NUESTRA GLORIA Y NUESTRO GOZO | 1 Tesalonicenses 2:19-20 | David Burt

 

NUESTRA GLORIA Y NUESTRO GOZO

1 TESALONICENSES 2:19-20

Porque ¿quién es nuestra esperanza o gozo o corona de gloria? ¿No lo sois vosotros, en la presencia de nuestro Señor Jesús en su venida? Pues vosotros sois nuestra gloria y nuestro gozo.

UN ESTALLIDO DE AMOR Y ESTIMA (v. 19)

Ante las perversas insinuaciones de los adversarios de que los misioneros no aman a los tesalonicenses, Pablo ya ha establecido varias cosas: que, lejos de quedar impasibles e indiferentes ante la separación, los misioneros se habían sentido desgarrados y profundamente afligidos; que su mayor deseo es poder volver a verlos; y que ya habrían vuelto si no fuera por los impedimentos de Satanás (vs. 17–18). Pero, por si todo eso fuera poco, en los versículos 19 y 20, el apóstol irrumpe en una gran exclamación de aprecio y alabanza a los tesalonicenses que constituye el clímax de su expresión de amor fraternal y pastoral.

Esta exclamación se compone de dos preguntas retóricas (v. 19) seguidas por una enérgica afirmación de estima, amor y orgullo paterno (v. 20). Las preguntas contemplan el futuro; la afirmación, el presente. Pero todas versan sobre el intenso orgullo que sienten los misioneros al contemplar a sus hijos en la fe. Consideremos, pues, las dos preguntas.

Los traductores suelen dividir el versículo 19 en dos mitades: ¿quién es nuestra esperanza o gozo o corona de gloria?; y ¿no lo sois vosotros, en la presencia de nuestro Señor Jesús en su venida? Sin embargo, quizás sea preferible dividir el texto de otra manera, entendiendo que hay una sola pregunta básica a la cual Pablo añade otra pequeña entre paréntesis: ¿Quién es nuestra esperanza o gozo o corona de gloria —¿no lo sois vosotros?— en la presencia de nuestro Señor Jesús en su venida?1 A efectos prácticos, la diferencia fundamental de esta lectura es que hace que la referencia a la segunda venida de Cristo se aplique a todo el versículo, no sólo a su segunda mitad. En otras palabras, las primeras frases deben entenderse con un enfoque futuro, no presente: De cara a la segunda venida de Cristo, ¿quién nos ofrece más esperanza o gozo o corona de gloria que vosotros?

Entendiendo el versículo en ese sentido, pues, consideremos en primer lugar la pregunta entre paréntesis: ¿No lo sois vosotros? La respuesta, sobreentendida, es: Por supuesto que sí. De entre todas las personas que han abrazado el evangelio gracias al testimonio apostólico, los tesalonicenses son los que más destacan por su fidelidad al Señor y los que más gozo proporcionan a los misioneros. Lejos de haber sido olvidados y despreciados por los misioneros, los tesalonicenses son su especial tesoro. En estos versículos, Pablo busca las palabras más entrañables y los términos más absolutos para afirmarles en el amor fraternal de los misioneros y para asegurarles el altísimo valor que tienen para ellos. Con este lenguaje pone de manifiesto que le duelen las calumnias de los adversarios y el daño que pueden haber hecho a lo que, para él, era algo precioso de un valor inestimable: la comunión con sus hijos espirituales. Todo su empeño consiste en comunicarles la realidad y la intensidad, la actualidad y la duración permanente, de su amor hacia ellos, y en deshacer la siniestra influencia del maligno. ¿No lo sois vosotros? es una exclamación que sale de su corazón y se reviste de fortísimas emociones, a medio camino entre la desesperación ante las mentiras de los enemigos y el amor del padre hacia sus hijos.

