LA FACETA MATERNA DEL MINISTRO FIEL | 1 Tesalonicenses 2:7-8 | David Burt
LA FACETA MATERNA DEL MINISTRO FIEL
Más bien demostramos ser benignos entre vosotros, como una madre que cría con ternura a sus propios hijos. Teniendo así un gran afecto por vosotros, nos hemos complacido en impartiros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas, pues llegasteis a sernos muy amados.
LA ESTRUCTURA DE LOS VERSÍCULOS 1 A 8
Prepotentes, soberbios, manipuladores, aduladores, preocupados sólo por su propia reputación y su propia cuenta bancaria … Éstas son algunas de las acusaciones dirigidas contra los misioneros. Según sus enemigos, han entrado en medio de1 los tesalonicenses con actitudes arrogantes, haciendo bandera de su autoridad apostólica e intentando subyugar a los nuevos creyentes bajo el peso de su dominio personal (v. 6b).
En los versículos 5 y 6, Pablo ha contestado negativamente a esas calumnias, afirmando que los misioneros no actuaron en base a motivaciones maliciosas: Nunca fuimos a vosotros con palabras lisonjeras, ni con pretexto para lucrar, … ni buscando gloria de los hombres. Ahora contesta positivamente. El cambio de lo negativo a lo positivo se introduce por medio de la conjunción traducida como más bien o al contrario. En el texto griego, es la misma conjunción empleada en los versículos 2 y 4, y traducida allí como sino que. Así, la estructura de esta sección (vs. 1–8) se divide claramente en tres párrafos:
Prepotentes, soberbios, manipuladores, aduladores, preocupados sólo por su propia reputación y su propia cuenta bancaria … Éstas son algunas de las acusaciones dirigidas contra los misioneros. Según sus enemigos, han entrado en medio de1 los tesalonicenses con actitudes arrogantes, haciendo bandera de su autoridad apostólica e intentando subyugar a los nuevos creyentes bajo el peso de su dominio personal (v. 6b).
En los versículos 5 y 6, Pablo ha contestado negativamente a esas calumnias, afirmando que los misioneros no actuaron en base a motivaciones maliciosas: Nunca fuimos a vosotros con palabras lisonjeras, ni con pretexto para lucrar, … ni buscando gloria de los hombres. Ahora contesta positivamente. El cambio de lo negativo a lo positivo se introduce por medio de la conjunción traducida como más bien o al contrario. En el texto griego, es la misma conjunción empleada en los versículos 2 y 4, y traducida allí como sino que. Así, la estructura de esta sección (vs. 1–8) se divide claramente en tres párrafos:
SENTIMIENTOS DE MADRE
Las características que Pablo menciona explícitamente son tres, aunque hay
otras muchas implícitas en el texto2:
1. La amabilidad, la
humildad o la sencillez: demostramos ser
benignos entre vosotros [o fuimos
niños en medio de vosotros] (v. 7)
La primera
característica nos involucra de inmediato en una compleja cuestión textual.
Resulta que, si bien algunos manuscritos griegos de esta epístola rezan: vinimos a ser benignos entre vosotros, los más antiguos suelen decir: vinimos a ser como niños entre vosotros. En griego, la única diferencia entre
una palabra y otra es la adición de una «n» inicial en el caso de niños: benignos es épioi; niños es népioi. Dado que el griego antiguo se escribía de una manera
continua, sin espacio entre las palabras, y dado que la última letra de la
palabra anterior es una «n», es casi seguro que la variante textual se debe a
un error de copista. Pero ¿en qué sentido? ¿Qué palabra corresponde a lo que
Pablo escribió y qué palabra a la equivocación del copista? La mayoría de
traductores y algunos comentaristas opinan que, en este caso, la antigüedad de
los documentos no es el principal factor a tomar en cuenta3. Debe privar el
sentido lógico del discurso del texto. A primera vista, la frase vinimos a ser niños en medio de vosotros
como una madre … no deja de ser chocante. La mezcla de metáforas es
excesiva. ¿Cómo se puede llegar a ser «niños como una madre»? Por eso, la
mayoría de versiones actuales optan por la lectura alternativa: nos hicimos benignos4.
