SUFRIMIENTO A MANOS DE COMPATRIOTAS | 1 Tesalonicenses 2:14 | David Burt
SUFRIMIENTO A MANOS DE COMPATRIOTAS
1 TESALONICENSES 2:14
Pues vosotros, hermanos, vinisteis a ser imitadores de las iglesias de Dios en Cristo Jesús que están en Judea, porque también vosotros padecisteis los mismos sufrimientos a manos de vuestros propios compatriotas, tal como ellos padecieron a manos de los judíos, …
UN PASTOREO PERSONALIZADO
Pablo ya ha mencionado (en el 1:6) las tribulaciones que los tesalonicenses tuvieron que soportar como
consecuencia de su conversión a Cristo. Ahora explora el mismo tema con más
detalle. Lo hace como introducción necesaria a otro tema: la ansiedad que los
misioneros han experimentado al enterarse de los sufrimientos de sus hijos
espirituales y las medidas que han tomado como consecuencia (2:17–3:10). Pero lo hace también con el fin de animarles.
Para él, la persecución no es una mera secuela desafortunada que hay que evitar
a todo coste, sino una parte ineludible de la vida de fe que hay que afrontar
con esperanza y valentía a sabiendas de que Dios es capaz de utilizarla para
sus propósitos. Lejos de avergonzarnos a causa de la persecución, debemos
comprender que ésta nos honra, porque nos sitúa en el glorioso elenco de los
santos que han sufrido por causa de Cristo. Lejos de hundirnos o desesperarnos,
debemos considerarnos bienaventurados (Mateo 5:10–12).
Por tanto, Pablo sitúa los sufrimientos de los tesalonicenses dentro de un
marco determinado: el de los padecimientos de los cristianos hebreos (v. 14),
de Cristo, de los profetas y de los apóstoles (v. 15).
Y lo hace a fin de establecer la absoluta normalidad
de la persecución y de hacer ver a los tesalonicenses que los ultrajes que
están sufriendo los identifica como miembros de una gloriosa estirpe espiritual1.
Por tanto, les dice que, al sufrir por causa de Cristo, y al hacerlo con
gozo (1:6), han imitado a las asambleas de Dios que están en Judea en Cristo Jesús2.
La palabra Judea se refiere
estrictamente al territorio que había constituido antiguamente la provincia
romana homónima; pero se empleaba popularmente de una manera más amplia que
incluía todas las zonas de mayoría hebrea o con raíces judías en la provincia
romana de Siria: Judea, Perea, Samaria y Galilea. Según algunos comentaristas3,
es probable que Pablo utilice el término en el sentido popular; es decir, que
se refiera a todo lo que hoy en día se llamaría Israel4.
Como ya hemos visto5, en aquel entonces la palabra
traducida como iglesia (en griego, ekklesía) no tenía connotaciones
específicamente religiosas, sino que se refería a todo tipo de asamblea social.
Lo que convierte una asamblea cualquiera en una iglesia cristiana es la adición
de las frases de Dios y en Cristo Jesús. Es decir, toda asamblea auténticamente cristiana se compone de
miembros que reconocen que ya no se pertenecen a sí mismos, sino a Dios, y que
su aceptación ante Dios es el resultado de su unión espiritual con Cristo.
Juntas, estas dos frases nos recuerdan la manera en que Pablo ha descrito a
sus lectores en el 1:1: la iglesia
de los tesalonicenses en Dios Padre y en el Señor Jesucristo. En ambos
casos, la iglesia se define como una asamblea compuesta por creyentes cuyas
vidas se centran en Dios por cuanto han sido redimidos y regenerados por
Jesucristo y ahora viven por, para y en él.
Con respecto a las iglesias de Judea, conviene recordar que las sinagogas
también eran «iglesias» en el sentido convencional de la palabra. Pero, aunque
creían ser iglesias de Dios, no lo
eran, porque, lejos de centrar su vida en
Cristo Jesús, le habían rechazado
y seguían negando su mesiazgo. Por tanto, las auténticas iglesias de Dios, aquellas asambleas que reconocían a Jesucristo
como Señor, contrastaban vivamente con aquellas otras asambleas que pretendían
reunirse bajo convocatoria divina pero que, de hecho, no conocían a Dios ni
creían en su Hijo. Peor aún, se habían alzado contra la verdad de Dios y contra
aquellos que la abrazaban. Como consecuencia, habían causado y seguían causando
grandes sufrimientos a los cristianos de Judea.
¿A qué sufrimientos se refiere específicamente Pablo? Algunos son narrados
a principios del Libro de los Hechos: el arresto de Pedro y Juan (4:1–22), el encarcelamiento de los apóstoles (5:17–26), los azotes y las amenazas (5:27–42), el martirio de Esteban (6:9–7:60; 11:19), la persecución llevada a cabo por Saulo (8:1–3; 9:1, 13;
Gálatas 1:13; 1 Corintios 15:9)6, el martirio de Jacobo y el
encarcelamiento de Pedro (12:1–19). Sabemos de otros a través de tradiciones y escritos de los primeros
siglos de la iglesia. Pablo mismo, años después de redactar esta epístola, iba
a ser el objeto de la furia persecutoria de los judíos (Hechos 21:27–36; 23:12; 24:1–9).
