MANIPULACIÓN, REPUTACIÓN Y REMUNERACIÓN | 1 Tesalonicenses 2:5-6 | David Burt

MANIPULACIÓN, REPUTACIÓN Y REMUNERACIÓN

1 TESALONICENSES 2:5-6

Porque como sabéis, nunca fuimos a vosotros con palabras lisonjeras, ni con pretexto para lucrar, Dios es testigo, ni buscando gloria de los hombres, ni de vosotros ni de otros, aunque como apóstoles de Cristo hubiéramos podido imponer nuestra autoridad.

TRES ACUSACIONES ESPECÍFICAS (vs. 5–6)

Hasta aquí, Pablo, en su defensa de su ministerio, ha hecho aseveraciones generalizadas: ha sostenido que su mensaje no participa de error, ni sus motivaciones de impureza, ni sus métodos de engaño (vs. 3–4). Ahora pasa de lo general a lo particular. Su discurso se vuelve más concreto y aborda lo que parecen ser tres de las acusaciones específicas que los enemigos estaban insinuando en la mente de los tesalonicenses:

1. Los misioneros están utilizando palabras lisonjeras para engañaros.

2. Actúan motivados por el afán de lucro.

3. Están intentando ganar ascendencia sobre vosotros y así fomentar su   propia reputación y hacerse importantes.

Seguramente, estas tres calumnias eran especialmente dolorosas para el apóstol. Estaban suficientemente cercanas a la verdad como para obligar a los misioneros a hacerse un auto-examen antes de contestarlas. En su afán de presentar el evangelio de una manera persuasiva y de ver salvos y santos a sus oyentes, ¿nunca habían pasado aquella línea nebulosa que separa la amabilidad de la lisonja? En cuanto a sus necesidades materiales, suplidas por Dios en parte a través de los donativos de los hermanos, ¿nunca habían sucumbido a la tentación de intentar sacar provecho material de los recién convertidos? Y, detrás de todo su esfuerzo en la causa del evangelio, ¿podían realmente afirmar con total seguridad que, además de su deseo de glorificar a Dios, no les motivaba ningún deseo de recibir los aplausos de las iglesias de Judea y la adulación de los creyentes de Tesalónica? Todas estas cosas son muy sutiles y, sin duda, sólo después de la necesaria reflexión y oración pudieron redactar la refutación.

Como en los versículos 3 y 4, Pablo comienza su defensa de una manera «negativa» (vs. 5–6), refutando directamente cada una de estas acusaciones para luego proceder a una afirmación de sus motivaciones positivas (vs. 7–8). Limitándonos por el momento a su refutación de las calumnias, podemos decir que, ante cada acusación, Pablo declara inocentes a los misioneros. Una traducción literal de sus palabras sería la siguiente1:

1. Nunca con palabra de lisonja vinimos (v. 5a).

2. Ni con pretexto de avaricia (v. 5b).

3. Ni buscando de hombres gloria, ni de parte de vosotros ni de parte de   otros (v. 6).

Luego, añade a cada refutación una frase adicional para aclararla, reforzarla o ampliarla:

1. Nunca con palabra de lisonja vinimos, como sabéis.

2. Ni con pretexto de avaricia, Dios es testigo.

3. Ni buscando de hombres gloria, …aunque como apóstoles de Cristo hubiéramos podido imponer nuestra autoridad.

EL PELIGRO DE LA MANIPULACIÓN (v. 5a)

En primer lugar, pues, Pablo aborda la acusación de haber manipulado a los tesalonicenses por medio de adulaciones y lisonjas. El vocablo traducido como palabras lisonjeras (kolakeía) aparece sólo aquí en todo el Nuevo Testamento. Un comentarista lo define como los métodos retorcidos por los cuales una persona busca ganar la ascendencia sobre otra, generalmente con fines egoístas2. No se trata, pues, sólo del uso de palabras amables pero insinceras, sino de éstas empleadas con fines interesados. En este sentido, las lisonjas constituyen una forma de engaño y, por tanto, tienen que ver tanto con la metodología misionera como con su motivación: la persona que actúa motivada por el afán de buscar la gloria de los hombres (v. 6) tiende a emplear lisonjas.

