PALABRA DE HOMBRES; PALABRA DE DIOS | 1 Tesalonicenses 2:13 | David Burt

 

PALABRA DE HOMBRES; PALABRA DE DIOS

1 TESALONICENSES 2:13

Por esto también nosotros sin cesar damos gracias a Dios de que cuando recibisteis de nosotros la palabra del mensaje de Dios, la aceptasteis no como la palabra de hombres, sino como lo que realmente es, la palabra de Dios, la cual también hace su obra en vosotros los que creéis.

UN CAMBIO DE ENFOQUE

Una vez más, aunque el tema de Pablo sigue siendo la estancia de los misioneros en Tesalónica, el enfoque cambia. En el 1:2–10, el énfasis del apóstol recayó sobre los tesalonicenses y su conversión a Dios. En el 2:1–12 se ha centrado en los misioneros y en la manera en que llevaron a cabo su ministerio. Ahora, en el 2:13–16, vuelve a centrarse en los tesalonicenses, esta vez para contemplar la persecución que han sufrido como consecuencia de haber abrazado el evangelio. Y, a partir del versículo 17 y hasta el final del capítulo 3, volverá a centrarse en los misioneros, contemplando la preocupación que han sufrido al enterarse de la persecución de los tesalonicenses.

Hay, pues, una alternancia en el discurso de Pablo que oscila entre los creyentes (1:2–10 y 2:13–16) y los misioneros (2:1–12 y 2:17–3:13), alternancia en la cual los verbos cambian de la primera persona hasta la segunda, de nosotros a vosotros. Pero, mientras que las dos primeras secciones miran hacia un pasado ya algo lejano (la estancia de los misioneros en la ciudad), las dos últimas contemplan un pasado algo más cercano: el tiempo transcurrido entre la visita apostólica y el momento presente.

En realidad, la primera mitad de la epístola se puede dividir en cuatro secciones precedidas por la salutación:

La salutación (1:1).

1.    Los tesalonicenses: su conversión (1:2–10).

2.    Los misioneros: su motivación en el ministerio (2:1–12).

3.    Los tesalonicenses: su persecución (2:13–16).

4.    Los misioneros: su ansiedad y su gozo (2:17–3:13).

Parece que Pablo mismo era consciente de esta estructura, porque hay notables paralelismos entre las secciones que pueden ser resumidos de la manera siguiente:

ESTRUCTURA DE 1 TESALONICENSES 1:2–3:13

1.    LOS TESALONICENSES (1:2–10)

 

3.    LOS TESALONICENSES (2:13–16)

 

Versa sobre los tesalonicenses y su conversión.

 

Versa sobre los tesalonicenses y su persecución.

 

La conversión, consecuencia de «recibir la palabra» (1:6).

 

La persecución, consecuencia de «recibir la palabra» (2:13).

 

Empieza con acción de gracias (1:2).

 

Empieza con acción de gracias (2:13).

 

Termina con referencia a la ira (1:10).

 

Termina con referencia a la ira (2:16).

 

2.    LOS MISIONEROS (2:1–12)

 

4.    LOS MISIONEROS (2:17–3:13)

 

Versa sobre los misioneros, su amor y su ministerio.

 

Versa sobre los misioneros, su amor y su preocupación.

 

Nuestra visita a vosotros (2:1).

 

Nuestra separación de vosotros (2:17).

 

Sacrificio: trabajar día y noche (2:9).

 

Sacrificio: prescindir de Timoteo (3:1–2).

 

Buen recuerdo de nosotros (2:9–10).

 

Buen recuerdo de nosotros (3:6).

 

Termina con referencia a la segunda venida (2:12).

 

Termina con referencia a la segunda venida (3:13).

