PERSECUCIÓN POR PARTE DE LOS JUDÍOS. | 1 Tesalonicenses 2:15-16 | David Burt

 

PERSECUCIÓN POR PARTE DE LOS JUDÍOS

1 TESALONICENSES 2:15-16

… los cuales mataron tanto al Señor Jesús como a los profetas, y nos expulsaron, y no agradan a Dios sino que son contrarios a todos los hombres, impidiéndonos hablar a los gentiles para que se salven, con el resultado de que siempre llenan la medida de sus pecados. Pero la ira ha venido sobre ellos hasta el extremo.

LA POLÉMICA PAULINA

El pueblo hebreo ha tenido que aguantar terribles aflicciones a manos de la Europa «cristiana»: las atrocidades cometidas en Tierra Santa por los cruzados, tanto contra musulmanes como contra judíos; las injusticias fiscales, la confiscación de bienes, el confinamiento a guetos1, los pogromos y las matanzas practicadas en casi todos los países europeos en distintos momentos de la Edad Media; la expulsión de los judíos de nuestra España en 1492; y, sobre todo, el espantoso holocausto nazi, con millones de judíos sujetos a tratos infrahumanos, a toda clase de vejaciones y maltratos, al hambre y al frío y, al final, a una muerte despiadada. Al considerar esas cosas, comprendemos que los europeos hemos perdido toda derecho moral a acusar a los judíos de haber perseguido a los cristianos2.

Es así aun cuando, como cristianos evangélicos, nos distanciamos de las atrocidades cometidas en el pasado y señalamos, con razón, el (relativamente) buen trato ofrecido a los judíos en algunos países de tradición protestante: por ejemplo, el refugio que los judíos perseguidos encontraron en la Holanda reformada o en la Inglaterra de Cromwell en el siglo XVII; las libertades que los judíos han disfrutado en países como los Estados Unidos de América3. Pero entendemos que, de la misma manera en que el cristiano típico no suele distinguir entre el fanatismo de los talibanes y los logros artísticos y culturales del islam moderado —para él, todos son musulmanes—, igualmente, el judío de a pie no sabe distinguir entre aquellos «cristianos» que cometieron barbaridades durante las cruzadas del siglo XI y aquellos otros que tienen actitudes casi sionistas en el siglo XXI: para él, todos son cristianos. Los buenos tienen que pagar los platos rotos por los malos. Por eso, entendemos que sobre todos los europeos, tanto los cristianos como los ateos, los entendidos como los ignorantes, los arrepentidos como los endurecidos, planea la sombra de la culpa colectiva de lo que nuestros antepasados hicieron al pueblo judío.

A la luz de la triste historia del antisemitismo occidental, leer estos versículos de 1 Tesalonicenses puede resultarnos sofocante. De hecho, a causa de la hipersensibilidad que padecemos como consecuencia de nuestra culpa colectiva, toda crítica negativa a los judíos se tilda fácilmente de antisemita, incluso cuando se presenta con ecuanimidad, sin animosidad y con el sencillo deseo de hacer constatar los hechos4. A la sombra del Holocausto, no es políticamente correcto hablar mal del pueblo hebreo. Quizás sea por ello por lo que algunos comentaristas de hoy se sorprenden ante lo que consideran la virulencia de nuestro texto y otros llegan al extremo de proponer que no puede haber salido de la pluma de Pablo5.

Desde luego, es cierto que se trata de una denuncia a los judíos más severa que cualquier otro texto de Pablo6. También es cierto —tristemente— que este texto ha sido manipulado y utilizado para fomentar actitudes antisemitas a lo largo de la historia occidental. Pero en sí sólo es una relación de ciertos hechos históricos, juntamente con una afirmación profética acerca de la ira divina que caerá como castigo sobre los que han llevado a cabo hechos tan reprensibles. Se trata de una serie de verdades confirmadas por otros muchos textos bíblicos, no de una invectiva personal. Pablo no habla con mala voluntad ni con ánimo de odio. Nunca tuvo la intención de fomentar venganzas humanas, ni mucho menos de justificar genocidios. Además, la revelación bíblica deja claro que la ira divina caerá con igual furia sobre aquellos que se han servido de estas acusaciones para justificar acciones nefastas contra los judíos. El propio Pablo, escribiendo a los gentiles, lo dice claramente: Si Dios no perdonó las ramas naturales [del olivo], … desgajadas por su incredulidad, … tampoco a ti te perdonará (Romanos 11:20–21).