Pues bien —dice Pablo—, vosotros los tesalonicenses sois los primeros que debéis poder dar fe (como sabéis) de que nuestra metodología en la evangelización no es la de suavizar las demandas del evangelio, ni la de «darle coba» a la gente a fin de ganarla para nuestra causa, ni la de hacer promesas vanas, ni la de ofrecer las ventajas de una relación con el Dios vivo y verdadero sin exigir la ruptura con los ídolos (1:9), ni la de proclamar el perdón gratuito de Dios escondiendo la necesidad de una vivencia santa y recta (1:3), ni la de ocultar el precio que hay que pagar para poder seguir a Cristo (1:6). Más bien, vinimos entre vosotros llamando al pan, pan, y al vino, vino. No encubrimos los aspectos desagradables de nuestro mensaje ni exageramos sus aspectos agradables. Expusimos claramente no sólo los beneficios de la salvación, sino también sus exigencias. Explicamos la terrible suerte que espera al perdido en la vida venidera, pero también el alto precio que paga el creyente fiel en la presente. Nuestro mensaje, como sabéis, fue llano, directo y honesto.

Encontramos un extraordinario ejemplo bíblico de la sinceridad y llaneza con que se debe predicar el evangelio en el encuentro de Cristo con el joven rico (Marcos 10:17–22). Ante el evidente entusiasmo del joven y su patente deseo de seguirle, y ante los fuertes sentimientos afectivos que Jesús sintió por él (v. 21), ¡qué fácil le habría resultado al Maestro ocultarle las demandas del discipulado! Y cuando el joven se aleja triste y afligido, ¡qué fácil rebajar el precio o decidir que éste se le puede enseñar más adelante o poco a poco! Pero no. Con sencillez y sinceridad, Cristo renuncia a todo tipo de manipulación o seducción y le expone claramente cuáles son las condiciones para ser discípulo suyo. No encubre nada, ni intenta engatusarle, ni practica la adulación, y eso a pesar de que amaba al joven y sentía la profunda angustia de su rechazo.

En eso, los misioneros habían sido fieles imitadores de su Señor. Y con la misma claridad y sencillez debemos ministrar todos los que salimos en nombre de Cristo a compartir el evangelio.

El AFÁN DE LUCRO (v. 5b)

La segunda acusación contra la cual el apóstol se defiende tiene que ver con la avaricia, el afán de lucro o la utilización del ministerio para el enriquecimiento personal. O, al menos, éste es el sentido natural de la frase empleada en nuestra versión: ni con pretexto de lucrar. Sin embargo, la palabra traducida como lucrar (o avaricia) tiene que ver literalmente con el deseo de tener más y más, por lo cual puede referirse a un espíritu posesivo en general o a cualquier forma de codicia. Además, puede denotar la búsqueda de engrandecimiento propio3 o incluso —a juzgar por su frecuente asociación con pecados sexuales4— el desenfreno en la satisfacción de apetitos carnales. Por lo tanto, es posible que Pablo vuelva aquí a la acusación de impureza que ya ha tratado en el versículo 3. Sin embargo, la mayoría de comentaristas siguen viéndola como una referencia a la utilización del ministerio cristiano con fines de lucro.

Esta acusación pretende delatar una supuesta hipocresía en los misioneros. La palabra traducida como pretexto tiene la connotación de disfraz, capa o máscara. La idea es que —siempre según los enemigos— los misioneros estaban escondiéndose detrás de una «capa» de ministerio espiritual, pero su verdadero afán era enriquecerse. Se habían colocado una máscara, como en el teatro griego, y hacían el papel de actores: fingían ser siervos de Dios fieles y desinteresados, pero escondían intenciones de avaricia. Aparentaban ser espirituales, cuando en realidad eran carnales y materialistas. Supuestamente, servían a otros pero, de hecho, deseaban servirse de ellos.

Semejante acusación es muy difícil de refutar. Pablo está a punto de recordar a los tesalonicenses cómo los misioneros trabajaban duramente con sus manos a fin de no ser carga para ellos (v. 9), lo cual indicaba claramente el carácter desinteresado de su ministerio. Pero, sin duda, recibieron la hospitalidad de los tesalonicenses a lo largo de su estancia y, posiblemente, algún donativo también. Desde luego, mientras estaban en la ciudad recibieron ofrendas de la iglesia de Filipos (Filipenses 4:15–16), todo lo cual puede haber dado origen a la acusación.

