas relaciones afectivas que son su fruto.
—El ministro fiel, sin embargo, tendrá que seguir adelante en su ministerio aun en aquellos momentos en los que no recibe tales compensaciones. Es llamado a amar a sus hijos aun si no recibe más que disgustos y bofetadas. Debe practicar el ágape, el amor que vemos en Cristo, amor mostrado hasta a sus enemigos, amor que da y vuelve a dar sin estar condicionado por cómo responden sus beneficiarios.
—El ministro fiel debe ser una persona que proporciona consuelo, cariño y calor a la gente. Bastante difícil lo tienen los creyentes en su vida diaria vivida en medio de una sociedad hostil, como para llegar a la iglesia y encontrarse sólo con un ambiente frío y legalista y con las palabras severas de un «pastor sargento». Necesitan las «caricias», el consuelo y la compasión de una madre. Deben poder refugiarse en la comprensión y ternura del ministro. Ciertamente, éste, en su predicación fiel de todo el consejo de Dios, tendrá que decir cosas incómodas y, en momentos determinados, tendrá que ejercer su autoridad, «poner firmes» a los fieles y mantener la necesaria disciplina en la congregación; pero su carácter no debe ser el de un hombre distante, duro o intransigente, sino el de una persona eminentemente accesible, tierna y afable, dispuesta siempre a atender a los demás con amor sacrificado. Sólo así podrá ser un reflejo fiel del Dios de toda consolación (cf. Efesios 4:32).
—El ministro fiel debe tener como la principal preocupación de su ministerio el asegurar que sus hijos estén bien alimentados. No escatimará esfuerzos por garantizar que reciban la leche de la palabra y, si ya son más mayores en Cristo, el necesario alimento sólido.
—El ministro fiel estará dispuesto a dar su vida por sus hijos. De hecho, ya debe estar dándola. En cierto sentido, es más fácil morir por Cristo que vivir para él; porque el martirio es cosa de un solo momento, pero la vivencia sacrificada implica morir diariamente (1 Corintios 15:31), entregándonos constantemente al Señor y, por amor a él, a su pueblo. Como los misioneros se dieron a sí mismos por los creyentes de Tesalónica, así también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos (1 Juan 3:16) y servirles en el espíritu del amor sacrificado de Cristo.

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