Por tanto, antes de proyectar sobre este texto actitudes antisemitas propias del siglo XX, conviene recordar algunas cosas acerca del autor:

  • En primer lugar, Pablo enseñó a lo largo de su ministerio la absoluta igualdad de judío y gentil ante el evangelio y ante el juicio. Si acaso ejercía alguna clase de discriminación, fue la de dar preferencia a los judíos. Al judío primeramente, y también al griego es un principio que subyace en todo su ministerio; y, al visitar una nueva ciudad, solía dirigirse en primer lugar a la sinagoga para predicar el evangelio a los judíos. En aquellas poblaciones, como Tesalónica, en las que la iglesia resultante se componía principalmente de gentiles, sólo fue porque el evangelio había sido rechazado previamente por los judíos. Como él mismo dijo a los judíos de Antioquía de Pisidia:

Era necesario que la palabra de Dios os fuera predicada primeramente a vosotros; mas ya que la rechazáis y os juzgáis indignos de la vida eterna, he aquí, nos volvemos a los gentiles (Hechos 13:46; cf. 18:6).

En Romanos 2:5, texto paralelo al nuestro, Pablo vuelve a denunciar la injusticia del judío y pronostica el juicio que caerá sobre él: por causa de tu terquedad y de tu corazón no arrepentido, estás acumulando ira para ti en el día de la ira y de la revelación del juicio justo de Dios. Pero añade en seguida que el juicio de Dios es universal (el cual pagará a cada uno conforme a sus obras; 2:6) y sólo denuncia a los judíos después de dedicar todo un capítulo a la maldad de los gentiles (la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres; 1:18).

Para el apóstol, tanto el pecado humano como el juicio divino eran dos realidades universales. Sus afirmaciones acerca de los pecados de los judíos no proceden de un espíritu antisemita, sino de una comprensión bíblica de la triste condición moral y espiritual de todo ser humano que rechaza el evangelio, ya sea judío o gentil.

  • En segundo lugar, debemos recordar que el apóstol mismo era judío. Aunque había sido enviado por Cristo al mundo gentil y procuraba siempre honrar su llamamiento como apóstol a los gentiles (Romanos 11:3), sin embargo los lazos emotivos que le vinculaban a su pueblo eran fuertes, entrañables e incuestionables. No tenemos derecho a considerar que pronunciaba las palabras de nuestro texto con rabia mezquina y vengativa, cuando él mismo declara su propia disposición a ser anatema con tal de lograr la conversión de sus hermanos en la carne y confiesa la gran tristeza y el continuo dolor en mi corazón que su incredulidad le provocaba (Romanos 9:1–3).

    Además de ser judío, Pablo mismo había participado activamente en la persecución de la iglesia cristiana (Hechos 8:3; 22:4–5; 26:9–11; 1 Corintios 15:9; Filipenses 3:6; 1 Timoteo 1:13). No escribe, pues, desde un pedestal de inocencia inmaculada, sino como alguien consciente de las manchas en su propia historia: él mismo había compartido las mismas actitudes fanáticas que ahora soportaba como víctima. Escribe con pleno conocimiento de causa, tanto como perseguidor como perseguido. Escribe como alguien que conocía a fondo la mentalidad judía, pero también como alguien que sufría en consecuencia.
  • En tercer lugar, debemos recordar que Pablo acababa de sufrir personalmente el antagonismo de los judíos en Tesalónica, Berea y Corinto. Además, en el momento de escribir, estaba en vilo a causa de los maltratos que los tesalonicenses recibían a manos de los judíos de la ciudad. Éstos, por todos los medios, estaban intentando acabar con la nueva iglesia. A la luz de lo que el apóstol sufría, sus palabras resultan ser moderadas. No invoca sobre ellos la maldición de Dios. Se limita a exponer los hechos y su consecuencia inevitable: la persecución y el castigo divino.

  • En cuarto lugar, Pablo escribe estas palabras para consuelo de aquellos tesalonicenses (algunos de ellos también judíos) que estaban sufriendo los embistes de la persecución instigada por la sinagoga. La ironía del caso es que los auténticos fanáticos en aquel momento eran los judíos de Tesalónica, pero ¡se le acusa a Pablo de ser fanático por decirlo! Mas la intención del apóstol no era tanto condenar a los judíos como demostrar que los creyentes tesalonicenses, lejos de estar pasando por un situación excepcional, formaban parte de aquel verdadero pueblo de Dios que siempre ha sufrido a manos del falso pueblo de Dios. Los profetas, todos ellos judíos y fieles creyentes, fueron perseguidos por los judíos de sus tiempos. El Hijo de Dios, judío según la carne (Romanos 1:3; Gálatas 4:4–5), fue matado por los judíos de su día. Los misioneros y los apóstoles, casi todos ellos judíos, fueron rechazados y expulsados por sus compatriotas. No es de sorprender, pues, que los creyentes gentiles de Tesalónica tuvieran que sufrir tribulaciones a manos de los judíos de la ciudad. Los auténticos creyentes, hasta aquella fecha casi exclusivamente de sangre hebrea, siempre habían sido maltratados por los pseudo-creyentes.