Muchas veces ocurre que los siervos de Dios reciben su sostenimiento a través de las aportaciones de los hermanos, y Pablo mismo insistía en que esto era perfectamente legítimo (1 Corintios 9:6–15; 2 Corintios 11:8–9). Pero una cosa es recibir ayuda material a cambio de un ministerio espiritual. Otra cosa es llevar a cabo ese ministerio con la finalidad expresa de buscar ofrendas. Lo que puede ser lícitamente el fruto de un ministerio nunca debe ser su causa. Ésta, sin embargo, era la clara motivación de muchos de los predicadores ambulantes de aquella época (cf. 2 Timoteo 3:2–5, donde la palabra avaros es literalmente amantes del dinero; 2 Pedro 2:2–3, 14), por lo cual es comprensible que los tesalonicenses abrigaran ciertas suspicacias al respecto.

Pero si Pablo, como siervo fiel, quiere demostrar que la recepción de ofrendas no significa que los misioneros actuaran por afán de lucro, ¿cómo puede hacerlo? ¿Cómo hacer ver a los tesalonicenses que ellos no son como los demás predicadores? Nadie puede entrar en su corazón para sondear sus motivaciones. Nadie, es decir, excepto Dios. Así pues, el apóstol se ve en la necesidad de invocar a Dios como testigo de la pureza de sus intenciones. En cuanto a las supuestas «palabras lisonjeras», los tesalonicenses pueden juzgar por sí mismos; pero, en cuanto a las motivaciones íntimas, sólo Dios puede ser testigo válido. Sólo él sabe que los misioneros no buscaban nada para sí al predicar el evangelio.

EL AFÁN DE PROTAGONISMO (v. 6)

En tercer lugar, el apóstol desmiente la presunta motivación de buscar gloria humana. Nuevamente se trata de algo difícil de refutar. A fin de cuentas, ¿no se maravillaba el propio Pablo del hecho de que Jesucristo le hubiera constituido como apóstol suyo? ¿No se gloriaba en el privilegio de su llamamiento? ¿Y no era lícito que utilizara su condición de apóstol para ejercer autoridad, orden y disciplina en las iglesias? ¿Cómo, pues, hacer ver a los tesalonicenses que su legítimo ejercicio de autoridad apostólica no debía confundirse con una burda búsqueda de gloria de los hombres, con un afán de protagonismo, de aplausos o de popularidad?

Antes de considerar su respuesta, sin embargo, necesitamos superar tres pequeños escollos en la interpretación del texto. En primer lugar, ¿debe la segunda parte del versículo
6 asociarse a la primera parte del mismo versículo 6 o al versículo 7? Puesto que cae en medio (y, por supuesto, no hay puntuación en el texto original) se puede leer (como en la versión Reina-Valera) como una adición a las frases anteriores:

… ni buscamos gloria de los hombres; ni de vosotros, ni de otros, aunque podíamos seros carga como apóstoles de Cristo. Antes fuimos tiernos entre vosotros5

O se puede leer como la frase inicial de la oración siguiente (como en la Biblia de Jerusalén):

… ni buscando gloria humana, ni de vosotros ni de nadie. Aunque pudimos imponer nuestra autoridad por ser apóstoles de Cristo, nos mostramos amables con vosotros6

La cuestión no es de gran trascendencia; porque, en todo caso, la frase sirve de puente entre los dos versículos y, en cierto sentido, debe entenderse como matizando ambos7: a pesar de ser apóstoles y, por tanto, de tener derecho a consideración y a sostenimiento, los misioneros no quisieron imponer sus derechos ni buscando ofrendas ni haciendo uso de su alta autoridad (vs.
5–6); y, a pesar de ser apóstoles, no emplearon un tono autoritario, sino tierno (v. 7). Pero, precisamente porque la frase mira a la vez hacia atrás y hacia delante, quizás lo mejor sea mantener un texto fluido sin la interrupción de puntos y nuevas oraciones:

… ni buscando fama humana ni de vosotros ni de otros, aunque podíamos imponeros, como apóstoles de Cristo; sino que, en medio de vosotros fuimos cariñosos, …8