Llama la atención el que Pablo no necesite ser más explícito ni describir
la persecución de los creyentes de Judea. Está claro que los tesalonicenses ya
estaban familiarizados con la noticia de sus padecimientos, lo cual viene a
confirmar lo que el apóstol dirá explícitamente más adelante (3:3–4): que, a la luz de la experiencia de los creyentes de Judea y de su propia
experiencia a manos de los judíos, los misioneros habían enseñado ya desde el
principio de la obra en Tesalónica la inevitabilidad de la persecución.
LOS SUFRIMIENTOS DE LOS TESALONICENSES
Es probable que los cristianos de Tesalónica no
fueran los únicos en enterarse de la persecución de las iglesias de Judea.
También los judíos de la ciudad habrían tenido noticia de ella y, sin duda, la
utilizaban como precedente para justificar su propia oposición a los creyentes.
Pablo indica que, de la misma manera que los creyentes de Judea habían
padecido a manos de los judíos, los de Tesalónica padecían a manos de vuestros propios compatriotas. ¿Quiénes son esos
compatriotas? Algunos comentaristas suponen que, puesto que la mayoría de los
creyentes tesalonicenses eran gentiles (Hechos 17:4), la referencia es a sus compatriotas gentiles7. Pero, según la
narración del Libro de Hechos, la iniciativa principal en la persecución de los
tesalonicenses procedió de los judíos (Hechos 17:5, 13). Por tanto, otros comentaristas suponen que
Pablo no está hablando de la procedencia racial, sino de la geográfica: los
perseguidores no son gentiles, sino judíos que son «compatriotas» de los
creyentes por vivir en la misma ciudad y disfrutar de la misma ciudadanía8.
Otros piensan que la referencia incluye a los judíos de la ciudad, aunque se
aplica mayormente a los gentiles9.
Probablemente no estamos lejos de la verdad si vemos en los judíos de
Tesalónica los instigadores de la persecución, pero debemos entender también
que lograron fomentar en las autoridades gentiles una fuerte animosidad hacia
los nuevos cristianos. Desde luego, la manera enfática en que Pablo denuncia a
los judíos en los versículos 15
y 16 se explica mejor si entendemos que la persecución
siguió siendo mayormente obra de los judíos, incluso después de la expulsión de
los misioneros. En todo caso, sea cual fuere la participación específica de
judíos y gentiles en la persecución, en
el fondo hallamos la antigua guerra del diablo contra Cristo y su pueblo10.
Ya hemos visto11 cómo los tesalonicenses tuvieron que
afrontar varias clases de oposición al convertirse: la manifestación callejera
de una turba furibunda, la entrada violenta en casas particulares, el arresto,
las falsas acusaciones, las amenazas y las multas (Hechos 17:5–9). Y todo eso sin contar las actitudes negativas de familiares y amigos.
Sabemos también que la furia de los judíos de la sinagoga no se aplacó con la
expulsión de los misioneros, sino que los siguieron hasta Berea con el fin de
cortar de raíz la propagación de las enseñanzas apostólicas (Hechos 17:13). Lógicamente, aquel celo persecutorio que les indujo a llevar el ataque a
otra ciudad no habrá sido menos virulento en la propia Tesalónica. Aunque
desconocemos los detalles, podemos suponer que procuraron por todos los medios
eliminar de la ciudad a la recién fundada iglesia.
Por tanto, los creyentes de Tesalónica eran perseguidos por sus
conciudadanos, así como lo fueron los de Judea. Ciertamente, como el Señor
había predicho, los enemigos del hombre
serán los de su misma casa (Mateo 10:36; cf. Miqueas 7:6).
IMITADORES DE LOS PERSEGUIDOS
Como ya hemos visto, es posible que los propios
misioneros, al advertir a los tesalonicenses acerca de la probabilidad de la
persecución (3:4), utilizaran el caso de las iglesias de Palestina
como ejemplo a seguir. Al menos, eso parece estar implícito en la palabra imitadores. Imitar no es sólo cuestión
de pasar por circunstancias similares a las de otra persona y correr la misma
suerte que ella. Es también apropiarse del ejemplo de esa persona y tener como
modelo su comportamiento12. Así pues, aunque es cierto que a los
tesalonicenses les había tocado la misma clase de situación que a las iglesias
de Judea, Pablo parece estar hablando de algo más que una mera repetición
casual de circunstancias: ha visto que los tesalonicenses siguieron el modelo
de las iglesias de Judea en su disposición a sufrir por causa de Cristo. En
medio de sus aflicciones, habían buscado inspiración en aquellas iglesias y
habían encontrado un ejemplo a imitar. Habían imitado no sólo el hecho de sufrir, sino también la manera de sufrir: con paciencia, fe y
valor. Quizás debamos buscar en esta imitación el inicio de una relación
fraternal afectuosa entre las comunidades de Judea y Tesalónica que iba a
encontrar otra expresión práctica en la ofrenda recogida en Macedonia a favor
de la iglesia de Jerusalén (1 Corintios 16:1–3; 2 Corintios 8:1–4).
