LAS BUENAS NOTICIAS TRAÍDAS POR TIMOTEO | 1 Tesalonicenses 3:6| David Burt
LAS BUENAS NOTICIAS TRAÍDAS POR TIMOTEO
1 TESALONICENSES 3:6
Pero ahora Timoteo ha regresado de vosotros a nosotros, y nos ha traído buenas noticias de vuestra fe y amor y de que siempre tenéis buen recuerdo de nosotros, añorando vernos, como también nosotros a vosotros; …
EL RETORNO DE TIMOTEO
¡Timoteo ha vuelto! ¡Acaba de llegar!1
Hay que ver cómo el gozo de la comunión fraternal puede cambiar nuestro estado
anímico. De repente, en medio de la temática sombría del sufrimiento, irrumpe
un nota de alegría y bendición que se hace palpable en el tono del lenguaje del
apóstol2.
Ya no está solo. Ahora disfruta otra vez de la compañía de su amado hermano
Timoteo.
¡Y, probablemente, de la de Silas también! Como ya hemos dicho, el regreso
de Timoteo corresponde, sin duda, a la ocasión mencionada en Hechos 18:4–5: [Pablo] discutía en la sinagoga [de
Corinto] todos los días de reposo, y trataba de persuadir a judíos y a griegos.
Cuando Silas y Timoteo descendieron de
Macedonia, Pablo se dedicaba por completo a la predicación de la palabra.
Si el apóstol no hace referencia ahora a Silas, no es porque desprecie la
amistad de éste, sino porque no viene al caso mencionarle en una carta a los
tesalonicenses por cuanto no acaba de volver de Tesalónica, sino de otro lugar
de Macedonia3.
Algo del carácter entrañable del reencuentro con Timoteo se ve en la frase:
Timoteo ha regresado de vosotros a nosotros. Si Pablo sólo hubiera deseado
comunicarles que Timoteo había llegado con bien, sano y salvo después de su
largo viaje, le habría bastado con decir: Timoteo
ha regresado, sin más. Si hubiera querido ser más explícito, podría haber
dicho: ha regresado de Tesalónica a
Corinto. Pero lo que dice es algo más cordial y humano: Timoteo ha venido de vosotros a nosotros.
Lo importante no es el desplazamiento geográfico, sino la comunión fraternal.
Timoteo ha estado con vosotros, ministrándoos y enseñándoos. Vuestra ganancia
fue mi pérdida (vs. 1–2). Ahora vuelve a estar con Silas y conmigo,
atendiendo a nuestras necesidades y proporcionándonos el consuelo de su
compañerismo. Vuestra pérdida es nuestra ganancia4.
El ministerio cristiano consiste en una alternancia de pruebas y
bendiciones, de sombras y luces, de momentos de tristeza y preocupación y otros
de gozo y comunión:
El que va andando y
llorando, llevando la semilla de la siembra, en verdad volverá con gritos de
alegría, trayendo sus gavillas (Salmo 126:6).
El llanto puede durar toda
la noche, pero a la mañana vendrá el grito de alegría (Salmo 30:5).
Cuando la mujer está para
dar a luz, tiene aflicción, porque ha llegado su hora; pero cuando da a luz al
niño, ya no se acuerda de su angustia, por la alegría de que un niño haya
nacido en el mundo (Juan 16:21).
El regreso de Timoteo significó para Pablo el paso
del llanto a la alegría, de la aflicción al gozo. Sus circunstancias en Corinto
seguían siendo difíciles, pero se hacían más soportables gracias al
compañerismo cristiano.
LAS BUENAS NOTICIAS
Sin embargo, lo que causa más alegría al apóstol
—o, al menos, el motivo que menciona explícitamente en la epístola— no es la
renovada comunión con Timoteo, sino las buenas
noticias que éste ha traído consigo.
La frase buenas noticias (en
griego, una sola palabra), aunque puede significar cualquier mensaje destinado
a despertar gozo en el oyente5, se emplea normalmente para referirse
al evangelio6:
Es éste el único
lugar del Nuevo Testamento donde se usa tal vocablo para referirse a otras
noticias que no son las de la obra redentora de Dios en Cristo. Para el
apóstol, el informe que recibía era un verdadero evangelio que le recordaba la
fidelidad y el poder de Dios7.
Los misioneros habían llevado a Tesalónica las
buenas noticias acerca de Jesucristo; ahora Timoteo trae a los misioneros las
buenas noticias acerca de los tesalonicenses.