En segundo lugar, aunque la frase hubiéramos podido imponer nuestra autoridad (v.
6b; literalmente, pudiendo con peso estar) se refiere claramente a algún tipo de «carga» que los apóstoles podrían haber impuesto sobre los tesalonicenses, el texto no especifica la naturaleza exacta de la imposición. ¿Está hablando Pablo de su derecho de recibir sostenimiento económico a cambio de los beneficios espirituales que los misioneros están aportando a los tesalonicenses (cf. 1 Corintios 9:11)?9 En ese caso, la frase enlazaría con lo que Pablo acaba de decir acerca de no haber utilizado el ministerio como pretexto para lucrar (v. 5). ¿O está hablando de la importancia de la dignidad de los misioneros como enviados de Dios y de la veneración y del respeto que podrían haber exigido a los tesalonicenses en consecuencia (2:4)?10 En ese caso, enlazaría con lo que acaba de decir acerca de no haber buscado gloria de los hombres (v. 6)11. ¿O está hablando de la autoridad y el derecho de mando que podrían haber ejercido en la organización de la iglesia y en la exhortación pastoral de los miembros?12 En ese caso, enlazaría con lo que está a punto de decir acerca de su renuncia a la severidad a favor de la benignidad y ternura (v. 7).

Puesto que la frase original es un tanto ambigua, quizás hagamos bien en dejar espacio para todos estos matices
13. Los misioneros no han querido practicar ninguna clase de imposición aun teniendo el derecho a hacerlo. No han querido hacer uso impositivo de su autoridad apostólica (seguramente, porque no hubo necesidad) ni tampoco han exigido contribuciones materiales.

Y, en tercer lugar, está el hecho de que Pablo hable de
apóstoles en plural. ¿Considera realmente que Silas y Timoteo ostentan la autoridad de apóstoles?

En general, los comentaristas siguen una de dos líneas de respuesta a esta pregunta. Primero están los que opinan que Pablo emplea aquí un nosotros mayestático14; es decir, la forma de la palabra es plural, pero el significado singular. Desde luego, no podemos desestimar a la ligera esta lectura, porque es probable que él haga lo mismo más adelante en esta misma epístola (cf.
3:1). Sin embargo, si este nosotros tiene el significado verdadero de yo, Pablo, lo mismo debe ser cierto de todos los demás nosotros que él ha empleado hasta aquí en este capítulo.

Por eso, muchos15 prefieren ver aquí una referencia a los tres misioneros en la que la palabra apóstol es empleada no con su significado técnico, aplicable solamente a los Doce, de enviado autorizado como testigo de Jesucristo con derecho decisorio en el establecimiento de doctrina cristiana (
Hechos 1:21–22; Efesios 3:4–5), sino con su significado general de misionero, mensajero, emisario o representante personal. En el primer sentido, los apóstoles desaparecieron al finalizar la primera generación de la Iglesia; en el segundo, todo aquel que ha sido constituido por Cristo para predicar el evangelio es un apóstol. Claramente, Silas y Timoteo, además de Pablo, eran apóstoles en este sentido.

Aclarados estos puntos, volvamos a la esencia de esta tercera acusación. De hecho, la frase
ni de vosotros ni de otros sugiere que corrían dos calumnias diferentes. Por un lado estaban aquellos que decían que los misioneros querían deslumbrar a los propios tesalonicenses y así ganar ascendencia sobre ellos. Por otro estaban los que sostenían que el esfuerzo misionero en Tesalónica se había llevado a cabo a fin de impresionar a otros, posiblemente a los de casa, es decir, a los cristianos de Jerusalén o Antioquía.

Ambas cosas, ciertamente, constituyen tentaciones ante las cuales todo misionero puede sucumbir. Puede llevar a cabo su ministerio con el fin de cultivar su propia parcela en el campo de Dios y tratar a los nuevos creyentes como si fueran «suyos», llegando a ser el pequeño mandamás de un pobre reino de Taifas. O puede llevarlo a cabo con los ojos puestos en la iglesia que le ha encomendado a la obra (y que, posiblemente, le envía ofrendas para su sostenimiento), llegando incluso a tergiversar los hechos o a inventarse supuestos éxitos espirituales con el fin de impresionarla.