LA PARUSÍA (v. 19)

Pablo podría haberse limitado a decir: A pesar de lo que la gente dice acerca de nosotros, os amamos profundamente. De hecho, ha comunicado algo de esto en los versículos anteriores. Pero desea expresarse con aun más fuerza. Por lo tanto, ubica sus afirmaciones en el contexto de la segunda venida de Cristo: Porque ¿quién es nuestra esperanza o gozo o corona de gloria … en la presencia de nuestro Señor Jesús en su venida? No es sólo que en el momento presente los misioneros sienten fuertes vínculos afectivos hacia los tesalonicenses, sino que ven en ellos su principal motivo humano de regocijo en aquel día futuro cuando Cristo vuelva:

El alto lugar asignado a los tesalonicenses en la estima de Pablo se refuerza mediante la insistencia de que se sitúa «en la presencia de nuestro Señor Jesús» (lo cual lo exalta al nivel más alto) y «en su venida» (lo cual aporta una nota escatológica y hace que la estima sea permanente)2.

La palabra griega traducida como venida es parusía. Con el paso del tiempo llegaría a adquirir un sentido técnico y a ser casi un sinónimo de segunda venida, pero en su origen significaba presencia (como en 2 Corintios 10:10), llegada o aparición (como en 2 Corintios 7:6). Habitualmente se empleaba para denotar la llegada de un personaje importante (una visita real, por ejemplo). Y, naturalmente, para Pablo, la segunda venida de Cristo es la visita real por antonomasia. Será en el momento de la parusía cuando el Rey de gloria haga acto de presencia en medio de su pueblo, y así estaremos con el Señor siempre (4:17).

Aquí, pues, aparece por primera vez en esta epístola —y, de hecho, en todo el Nuevo Testamento— aquel vocablo que iba a constituir la manera habitual de designar el retorno en gloria de nuestro Señor3.

Huelga decir que quien se aparecerá como Rey en aquel día es nuestro Señor Jesús4. Unos versículos atrás, vimos cómo el apóstol señala el delito doblemente grave de los judíos al rechazar a aquel que es a la vez el hombre Jesús (Salvador) y el Señor divino. Pero el mismo Señor Jesús que fue despreciado y crucificado será vindicado y volverá en majestad. Mientras tanto, los judíos incrédulos no tienen parte en él; pero, para los creyentes, tanto judíos como gentiles, él es nuestro Señor.

ESPERANZA, GOZO Y CORONA DE GLORIA (v. 19)

Así pues, Pablo dice que, cuando Jesucristo vuelva en majestad, los creyentes de Tesalónica constituirán su esperanza o gozo o corona de gloria. Aquí nos encontramos con una pequeña dificultad textual. ¿La frase de gloria califica sólo la palabra corona o acompaña a los tres sustantivos de la frase? Probablemente debamos entender que califica los tres, porque es difícil ver en qué otro sentido los tesalonicenses pueden ser la «esperanza» de los misioneros si no es en el de que ellos les ofrecen la firme esperanza de ser galardonados por Cristo en el día final.

Veamos, pues, estos tres sustantivos:

Esperanza

Queda claro que Pablo no se expresa aquí en términos absolutos, sino en términos relativos. No está hablando de la «gran esperanza» de la salvación y de la plena comunión con Dios, sino de una esperanza menor (pero no por ello menos entrañable): la del galardón y la plena comunión de los santos. En cuanto a la salvación, ya ha establecido que la única fuente segura de esperanza es el Señor Jesucristo (1:3) y su obra redentora. Nuestra regeneración es la única garantía en cuanto a la gloria venidera: Cristo en vosotros, la esperanza de la gloria (Colosenses 1:27). Ante la pregunta ¿quién es nuestra esperanza de gloria? hay una sola contestación adecuada: Jesucristo.

Pero aquí el matiz es diferente. Pablo no está hablando de la esperanza de entrar en la gloria, sino de la esperanza de poder enorgullecerse y no avergonzarse, de sentir satisfacción en aquel día. De hecho, la palabra gloria podría traducirse como jactancia. Se refiere a nuestra esperanza de recibir la aprobación del Señor y de no tener que sentir vergüenza en el momento de rendirle cuentas de nuestro servicio.