    Así pues, no está en el ánimo del apóstol abrir brecha entre judíos y gentiles, sino consolar a los tesalonicenses enseñándoles que siempre se ha librado una guerra a muerte por parte del Israel-según-la-carne contra el Israel-de-Dios (Gálatas 4:22–5:1; 6:16). Los judíos que lo son sólo exteriormente y que practican la circuncisión sólo en la carne no toleran a los verdaderos judíos que lo son interiormente y practican la circuncisión del corazón, por el Espíritu (Romanos 2:28–29). Y eso fue tan cierto en tiempos del antiguo pacto, cuando los judíos incrédulos luchaban espiritualmente contra los judíos creyentes, como bajo el nuevo, cuando el evangelio se extiende al mundo gentil. Tal y como vimos en torno al versículo 14, los tesalonicenses deben recibir ánimo del hecho de que Dios los ha tenido por dignos de participar con aquella gran multitud de santos perseguidos que siempre ha configurado al auténtico pueblo de Dios.


    Si, pues, Pablo acusa a los judíos, lo hace como hebreo. No lo hace como representante de una cristiandad militante que se alza contra el judaísmo, sino como verdadero judío contra los judíos incrédulos que rechazan a Dios y a su Mesías. De hecho, el mismo espíritu que se hallaba entonces entre sus adversarios judíos (aquel espíritu religioso que se opone en nombre de Dios a la Palabra de Dios y al pueblo de Dios) se encuentra hoy día en medio de la cristiandad, y Pablo, de vivir ahora, encontraría sin duda la misma clase de oposición en la iglesia que conoció entonces en la sinagoga.

  • En quinto lugar, y por todo lo que acabamos de exponer, Pablo habría estado de acuerdo en que el antisemitismo es absolutamente incompatible con el espíritu de Cristo. Él mismo amaba a los judíos y procuraba siempre su conversión. Y todo cristiano auténtico sabe que, en el plano humano, debe su salvación a los judíos. Fueron ellos quienes, durante largos siglos, mantuvieron intactas las Escrituras, las promesas del pacto y las profecías acerca del reino venidero (Romanos 9:4). De ellos nació, según la carne, nuestro Señor Jesucristo (Romanos 9:5). Nuestra fe descansa sobre el fundamento de los apóstoles, judíos todos ellos (Efesios 2:20). Verdaderamente, la salvación viene de los judíos (Juan 4:22). La cristiandad ha practicado el antisemitismo sólo en la medida en que ha ido alejándose del evangelio de Jesucristo.

LA CULPA DE LOS JUDÍOS

Dicho todo eso, consideremos ahora cuáles son las acusaciones de Pablo contra los judíos. Describe su culpabilidad mediante siete frases:

1. Mataron al Señor Jesús

Empieza con lo que había sido, a todas luces, el pecado más grave de todos: los judíos mataron al Señor Jesucristo. Aquí el orden de las palabras es extraño. Literalmente el texto reza: incluso al Señor mataron Jesús7. La separación de las palabras Señor y Jesús arroja un énfasis doble sobre el texto que sugiere que su crimen fue doblemente serio. No sólo hicieron morir a un conciudadano suyo, el hombre Jesús de Nazaret, aquel que había venido como Salvador de su pueblo (Mateo 1:21); sino que atentaron contra aquel a quien Dios había designado como Señor y Cristo, el Dios-hecho-hombre, ahora exaltado en los cielos.

Es cierto que los que tomaron a Jesús y le clavaron físicamente a la cruz fueron soldados gentiles bajo las órdenes del gobernador romano Poncio Pilato (cf. 1 Corintios 2:8). Pero, aunque sea políticamente correcto utilizar la participación gentil para mitigar la culpa de los judíos, y aunque sea teológicamente correcto declarar culpables de la muerte de Cristo a todos los hombres a causa de aquella pecaminosidad nuestra que le llevó a ofrecerse en sacrificio, nada puede disfrazar el hecho de que, para los autores bíblicos (judíos todos ellos), los máximos responsables de su muerte fueron aquellos judíos que clamaron ¡crucifícale! y que cargaron sobre sí la responsabilidad por su muerte diciendo: ¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos! (Mateo 27:25)8.