Sin embargo,
sigue siendo cierto que los mejores manuscritos rezan llegamos a ser niños. Por tanto, diversos comentaristas aducen
argumentos persuasivos para defender esta lectura:
Las características que Pablo menciona explícitamente son tres, aunque hay otras muchas implícitas en el texto2:
1. La amabilidad, la humildad o la sencillez: demostramos ser benignos entre vosotros [o fuimos niños en medio de vosotros] (v. 7)
La primera característica nos involucra de inmediato en una compleja cuestión textual. Resulta que, si bien algunos manuscritos griegos de esta epístola rezan: vinimos a ser benignos entre vosotros, los más antiguos suelen decir: vinimos a ser como niños entre vosotros. En griego, la única diferencia entre una palabra y otra es la adición de una «n» inicial en el caso de niños: benignos es épioi; niños es népioi. Dado que el griego antiguo se escribía de una manera continua, sin espacio entre las palabras, y dado que la última letra de la palabra anterior es una «n», es casi seguro que la variante textual se debe a un error de copista. Pero ¿en qué sentido? ¿Qué palabra corresponde a lo que Pablo escribió y qué palabra a la equivocación del copista? La mayoría de traductores y algunos comentaristas opinan que, en este caso, la antigüedad de los documentos no es el principal factor a tomar en cuenta3. Debe privar el sentido lógico del discurso del texto. A primera vista, la frase vinimos a ser niños en medio de vosotros como una madre … no deja de ser chocante. La mezcla de metáforas es excesiva. ¿Cómo se puede llegar a ser «niños como una madre»? Por eso, la mayoría de versiones actuales optan por la lectura alternativa: nos hicimos benignos4.
Sin embargo, sigue siendo cierto que los mejores manuscritos rezan llegamos a ser niños. Por tanto, diversos comentaristas aducen argumentos persuasivos para defender esta lectura:
—El sustantivo niños sirve mejor
que el adjetivo benignos como
contraste más adecuado con el sustantivo apóstoles
(«podríamos haber impuesto nuestra autoridad como apóstoles, pero de hecho
actuamos entre vosotros como niños»).
—Además, un sustantivo se relaciona mejor que un adjetivo con la frase en medio de vosotros5. Cristo emplea la
misma expresión en Lucas 22:27: Yo
estoy en medio de vosotros como el
que sirve (BJ), o en Mateo 18:20: donde
están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. Puesto que la expresión sugiere un alto
grado de identificación, compenetración y participación con los demás, es
corriente en las Escrituras que una persona esté «en medio» de otras, pero no
que lo esté una cualidad como «benignos».
—Y, en cuanto a las mezcla de metáforas, esto no es más que un rasgo típico
del estilo de Pablo. De hecho, de aquí a unos pocos versículos dirá que los
misioneros son como padres (v. 11)
y como huérfanos (v. 17, donde separados
de vosotros significa literalmente al
quedar huérfanos6).
A la luz de estas consideraciones, no debemos apresurarnos a rechazar esta lectura7. Pero, de retenerla, ¿qué significaría? Aquí hay al menos dos líneas de respuesta posibles. Por una parte, el texto griego admite la creación de dos oraciones diferentes, mediante la unión de la primera parte del versículo 7 con la segunda parte del 6 y la unión de la segunda parte del 7 con el 8. Así, rezaría algo parecido a esto: Aunque como apóstoles de Cristo hubiéramos podido imponer nuestra autoridad, en cambio vinimos a ser [humildes o inocentes] como niños entre vosotros; como una madre que cría sus hijos, así, teniendo un profundo afecto por vosotros, nos complacíamos en impartiros el evangelio8. En este caso, la autoridad del apóstol estaría en contraste con la humildad del niño y Pablo estaría diciendo que los misioneros optaron por renunciar a su derecho apostólico a mandar sobre los tesalonicenses y decidieron portarse como niños con toda sencillez y falta de pretensiones. Así estaría contestando a las acusaciones de prepotencia y manipulación propugnadas por los enemigos (vs. 5–6).