Nuevamente, en el sentido estricto y absoluto, nuestro único motivo de jactancia en aquel día será la cruz de Cristo, porque sólo sobre ella se funda nuestra esperanza de salvación eterna: Jamás acontezca que yo me gloríe [me jacte], sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo (Gálatas 6:14)5. Pero el apóstol no está pensando en nuestro derecho a entrar en el reino eterno, sino en nuestra aprobación como siervos fieles del Señor6. De todos los que han escuchado la predicación de Pablo, Silas y Timoteo, y de entre todas las iglesias fundadas por ellos hasta la fecha, los tesalonicenses son los que proporcionan la mayor garantía de que en aquel día Cristo les diga: Bien, siervos buenos y fieles (Mateo 25:21). Todo criado concienzudo desea llegar ante su señor con las manos llenas del fruto de su labor, no con las manos vacías. Y, si bien es cierto que los resultados no siempre reflejan la calidad de nuestro servicio —un siervo determinado, aunque trabajando con esfuerzo y fidelidad, puede ver poco fruto porque la tierra que tiene que trabajar es dura y árida; otro, en cambio, puede ver una gloriosa cosecha a pesar de haber trabajado poco porque la tierra es fértil—, sí ofrecen una garantía relativa de que no seremos avergonzados. Nos dan esperanza de que no tendremos que agachar la cabeza y decir: Señor, me diste un talento, pero lo escondí bajo tierra (Mateo 25:25).

Por tanto, el primer motivo por el que Pablo alaba a los tesalonicenses es que constituyen una gran esperanza de que se verá en aquel día cómo su trabajo no se llevó a cabo en vano. Le dan esperanza de gloria.

Gozo

Naturalmente, el gozo de los misioneros en el día de Cristo se centrará en el encuentro con el propio Señor y en el hecho de su salvación eterna (Juan 16:22). Pero hay un motivo adicional: encontrarse con aquellos que han sido convertidos bajo su ministerio, pero a los que no han podido ver a causa de la separación (v. 17); y encontrarse con ellos no ya en medio de la miseria humana, sino revestidos de la perfecta humanidad redimida de Cristo. La plena salvación de los tesalonicenses en aquel día será causa de un gozo indecible en los misioneros. Si es cierto, como decía Jesús, que hay gozo en la presencia de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente (Lucas 15:10), en la corte celestial ya había resonado un gran regocijo a causa de la conversión de los tesalonicenses. Pero ni siquiera ese regocijo puede compararse con el gozo experimentado por todo el reino de Dios, tanto por los seres celestiales como por los humanos, cuando todos los redimidos se reúnan juntos en la presencia del Señor Jesús. Cuando seamos presentados sin mancha en presencia de la gloria divina, será en un ámbito de gran alegría (Judas 24).

Corona de gloria

En el griego de aquellos tiempos se empleaban dos palabras que solemos traducir como corona. Una se refería claramente a una diadema real. La otra, aunque a veces se utilizaba como sinónimo de la primera, solía referirse a la guirnalda, normalmente hecha de laurel, con la que se coronaba al vencedor en los juegos deportivos7. Se trata, pues, no de una corona de majestad, sino de una corona de triunfo; es decir, del símbolo de haber acabado con victoria la carrera y de haber superado con éxito la prueba o de haber salido vencedor en la lucha. Es una palabra que conlleva connotaciones no tanto de dominio y autoridad, sino de victoria, premio, galardón, regocijo y celebración.

Esto queda confirmado por la calificación que Pablo añade: corona de gloria. Aquí, la palabra que emplea no es la misma que empleará en el versículo 20, sino que se refiere a los profundos sentimientos de gozo, satisfacción y orgullo que el atleta siente cuando ha vencido en la prueba. Se trata, pues, no de la gloria de la majestad, sino (como ya hemos dicho) de la gloria de la jactancia8. ¿De qué se jactarán los misioneros en el día final? En primer lugar, por supuesto, del hecho de que sus nombres estén escritos en el Libro de Vida (Lucas 10:20) y de que sólo sean salvos gracias a la obra redentora de Cristo. Pero tendrán también un motivo secundario de jactancia: la presencia, como redimidos delante de Cristo, de los que han conocido el evangelio gracias a su fidelidad.