Como consecuencia, el apóstol Pedro, testigo ocular de aquellos acontecimientos, pudo acusar a sus oyentes hebreos en el día de Pentecostés: Clavasteis en una cruz [a Jesús el Nazareno] por manos de impíos (Hechos 2:23); es decir: Vosotros los judíos matasteis a Jesús en una cruz, si bien es cierto que lo hicisteis por medio de instrumentos gentiles. Y por la misma razón —dice ahora Pablo— los judíos son los principales culpables de la muerte del Señor.

Los tesalonicenses estaban en muy buenas condiciones para entender la culpa respectiva de judíos y gentiles en torno a la crucifixión de Jesús, por cuanto la historia se había repetido cuando los misioneros visitaron la ciudad. Fueron las multitudes gentiles las que causaron el alboroto en Tesalónica y fueron las autoridades gentiles las que les impusieron la multa (Hechos 17:5 y 8–9); pero lo hicieron a instigación de los judíos. Si no hubiera sido por el antagonismo de la sinagoga, los creyentes de Tesalónica no habrían conocido la persecución.

2. Mataron a los profetas

Pero, desgraciadamente, la muerte de Jesucristo no fue un caso aislado en la historia de Israel, sino sólo la acción central de una actitud persistente que se había manifestado ya en la muerte de los profetas e iba a seguir manifestándose en la persecución de los apóstoles. Sistemáticamente, los judíos habían perseguido a aquellos siervos de Dios que los habían llamado a volver a la fidelidad del pacto9. Habían murmurado contra Moisés y Aarón (Números 14:2) y habían intentado apedrear a Josué y Caleb (Números 14:6–10). Y a continuación, generación tras generación, se habían alzado en contra de los auténticos portavoces de Dios, oponiéndose a ellos hasta la muerte (ver, por ejemplo, 1 Reyes 18:4; 19:10; 2 Crónicas 24:20–21; Nehemías 9:26; Jeremías 2:30).

En esta denuncia, Pablo no hace más que repetir la acusación que Jesús mismo dirigió contra ellos:

Serpientes, camada de víboras, ¿cómo escaparéis del juicio del infierno? Por tanto, mirad, yo os envío profetas, sabios y escribas: de ellos, a unos los mataréis y crucificaréis, y a otros los azotaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad, para que recaiga sobre vosotros la culpa de toda la sangre justa derramada sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Berequías, a quien asesinasteis entre el templo y el altar (Mateo 23:33–35; cf. Mateo 5:10–12; 21:33–39; Lucas 20:9–19).

Pablo no escuchó personalmente estas palabras en labios de Jesús, aunque es probable que las conociera a través de las recopilaciones de dichos del Señor que ya circulaban en su día. Pero sí había escuchado las palabras de otro testigo de excepción, Esteban, el primer mártir cristiano (ver Hechos 7:58):

Vosotros, que sois duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos, resistís siempre al Espíritu Santo; como hicieron vuestros padres, así también hacéis vosotros. ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Ellos mataron a los que antes habían anunciado la venida del Justo, del cual ahora vosotros os hicisteis entregadores y asesinos (Hechos 7:51–52).

El testimonio de Esteban habría resonado en la cabeza de Pablo durante el tiempo intermedio antes de su conversión. Es de suma importancia por al menos tres razones, todas las cuales hallan su resonancia en el pensamiento del apóstol.

  • En primer lugar, identifica a los judíos como los «asesinos» de Jesús. De acuerdo que, como acabamos de decir, los romanos fueron los autores materiales de su crucifixión; pero lo habían hecho impulsados por los líderes de los judíos, y éstos tienen la mayor culpa.
  • En segundo lugar, indica que el verdadero judaísmo no es el de la circuncisión de la carne, sino que consiste en aquellos que han sido circuncidados en su oído y su corazón. Es decir, se cumplen en vano los requisitos externos de la ley de Dios si éstos no van acompañados por una verdadera transformación del hombre interior; y es posible ser muy religioso y guardar todas las formas y ceremonias del culto y, sin embargo, estar lejos de Dios y de su pueblo.
  • En tercer lugar, la pregunta ¿a cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? dio a Pablo la pista para comprender que los verdaderos santos de Dios siempre han sido perseguidos por los seguidores de la religión formal y externa, comprensión que él ahora comunica a los tesalonicenses.

3. Expulsaron a los misioneros

En su tercera acusación contra los judíos, Pablo se vuelve desde las acciones persecutorias del pasado hacia las del presente. Los misioneros han sufrido la misma clase de saña persecutoria que padecieron los profetas.