Por otra parte, es posible seguir uniendo las dos partes del versículo 7: fuimos como niños en medio de vosotros, como cuando una nodriza cuida con ternura a sus propios hijos. Como ya hemos dicho, a primera vista esta lectura parece mezclar metáforas de una manera inaceptable. Pero no necesariamente. Si consideramos cómo una madre suele relacionarse con sus hijos, utilizando un lenguaje infantil, adaptándose a sus juegos y expresándose según su mentalidad, pronto entenderemos lo que Pablo quiere decir al comparar a los misioneros con una mujer que «se hace niño» en su relación con sus hijos. Los tesalonicenses eran como niños recién nacidos. Por amor a ellos, los misioneros «se hicieron niños» empleando la sencillez en su predicación y enseñanza. Lejos de exaltarse a sí mismos, quisieron «descender» al nivel de sus oyentes a fin de comunicarles el mensaje en un lenguaje que pudieran entender9.
Tenemos que elegir, pues, entre amabilidad, humildad o sencillez. Según las diferentes opciones presentadas por las variantes en los manuscritos, Pablo estaría expresando una de las tres ideas siguientes:
a. No
impusimos nuestra autoridad apostólica, sino que actuamos entre vosotros con la
amabilidad y la ternura de una madre.
b. No
ensalzamos nuestra dignidad apostólica, sino que estuvimos entre vosotros con
la sencillez y la humildad de unos niños.
c. No
fuimos a vosotros con palabras altisonantes ni con aires de superioridad, sino
que intentamos expresaros el evangelio en lenguaje sencillo y comprensible para
todos.
Sin duda, las tres ideas son objetivamente ciertas10
y, por tanto, deben tener cabida en el ministerio de todo ministro fiel. Pero,
a causa de las cuestiones técnicas que acabamos de ver, es difícil saber
exactamente cuál de ellas tuvo Pablo en mente. Personalmente me inclino a
seguir la opinión de muchos de los grandes comentaristas del siglo pasado
(Lightfoot, Westcott, Hort, Plummer, Findlay, Morris y
otros) y decantarme a favor de la tercera opción. En todo caso, ya se trate de
la benignidad de una madre o de la humildad y sencillez de un niño, la actitud
de los misioneros se distanciaba mucho del mal ejemplo de los falsos
predicadores, así como de las actitudes prevalecientes en la sinagoga; y debe
servirnos a nosotros como modelo.
Por otra parte,
queda claro que ni el lenguaje cariñoso y persuasivo empleado por los
misioneros ni tampoco sus actitudes amables debían ser interpretados como
adulación, lisonja o manipulación (v. 5).
Son expresiones de un amor genuino que desea solidarizarse con el otro a fin de
comunicarse mejor con él.
2. El afecto: teniendo así un gran afecto por vosotros (v. 8)
En el caso de la segunda característica, Pablo emplea un vocablo tan rico en contenido que los traductores tienen que emplear toda una frase —teniendo un profundo afecto— para hacerle justicia. Se trata de un verbo insólito de origen incierto11. Poco frecuente en los escritos que nos han llegado desde la antigüedad, sólo se encuentra aquí en todo el Nuevo Testamento. Expresa un intenso deseo, añoranza, anhelo o enamoramiento12. Es afín al concepto de celo (en sentido positivo) que Pablo emplea en textos como Gálatas 4:17–18 o 2 Corintios 11:2 (celoso estoy de vosotros con celo de Dios). Indica la clase de deseo que el amado siente cuando su amada está lejos13, que los padres sienten ante la tumba de un hijo difunto14 o que una madre siente para con su hijo15, un sentimiento conmovedor experimentado en las profundidades de las entrañas.
