LA NOSTALGIA DE LOS MISIONEROS | 1 Tesalonicenses 2:17-18 | David Burt

 

LA NOSTALGIA DE LOS MISIONEROS

1 TESALONICENSES 2:17-18

Pero nosotros, hermanos, separados de vosotros por breve tiempo, en persona, no en espíritu, estábamos muy ansiosos, con profundo deseo de ver vuestro rostro, ya que queríamos ir a vosotros (al menos yo, Pablo, más de una vez) pero Satanás nos lo ha impedido.

UNA SEPARACIÓN INDESEADA (v. 17)

Ahora, al entrar en la cuarta sección de la epístola (2:17–3:13), nuestra atención se desplaza desde los tesalonicenses hacia el equipo apostólico, como ya ocurrió cuando pasamos de la primera sección (1:2–10) a la segunda (2:1–12). Esta vez, el apóstol expondrá no ya las motivaciones de los misioneros durante su estancia en Tesalónica (2:1–12), sino sus sentimientos al verse separados de los tesalonicenses (2:17–20) y las medidas que han tomado ante las preocupantes noticias de la persecución (3:11–13). Lo que la cuarta sección tiene en común con la segunda es su exposición del entrañable amor que Pablo y su equipo tenían para con sus hijos espirituales. Este texto volverá a introducirnos en el corazón del apóstol con el fin de revelar cómo debe ser el auténtico pastoreo. Juntas, las dos secciones demuestran el valor incalculable de la amistad cristiana y la profundidad de los vínculos afectivos que deben unir a los creyentes.

Sin duda, una de las acusaciones que los adversarios dirigían contra los misioneros era que habían abandonado a los creyentes de Tesalónica y ya no se preocupaban por ellos. Su larga ausencia de la ciudad era la prueba fehaciente de que no los estimaban y de que no tenían la menor intención de volver a visitarles. Pablo, por tanto, necesita aclarar dos cosas: que su ausencia no ha sido voluntaria, sino que se ha impuesto por fuerza mayor (v. 18); y que los misioneros siguen tan preocupados por los tesalonicenses y tan comprometidos con ellos como al principio (v. 17). Tiene que defenderse ante las acusaciones no sólo en torno al ministerio realizado durante su estancia en Tesalónica (2:1–12), sino también en torno a su ausencia de la ciudad (2:17–3:13). Si el 2:1–12 es la apologia pro vita sua, el 2:17–3:13 es la apologia pro absentia sua1.

Esa acusación fue especialmente hiriente por cuanto los mismos adversarios habían creado la situación de la cual ahora culpaban a los misioneros: ellos los habían expulsado de la ciudad (v. 15) y, seguramente, obraban para impedir su regreso. Por eso, la frase inicial del versículo señala el contraste entre los misioneros y los adversarios: pero nosotros es una frase enfática que significa nosotros en contraste con aquellos judíos2 cuyas maquinaciones Pablo acaba de enumerar (vs. 14–16). Ellos son enemigos del evangelio que os persiguen; pero nosotros os amamos en el entrañable amor de Cristo.

Acto seguido, vuelve a añadir la palabra hermanos, reforzando así el vínculo afectivo que existe entre ellos y recordándoles que esta vinculación se arraiga en su participación conjunta en la familia de Dios. La relación que existe entre ellos no es una mera relación de conveniencia, sino un parentesco espiritual. No son socios de una misma organización, sino miembros de una misma familia, están unidos entre sí por una misma vida espiritual, son hijos de un mismo Padre. Por tanto, es una relación capaz de sobrevivir a pesar de las ausencias y a pesar de los ataques de los adversarios.

Así pues, aun en las primeras palabras de esta sección, el lenguaje es emotivo y expresa los fuertes vínculos afectivos que unen a los misioneros con los creyentes de Tesalónica. Pero es en las frases siguientes cuando Pablo se desvive por emplear un vocabulario capaz de comunicar toda la intensidad emocional de esa vinculación3. Por ejemplo, la palabra traducida como separados es un verbo compuesto que se emplea sólo aquí en todo el Nuevo Testamento4. En su sentido original, significa literalmente ser dejados huérfanos. Sin duda, aún retenía algo de este significado cuando Pablo escribía5, por lo cual el sentido de sus palabras es que, al ser expulsados de Tesalónica, los misioneros habían sentido la misma intensidad de dolor y angustia que cuando un niño pierde a sus padres. No se trata de una separación cualquiera, sino de la de la muerte, una separación que siempre resulta chocante e inesperada y deja aturdidos a los que la sufren. Con el paso del tiempo, este verbo adquirió un sentido más genérico, el de ser privados de algo. Pero, en combinación con el prefijo apo (fuera de) añadido por Pablo, sugiere una privación violenta y desgarradora: ser arrancados6. Así pues, el apóstol está diciendo que, cuando los misioneros se encontraron fuera de la ciudad y separados de sus amados tesalonicenses, sin posibilidad de volver a verlos, se sintieron tan desconsolados como cuando un niño pierde a sus padres, tan desgarrados como cuando una persona pierde un miembro de su cuerpo. Había sido una separación violenta y cruel y, lejos de alejarse de la ciudad pensando sólo en sus propios intereses, los misioneros la habían vivido y sentido profundamente.