La palabra expulsar es un verbo compuesto poco frecuente en las Escrituras10, pero especialmente apto para describir lo que les había sucedido en Tesalónica y en Berea. Los misioneros se habían visto obligados a huir de ambas ciudades a causa de la persecución de los judíos (Hechos 17:5–10 y 13–14). Pero aquélla no fue la primera vez que Pablo experimentó la expulsión a manos de los judíos. Al principio de su ministerio había tenido que huir de Jerusalén como consecuencia del antagonismo de los judíos helénicos (Hechos 9:28–30). Si la persecución de los profetas por parte de los judíos había prefigurado los sufrimientos de Cristo, la de los apóstoles representaba su seguimiento y secuela. Y en ella son llamados a participar los tesalonicenses … y también nosotros.

4. No agradan a Dios

Evidentemente, los que persiguen a los heraldos reales —a los profetas, a los apóstoles y al Verbo encarnado— no pueden caer en gracia al Rey al que éstos representan. De hecho, quien se opone al mensajero se alza en contra de aquel que lo envió. Lo que han hecho los judíos es un ultraje no sólo a los hombres, sino a Dios mismo.

La frase no agradan a Dios parece una manera excesivamente suave de describir los sentimientos que la incredulidad de los judíos despierta en Dios11. Lejos de agradarle, los judíos están provocándole a ira (cf. Salmo 106:29 y Números 25:4; 1 Reyes 14:9; Isaías 65:2–3 y Romanos 10:21; Jeremías 32:30). Están en una situación de enemistad, rebeldía y pecado delante de él. Dios, por tanto, está no sólo decepcionado con ellos, sino furioso. Si Pablo elige emplear este verbo, quizás sea porque quiere señalar el contraste entre los judíos y los misioneros. Es el mismo verbo que ha empleado al referirse a éstos en el versículo 4: no como agradando a los hombres, sino a Dios. Así señala que, mientras que los misioneros habían sido probados y aprobados por Dios y, como consecuencia, le complacían en su ministerio; los judíos, aun creyendo que hacían la voluntad de Dios (cf. Juan 16:2; Romanos 10:2), no habían superado la prueba, sino que habían sido pesados en la balanza y hallados faltos de peso (Daniel 5:27).

Es de observar que Pablo volverá a emplear la frase agradar a Dios en el 4:1, al iniciar una sección sobre el comportamiento ético de los tesalonicenses. Igual que los misioneros llevaron a cabo su ministerio con la sola meta de gradar a Dios, así también los creyentes deben vivir su vida diaria; y todo esto en vivo contraste con los judíos, quienes no agradaban a Dios ni en su vivencia ni en su ministerio.

En realidad, seguimos con las dos alternativas de siempre: la verdadera Iglesia de Dios y el sucedáneo espurio. Los que forman parte de la verdadera Iglesia han sido incorporados en ella por la obra regeneradora del Espíritu (Romanos 8:9; 1 Corintios 12:13; Tito 1:5) y, como consecuencia, están posibilitados para llevar a cabo vidas sanas y ministerios sanadores, por lo cual complacen a Dios y hacen todo para su gloria (1 Corintios 10:31). En cambio, los que constituyen la seudo-iglesia están aún en la carne y no pueden agradar a Dios (Romanos 8:8).

5. Son contrarios a todos los hombres

La quinta acusación nos recuerda las palabras de Tácito12, quien dijo que los judíos sienten sólo odio y hostilidad hacia los demás pueblos. Sin embargo, mientras que el historiador romano contemplaba el exclusivismo de los judíos —frecuentemente interpretado como xenofobia— y su arrogancia como pueblo escogido, es probable que Pablo tenga en mente algo más específico, lo cual será elaborado en la frase siguiente: los judíos, al oponerse a la proclamación del evangelio, no sólo se alzan contra Dios, sino también contra los intereses de la humanidad entera. No toleran que los apóstoles ejerzan su ministerio evangelístico en las sinagogas, por lo cual impiden que los judíos escuchen las buenas nuevas y se salven; y tampoco permiten que los apóstoles prediquen en las calles, por lo cual cierran las puertas del evangelio a los gentiles. Así, vulneran los derechos de todos los hombres.

Oponerse a la predicación del evangelio es declararse enemigo de la humanidad, puesto que todos los hombres necesitan en verdad la salvación que es posible alcanzar solamente en Cristo13.

Ésta es la única ocasión en la que el Nuevo Testamento aplica la palabra contrario a unas personas. Normalmente, se refiere a objetos inanimados14. Este vocablo sugiere, pues, que los judíos se han endurecido de tal manera ante la voz de Dios, que se han vuelto insensibles, incapaces de reaccionar, y actúan con toda tozudez y obstinación en su oposición al bien común de los seres humanos.