A la luz de eso, la palabra afecto parece demasiado débil para describir los sentimientos de los misioneros. Lo que ocurre es que, en nuestros días, hablar de deseos o de anhelos intensos da lugar a malentendidos. Paradójicamente, cuanto más libertina es una sociedad, tanto más incrédula se vuelve en cuanto a algunas formas legítimas de amor y amistad. Nuestros contemporáneos lo erotizan todo y se vuelven irónicos e incrédulos ante cualquier manifestación intensa del amor cristiano. Así vemos cómo, hoy en día, cualquier expresión de afecto sano corre el riesgo de provocar equívocos y calumnias.
En este sentido, nuestros jóvenes lo tienen especialmente crudo. En el instituto, en el taller o en el mundo profesional, están sujetos a un sinfín de tentaciones sexuales y también a la burla si, por amor a Cristo, mantienen intactas su integridad y pureza: «¿Tienes dieciocho años y todavía eres virgen? ¡Venga, hombre! Estarás bromeando. Empieza a vivir. Eres un reprimido. No seas anticuado». Pero el bombardeo del ataque enemigo no sólo les llega por este lado, sino por el lado contrario también. Además de burlarse de la pureza sexual, el mundo encuentra impureza en las relaciones sanas. Todas las cosas son puras para los puros, mas para los corrompidos e incrédulos nada es puro (Tito 1:15).
Así, si dos creyentes dan expresión pública a su comunión cristiana (es decir, al intenso afecto mutuo que frecuentemente acompaña a la exhortación fraternal, la confesión de luchas y pecados o la solidaridad en momentos de aflicción), si se abrazan o se miran con emoción, o si exteriorizan de alguna manera aquellos profundos sentimientos de afecto, cariño y amor que constituyen una de las mayores glorias de las relaciones fraternales en Cristo, pueden esperar escuchar comentarios ofensivos, irónicos o calumniadores. El mundo está pronto a ensuciar la hermosura del amor cristiano y a declarar escabrosas nuestras relaciones más entrañables, íntimas e intensas.
Pero consolémonos con el hecho de que así ocurriera también en tiempos de Pablo. Ya hemos visto cómo los enemigos le acusaban de «impureza» (v. 3), seguramente porque se atrevía a dar expresión a los vivos sentimientos de amor que caracterizaban su relación con los tesalonicenses. Tanto entonces como ahora, la solución no consiste en reprimir nuestro afecto cristiano ni en negarnos a expresarlo. Eso sería seguirle el juego al diablo, quien no desea relaciones profundas y sanas (y sanadoras) entre los creyentes.
Además, sería prescindir de una de las bendiciones más hermosas que tenemos en Cristo. Es absolutamente legítimo, y aun necesario, reivindicar en nuestros días el concepto bíblico de la amistad y practicarlo con intensidad. Cuando el Espíritu de Cristo obra en nosotros sanando nuestras heridas emocionales y capacitándonos para amar, el resultado es la renovación de nuestras relaciones fraternales y el florecimiento de sentimientos tan hondos y conmovedores que sólo pueden ser descritos adecuadamente como deseos y anhelos, sin que por ello deriven en lo más mínimo hacia lo erótico o lo malsano. Incluso me atrevería a emplear en algunos casos la palabra enamoramiento. A veces, la relación entre dos creyentes llega a ser tan entrañable, su compenetración tan intensa y las experiencias vividas juntos tan emocionantes, que es como si se encendiera entre ellos una chispa de amor al menos tan vibrante como el que existe entre una pareja de novios, pero sin ninguna connotación erótica. ¿Acaso no es esto lo que les pasó a David y Jonatán (1 Samuel 18:1; 2 Samuel 1:26)?16 Si enamoramiento no es la palabra correcta para describir su relación, ¿cuál es? Cuando esta clase de relación se da entre nosotros, añoramos al hermano ausente con la misma clase de anhelo con que la novia añora a su novio. Cuando le volvemos a ver, damos expresión a nuestro afecto mediante la clase de abrazos, caricias y lágrimas de gozo que los padres dan a su hijo cuando éste vuelve a casa después de una larga ausencia. Y, estando con nuestro hermano, disfrutamos de nuestra relación fraternal como de un glorioso don de Dios. ¡Cuanto más intensa, tanto más gloriosa!
