TRABAJOS Y FATIGAS | 1 Tesalonicenses 2:9 | David Burt

TRABAJOS Y FATIGAS

1 TESALONICENSES 2:9

Porque recordáis, hermanos, nuestros trabajos y fatigas, cómo, trabajando de día y de noche para no ser carga a ninguno de vosotros, os proclamamos el evangelio de Dios.

LO QUE LOS TESALONICENSES DEBEN RECORDAR

Hasta aquí hemos visto que esta sección de 1 Tesalonicenses (2:1–12) se divide en tres párrafos (vs. 1–2, 3–4, 5–8), en cada uno de los cuales Pablo se defiende de las calumnias de sus enemigos, primero en términos negativos y luego en términos positivos. Pero los tesalonicenses no necesitan depender sólo de lo que dice el apóstol en su propia defensa. Deben confiar también en sus recuerdos personales de aquella visita. Así pues, en el párrafo final de la sección (vs. 9–12), Pablo les pide que recuerden ciertas cosas para no ceder ante la influencia perniciosa de las difamaciones. Este párrafo se divide igualmente en tres partes:

1. Porque recordáis, hermanos, nuestros trabajos y fatigas … (v. 9).
2. Vosotros sois testigos de nuestro comportamiento santo, justo e irreprensible (v. 10).
3. Así como sabéis de qué manera os exhortábamos, alentábamos e implorábamos (vs. 11–12)

En torno a la visita apostólica a Tesalónica había muchas cosas inciertas acerca de las cuales los creyentes no podían dar fe. No podían entrar en el corazón de los misioneros para saber con toda seguridad cuáles eran sus intereses y motivaciones. Pero sí podían testificar acerca de ciertos aspectos de su conducta externa. Y es a éstos a los que Pablo, al concluir su defensa, les llama la atención. Les pide:

1. Que recuerden la diligencia de los misioneros (v. 9), a fin de no sucumbir ante las calumnias que
          les acusaban de buscar lucro y vivir a expensas de los tesalonicenses.

2. Que recuerden su vivencia irreprensible entre ellos (v. 10), a fin de no dar crédito a las
                          acusaciones de inmoralidad e impureza.

3. Que recuerden la naturaleza y la finalidad de sus exhortaciones (las cuales brotaron de una 
preocupación paterna y apuntaron hacia la santidad; vs. 11–12), a fin de no caer en sospecha infundadas acerca de sus supuestos engaños.

Podemos observar también otro ligero cambio de matiz en estos versículos con respecto a los anteriores. Cierto, Pablo seguirá analizando el ministerio apostólico en Tesalónica; pero, si bien hasta aquí su énfasis ha recaído sobre las motivaciones y los sentimientos de los misioneros (su denuedo, su confianza en Dios, su deseo de agradar a Dios, su benignidad, su gran afecto y su amor), a partir del versículo 9, su énfasis recaerá sobre las responsabilidades y las actividades del ministerio: el trabajo esforzado (v. 9), la vivencia ejemplar (v. 10) y el ejercicio de autoridad (vs. 11–12).

No creo que sea ningún accidente que la ilustración que subyace en estos versículos también cambie. Mientras hablaba de sus sentimientos, Pablo acudía a la imagen de una madre (v. 7). Ahora, al hablar de responsabilidades, empleará la imagen de un padre (v. 11)1. Y, aunque sólo la emplea explícitamente en torno a la tercera de las responsabilidades ministeriales (el ejercicio de la autoridad), de hecho las tres son propias de un buen padre2: éste trabaja para aliviar las necesidades de sus hijos; vive ante ellos una vida ejemplar; exhorta a sus hijos y los orienta en cuanto al camino a seguir en la vida.

Notemos, sin embargo, que el apóstol, al apelar a la memoria de los tesalonicenses, no los llama hijos, sino que vuelve a llamarlos hermanos. Aunque los misioneros han ejercido su ministerio entre ellos con actitudes afectivas dignas de una madre (v. 7) y con la autoridad exhortativa de un padre (v. 11), la relación esencial que existe entre ellos es de igualdad en Cristo. Es la relación fraternal. Son amados hermanos en el Señor.