¡Qué trágico que se tenga que decir acerca de los judíos —formados como nación para que a través de ellos Dios pudiera bendecir a todas las naciones (Génesis 22:16–18; Jeremías 4:1–2)— que, lejos de alcanzar su cometido, actúan en contra suya! ¡Qué triste que un pueblo que se creía elegido por Dios hiciera todo lo posible por impedir la comunicación de la Palabra de Dios! ¡Y cómo debe su mal ejemplo escarmentarnos a nosotros, a quienes nos corresponde ser sal, luz y bendición para los que están a nuestro alrededor! Que no se tenga que decir de nosotros que somos enemigos de la humanidad o que el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de nosotros (Romanos 2:24; cf. Isaías 52:5; Ezequiel 36:20–22).

6. Impiden hablar a los gentiles para que se salven

La forma concreta que toma su antagonismo es que, por todos los medios, procuran obstaculizar la proclamación del mensaje de la salvación. Pablo sabía perfectamente, por sus propias amargas experiencias, que la oposición de los judíos era un estorbo constante para el avance de la obra. Así había ocurrido, además de en Tesalónica y Berea, en Antioquía de Pisidia (Hechos 13:50), en Iconio (Hechos 14:4–6) y en Listra (Hechos 14:19). Y, aun en el momento de escribir, acababa de conocer su antagonismo en Corinto:

Pablo se dedicaba por completo a la predicación de la palabra, testificando solemnemente a los judíos que Jesús era el Cristo. Pero cuando ellos se le opusieron y blasfemaron, él sacudió sus ropas y les dijo: Vuestra sangre sea sobre vuestras cabezas; yo soy limpio; desde ahora me iré a los gentiles (Hechos 18:5–6).

Bastante grave fue el pecado de rechazar ellos mismos el evangelio. Pero peor aún es el pecado de impedir que otros lo abracen. Así se portan como el perro del hortelano: ni comen ni dejan comer.

Aquí, Pablo se hace eco —quizás conscientemente— de las palabras del propio Jesucristo en Mateo 23:13:

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres, pues ni vosotros entráis, ni dejáis entrar a los que están entrando.

7. Siempre llenan la medida de sus pecados

La conjunción que introduce la séptima acusación del apóstol suele indicar propósito (a fin de que llenen o para que llenen); pero, en el contexto de nuestro versículo, los comentaristas prefieren entenderla como una indicación de consecuencia, como en nuestra versión15. El resultado, pues, de estos seis errores de los judíos es que siempre llenan la medida de sus pecados.

Esta frase indica claramente la extrema gravedad de lo que están haciendo los judíos. Su idea básica es que los judíos amontonan error tras error, hasta el punto de dar la impresión de que lo están haciendo con toda intencionalidad. No se conforman con rechazar el evangelio ellos mismos, sino que ponen trabas e impide que otros tengan la oportunidad de escucharlo. No se conforman con perseguir a los misioneros, sino que tienen que causar sufrimiento también a los creyentes tesalonicenses. Su antagonismo podría haberse limitado a una sencilla réplica a los cristianos desde el púlpito de la sinagoga. A fin de cuentas, Tesalónica ya estaba llena de toda clase de religiones. ¿Por qué no aceptar una más? Pero no. Tienen que luchar a ultranza. No estarán satisfechos hasta conseguir silenciar la Palabra de Dios. Su fanatismo los lleva de pecado en pecado, de manera que no les falta ya nada en el catálogo de sus errores16. No les queda nada por hacer para provocar la ira de Dios. Y esto lo han hecho repetidas veces a lo largo de su historia, por lo cual Pablo emplea el adverbio siempre17.

Nuevamente, aquí Pablo se hace eco de los ayes pronunciados por Jesús contra los escribas y fariseos en Mateo 23. Allí, justo antes de describir su afán persecutorio (Mateo 23:33–35; cf. 1 Tesalonicenses 2:14–15) y después de denunciarles por cerrar el reino de los cielos delante de los hombres (Mateo 23:13; cf. 1 Tesalonicenses 2:16), les dice: Llenad, pues, la medida de la culpa de vuestros padres (Mateo 23:32). Pablo ve ahora en la actitud de los judíos de su día la continuación y culminación de un espíritu ya centenario, pero que alcanzó su expresión más maligna en su persecución a muerte del Hijo de Dios. Por eso mismo, sabe que el juicio divino no puede tardar en manifestarse. La copa de la ira de Dios (cf. Salmo 11:6; 75:8) ya está rebosando.