¿Qué, pues, quiere decir Pablo al afirmar que los tesalonicenses serán su corona de gloria en aquel día? Es cierto que Pablo iba a enseñar en otro lugar que la corona recibida por él sería una corona de justicia entregada por el Juez justo (2 Timoteo 4:8; cf. 1 Corintios 9:25). Ésa es la corona que realmente cuenta: la completa justificación otorgada a todos los que han creído en Cristo y, por tanto, aman su venida. Pero ahora el matiz es diferente. No se trata de la corona de justicia, sino de una corona de gloria, es decir, de jactancia o de orgullo. Pablo prevé que en aquel día estarán allí los tesalonicenses como evidencia fehaciente de que los misioneros no han trabajado en vano (2:5), sino que han cumplido su ministerio con fidelidad. No les hará falta ninguna corona de laurel, pues los propios creyentes, convertidos y edificados gracias a su ministerio fiel, serán motivo de un legítimo orgullo y gozo manifestado delante de todo el mundo. Pablo podrá volverse a sus consiervos y decir: Mirad a estos tesalonicenses; ¡qué hermosos son!; aquí están en gloria después de las luchas y las aflicciones del camino, fruto de nuestro ministerio. Como un padre se gloría en sus hijos y se jacta de ellos ante sus amigos, así los misioneros podrán enorgullecerse de los tesalonicenses.

GLORIA Y GOZO (v. 20)

Así pues, de cara a la segunda venida de Cristo, no hay nadie que proporcione a los misioneros mayor ilusión, esperanza, gozo y orgullo que los creyentes de Tesalónica. Sin embargo, no necesitan esperar hasta el día de Cristo para empezar a sentir ese orgullo. En la contundente afirmación que concluye el capítulo 2, Pablo hace explícito que esos mismos sentimientos ya laten en su corazón. No es sólo que los tesalonicenses vayan a ser motivo de gran satisfacción para los misioneros en el momento de la parusía, sino que ya lo son: Pues vosotros sois nuestra gloria y nuestro gozo. En el texto original, tanto el vosotros como el sois son enfáticos. Los tesalonicenses ocupan un lugar especial y único en el afecto de los misioneros, y lo ocupan ya y para siempre.

Gloria

Como acabamos de decir, la palabra gloria que se emplea en el versículo 20 no es la misma que la del 19. Es la palabra griega doxa (de donde deriva nuestra palabra doxología, una breve oración en la que damos gloria a Dios). Originalmente, significaba opinión, de donde pasó a significar buena opinión, buena reputación, alabanza u honor (Lucas 14:10; Hebreos 3:3).

¿En qué sentido emplea Pablo esta palabra aquí? Los comentaristas suelen optar por diferentes lecturas. Algunos9 suponen que significa que los tesalonicenses son la razón por la que los misioneros glorifican a Dios (pero no hay nada en el contexto que indique que Dios sea el objeto de la gloria). Otros, que son motivo de orgullo (gloria) para los misioneros (pero esto sería dar a esta palabra el valor de jactancia que ya hemos visto en el versículo 19). Me convence más la lectura según la cual los tesalonicenses constituyen la gloria de los misioneros por cuanto contribuyen a su buena reputación y así los honran. Es decir, la palabra gloria se emplea aquí en el sentido de aquello que proporciona a alguien su buena reputación y su honor. ¿De dónde obtienen los ministros fieles su buena reputación en el ministerio? ¿Acaso no es de la calidad de vida de aquellos entre los cuales ministran? La santidad de vida de los creyentes honra a aquellos que los pastorean. En ese sentido, los fieles siempre son la gloria (¡o pueden ser la vergüenza!) de sus pastores. De la misma manera en que un buen hijo proporciona gloria a sus padres, así también la vida y el testimonio de los tesalonicenses están contribuyendo a la buena reputación del equipo apostólico10.