De un día para otro, pues, se han despejado todos los temores y se han
esfumado todas las dudas que se debatían en el pecho de Pablo. Se ha acabado no
solamente su soledad en el ministerio, sino también aquella ansiedad en torno a
los tesalonicenses que le había mantenido en vilo durante su estancia en Atenas
y en Corinto. Los creyentes no han vuelto atrás. No han negado la fe. A pesar
de todas las presiones sociales y familiares, han permanecido fieles al Señor.
A pesar de la fragilidad de su fe de recién convertidos, fe que parecía incapaz
de soportar las crueles embestidas del maligno, se han resistido y aun se han
fortalecido en su testimonio (1:8) y en su amor fraternal (1:3). Sólo una obra sobrenatural del Espíritu de Dios puede explicar su
perseverancia (1:4–5). Al ver el poder de Dios manifestado en ellos,
Pablo mismo recibe nuevas fuerzas y renovados ánimos para seguir adelante con
su ministerio (3:7–8).
Las dos cualidades de los tesalonicenses que Pablo destaca en torno al
informe de Timoteo son su fe y su amor. En eso, el apóstol vuelve a lo que ya
había dicho acerca de ellos en el 1:3, al hablar de vuestra obra de fe y
vuestro trabajo de amor. Como dijimos ya en aquel contexto, la fe se refiere a su relación con Dios y
el amor a su relación con los demás
creyentes (cf. Colosenses 1:4: vuestra
fe en Cristo Jesús y el amor que
tenéis por todos los santos; cf. también Efesios 1:15;
Filemón 5;
1 Juan 3:23). La fe denota la firme confianza y el
claro compromiso con el Señor; el amor denota el profundo afecto y el claro
compromiso con los hermanos.
La ausencia de alguna referencia a la esperanza,
el tercer miembro de la trilogía habitual en los escritos de Pablo, quizás sea
significativa. Ya hemos sugerido que el apóstol puede haberla visto como el
factor más débil en la experiencia actual de los tesalonicenses. Cierto, ha
hablado de la firmeza de su esperanza
(1:3); pero va a dedicar gran parte del resto de su
epístola a reforzarla, para que no os
entristezcáis como lo hacen los demás que no tienen esperanza (4:13). Comprende, pues, que no están sin esperanza, pero que la que tienen
necesita ser afianzada. ¿Y la nuestra? ¿Puede ser que, como los tesalonicenses,
mantengamos vivos la fe en Cristo y el amor a los hermanos, pero que tengamos
un poco apagada la ilusión de nuestra esperanza? Si así fuera, sigamos leyendo
la epístola, ¡porque se dirige a nosotros!
Como es habitual en él, Pablo menciona en primer lugar la fe de los tesalonicenses. En cierto
sentido, el amor es aun más importante que la fe, porque siempre existirá,
mientras que ésta sólo es temporal. No obstante, es correcto que la principal
preocupación del apóstol sea la fe; porque, cuando ésta es sana, el amor y la
esperanza brotan de manera natural. La preocupación de Pablo en torno a la fe
de los tesalonicenses ya se ha hecho patente: envió a Timoteo a fin de
fortalecerles en la fe (3:2) y para informarse acerca de ella (3:5). Ahora le llegan las buenas noticias de que su fe se mantiene y se
fortalece.
¿Cómo lo sabe? Es difícil medir la autenticidad de la fe. Pero la fe
auténtica se manifiesta mediante las buenas obras del amor (1:3). Es la combinación de esas dos cualidades —fe y amor— la que anima tan
poderosamente a Pablo. Si hubieran manifestado sólo fidelidad a la doctrina de
Cristo, sin amarse los unos a los otros, Pablo podría haber sospechado que su
fe no era más que la adscripción mental a una nueva ideología, sin que hubiera
en ellos una auténtica obra de regeneración y renovación (Tito 3:5). Si, en cambio, hubieran practicado un amor fraternal sin aferrarse al
Señor con una verdadera relación de fe, podría sospechar que se debía sólo a la
solidaridad que los seres humanos suelen practicar en momentos de sufrimiento.
Pero no. Ni habían caído en el extremo de la fría ortodoxia ni tampoco en el
del sentimentalismo falto de contenido. Se había hecho patente que su fe no era
vana (1 Corintios 13:2; Santiago 2:20), que no consistía en un mero asentimiento intelectual a una serie de
enseñanzas religiosas, sino en un auténtico compromiso con Cristo como Señor y
Salvador, por cuanto se estaba manifestando en el amor a los hermanos. Y se
había hecho patente que su amor no era meramente aquella clase de solidaridad
social que brota de una comunidad de intereses, sino un auténtico reflejo del
amor de Cristo, por cuanto brotaba del compromiso de la fe en él. Una cosa sin
la otra habría sido decepcionante. Las dos cosas juntas se confirman mutuamente
y aseguran su autenticidad. La verdadera fe siempre obra por amor (Gálatas 5:6)8.