¿Qué decir, pues, en contestación a estas calumnias? Una vez más, la cuestión es sutil. Porque, de hecho, los tres misioneros sí consiguieron fama y gloria a través de su ministerio evangelístico. Si nosotros mismos tuviéramos que hacer una lista de personajes del siglo primero, supongo que muy pocos alcanzaríamos a enumerar más de unas pocas decenas de nombres, entre los cuales, sin duda, figurarían Pablo, Silas y Timoteo. Es decir, de los muchos millones de personas que vivieron en aquel entonces, la historia de la inmensa mayoría ha desaparecido para siempre; pero la reputación de estos tres ha sobrevivido gracias a su ministerio en torno al evangelio. Sin embargo, como dijimos con respecto al dinero —una cosa es recibir ofrendas; otra cosa es buscarlas—, así ocurre con la fama: el servicio fiel conduce a veces a una reputación que perdura durante siglos —consideremos, si no, el caso de la mujer que ungió a Jesús en Betania (
Mateo 26:13)—, pero nadie debe utilizar el ministerio como plataforma para agrandar su reputación. La fama, el honor, la alabanza y la gratitud pueden ser las hermosas consecuencias de un ministerio fiel, pero nunca deben ser su motivación. Sin embargo, precisamente porque es difícil demostrar la diferencia entre la gloria concedida y la gloria buscada, también resulta muy difícil contestar eficazmente a esta clase de acusaciones.

Pablo, como ya hemos dicho, empieza negándola con contundencia: nunca fuimos a vosotros … buscando gloria de los hombres, ni de vosotros ni de otros. En esto vuelve a lo que ya ha dicho en el versículo
4: así hablamos, no como agradando a los hombres, sino a Dios que examina nuestros corazones. El siervo fiel aspira a escuchar la aprobación de su Señor: Bien, buen siervo y fiel; pero prescinde de los elogios humanos. Luego procede a explicar que hay un sentido legítimo en el que el siervo de Dios puede recibir respeto y sostenimiento (v. 6b). Y, a continuación, extiende su contestación a los versículos 7 a 12, en los que recuerda a los tesalonicenses que él y los otros misioneros prescindieron de esos derechos durante su estancia en Tesalónica. Pero esto nos lleva a consideraciones que pertenecen a otros capítulos.

CONCLUSIONES

Antes de proceder, veamos algunas de las lecciones espirituales de los versículos 5 y 6:

—El ministro fiel no debe emplear nunca palabras lisonjeras ni ninguna forma de comunicación que no sea recta, clara y sencilla. Porque teme a Dios, no se rebajará a la adulación. Por supuesto, procurará hablar siempre con afabilidad y compasión, pero nunca con la intención de manipular a sus oyentes o lograr «decisiones» baratas. Más bien les presentará las demandas y las riquezas del evangelio con toda fidelidad y sinceridad.

—El ministro fiel no utilizará el ministerio para satisfacer sus propios deseos interesados. Ciertamente, es legítimo que sea sostenido materialmente por las ofrendas de aquellos que se benefician de su servicio espiritual; pero se asegurará de que la búsqueda de ofrendas nunca sea la razón de ser de su ministerio. En realidad, no le corresponde a él preocuparse por la cuestión de su sostenimiento, sino sólo por la búsqueda del reino de Dios y su justicia. Si ha sido probado y aprobado por Dios para el ministerio y su llamamiento es verdadero, la provisión para sus necesidades es una cuestión de la que Dios mismo se hará cargo (Mateo 6:31–34) y, si acaso, también los beneficiarios de su ministerio (1 Corintios 9:6–15).

—De hecho, el ministro fiel repudiará toda clase de hipocresía y buscará la transparencia y la sencillez en todo lo que hace. Se quitará todo tipo de máscara y «capa» y practicará la sinceridad en sus motivaciones. Recordemos a este respecto que la «avaricia» y la codicia casi siempre se manifiestan disfrazadas. Raras veces vienen sin «capa». Siempre podemos encontrar alguna razón plausible con la cual encubrir nuestras verdaderas motivaciones y hasta engañarnos a nosotros mismos. Seamos rigurosos, pues, en nuestro auto-examen16.

—El ministro fiel querrá dar gracias al Señor por todas las expresiones de afecto y gratitud que recibe en el ejercicio de su ministerio; pero no debe buscar estas cosas, ni mucho menos permitir que su ministerio sea motivado por ellas. Si alcanza ciertas cotas de reputación, gloria y honor, ha de ser sin haberlas solicitado y reteniendo su humildad como quien reconoce que no es más que un siervo indigno llamado y utilizado por la gracia de Dios (Lucas 17:10).

Adaptado: 
Burt, D. F. (2002). La Conversión Auténtica


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