NUESTROS TRABAJOS Y FATIGAS

Así pues, en primer lugar, Pablo pide que los tesalonicenses no den crédito a la calumnia de que los misioneros eran unos vividores que no daban golpe y sacaban de ellos provecho material. Vosotros mismos —les dice— podéis recordar que no era así. Y esto por al menos dos razones. Sabéis, por una parte, que no vivimos de una manera perezosa o cómoda entre vosotros, sino que nos esforzamos al máximo y trabajamos de día y de noche. Por otra parte, sabéis que, si tuvisteis que sufrir alguna carga durante nuestra estancia, no fue por culpa nuestra ni nosotros mismos sacamos ningún beneficio material de vosotros, sino que nos esforzamos precisamente para no seros carga.

Pero ¿a qué «trabajo» se refiere Pablo cuando habla de nuestros trabajos y fatigas y de cómo trabajamos de día y de noche? Los comentaristas suelen proponer dos interpretaciones diferentes.

Algunos3 suponen que se refiere al ministerio evangelístico y pastoral. Cuando el texto dice: trabajando de día y de noche, … os proclamamos el evangelio de Dios, Pablo quiere decir: nos esforzamos de tal manera en la proclamación del evangelio que estuvimos en ello día y noche.

Otros, en cambio, suponen que la referencia es al trabajo secular. Pablo —dicen— habrá practicado en Tesalónica lo que luego predicará a la iglesia (en el 4:11): la importancia de trabajar con las manos. Cuando el texto dice: [trabajamos] de día y de noche para no ser carga a ninguno de vosotros, quiere decir: trabajamos de día y de noche a fin de ganar nuestro sustento, para que no tuviéramos que depender económicamente de vosotros4.

No parece necesario elegir entre estas dos lecturas5. Ambas, sin duda, son ciertas: los misioneros se esforzaron tanto en la labor evangelística con la finalidad de levantar una iglesia, como en el trabajo manual con la finalidad de proveerse de sustento. La frase de día y de noche viene a reforzar esta doble interpretación, porque sugiere que el pluriempleo al que estaban sujetos los misioneros a causa de sus necesidades materiales y de su cometido espiritual les obligó a prescindir de momentos de ocio y descanso.

En todo caso, hay varias lecciones de suma importancia que se desprenden de las palabras del apóstol. En primer lugar, el ministerio cristiano no es un pasatiempo que podemos tomar a la ligera. Requiere esfuerzos, sudores, cansancio y sacrificio. Cuando Pablo habla de trabajos emplea una palabra que significa trabajos duros6 e implica que hay que trabajar hasta el cansancio, hasta el agotamiento7. Como consecuencia de su ardua labor, los apóstoles sufrieron muchas fatigas8. Llegaban a la cama agotados; eso, cuando no trabajaban de noche. Porque el trabajo era agobiante tanto por su intensidad como por sus horarios.

Aunque el ministro cristiano no debe utilizar su mucho trabajo como excusa para descuidar a su familia o su salud, es absolutamente normal que su ministerio resulte fatigoso y que no pueda limitarse a un horario de ocho horas diarias. Fue así en el caso de Jesucristo. Fue así en el caso de los apóstoles. Y suele ser así en el caso del ministro fiel de hoy.

Desgraciadamente, en la medida en que el pastoreo (u otro ministerio cristiano cualquiera) se contempla como una profesión más y los pastores como colectivo buscan proteger sus supuestos derechos e intereses mediante contratos laborales, salarios fijos, vacaciones anuales, día libre semanal, horarios de despacho, finiquitos garantizados y jubilaciones aseguradas, observamos también que, en algunos pastores, la entrega sacrificada al ministerio va a menos. Siguen diciendo que sirven al Señor, pero los parámetros de su servicio parecen ser fijados más bien por normas del Ministerio de Trabajo y por el contrato que han firmado con la iglesia. Además, con frecuencia utilizan eso de que «sirvo a Dios y sólo tengo que rendirle cuentas a él» como escudo detrás del cual practicar una vida egocéntrica y ociosa en la cual sólo hacen el mínimo de esfuerzo necesario para cubrir el expediente. En realidad no están agradando a Dios ni reciben de él sus instrucciones, sino que sólo les interesa agradar a los hombres para garantizar sus ingresos mensuales (v. 4). Lejos de ser ejemplo de la grey en cuanto a su dedicación y esfuerzo, viven una vida más relajada y cómoda (y a veces mejor remunerada) que muchos de los miembros de la congregación en la cual, supuestamente, están ministrando y sirviendo de ejemplo. Dedican más tiempo a sus propios intereses que a la obra del Señor. ¡Y luego se quejan de las dificultades y penurias del ministerio! Si seguimos así, poco nos falta para que se cree un sindicato de pastores ¡y que se organicen huelgas dominicales! Pero siempre ha habido asalariados en el rebaño de Dios y supongo que siempre los habrá.

