UN TESTIMONIO IRREPRENSIBLE | 1 Tesalonicenses 2:10 | David Burt
UN TESTIMONIO IRREPRENSIBLE
Vosotros sois testigos, y también Dios, de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos con vosotros los creyentes; …
TESTIMONIO HUMANO Y DIVINO
Así pues, en primer lugar los tesalonicenses deben recordar cómo los misioneros se dedicaron al ministerio con toda diligencia y sin dar señal alguna de querer aprovecharse de los creyentes para su propio sostenimiento (v. 9). Ahora Pablo les pide, en segundo lugar, que se acuerden de la integridad de su comportamiento.
Como ya hemos dicho, hay aspectos de la vivencia humana que se prestan a ser evaluados por los hombres. Pero hay otros que sólo Dios puede sondear. El hombre puede juzgar las actividades externas, pero sólo Dios ve las intenciones del corazón. Puesto que el comportamiento de los misioneros es una combinación de ambas cosas (actividades e intenciones), el apóstol reconoce que hacen falta dos niveles de testimonio: el humano y el divino. Por tanto, en este caso (como también en el versículo 5) no sólo pide el juicio de los tesalonicenses, sino que también invoca como testigo a Dios: Vosotros sois testigos, y también Dios.
Esto demuestra hasta qué punto Pablo tenía una conciencia limpia. Ya ha establecido que Dios es quien no solamente ha llamado a los misioneros a la obra, sino que sigue examinando sus corazones en cuanto a la manera en que están llevándola a cabo (v. 4). Si ahora afirma que Dios es testigo, es porque está plenamente convencido de que los misioneros siguen recibiendo su aprobación: no hay inmoralidad ni impureza alguna en su manera de vivir. Tienen la conciencia limpia y tranquila delante de Dios.
COMPORTAMIENTO SANTO, JUSTO E IRREPRENSIBLE
El verbo nos comportamos significa literalmente llegamos a ser1. Es el mismo verbo que ya hemos visto en el 2:5 (nunca fuimos a vosotros con palabras lisonjeras), en el 2:7 (demostramos ser benignos), en el 2:8 (pues llegasteis a sernos muy amados) y, especialmente, en el 1:5 (sabéis qué clase de personas demostramos ser entre vosotros), donde viene a tener el mismo matiz de significado que en nuestro versículo. Aquí el énfasis del verbo recae no tanto sobre el comportamiento de los misioneros en su vivencia diaria en general como sobre la manera específica en que habían llevado a cabo el ministerio evangelístico entre los tesalonicenses. A fin de cuentas, sobre eso mismo versaban las calumnias de los enemigos.
Probablemente no debamos ver demasiada diferencia entre los tres adverbios que Pablo emplea para describir su comportamiento: santamente, justamente, irreprensiblemente. La santidad conlleva la justicia y la justicia no admite reprensión. Las tres palabras, pues, son prácticamente sinónimas2. Pero, puestos a matizar (y necesitamos hacerlo para ver si nuestro comportamiento en el ministerio puede ser descrito con las mismas palabras), podemos señalar lo siguiente:
Santidad:
La santidad3 es el fundamento o la clave de su comportamiento. Los misioneros son hombres piadosos, temerosos de Dios, y esto se observa en su manera de vivir. La persona santa es consciente de vivir delante de Dios cumpliendo su voluntad, en contraste con los incrédulos, que viven de espaldas a Dios, satisfaciendo sus propios deseos carnales y haciendo la voluntad del maligno. Puesto que, por naturaleza, el ser humano es todo menos santo (Efesios 2:1–3), la auténtica santidad es imposible sin la conversión (1:9) y sin la obra poderosa del Espíritu Santo (1:5–6), el agente principal de nuestra santificación. Si nuestra conversión es genuina y seguimos caminando en el Espíritu, la santidad será la consecuencia ineludible en nuestras vidas. Viviremos por y para el Señor. Nos entregaremos a su servicio con espíritu de devoción, es decir, de temor y amor. Anhelaremos ser cada vez más como él y andar como él anduvo4.