Pero estas frases de Jesús y de Pablo —llenad la medida de los pecados de vuestros padres; siempre llenan la medida de sus pecados— sugieren también que todo ocurre dentro de los propósitos eternos de Dios18. Él, a causa de su paciencia y de su deseo de que todos vengan al arrepentimiento (2 Pedro 3:9), permite que los hombres lleguen a cierto extremo de maldad, pero él mismo determina el límite de sus desvaríos. Entonces interviene con juicio19. Por tanto, llenar la medida da a entender que hay un límite designado por Dios más allá del cual los judíos no podrán pasar y más acá del cual no pararán. Eso no quiere decir que Dios sea el culpable de los pecados de los judíos, ni que éstos sean meros títeres en manos de Dios; sino que sus actos responsables y reprobables, lejos de lesionar los designios divinos, forman parte de ellos. Y eso mismo debe ser motivo de gran consuelo tanto para los tesalonicenses como para nosotros.

EL CASTIGO DE LOS JUDÍOS

Puesto que el objeto real del antagonismo de los judíos es Dios mismo, y puesto que está claro que tal amontonamiento de pecados tiene que agotar pronto la paciencia divina, Pablo sabe que la ira de Dios no puede dejar de manifestarse. De hecho, su convicción al respecto es tan segura que emplea el tiempo aoristo para describir lo que aún queda en el futuro: dice literalmente que la ira vino sobre ellos20; pero lo que quiere decir es que la ira vendrá irremisiblemente sobre ellos21, que pende ya sobre sus cabezas y que de ninguna manera podrán eludirla.

¿Cuál es la forma exacta que toma la manifestación de la ira de Dios contra los judíos? Pablo podría estar pensando en algún castigo puntual que está a punto de caer sobre ellos. Y, de hecho, no han faltado los que ven, por ejemplo, en la persecución que sufrieron los judíos bajo Calígula y Claudio, el cumplimiento de estas palabras. Lo que hace que esta interpretación resulte atractiva es el hecho de que, en el momento de escribir esta epístola, Pablo acabara de conocer en Corinto a Aquila y Priscila, judíos expulsados de Roma a causa de la persecución de Claudio (Hechos 18:1–2). Lo que milita contra ella es que, entonces, tendríamos que suponer que Dios visitó el pecado de los judíos de Judea y de Tesalónica ¡con un castigo aplicado a los judíos de Roma! Otros piensan que la profecía se cumple en la destrucción del templo en el año 70 d.C.22 De hecho, ha habido comentaristas que, por sostener que la clara referencia de este texto es a la caída de Jerusalén, deducen que Pablo no puede haber sido su autor23. Otros suponen que se cumplió a través de la trágica historia de la dispersión de los judíos después de su expulsión de Jerusalén a partir del año 135 y a través de las muchas tribulaciones de la diáspora, culminando en el horror del holocausto.

Sin embargo, puesto que todos esos posibles castigos temporales quedaban aún en el futuro, quizás hagamos mejor en no buscar una explicación tan específica. Hay al menos dos sentidos más en los que Pablo identificaría la ira de Dios sobre los judíos. En primer lugar, la vería en el propio endurecimiento de la nación24. Al menos, así sería en el caso del juicio de Dios sobre los gentiles expuesto en Romanos 1. La ira de Dios se revela desde el cielo contra el pecado humano (1:18) de muchas maneras, pero inmediatamente por medio de la «entrega» del hombre por parte de Dios y la confirmación en su condición pecadora (1:24, 26, 28). Siembras el pecado y cosechas la pecaminosidad. La manifestación inmediata de la ira de Dios contra los judíos se ve en el endurecimiento de su corazón:

Aquello que Israel busca no lo ha alcanzado, pero los que fueron escogidos lo alcanzaron y los demás fueron endurecidos … A Israel le ha acontecido un endurecimiento parcial hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles (Romanos 11:7, 25).

Los judíos han practicado una soberbia espiritual y una envidia odiosa que les han conducido a perseguir a los cristianos (Hechos 17:5). Sin embargo, el daño que han causado a otros no es nada en comparación con aquel que se han hecho a sí mismos. Su envidia les ha producido una ceguera espiritual a causa de la cual han sido incapacitados para ver la gloria del evangelio de Jesucristo y, por tanto, para entrar en la salvación que Cristo les ofrece:

El entendimiento de ellos se endureció; porque hasta el día de hoy, en la lectura del antiguo pacto el mismo velo permanece sin alzarse, pues sólo en Cristo es quitado. Y hasta el día de hoy, cada vez que se lee a Moisés, un velo está puesto sobre sus corazones … Y si todavía nuestro evangelio está velado, para los que se pierden está velado, en los cuales el dios de este mundo ha cegado el entendimiento de los incrédulos, para que no vean el resplandor del evangelio de la gloria de Cristo, que es la imagen de Dios (2 Corintios 3:14–15; 4:3–4).