 

Según este esquema, ya hemos acabado de mirar la segunda sección, que versa sobre el ministerio de los misioneros durante su estancia en Tesalónica, y ahora estamos pasando a la tercera, en la cual Pablo contempla el tema de la persecución de los tesalonicenses. Sin embargo, antes de entrar de lleno en él, el apóstol establece cuál fue la razón que le dio origen: el hecho de que los tesalonicenses recibieran el mensaje del evangelio como verdadera Palabra de Dios. Ya en el 1:6 había hablado acerca de cómo habían «recibido la palabra». Ahora lo expone con más detalle.

LA ACCIÓN DE GRACIAS DE LOS MISIONEROS

La epístola comenzó con una expresión de agradecimiento a Dios por los tesalonicenses (1:2). Ahora, al iniciar esta tercera sección, Pablo vuelve a dar gracias al Señor.

Pablo acaba de decir que los creyentes de Tesalónica habían sido llamados por Dios (v. 12). Pero aquel llamamiento les llegó, como suele ocurrir casi siempre, por medio del testimonio humano. Raras veces Dios nos habla directamente desde el cielo (el caso del propio Pablo fue excepcional). La intervención humana, ya tome forma hablada o escrita, siempre puede servirnos como excusa para desatender la voz de Dios: podemos esquivar las exigencias del mensaje atribuyéndolas sólo al mensajero y diciendo que lo que escuchamos son meras opiniones humanas. Aunque el predicador hable en nombre de Dios y esté él mismo plenamente persuadido de que Dios está utilizándole como portavoz suyo, la mayoría reaccionará abrigándose tras esta excusa.

Así había ocurrido con los judíos de Tesalónica (Hechos 17:4–5), pero no con los verdaderos creyentes (y, por cierto, Pablo vuelve a insistir al final de este versículo en lo que dijo en el 1:10: que los verdaderos «creyentes» de Tesalónica son los que han abrazado el evangelio de Jesucristo). Éstos habían recibido el mensaje como proveniente de Dios.

De hecho, la manera en que los tesalonicenses lo habían recibido era un motivo constante de gratitud (cf. 1:2–3) para los misioneros: también nosotros sin cesar damos gracias a Dios de que … recibisteis … el mensaje … como lo que realmente es, la palabra de Dios. Se deja entrever en estas palabras el hecho de que, para Pablo, el recuerdo de cómo los tesalonicenses respondieron al evangelio fue motivo de gozo y consuelo en medio de otras muchas situaciones en las que la respuesta no fue tan favorable.

La frase también nosotros damos gracias es enfática (nosotros, por nuestra parte, damos gracias1, o tanto nosotros como vosotros damos gracias2) y ha dado que pensar a los comentaristas, porque parece indicar que los tesalonicenses, además de los misioneros, están agradecidos. Sin embargo, no hay nada en el contexto inmediato que indicara explícitamente su gratitud. Algunos3 proponen que Pablo está contestando a una carta que los tesalonicenses le habían enviado y en la cual expresaban su gratitud a Dios. Otros4 piensan que el apóstol se refiere no a una carta, sino al informe de Timoteo. Otros5 suponen que la referencia es a los versículos anteriores: Pablo sobrentiende que los tesalonicenses, al haber sido testigos de la vivencia piadosa y la exhortación fiel de los misioneros (2:10–12), dan gracias a Dios por ellas. En todo caso, es evidente que, mientras que los tesalonicenses dan gracias por las bendiciones espirituales recibidas durante la estancia apostólica, los misioneros dan gracias por la manera en que las recibieron.

PALABRA HUMANA, PALABRA DIVINA

Cada vez que se predica el evangelio, lo que está en juego, más que cualquier otra consideración, es la cuestión del origen humano o divino del mensaje. ¿Es fruto sólo de la inteligencia y la imaginación creativa del predicador? ¿O es palabra de Dios?