Así pues, cuando Pablo dice que los misioneros se comportaron santamente, quiere decir en primer lugar que vivieron entre los tesalonicenses como personas que habían sido santificadas en virtud del mismo evangelio que ahora les anunciaban a ellos. Actuaron como personas justificadas y regeneradas, con una vida potenciada y dirigida por el Espíritu Santo, el Espíritu que inculca santidad. Por haber abrazado el evangelio, habían sido admitidas a la familia de Dios como hijos amados (Efesios 1:5–6; 2:19). Habían sido «apartados» para Dios, llamados de entre la demás gente a fin de ser su particular posesión y «vivir en santidad», reflejando las cualidades y las virtudes de su Padre celestial (1 Pedro 2:9). En ese sentido, la santidad de los misioneros era algo que tenían en común con los creyentes de Tesalónica y con todos los verdaderos hijos de Dios.
Pero además, habían sido «separados» en un sentido más particular. Dios los había llamado aparte para el ministerio del evangelio: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado (Hechos 13:2). Dios les había dado una labor especial: fuimos aprobados por Dios para que se nos confiara el evangelio (2:4). Si ahora viven santamente, es en consonancia con su misión sagrada. Separados por Dios y para Dios, es a Dios a quien quieren agradar (2:4) y es ante Dios como llevan a cabo su ministerio.
Los tesalonicenses lo han visto. Han podido comprobar su celo, su entrega al ministerio y la sencillez con la que se han dedicado a la obra del Señor. Han visto desde la primera fila la devoción de los apóstoles al Señor y a su obra.
Como en el caso del Señor Jesucristo, los misioneros, como auténticos hijos de Dios, procuraban vivir en santidad. Y siempre es así. Todo verdadero creyente quiere ser revestido de la «hermosura de la santidad». Desea hacer la voluntad de Dios y anhela complacer a su Padre. Aspira a escuchar la voz celestial: Bien, buen siervo y fiel; éste es mi hijo amado en quien me he complacido (Mateo 25:21; 3:17).
Justamente
La idea bíblica de justicia tiene que ver esencialmente con una vivencia que se ciñe a las demandas de la ley de Dios5. El hombre justo es alguien que, por haber sido justificado en virtud de la muerte expiatoria de Cristo y santificado por obra del Espíritu Santo, cumple ahora con su deber tanto hacia Dios como hacia el prójimo6. Nuevamente, una auténtica vivencia justa no es posible excepto como consecuencia de la regeneración por obra del Espíritu Santo:
Pues lo que la ley no pudo hacer, … Dios lo hizo: enviando a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado, condenó al pecado en la carne, para que el requisito de la ley se cumpliera en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu (Romanos 8:3–4).
Y ésa es la clase de vivencia que los tesalonicenses habían visto en Pablo y sus compañeros. Por eso mismo, habían empezado a imitarles (1:5–6). Los misioneros habían sido ante ellos un ejemplo vivo del poder transformador de la salvación de Dios, poder que capacita al hombre para vivir justamente en medio de un mundo injusto:
Porque la gracia de Dios se ha manifestado, trayendo salvación a todos los hombres, enseñándonos que, negando la impiedad y los deseos mundanos, vivamos en este mundo sobria, justa y piadosamente (Tito 2:11–12).
Los misioneros habían sido honestos en su presentación del evangelio, fiables en sus negocios, nobles en su trato con los demás, rectos en su administración de la iglesia e íntegros en sus motivaciones. No habían practicado la murmuración o la descalificación, la maledicencia o la mentira, el fraude o el engaño, la avaricia o la inmoralidad … Y de todo eso los tesalonicenses podían dar fe.
Irreprensiblemente
Si la santidad y la justicia constituyen la cara positiva del testimonio de los misioneros, la inculpabilidad constituye su cara negativa: habían vivido de tal manera en Tesalónica que nadie podía reprenderles ni acusarles, a no ser que recurrieran a la calumnia y la mentira. Su comportamiento había sido sin reproche.
Por supuesto, en un sentido absoluto, nadie es irreprensible. Todos ofendemos de muchas maneras (Santiago 3:2). Nadie que se viste sólo de su propia justicia puede comparecer ante Dios sin conocer la sobrecogedora angustia de su propia culpabilidad. En cuanto a las intimidades del corazón, nuestra conciencia nos reprende muchas veces. Pablo sabía eso perfectamente. Si ahora dice que la estancia de los misioneros en Tesalónica fue «irreprensible», es porque no está hablando de los resortes íntimos del corazón humano delante de Dios, sino del comportamiento visible y la reputación pública delante de los hombres. No había habido en ellos ninguna acción por la cual la gente pudiera decir con justicia que eran injustos, inmorales, impuros o merecedores de reprensión. No habían quebrantado la ley. Ningún miembro de la congregación podía acusarles de ser un mal ejemplo.