Por supuesto, los tesalonicenses no sólo encontraron un modelo a imitar en
las iglesias de Judea. Pablo ya ha dicho que lo habían encontrado también en la
manera en que Cristo y los apóstoles habían afrontado el sufrimiento: Vosotros vinisteis a ser imitadores de
nosotros y del Señor, habiendo recibido la palabra en medio de mucha
tribulación (1:6). Y, por haber seguido el ejemplo fiel de otros,
los tesalonicenses se convirtieron a su vez en ejemplo digno de ser imitado: [Recibisteis] la palabra en medio de mucha
tribulación … de manera que llegasteis a ser un ejemplo para todos los
creyentes en Macedonia y en Acaya (1:6–7).
Se establece así una cadena de influencias. El ejemplo del Señor inspiró a
los apóstoles (como lo demuestra el testimonio de Pedro en 1 Pedro 2:21–25); el de los apóstoles inspiró a las iglesias de
Palestina pastoreadas por ellos; el de aquellas iglesias, juntamente con el del
Señor y los apóstoles, inspiró a los tesalonicenses; y éstos sirvieron como
modelo para los creyentes de toda Grecia.
Y también para nosotros. Porque —no nos quepa la menor duda— la cadena de
influencias sigue hasta nuestros días. Hoy también es cierto que el creyente
tendrá que afrontar situaciones de persecución y oposición. Puesto que la
sociedad humana está regida por el príncipe de las tinieblas (1 Juan 5:19), es inevitable que la presencia en medio de ella de los hijos de la luz
resulte incómoda y molesta y provoque reacciones de antagonismo, ahora como
siempre. Eso mismo es lo que los apóstoles enseñaban en las iglesias (ver Hechos 14:22; 2 Timoteo 3:12) y lo que el mismo Señor Jesucristo había
pronosticado (por ejemplo, en Juan 15:18–21; 16:33)13. Nosotros, como los tesalonicenses, somos llamados a participar en los sufrimientos de Cristo
(Filipenses 3:10). Pero, si la oposición sigue en pie,
también debe mantenerse de generación en generación el buen ejemplo de los
creyentes fieles. Lo que puede sostenernos en medio de las aflicciones es el
hecho de saber que participamos en una larga tradición que se remonta a Cristo
y los profetas (v. 15). Podemos encontrar inspiración, consuelo y
fuerza al considerar cómo los santos de antaño afrontaron situaciones
parecidas, y podemos imitar su fe.
Puesto
que tenemos en derredor nuestro tan gran nube de testigos. [es decir, los que nos dan testimonio de
lo que significa ser fiel al Señor en medio de la persecución; Hebreos 11:32–40], … corramos
con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por
el gozo puesto delante de él soportó la cruz, menospreciando la vergüenza, y se
ha sentado a la diestra del trono de Dios. Considerad, pues, a aquel que
soportó tal hostilidad de los pecadores contra sí mismo, para que no os canséis
ni os desaniméis en vuestro corazón (Hebreos 12:1–3).
Así pues, el sufrimiento de los tesalonicenses,
aunque doloroso y preocupante en sí, tuvo su lado positivo en el pensamiento de
Pablo, el cual se manifiesta no sólo en el honor de seguir las pisadas de
Cristo, los profetas y apóstoles, y las de los santos y mártires, sino también
en ciertos detalles pequeños del texto.
En primer lugar, la manera en que los tesalonicenses soportaron la
tribulación fue en sí una demostración de cómo la palabra de Dios estaba
actuando en sus vidas. Para entender eso, debemos reconocer el peso específico
de la conjunción que une los versículos 13
y 14: pues o
porque. La razón por la que Pablo
sabe que la palabra de Dios hace su obra
en vosotros los que creéis (v. 13)
es porque vosotros, hermanos, vinisteis a ser imitadores de las iglesias de Dios
que están en Judea (v. 14).
El apóstol ve su paciencia en medio de la persecución como prueba de genuinidad14: su perseverancia es la
evidencia fehaciente de la autenticidad de su conversión y santificación15.
Por tanto, en medio de los padecimientos que están pasando, hay motivo de
satisfacción y aun de regocijo.
En segundo lugar, el sufrimiento les introduce en una nueva dimensión de
intimidad dentro de la comunión cristiana. En este sentido, es significativo
que Pablo vuelva a emplear aquí la palabra hermanos.
La disposición a sufrir por causa de Cristo une
a los creyentes, de tal manera que constituyen una verdadera hermandad … a la
cual no puede pertenecer quien no esté dispuesto a sufrir así16.
La persecución es una bendición, por cuanto suele conducir a que los creyentes
dejemos de lado nuestras pequeñas discrepancias y nuestras tristes rivalidades
y volvamos a descubrir la intensidad de la comunión fraternal y la solidaridad
cristiana.
Adaptado: Burt, D. F. (2002). La Conversión Auténtica