Pablo no abrigaba la menor duda en cuanto al origen divino del evangelio que predicaba (cf. 2:2, 9). Era palabra de Dios. Es decir, no sólo era una palabra acerca de Dios, sino la palabra que encuentra su origen en Dios y procede de él6. Sin duda, una de las acusaciones más repetidas por los adversarios era que él predicaba un evangelio nuevo, de fabricación humana, en contraste con la ley dada por Dios a Moisés en el Sinaí. De ahí su empeño en demostrar lo contrario:

Pues quiero que sepáis, hermanos, que el evangelio que fue anunciado por mí no es según hombre. Pues ni lo recibí de hombre, ni me fue enseñado, sino que lo recibí por medio de una revelación de Jesucristo (Gálatas 1:11–12).

Aquí, nuevamente, afirma sin titubear que el evangelio que proclamaba no era suyo, sino de Dios. Lejos de reprender a los tesalonicenses por haber atribuido al mensaje una autoridad excesivamente alta, los alaba por haber percibido su absoluta trascendencia.

Y lo hace sin pretender colocarse medallas ni arrogarse a sí mismo importancia alguna. En ese sentido, conviene observar el contraste entre nuestro texto y la experiencia de Pablo y Bernabé en Listra (Hechos 14:8–18). Cuando los habitantes confundieron a Pablo y Bernabé con los dioses Júpiter y Mercurio, el apóstol reaccionó con indignación. Atribuir divinidad a los mensajeros es aberrante. No son más que siervos indignos del único Dios verdadero (v. 15). En cambio, atribuir divinidad al mensaje no sólo es aceptable, sino necesario.

Ciertamente, el apóstol había utilizado todas sus facultades mentales y comunicativas para transmitir eficazmente el mensaje. Sin duda, había aducido argumentos para razonarlo, ilustraciones para explicarlo y todos los poderes persuasivos de los que era capaz para convencer a sus oyentes acerca de su veracidad. Pero, aunque la forma del mensaje puede haber sido suya, el fondo era de Dios. Pablo se veía a sí mismo como embajador o heraldo7: como tal, tenía la libertad (y la obligación) de presentar el mensaje con lenguaje adecuado para cada situación y hacerlo comprensible a cada público, de acuerdo con sus conocimientos, sus prejuicios, sus malentendidos y sus limitaciones; pero no tenía derecho a cambiar ni una pizca de su contenido. Debía ser siempre fiel a su Rey y proclamar el mensaje real sin modificarlo: la verdad revelada por Dios, toda la verdad y nada sino la verdad. Como heraldo, no le interesaba la elocuencia en sí. Aun siendo uno de los grandes pensadores de su época, no le importaba la originalidad ni la profundidad de una idea, sino sólo si se ajustaba a la revelación de Dios. No intentaba estar al día con respecto a las modas de la filosofía, la homilética o las ciencias humanas, sino que hablaba con la plena convicción de ser portavoz de Dios.

Como consecuencia, no ofrecía sus enseñanzas al público como tema de discusión y debate, como si de una novedosa teoría especulativa se tratara. Para él, el evangelio estaba por encima de toda discusión no porque él, con arrogancia, lo dijera, sino porque, tratándose de la Palabra de Dios, no se prestaba a ser negociada ni cuestionada por mente humana alguna. Como heraldos fieles, los misioneros tenían la obligación de aclarar cualquier duda o malentendido en torno al contenido del mensaje proclamado; en este sentido, invitaban a preguntar y admitían la discusión (Hechos 17:2–3). Pero nunca sometían el evangelio al escrutinio de los filósofos o líderes religiosos del momento para su corrección, retoque o aprobación intelectual, pues cuando Dios habla le compete al hombre obedecer, no discutir8.

Por tanto, lo que los tesalonicenses oyeron al escuchar la predicación apostólica fue, ciertamente, palabra de hombres. De hecho, tan humano fue el mensaje que muchos de sus conciudadanos lo recibieron sólo como la opinión de los misioneros. Pablo no niega esta dimensión: aunque el contenido es de Dios, el continente es humano; el tesoro divino llega en vasos de barro (2 Corintios 4:7). Sin embargo —y éste es el punto crucial—, aun a pesar de la necesaria dimensión humana del mensaje, los tesalonicenses lo recibieron no como la palabra de hombres, sino como lo que realmente es, la palabra de Dios. Más allá del envoltorio humano, descubrieron y abrazaron el mensaje divino. Aunque la única voz audible fue la de los misioneros, los tesalonicenses comprendieron que quien les hablaba era Dios mismo.