Los misioneros, pues, reciben gloria a través de los creyentes de Tesalónica. Buen ejemplo de ello es lo que Pablo ya expresó en el 1:8–9: está en boca de todo el mundo cómo los tesalonicenses se convirtieron gracias a la visita de los misioneros, lo cual ensalza la reputación de éstos y hace que su ministerio evangelístico sea más fácil y más eficaz. ¿Cómo, pues, pueden los misioneros olvidarse de ellos o tratarlos con indiferencia —como quieren los adversarios— si son hijos que honran a sus padres y les proporcionan gloria?

Gozo

Si la gloria que Pablo y sus compañeros están recibiendo es un hecho objetivo, el gozo es un sentimiento subjetivo. Esta palabra es la única cualidad repetida desde el versículo 19. Pero allí se refería al gran regocijo que iban a experimentar los misioneros al estar juntamente con sus hijos espirituales en presencia de Cristo en el día final. Ahora se refiere al inmenso gozo que experimentan aun ahora, al contemplarlos. Como dijera el apóstol Juan: No tengo mayor gozo que éste: oír que mis hijos andan en la verdad (3 Juan 4). El gozo futuro es el gozo supremo y perfecto; pero la trascendencia de aquel regocijo no resta importancia al gozo presente.

Desde luego, Pablo tenía sobrados motivos por los que desanimarse. Vez tras vez, tuvo que soportar la desilusión de ver cómo las iglesias fundadas por él eran zarandeadas por los falsos maestros, se desviaban de la verdad del evangelio o quedaban diezmadas por la persecución. Pero en Tesalónica había un grupo de creyentes que, a pesar de la severidad de la persecución y de todas las pruebas, tentaciones y aflicciones que tenían que soportar, permanecían fieles a Cristo y a sus siervos. No nos sorprende, pues, este doble énfasis en el gozo. En medio de muchos momentos de desánimo y hundimiento, constituían para el apóstol una fuente de consuelo, renovación y regocijo, que le animaba a seguir en su trabajo11.

CONCLUSIONES

  • La reputación del ministro está ligada inevitablemente al comportamiento de los fieles entre los cuales ejerce su ministerio. De ellos depende su vergüenza o su gloria.
  • El mayor motivo de gozo que puede experimentar el siervo de Dios es el crecimiento espiritual de sus hijos, el ver que viven vidas santas y dan un testimonio coherente.
  • El ministro debe ejercer su ministerio siempre a la luz de la segunda venida. Lo que más cuenta no es la fama que puede acumular en esta vida, sino el fruto que tendrá que ofrecer al Señor en aquel día y la reputación y honor que ese fruto le proporcionará entonces.
  • El amor paterno que el ministro debe tener para con sus hijos espirituales es un amor que, como en el caso de los padres humanos, siente orgullo de ellos. En cuanto a lo humano, constituyen el centro de su atención y afecto. Los creyentes entre los cuales ejerce su ministerio son su gloria y su mayor motivo de gozo.
  • Es cierto no sólo del Señor Jesucristo, sino de todos los que le sirven con fidelidad, que en el día final, al contemplar a los que se han beneficiado de su ministerio, verán el fruto de la aflicción de sus almas y quedarán satisfechos (Isaías 53:11RV60. Si bien es cierto que nadie estará en el reino eterno en base al merito de aquellos que le anunciaron el evnagelio, sino sólo por los meritos y la obra redentora de Cristo, esto no desmerece el valor de la "colaboración" de los evangelistas y pastores. Es perfectamente legitimo que estos esperen recibir gloria y poder "jactarse" a causa de la presencia en gloria de sus hijos espirituales. 


Adaptado: Burt, D. F. (2002). La Conversión Auténtica

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