Y es de esta clase de afecto —intenso, entrañable, conmovedor— de la que Pablo habla ahora al describir los sentimientos de los misioneros hacia los tesalonicenses.
3. El amor: pues llegasteis a sernos muy amados (v. 8)
La tercera característica tiene que ver con el amor cristiano (cf. 1:3). Amados es un cognado de ágape. Es el amor que da y vuelve a dar sin esperar nada a cambio. Es aquel amor que no desea poseer, sino entregar; que no espera ser servido, sino servir y sacrificarse (Mateo 20:28).
Naturalmente, a lo largo de la estancia apostólica en Tesalónica, podemos suponer que los nuevos creyentes pronto empezaron a responder al amor de los misioneros con afecto y con ayuda práctica, probablemente invitándolos a sus casas, ofreciéndoles hospitalidad y atendiendo a sus necesidades. El amor cristiano no necesita estas recompensas para mantenerse en pie; pero, cuando se dan, se robustece y aumenta en sentimientos afectivos. Todo esto está implícito en la frase llegasteis a sernos muy amados. Incluso antes de conocerlos bien, los apóstoles amaron y sirvieron a los tesalonicenses. Pero, al verse objetos de su cariño, el nivel afectivo creció sobremanera.
Éstas, pues, son las tres cualidades que Pablo menciona explícitamente en estos versículos: la sencillez, el afecto y el amor. Son las tres marcas esenciales de la motivación de los misioneros. Y juntas anticipan la metáfora que el apóstol ahora procede a exponer.
LA METÁFORA MATERNA
¡Sencillez, deseo intenso y amor sacrificado! Estas tres virtudes se
encuentran en abundancia en el caso de una madre lactante que cuida de su hijo
recién nacido; y éste es precisamente el símil que Pablo emplea ahora para
ilustrar la ternura de los misioneros. En el texto, las tres virtudes se
vinculan explícitamente a este símil por medio de conjunciones y adverbios de
conexión:
1. En el
caso de la sencillez: llegamos a ser como
niños entre vosotros como una madre
cuando cría a sus hijos.
2. En el caso del afecto: … como
una madre cría con ternura a sus hijos; teniendo así un gran afecto por vosotros …
3. En el caso del amor: como
una madre cuando cría a sus hijos, [quisimos] impartiros nuestras propias
vidas, pues llegasteis a sernos muy
amados.
Así pues, la metáfora de la madre viene a ser el resumen y la culminación
de todo lo que Pablo quiere decir en estos versículos acerca de los vínculos
afectivos que han motivado a los misioneros en sus relaciones con los
tesalonicenses.
De todos los
amores humanos, el amor de madre es, sin duda, el más leal, el más paciente, el
más entrañable. En las Escrituras, sólo el amor de Dios hacia sus hijos lo
supera en intensidad y en espíritu sacrificado, por lo cual Dios mismo no
vacila en echar mano al amor de madre a fin de ilustrar la grandeza de su
propio amor:
Porque así dice el Señor: He aquí, yo extiendo
hacia ella [Jerusalén] paz como un río, y la gloria de las naciones como
torrente desbordado; y mamaréis, seréis llevados sobre la cadera y acariciados
sobre las rodillas. Como uno a quien consuela su madre, así os consolaré yo (Isaías 66:12–13).
¿Puede una mujer olvidar a su niño de pecho, sin
compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ellas se olvidaran, yo no te
olvido (Isaías 49:15).