LA NOSTALGIA FRATERNAL
Las buenas noticias traídas por Timoteo no se
agotan con la fe y el amor de los tesalonicenses. Hay más:
Los convertidos no sólo eran
ortodoxos en doctrina e irreprochables en conducta, sino que, además,
conservaban cálido afecto para con su padre espiritual9.
Puesto que el apóstol ya ha manifestado su
profundo amor hacia los tesalonicenses y ya ha expresado cómo los echa de
menos, la otra noticia tiene que haberle llenado de satisfacción y emoción: Timoteo … nos ha traído buenas noticias … de
que siempre tenéis buen recuerdo de nosotros, añorando vernos, como también
nosotros a vosotros. Las calumnias de los enemigos no han logrado socavar
la lealtad de los tesalonicenses hacia su persona. Aún le tienen en alta estima
y en amor.
¿Cómo debemos interpretar el repetido énfasis que encontramos en los
escritos de Pablo sobre el gozo de saber que otros le aprecian, el temor a ser
rechazado y la nostalgia que siente en torno a sus hermanos y compañeros
ausentes (cf. 2:17; 3:2; Romanos 15:23; 2 Timoteo 1:4)?
Para los malpensados, podría ser evidencia de la inseguridad emocional del
apóstol, de su falta de afecto, de algún trauma infantil. Constantemente
—dirían— necesita reforzarse a sí mismo granjeándose la aprobación de los demás
y sabiéndose amado.
Pero ésta sería una interpretación sesgada y perversa. El hecho es que el
ser humano fue creado para disfrutar de relaciones afectuosas con su prójimo y
una de las glorias del evangelio es la manera en que restaura lo que se perdió
en la caída. De ninguna manera se avergüenza Pablo a causa de los fuertes
sentimientos amorosos que abriga en cuanto a sus hijos espirituales y sus
consiervos en el ministerio. Los ama profundamente. Desea estar con ellos.
Siente la emoción desgarradora de la separación y los echa de menos con gran
dolor cuando están ausentes.
Cualquier persona que no entiende esto o que cree que la añoranza del
apóstol es síntoma de una personalidad enfermiza, sólo demuestra lo lejos que
está de haber sido transformada a la imagen de Cristo. Porque, lo que es cierto
de Pablo, también lo fue de su Señor. Vez tras vez, Cristo hacía afirmaciones
que demostraban su gran afecto para con los discípulos, su deseo de estar con
ellos y su preocupación por que mostraran la misma clase de amor entre sí y
hacia él mismo:
Designó
a doce, para que estuvieran con él (Marcos 3:14).
Les dijo: Intensamente he
deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer (Lucas 22:15).
Entonces les dijo: Mi alma
está muy afligida, hasta el punto de la muerte; quedaos aquí y velad conmigo (Mateo 26:38).
Sabiendo Jesús
que su hora había llegado para pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a
los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin (Juan 13:1).
Si me voy y preparo un lugar
para vosotros, vendré otra vez y os tomaré conmigo; para que donde yo estoy,
allí estéis también vosotros (Juan 14:3).
Esta clase de amor, que aprendemos de Jesús, no
sólo puede, sino debe, manifestarse en todos los que le seguimos. Amar así no
es una opción, sino un mandamiento:
Un mandamiento nuevo os doy:
que os améis los unos a los otros; que como yo os he amado, así también os
améis los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si
os tenéis amor los unos a los otros (Juan 13:34–35).
La persona que no necesita el afecto de sus
hermanos ni los echa de menos cuando están ausentes, con ello no da señales
(como parecen pensar algunos) de una sorprendente madurez espiritual y
autonomía emocional, sino de un terrible endurecimiento de corazón. No es tanto
una persona fuerte como un pobre lesionado. Tiene sus emociones cauterizadas y
necesita ser ablandado por el Espíritu de Cristo. Igualmente, el obrero
cristiano que no anhela recibir noticias acerca de los creyentes a los que ha
ayudado en el pasado y no aspira a volver a verlos tiene serios problemas
espirituales, porque no debería tener mayor
gozo que éste: oír que sus hijos andan en la verdad (3 Juan 4). ¿Acaso no son aun más fuertes que los vínculos del parentesco carnal
aquellos que tenemos en Cristo? Si los padres humanos añoran la compañía de su
hijo ausente, ¿añoraremos nosotros menos la ausencia de nuestros hijos
espirituales y nuestros hermanos en la fe? Pablo ya ha expresado su amor de
padre (2:11) y de madre (2:7–8). Es natural que, al ver que sus hijos le correspondían en su afecto, se conmoviera
en sus entrañas y les expresara su gozo.