Aquí conviene que nos planteemos dos consideraciones importantes. Por un lado, como predicadores, ¿nos aseguramos siempre de que nuestro mensaje sea verdadera Palabra de Dios? Como ya hemos dicho, hay una sola manera de garantizarlo: exponiendo las Escrituras, la Palabra inspirada. Podemos ser todo lo creativos que queramos en la forma de nuestra predicación, pero no en el fondo.

Por otro lado, como oyentes, ¿recibimos la predicación como Palabra de Dios, o sólo como opinión humana? Ciertamente, no debemos renunciar a nuestras facultades críticas, lo cual sería condenarnos a tragar toda clase de aberraciones humanas, sino que debemos ser nobles como los bereanos y recibir la palabra con solicitud, cotejándola con las Escrituras para ver si es de Dios (Hechos 17:11; cf. 5:21); pero, luego, si comprobamos que es así, debemos someter nuestra voluntad a su autoridad divina. No seamos como algunas congregaciones que se alzan de tal manera con espíritu crítico y analítico contra las predicaciones, que eluden la necesidad de obedecer la voz de Dios.

LA CORRECTA RECEPCIÓN DE LA PALABRA

De hecho, Pablo identifica tres etapas en la «recepción» de la Palabra por parte de los tesalonicenses, las cuales constituyen tres pasos que deben darse siempre cuando se recibe correctamente la palabra de Dios:

1. Prestar atención a la palabra proclamada

En primer lugar, los creyentes de Tesalónica prestaron atención al mensaje proclamado por los misioneros: recibisteis de nosotros la palabra del mensaje de Dios. Literalmente, el texto griego habla aquí de la palabra de oyendo9; o sea, recibisteis de nosotros la palabra oída que viene de Dios. Se trata de una acción física y externa: la transmisión audible desde los labios del mensajero hasta los oídos del oyente. En este caso específico, se trata de la comunicación verbal del depósito del evangelio, transmitido por los misioneros a los tesalonicenses.

Pero no por ser externa deja de ser importante. La fe viene por el oír (Romanos 10:17), y quien no presta atención al mensaje se queda en su incredulidad. La mayoría de los incrédulos lo son no por haber rechazado el mensaje de Dios después de haber meditado profundamente en él, sino porque nunca han querido detenerse el tiempo necesario para escucharlo con atención. Han descuidado el mensaje. Se han tapado los oídos ante su proclamación. No quieren saber. No han querido recibir el mensaje ni siquiera en este nivel más básico. Y así se encaminan sordos hacia la perdición eterna.

2. Abrir el corazón ante ella y recibirla como palabra de Dios

Pero, aunque es importante prestar atención al mensaje, no basta recibirlo sólo con el intelecto y como palabra humana. Además de recibirlo con el oído, hay que aceptarlo con el corazón como Palabra de Dios. El segundo verbo griego empleado por Pablo es distinto y transmite la idea de aprobación, apropiación, bienvenida o abrazo caluroso10. De los muchos que en algún momento oyen la palabra, sólo pocos la abrazan.

Esto es lo que algunos no entienden: que no es suficiente recibir el evangelio como palabra de hombre o estudiar la Biblia como un mero documento humano. Desde luego, como ya hemos dicho, la autoría humana está constantemente presente en las Escrituras; pero quien no percibe la voz de Dios más allá de la letra humana nunca conocerá los efectos sanadores del mensaje. Las Escrituras son eficaces para dar sabiduría y llevar a la salvación sólo por cuanto han sido inspiradas por Dios (2 Timoteo 3:15–16). Quien se ciega ante esa realidad no experimentará la verdadera utilidad de la Palabra. Por eso mismo, hay teólogos que pasan su vida estudiando la Biblia y que vierten sobre ella torrentes de erudición pero que, no obstante, se vuelven insensibles a su autoridad divina y desconocen su poder transformador.