De hecho, Pablo no habla aquí estrictamente de una «madre», sino de una nodriza. La palabra empleada (trophos) está emparentada con la idea de
alimentar (cf. Lucas 23:29) y se refiere a la mujer que da el pecho «a sus hijos». Sin embargo, el
adjetivo posesivo sus es enfático y
se refiere no a los niños que le han sido encomendados, sino a sus propios
hijos.
La idea, pues, es
la siguiente. Entre una nodriza y los niños a los que ella cría se forman
vinculaciones afectivas muy fuertes. A veces, llegan a superar en intensidad el
amor que la madre biológica siente hacia ellos. Y el ministro cristiano es una
«nodriza»: ha sido puesto por el Señor para criar a los hijos de Dios recién
nacidos. Es de esperar, pues, que se forjen vínculos de amor muy intensos entre
él y estos «hijos adoptivos» suyos. Sin embargo, por muy fuerte que sea el amor
de la nodriza para con los niños ajenos criados por ella, no puede compararse
con lo que siente para con sus propios hijos. Igualmente, el vínculo afectivo
es aun más fuerte entre el ministro cristiano y aquellos creyentes que se han
convertido gracias a su ministerio y que son, en un sentido, «sus propios
hijos». Éste era el caso de los misioneros en su relación con los
tesalonicenses. Habían actuado como nodrizas puestas por Dios, pero nodrizas
que criaban a sus propios hijos.
O, para expresar
lo mismo en términos negativos, una nodriza podría quizás ser negligente en el
caso de niños ajenos; pero, si se trata de los suyos propios, se vuelca en
atenciones cariñosas17. Y esto es lo que han hecho los misioneros
en Tesalónica. Se han portado con los nuevos creyentes como si fueran sus
propios hijos, tratándolos con el amor tierno y cariñoso de una madre.
No deja de
asombrarnos el hecho de que Pablo, teólogo profundo, pensador riguroso, maestro
exigente, soldado aguerrido y apóstol militante, haya empleado un lenguaje tan
tierno. Solemos imaginarle como una persona cerebral más que emotiva,
intelectual más que sentimental, intransigente más que tierno, frío más que
sensible. Pero ¡qué equivocados estamos y qué lejos de entender bien sus
escritos! Éstos revelan que era un hombre sumamente equilibrado que sabía
utilizar su mente y sostener sus convicciones para la gloria de Dios; pero que
sabía también llorar y exteriorizar sin vergüenza sus sentimientos y emociones.
En realidad era un hombre compasivo, de
corazón tierno, de amor abnegado18. Vemos en él un fiel reflejo
del Señor Jesucristo que podía, en un momento, sacar un látigo y echar a los
mercaderes del templo; pero, en otro, sabía llorar sobre Jerusalén y compararse
a sí mismo con una gallina junto a sus pollitos (Mateo 23:37). ¡Otra figura femenina!
Es algo muy hermoso que un hombre tan tosco y
masculino como el apóstol Pablo se haya servido de esta metáfora femenina.
Algunos líderes cristianos se vuelven egocéntricos y autocráticos. Cuanto más
sienten amenazada su autoridad, tanto más hacen bandera de ella. En nuestro
ministerio pastoral, todos necesitamos desarrollar más la ternura, el amor y la
entrega de una madre19.
De hecho, Pablo iría aun más lejos en su uso del simbolismo materno para
describir su ministerio docente y pastoral. Cuando, en 1 Corintios 3:1–2, dice que tuvo que tratar a los corintios como a niños y darles de beber leche, no alimento sólido, no debemos
imaginar que la ilustración se refiere a leche comprada en botellas o servida
mediante biberón. No existían tales cosas en aquel entonces. Pablo está
hablando de darles el pecho.
Recordemos, a
este respeto, que la ternura materna debe ser característica de todos los que
ejercemos un ministerio pastoral. No hay lugar en el pastoreo para hombres
ariscos, impacientes y faltos de compasión. La ternura no es una virtud
opcional, sino un requisito indispensable (2 Timoteo 2:24).