Concretamente, la intensidad de la relación afectiva entre los
tesalonicenses y los misioneros se expresa aquí mediante tres frases.
1. Siempre
tenéis buen recuerdo de nosotros
El verbo traducido como tener
recuerdo significa mucho más que no
olvidarse. A veces, su sentido es recordar
en oración (por ejemplo, en el 1:2, donde la expresión hacer mención
es más literalmente hacer memoria;
cf. Romanos 1:9; Efesios 1:16; Filipenses 1:3; 2 Timoteo 1:3). Aquí tiene una emotiva nota cariñosa: recordar con afecto, añorar o atesorar
el recuerdo. Esto queda confirmado por la adición del adverbio siempre (el cual indica que el recuerdo
en cuestión es una añoranza continua) y del adjetivo bueno (tener buen recuerdo10),
el cual da lugar a diferentes traducciones en otras versiones como nos recordáis con cariño11,
conserváis gratos recuerdos12.
En fin, esta frase nos recuerda el afecto de los corintios hacia Pablo
transmitido en otro informe, esta vez traído por Tito:
Dios … nos consoló con la
llegada de Tito; y no sólo con su llegada, sino también con el consuelo con que
él fue consolado en vosotros, haciéndonos saber vuestro gran afecto, vuestro
llanto y vuestro celo por mí; de manera que me regocijé aún más (2 Corintios 7:7).
2. Añorando
vernos
Después de todo lo que habían sufrido como consecuencia de haber abrazado
el evangelio, no habría resultado sorprendente que los tesalonicenses hubieran
mirado a Pablo con cierto recelo, considerándolo una fuente constante de
problemas y aflicciones. Muy bien podrían no haber deseado nunca más tener
noticias suyas. Pero, lejos de eso, tienen fuertes deseos de volver a verle.
El verbo añorar indica en el
Nuevo Testamento un deseo especialmente fuerte, emotivo o intenso. Es el
vocablo empleado por Pablo al describir sus sentimientos ante la degeneración
de su cuerpo terrenal y el deseo de ser glorificado:
En esta morada gemimos, anhelando ser vestidos con nuestra
habitación celestial (2 Corintios 5:2).
Se refiere, pues, no a un deseo temporal o
superficial, sino a los deseos más profundos del creyente sujeto a las ataduras
y aflicciones de esta vida mortal.
3. Como
también nosotros [os añoramos] a vosotros
La añoranza no es sólo algo experimentado por los tesalonicenses. Es
recíproca. Los misioneros también la sienten. Pablo ya ha expresado este deseo
suyo en el 2:17–18. Ahora vuelve a confirmarlo. Su
sentimiento es el mismo que expresará más adelante a los filipenses:
Dios me es testigo de cuánto
os añoro a todos con el entrañable
amor de Cristo Jesús (Filipenses 1:8; cf. 2:26; Romanos 1:11).
Como otros tantos pasajes de esta epístola, este
breve versículo nos invita a hacernos una honesta evaluación de nuestra
situación espiritual:
1. ¿Qué
tal se manifiestan en nosotros las principales virtudes cristianas? ¿Qué
puntuación creemos que nos merecemos en cuanto a nuestra fe, nuestro amor y
nuestra esperanza? ¿Está viva en nosotros la confianza de que, de aquí a un
poco, el Señor Jesucristo volverá? Y, mientras tanto, ¿estamos manteniendo un
equilibrio sano entre la fe y el amor?
2. ¿Qué tal va nuestra relación con nuestros
consiervos en la iglesia, con nuestros «Silas y Timoteo»? ¿Existen entre
nosotros el mismo afecto y la misma lealtad que vemos en Pablo y Timoteo?
3. Y, si tenemos alguna clase de ministerio pastoral, ¿qué tal va nuestra relación con los hermanos entre los cuales ejercemos este ministerio? ¿Existe entre nosotros el mismo grado de amor y añoranza que vemos en Pablo y los tesalonicenses? ¿Deseamos verlos, estar con ellos? ¿Nos sentimos amados por ellos?
Adaptado: Burt, D. F. (2002). La Conversión Auténtica