3. Recibir su acción continuada

Quien ha aceptado verdaderamente la Palabra de Dios lo demuestra siguiendo bajo su dirección y autoridad. Esto es lo que habían hecho los tesalonicenses y el resultado era patente: la cual [la palabra] también hace su obra en vosotros los que creéis.

Pablo emplea aquí un verbo favorito suyo: obrar o actuar11. Él comprendía que diferentes ideas o ideologías suelen conducir a diferentes maneras de comportarse, para bien o para mal. Si esto es cierto en cuanto a las enseñanzas erróneas (Romanos 7:5; 2 Corintios 4:12; 2 Tesalonicenses 2:7), ¡cuánto más lo será en cuanto al evangelio! Éste, potenciado por el Espíritu que lo inspiró, siempre está en acción en la vida de la persona que lo abraza, demostrando así ser lo que pretende ser: palabra de Dios que cumple siempre sus propósitos (Isaías 55:11).

De hecho, la eficacia de la palabra en la vida de los creyentes demostraba al menos dos cosas: por un lado, que su aceptación por parte de ellos había sido genuina, de corazón y no sólo de mente; por otro, que el mensaje realmente era de origen divino y poderoso en Dios para efectuar su transformación.

Así pues, hay continuidad en la obra de la Palabra de Dios: había actuado para la regeneración inicial de los tesalonicenses (cf. 1 Pedro 1:23) y seguía actuando para su santificación y transformación. Pero también hay continuidad en la fe de los tesalonicenses. Cuando Pablo dice en vosotros los que creéis, emplea el tiempo presente continuo: vosotros los que estáis creyendo o seguís creyendo. Para que la obra de la Palabra siga siendo eficaz en nosotros, aquella fe inicial que recibió el mensaje como palabra divina debe seguir actuando en nosotros. La operación de la palabra cesa cuando cesa la fe12. O, expresando la misma idea en otras palabras, para que la Palabra obre en nosotros, debemos ser hacedores de la palabra y no sólo oidores (Santiago 1:22).

CONCLUSIONES

Conviene, pues, preguntarnos si hemos recibido el evangelio de la misma manera que los tesalonicenses. ¿Hemos prestado la debida atención a su mensaje, reconocido su origen divino, abierto nuestro corazón y doblegado nuestra voluntad a sus demandas, y recibido por fe sus bendiciones espirituales? Como consecuencia, ¿conocemos su efecto continuado en nuestras vidas, obrando en nosotros y transformándonos a la imagen de Jesucristo? ¡Qué importante que recibamos correctamente la palabra! Como dijo el Señor Jesucristo: Tened cuidado de cómo oís (Lucas 8:18). Pablo pudo comprobar la autenticidad de la conversión de los tesalonicenses al ver los grandes cambios morales y espirituales efectuados en ellos por medio del evangelio (1:1–10): seguían adelante testificando con denuedo a pesar de la oposición (1:8) y mostrando el fruto de su fe, amor y esperanza (1:3). ¿Se puede decir lo mismo acerca de nosotros?

Una buena manera de saberlo es considerando las consecuencias sociales que la conversión genuina suele traer. El hecho de haber recibido el evangelio como Palabra de Dios, y de haber conocido su obra santificadora en sus vidas, involucró a los creyentes de Tesalónica en la persecución. Así suele ser. Es un hecho observado por el apóstol y refrendado por el Espíritu Santo que todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús serán perseguidos (2 Timoteo 3:12). Lo dijo también el Señor Jesucristo: En el mundo tendréis tribulación (Juan 16:33). Si desconocemos esta clase de oposición, vale la pena considerar si nos hemos dejado convencer por el evangelio sólo como palabra de hombres o si hemos sometido nuestras vidas enteras a su mensaje como Palabra de Dios.


Adaptado: Burt, D. F. (2002). La Conversión Auténtica


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