En segundo lugar, ya hemos observado cierta simetría dentro de las cuatro secciones que configuran la primera parte de esta epístola (ver página 131). Puesto que cada una de estas secciones termina con una referencia escatológica, no podemos desechar la idea de que la ira del 2:16 no se refiere tanto a un castigo que caerá sobre los judíos en esta vida como al castigo eterno del juicio final25. Además, hemos visto que, mientras que la segunda sección y la cuarta versan sobre los misioneros, la primera y la tercera versan sobre los tesalonicenses: su conversión (1:2–10) y su persecución (2:13–16). Y, puesto que la primera termina con una referencia a la ira venidera (1:10), casi cae por su propio peso que la ira del 2:16 debe ser también venidera, es decir, la ira del día de venganza de nuestro Dios (Isaías 61:2).

Así también se establece un fuerte contraste entre los tesalonicenses y sus enemigos. Los que han abrazado por fe el evangelio serán librados por Jesús en aquel día (1:10); pero, en cuanto a los incrédulos, los que ahora persiguen a los creyentes, la ira vendrá sobre ellos en extremo (2:16).

Esa última frase (en extremo) parece indicar la virulencia de la ira que les espera. Y, ciertamente, las Escrituras enseñan que habrá diferentes grados o intensidades de castigo en el juicio final, según las obras de cada cual. Según esta lectura, pues, los judíos de Tesalónica, como los de Judea, están acumulando para sí un grado sumo de ira en el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios (Romanos 2:5). Sin embargo, esa frase admite también otras lecturas. Puede significar al final, en cuyo caso viene a reforzar el carácter escatológico del texto. O puede significar por fin, en cuyo caso constituye una expresión de alivio de los perseguidos. En cualquier caso, indica que, si bien los judíos se están saliendo momentáneamente con la suya y causan gran aflicción a los creyentes, finalmente, su castigo será seguro, insoslayable y devastador.

Aquí conviene repetir lo que ya hemos dicho: que el apóstol no hace estas afirmaciones con espíritu vengativo y rencoroso, sino sencillamente para consuelo de los tesalonicenses perseguidos. Aunque el deseo de venganza no es malo en sí (a fin de cuentas, Dios es un Dios de venganza), y aunque el mismo apóstol explicará que es absolutamente justa la retribución que viene sobre los perseguidores (2 Tesalonicenses 1:6), sin duda le resulta muy difícil escribir estas palabras. Son sus hermanos en la carne y los ama. Sus errores y pecados le duelen. Constituyen para él un constante aguijón en su carne.

CONCLUSIONES

Así pues, en cada generación, la verdadera iglesia en Dios (1:1) ha tenido, tiene y tendrá que afrontar el antagonismo de aquellos que rechazan el evangelio, niegan el señorío de Cristo y se alzan contra los derechos legítimos de Dios. A veces, los tales serán abiertamente ateos e incrédulos. Pero, con aun mayor frecuencia, serán personas que dicen actuar en nombre de Dios y en defensa de la ortodoxia religiosa. En el mejor de los casos, lo harán como lo hizo Saulo, por ignorancia en su incredulidad (1 Timoteo 1:13). En el peor, se servirán de una supuesta espiritualidad para hacer avanzar sus propios intereses carnales. Siempre ha sido así, desde los tiempos de Caín y Abel26, y siempre será así hasta que Cristo vuelva.

Por lo tanto, los tesalonicenses no debían sorprenderse ante el antagonismo de la sinagoga. Y nosotros tampoco debemos sorprendernos si la misma historia se repite en nuestra generación. La mayor enemistad al auténtico pueblo de Dios ha procedido siempre de la seudo-iglesia.

Debemos comprender, sin embargo, que, aunque parezca que Dios no hace nada para impedir la persecución y la oposición, y aunque, como consecuencia, la obra de Dios parezca sufrir contratiempos y retrocesos, tarde o temprano vendrá la manifestación de la justa ira de Dios. Los que se oponen a nosotros no saldrán impunes.

Mientras tanto, no debemos desanimarnos, sino sostenernos en base a las firmes promesas de Dios y a la visión de la gloria venidera que nos proporcionan:

Escribe la visión y grábala en tablas …

porque es aún visión para el tiempo señalado;

se apresura hacia el fin27 y no defraudará.

Aunque tarde, espérala;

porque ciertamente vendrá, y no tardará (Habacuc 2:2–3).

He aquí, yo vengo pronto, y mi recompensa está conmigo para dar a cada uno según sea su obra (Apocalipsis 22:12).



Adaptado: Burt, D. F. (2002). La Conversión Auténtica

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