Ningún ministro puede enseñar todo el consejo de Dios a no ser que predique también acerca de la dignidad del trabajo y la manera fiel en la que el creyente debe llevarlo a cabo (ver, por ejemplo, Colosenses 3:22–24; 1 Tesalonicenses 4:11; 2 Tesalonicenses 3:10–12; Tito 2:9–10). Y nadie está en condiciones de poder enseñar esas cosas a no ser que su propia vivencia las respalde. En eso, Pablo, Silas y Timoteo podían tener buena conciencia. ¡Ojalá sirvan de ejemplo para nosotros! En todo caso, el principio bíblico —si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma (2 Tesalonicenses 3:10)— es tan aplicable a los pastores como a los demás fieles.

Es penoso, por no decir sofocante, ver congregaciones en las que los miembros escatiman la ayuda dada a los pastores y éstos se quejan de la avaricia y mezquindad de aquéllos. Normalmente, allí donde el siervo de Dios es un hombre esforzado y entregado, con verdadero corazón de pastor y que deja en manos del Señor su sostenimiento económico, los creyentes no dudan en recompensarle generosa y gozosamente (Filipenses 4:15–16).

PARA NO SER CARGA A VOSOTROS

En segundo lugar, aunque es perfectamente lícito que el ministro reciba una recompensa material por sus servicios espirituales, no siempre es conveniente (1 Corintios 6:12; 8:9, 13; 9:12; 10:23). Por tanto, en determinadas circunstancias debe estar dispuesto a prescindir de ella y a realizar un trabajo secular para sostenerse a sí mismo.
Es importante aclarar este punto. A veces se ha utilizado 1 Tesalonicenses 2:9 para enseñar que el ministro cristiano no debe ser remunerado, sino que debe ser sostenido por su propio trabajo secular; o, al menos, que es más «espiritual» combinar el pastoreo con un trabajo remunerado. Pero otros textos (como, por ejemplo, 1 Corintios 9:1–18; Gálatas 6:6; Filipenses 4:14–16; 1 Timoteo 5:17–18) revelan claramente que, en principio, el sostenimiento del ministro es algo que los creyentes deben asumir. No nos olvidemos tampoco del hecho de que Pablo recibió donativos de parte de los filipenses aun estando en Tesalónica (Filipenses 4:15–16), hecho que por delicadeza prefiere no mencionar aquí … para evitar que los tesalonicenses lo tomen por un reproche9.
Los creyentes deben asumir su responsabilidad, pero esto no quiere decir que el ministro pueda exigir la remuneración como derecho. Dios es quien le ha Ilamado al ministerio y es a Dios a quien debe mirar para su sostenimiento (Mateo 6:24–34). Los bienes que tiene que administrar son bienes ofrecidos gratuitamente por Dios y en los que todo ser humano tiene derecho a participar sin tener que pagar nada (Isaías 55:1–5). Por eso mismo, ningún rabino en tiempos apostólicos cobraba nada por impartir sus enseñanzas de la ley10 y a Pablo le habría indignado la sola idea de que pudiera «cobrar» por predicar el evangelio11. Otra cosa son los donativos que los creyentes quieren dar libremente para el sostenimiento de sus ministros. Ni Pablo ni los rabinos tenían problema alguno en recibirlos. Pero —insisto— no eran exigibles12. Debemos rehuir toda tendencia a pensar que tenemos derecho a cobrar por nuestros servicios espirituales. El predicador que exige honorarios a cambio de su ministerio se descalifica a sí mismo como ministro de Cristo.