Sin embargo, Pablo confía en que este «luto», en la buena voluntad de Dios, no será definitivo ni la separación permanente. Más bien se trata de una pérdida por breve tiempo (literalmente, por tiempo de una hora). No obstante, si ahora menciona la brevedad de la separación es para remarcar la intensidad de su afecto. A pesar de que su ausencia de la ciudad sólo ha sido breve, sin embargo su estado anímico ha sido de profunda ansiedad y añoranza.

Además —les asegura—, la separación sólo ha sido física y geográfica, no espiritual ni afectiva. Ha sido en persona, no en espíritu (literalmente, de rostro, no de corazón). No ha habido ninguna ruptura íntima entre ellos. En Cristo siguen unidos por vínculos entrañables e inquebrantables. Los misioneros no se han olvidado de sus hijos espirituales, sino que los han echado siempre de menos, han orado constantemente por ellos (1:2), han seguido con interés y con ansiedad su progreso espiritual (1:8–9) y han tomado medidas para asegurar su cuidado pastoral (3:1–2). La vinculación no sólo se mantiene, sino que lo hace de forma viva e intensa.

LOS SENTIMIENTOS DE LOS MISIONEROS (v. 17)

Los sentimientos de los misioneros, ya implícitos en el lenguaje de la primera parte del versículo 17, se hacen aun más explícitos en la segunda parte.

Es difícil encontrar una palabra castellana equivalente al verbo griego traducido como estar ansiosos (o procuramos). Se trata de una palabra a medio camino entre la idea de tener prisa y la de tener deseos intensos, entre apresurarse y esforzarse. Transmite la idea de ansia, de rapidez, de esfuerzo y de seriedad7: en su anhelo de volver a ver a los tesalonicenses, el apóstol había empleado todo despacho y toda diligencia8.

Además, Pablo refuerza este verbo, ya fuerte de por sí, mediante un adverbio comparativo9 igualmente fuerte. El muy de nuestra versión no le hace justicia. Una traducción más adecuada sería más abundantemente10. Los misioneros se habían esforzado hasta lo sumo en su intento de volver a ver a los tesalonicenses (la frase ver vuestro rostro, por supuesto, corresponde a la idea que Pablo acaba de mencionar: la de estar separados de ellos en rostro).

Los creyentes no deben pensar, por tanto, que la ausencia de los misioneros se debe a una falta de interés. Todo lo contrario. Siempre seguían la estrategia de volver a visitar a las iglesias para confirmarlas en la fe (cf. Hechos 14:21–23). En el caso de los tesalonicenses, en cuanto pudieron, se esforzaron por todos los medios en encontrar una manera segura de volver a la ciudad, pero sin éxito.

¿Y por qué se esforzaron así? Pablo dice que fue a causa de su profundo deseo. Esta expresión resulta chocante. La palabra traducida como deseo normalmente tiene connotaciones negativas y significa lujuria, codicia o concupiscencia11. En ese sentido se empleará en el 4:4–5: Que cada uno de vosotros sepa cómo poseer su propio vaso en santificación y honor, no en la pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios. Ahora, pues, el apóstol da expresión a sus sentimientos indicando que son el equivalente, en la esfera espiritual, al deseo apasionado en la esfera carnal. Lo que siente para con los tesalonicenses no es una mera añoranza, sino algo así como una pasión feroz12.

Aquí, pues, volvemos a encontrarnos con un lenguaje casi erótico empleado para dar expresión al amor cristiano, como aquel que vimos antes, en el 2:8 (en el que la frase teniendo un gran afecto por vosotros casi tiene la fuerza de estando enamorados de vosotros). Y como dijimos con respecto a aquel texto, no tenemos por qué avergonzarnos de este lenguaje; más bien debemos ruborizarnos ante la sociedad en la que vivimos, cuyas perversiones sexuales y relaciones malsanas hacen que el uso de palabras semejantes se preste actualmente a equívocos. Debemos reivindicar el uso correcto de tales expresiones, pues representan la cara positiva, espiritual y legítima de aquellas relaciones amorosas cuya cara siniestra se ve en las caricaturas feas que la carnalidad mundana nos ofrece. O, como mínimo, debemos asegurar que aquella intensidad de sentimientos afectivos que refleja este lenguaje pueda encontrar su cauce entre nosotros. Aunque quizás sea aconsejable prescindir de esta clase de vocabulario en nuestras relaciones, no podemos ni debemos prescindir de aquel auténtico amor fraternal cuya intensidad sólo se expresa adecuadamente en estos términos.