Naturalmente, puesto que la reputación de los misioneros estaba siendo calumniada, cuestionada y puesta en entredicho, Pablo no quiere decir que su comportamiento no admitiera ninguna clase de crítica, sino que no se prestaba a ninguna crítica justificada. Los reproches y las difamaciones de los enemigos eran múltiples. Pero no eran verdaderos ni honestos. Por eso mismo, pide que los tesalonicenses juzguen la situación: ¿Visteis vosotros en nuestro comportamiento alguna cosa por la cual merecíamos vuestra reprobación? ¿Qué decís, entonces, en cuanto a los reproches de los calumniadores?
El testimonio de Pablo es impresionante. Si alguien, después de una estancia de semanas, quizás de meses, viviendo en estrecha comunión diaria con los creyentes de la ciudad, apela a éstos para que den fe de su vivencia «santa, justa e irreprensible», o es un iluso o ha vivido verdaderamente una vida íntegra e intachable. Pablo está plenamente convencido de que no puede formularse ninguna acusación honesta contra la conducta de los misioneros.
¡Ojalá podamos nosotros también tener la misma certidumbre! Sólo sobre esta clase de fundamento, el de una vida piadosa, recta e irreprochable, puede el ministro cristiano llevar a cabo un ministerio eficaz:
La mejor carta de
presentación del evangelio no es una buena predicación, con un excelente
contenido teológico, sino … una conducta como la que se ha descrito, una
conducta … que estuvo a la vista de todos los creyentes7.
VOSOTROS LOS CREYENTES
La frase nos comportamos con vosotros los creyentes admite dos lecturas diferentes. Puede significar: nos comportamos ante la opinión de vosotros los creyentes8. En ese caso, la frase vendría a reforzar el principio del versículo vosotros sois testigos; y Pablo estaría diciendo que el comportamiento irreprensible de los misioneros ha sido algo visible a todos y puede ser testificado y ratificado por los creyentes.
Por otro lado, puede significar: nos comportamos en nuestro trato con vosotros9. En ese caso, la frase enlaza con lo que Pablo acaba de decir acerca del trato afectuoso y materno que los misioneros dieron a los tesalonicenses y también con lo que está a punto de decir acerca de su exhortación paterna.
Llama la atención el que Pablo no necesite especificar más acerca de los tesalonicenses, sino que los llama sencillamente vosotros los creyentes (cf. 1:7). Por supuesto, los judíos también se consideraban creyentes. Pero, de hecho, ellos habían rechazado el evangelio de Dios. Los pocos fieles que se reunían en la recién establecida «iglesia en Dios», aunque despreciados por la sinagoga, eran los que constituían la verdadera comunidad de los creyentes.
CONCLUSIONES
—El ministro fiel no puede esconder su vida, sino que debe saber que los
creyentes (y muchos incrédulos) le están observando. Los unos estarán
dispuestos a imitar su ejemplo si su vida es consecuente con su fe (1:6). Los otros estarán prontos a criticarle sin misericordia si ven
inconsecuencias en él.
—La vida del ministro fiel debe caracterizarse por su santidad: éste debe
ser conocido como alguien que ama profundamente al Señor; debe ser consciente
él mismo de haber sido apartado por Dios para el ministerio que le ha sido
encomendado; y debe llevarlo a cabo con auténtica piedad y devoción, viviendo y
ministrando delante de Dios, procurando agradarle en todo.
—La vida del ministro fiel debe caracterizarse por su justicia: debe ser un
hombre recto en sus juicios, honrado en sus negocios, leal en sus relaciones y
equitativo en su trato con la gente.
—La vida del ministro fiel debe ser irreprensible (cf. Filipenses 2:15; Tito 1:6–7). Él mismo será consciente de sus muchos fallos.
Pero la gente no debe poder señalar ningún desorden ni ninguna cosa impura o
escandalosa en su comportamiento.
—Observemos cómo el apóstol antepone la vida ejemplar de los misioneros (v.
9–10) a su ministerio docente. De la misma manera,
antes de pretender enseñar a los fieles mediante sus predicaciones e
instrucciones, el ministro fiel debe asegurarse de que su propia vida sea, de
por sí, toda una lección de coherencia cristiana y vivencia santa, un ejemplo
digno de seguir.
Adaptado: Burt, D. F. (2002). La Conversión Auténtica