Al contrario, el ministro debe estar dispuesto a renunciar a toda clase de ayuda material cuando el caso lo exige. Si queremos saber cuáles son esas circunstancias, sirva el ejemplo de Pablo para guiarnos. En Tesalónica no quiso ser carga para los nuevos creyentes porque eran mayormente personas humildes y pobres (2 Corintios 8:2). En el caso de los corintios, en cambio, no quiso dar pie a más calumnias en el sentido de que sólo estaba en el ministerio por los beneficios materiales que podía sustraer del mismo (2 Corintios 9:15). Pablo, pues, no aceptaba ayuda económica allí donde podría ser gravosa para los hermanos o perjudicial para el testimonio. Seguramente podemos pensar en otras circunstancias que desaconsejen aceptar la recompensa material13. Lo importante es que ministremos con motivaciones limpias: en el temor de Dios (v. 4), con auténtico amor para con los que se benefician de nuestro ministerio (v. 8) y desterrando todo afán de lucro (v. 5). Si aseguramos estas cosas, el Espíritu Santo nos guiará en cada circunstancia para saber cuándo es apropiado aceptar una recompensa económica.
Entre los hebreos, era costumbre que todos los niños varones, incluidos aquellos que procedían de familias pudientes, aprendieran un oficio. Podemos dar por sentado que Pablo y Silas, como judíos, y posiblemente Timoteo, como medio judío, habían aprendido alguno. De hecho, sabemos que Pablo tuvo el oficio de hacer tiendas (Hechos 18:3) y podemos suponer que fue en este oficio en el que trabajó estando en Tesalónica14. No es mala idea que el ministro cristiano también tenga algún oficio. En realidad, quien no ha aprendido a valerse por sí mismo en el mundo laboral, difícilmente sabrá valerse en el pastoreo (quizás haya sido por eso mismo por lo que Jesús no buscó a sus discípulos de entre los graduados de algún seminario, sino entre gente trabajadora; luego, y sólo luego, él mismo se encargó de proporcionarles la necesaria escuela bíblica). Además, tener un oficio ofrece mayor independencia y libertad, tanto al ministro como a la iglesia. Al ministro porque ya no necesita aferrarse a su ministerio pensando que de él viene su sustento. A la iglesia porque el ministro no es una carga de la que no puede desembarazarse en buena conciencia. ¡Cuántas iglesias siguen cargando con pastores que en realidad no hacen una buena labor porque saben que, si los despiden, no tienen otro medio de ingresos! ¡Cuántos pastores siguen en el ministerio aun a sabiendas de que no dan la talla, porque no tienen alternativa!
Así, Pablo y sus compañeros decidieron no ser carga para los tesalonicenses, y pudieron decidirlo porque tenían otro oficio al que acudir. Habían trabajado para que los creyentes no tuvieran que soportar carga alguna. Sin embargo, a pesar de sus mejores intenciones, a Jasón y a otros les había caído encima la multa o fianza impuesta por las autoridades a instancias de los judíos (Hechos 17:9). Posiblemente fuera este pago, sin duda gravoso, el que los enemigos estaban aprovechando para sugerir que los misioneros no habían traído más que problemas económicos a los creyentes.

TRABAJANDO DE DÍA Y DE NOCHE

En tercer lugar, el ministerio implica tener que estar ocupado de día y de noche. No sabemos en qué términos exactos fue esto cierto en el caso de los misioneros. ¿Tuvieron que trabajar de noche porque de día estaban ocupados en la evangelización? ¿O fue al revés? No lo sabemos. Sólo podemos deducir que, entre una cosa y otra, no les sobraban horas del día. Mientras estuvieron en Tesalónica, no tuvieron tiempo para invertir en sí mismos, en pasatiempos y diversiones. Apenas pudieron encontrar tiempo para dormir.

No siempre es así. El mismo Señor que cuidó a sus discípulos y procuró encontrar tiempos para que se apartaran de los demás y descansaran (Marcos 6:31), aún cuida de sus siervos y les provee no sólo de bienes materiales, sino también del necesario descanso. Pero el ministro debe saber que, en un sentido, nunca estará de vacaciones. Siempre debe estar preparado para presentar defensa ante todo el que le demande razón de la esperanza que hay en él (1 Pedro 3:15). Siempre debe estar dispuesto a dar de comer a la oveja hambrienta, a buscar a la descarriada, a vendar a la perniquebrada. Siempre está de guardia. Siempre disponible.