EL IMPEDIMENTO SATÁNICO (v. 18)

Habiendo asegurado a los tesalonicenses que el amor fraternal que los misioneros sentían hacia ellos era aún tan intenso como cuando ministraban entre ellos (2:7–12), el apóstol vuelve al tema de cómo habían intentado volver a la ciudad pero habían visto frustrados sus planes: queríamos ir a vosotros … pero Satanás nos lo ha impedido.

Hay cierto debate entre los comentaristas sobre si el verbo traducido como queríamos expresa un deseo o una planificación explícita, si tiene que ver con las emociones o con la voluntad; es decir, si debe traducirse como sentimos el deseo o como hicimos planes. En todo caso, queda claro que la ausencia de los misioneros no se debe a su indiferencia o a su falta de iniciativa. Vez tras vez habían sentido la nostalgia del afecto fraternal que les avivaba el deseo de volver a ver a los tesalonicenses. Lo único que no está claro es hasta qué punto ese deseo les llevó a hacer preparativos para el regreso.

Quizá porque las acusaciones de los adversarios habían sido especialmente virulentas contra Pablo, el apóstol siente la necesidad de añadir entre paréntesis: al menos yo, Pablo, más de una vez. La traducción al menos yo podría sugerir la idea de que Silas y Timoteo no compartían este sentir, cuando de hecho el texto original sólo quiere destacar positivamente el sentir del apóstol. Quizás fuera mejor traducir la frase como «yo, Pablo, en particular» o «yo mismo, Pablo»13.

Hay que recordar que, durante este período de la separación, el apóstol se había encontrado en diferentes ocasiones sin la compañía de Silas y Timoteo. El texto, pues, parece puntualizar que, aunque el sentir de todos era volver cuanto antes a Tesalónica, Pablo mismo se había propuesto hacerlo incluso cuando se encontraba a solas. Una y otra vez14, estando sus compañeros con él o no, se había planteado la posibilidad de volver. Tanto al huir a Berea como a lo largo de su estancia en Atenas y Corinto, estaba pendiente de cualquier oportunidad para regresar.

Sin embargo, hasta la fecha Satanás siempre había frustrado sus planes. Le había cortado o bloqueado el camino15. Nos gustaría saber más detalles. ¿Qué circunstancias había empleado el maligno para sembrar sus impedimentos? ¿Se trata de la fianza pagada por Jasón y otros creyentes, la cual quizás se perdiera si Pablo volvía (Hechos 17:9)? ¿O de estorbos que llegaban a través de las circunstancias y los compromisos en los que Pablo se encontraba en Atenas y Corinto? ¿Acaso estuvo el apóstol enfermo o careció de los necesarios recursos económicos para emprender el viaje? No lo sabemos.

Aún más significativo es saber cómo Pablo supo que en esta ocasión el impedimento era satánico, mientras que en otros casos (por ejemplo, cuando el equipo apostólico había intentado pasar a Asia y a Bitinia) había entendido que procedía del Espíritu de Jesús (Hechos 16:6–7). La respuesta correcta probablemente sea que, en todos estos casos, tanto el Espíritu Santo como Satanás tenían sus intereses. Cuando el diablo actúa contra la misión de la iglesia, muchas veces parece salirse con la suya; pero normalmente ocurre que, al mirar atrás, descubrimos que, más allá de las siniestras intenciones diabólicas, está la providencia soberana de Dios. Nuestros planes humanos pueden ser frustrados; pero los designios eternos de Dios, jamás. El obrero cristiano siente la amenaza de la oscuridad maléfica y ve cómo el maligno le pone trabas a sus proyectos; pero descansa en su conocimiento de la superior sabiduría y el mayor poder de Dios16. Por tanto, cuando llega la oposición, especialmente cuando llega de manos de los que están claramente al servicio del maligno, el creyente reconoce en ella la obra de Satanás; pero sabe que no llegaría sin la voluntad permisiva de Dios y que Dios se la permite o porque quiere que su siervo luche en el poder de Cristo contra las artimañas del diablo, o porque desea dirigirle y reorientarle a través de estos obstáculos. Aunque inicialmente nos extrañe esta idea, no hay necesariamente ninguna contradicción entre afirmar que Satanás nos impidió y que el Espíritu de Jesús no nos lo permitió17.

Lo claro es que, en este caso, Pablo es profundamente consciente de las intenciones malignas de Satanás. Las entiende muy bien, pero aún no puede entender los mayores propósitos de Dios (uno de los cuales era, sin duda, la redacción de esta epístola, que no habría visto la luz si no hubiera sido por el estorbo satánico). Siente la fuerza no sólo de la persecución de los judíos (2:14–16), sino de la oposición diabólica.



Adaptado: Burt, D. F. (2002). La Conversión Auténtica

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