Un buen amigo mío que es psicólogo me dijo una vez: El problema con los pastores es que no podéis quitaros la bata. Se refería al hecho de que los médicos, al cumplir su horario diario, cuelgan su bata, vuelven a casa y se olvidan de sus pacientes. Sólo son asequibles cuando tienen la bata puesta. Pero considero que la gloria del ministerio pastoral consiste precisamente en esto: en que ni nos ponemos una bata ni nos la quitamos. Seguimos al Señor Jesucristo. Somos accesibles. Trabajamos de noche y de día.

LA PROCLAMACIÓN DEL EVANGELIO

¿Y para qué tanto esfuerzo? Los misioneros no se comportaron así en Tesalónica sólo porque eran adictos al trabajo o porque querían acumular riquezas. Lo hicieron porque sólo así podían seguir adelante con su verdadero cometido: la predicación del evangelio.

Nuevamente, observemos que Pablo lo llama el evangelio de Dios. Sin duda, emplea ahora esta expresión para indicar que el grado de su esfuerzo venía determinado no por la inclinación personal de los misioneros, ni siquiera por su amor a los tesalonicenses, sino por el origen divino de su mensaje y de su llamamiento. Fue la conciencia de que tenían entre manos algo sagrado, algo que Dios mismo les había confiado (v. 4), la que les dio un sentido de urgencia en su ministerio y unas fuertes ganas de dedicarse en cuerpo y alma a la gloriosa tarea de transmitir el evangelio.

Algo de esto está implícito en el verbo que Pablo emplea aquí. Ya en el versículo 2 se había referido a cómo los misioneros hablaron el evangelio de Dios, vocablo que indica que emplearon toda clase de comunicación verbal para transmitir el mensaje. Luego, en el versículo 8, ha hablado de impartiros el evangelio de Dios, verbo intimista que sugiere el espíritu de una madre dando el pecho al niño. Ahora emplea un verbo que sugiere la alta dignidad de su llamamiento y la elevada autoridad del mensaje: os proclamamos el evangelio de Dios. Eran heraldos del Rey de reyes16 y, como tales, habían predicado las buenas noticias del evangelio. Puesto que el Rey es quien es, y puesto que su servicio es un privilegio sublime, no habían escatimado esfuerzos.

CONCLUSIONES

Queda claro que el comportamiento de los misioneros desmiente las calumnias de los enemigos. Los tesalonicenses sólo tenían que refrescar su memoria acerca de lo que verdaderamente había ocurrido durante su visita para comprobar la falsedad de sus acusaciones. Lejos de intentar sacar provecho material a los nuevos creyentes, el equipo apostólico había estado dispuesto a sufrir trabajos y fatigas para no causarles perjuicio alguno.

Por tanto, a la luz del ejemplo de los misioneros reflejado en este versículo, podemos afirmar que:

—El ministro fiel es una persona esforzada que trabaja duramente para cumplir con su llamamiento. No se sorprende ni se queja cuando el resultado es fatiga y cansancio. Ve el buen ejemplo de Cristo y los apóstoles y se dedica con perseverancia y seriedad al trabajo que Dios le ha encomendado.

—El ministro fiel vela por el bien de los creyentes aun en los aspectos materiales. Nunca querrá ser una carga para ellos, sino que buscará un trabajo secular para sostenerse a sí mismo en el ministerio antes de permitir que ellos sufran estrechez.

—El ministro fiel no impondrá a su ministerio la clase de limitaciones que vemos en el mundo profesional. Estará dispuesto siempre a atender a los necesitados. No exigirá determinadas condiciones económicas, laborales o temporales, sino que será como su Maestro, el Señor Jesucristo; y, si es necesario, trabajará de día y de noche.

—Sin embargo, en su atención a los demás nunca perderá de vista la esencia de su cometido: anunciar como heraldo real las buenas noticias del evangelio. Lo hará sabiendo que tiene el alto privilegio de poder administrar la palabra revelada por Dios, el único mensaje que puede proporcionar salvación eterna y sanidad profunda.

Adaptado: 
Burt, D. F. (2002). La Conversión Auténtica


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