LA IGLESIA EN DIOS | 1 Tesalonicenses 1:1 | David Burt

LA IGLESIA EN DIOS

“.…a la iglesia de los tesalonicenses en Dios Padre y en el Señor Jesucristo” (1Ts.1:1)

Después de indicar el nombre del remitente, las cartas de la antigüedad seguían con el nombre del destinatario y una salutación: Fulano de tal a Mengano, saludos (cf. Hechos 15:23; 23:26).

Con el paso del tiempo, el apóstol Pablo iba a dirigirse a sus lectores empleando habitualmente una fórmula doble: primero una frase que describía su posición espiritual; y luego otra que hablaba de su ubicación geográfica.

  • Por ejemplo, escribe a los corintios diciendo: a la iglesia de Dios que está en Corinto (1 Corintios 1:2; 2 Corintios 1:1); o a los efesios: a los santos y fieles en Cristo que están en Éfeso (Efesios 1:1; cf. Fil 1:1; Col 1:2).
  • En cambio, en sus primeras epístolas la fórmula está al revés. En primer lugar establece el lugar geográfico de sus lectores y luego su posición espiritual: no escribe a la iglesia de Dios en Tesalónica, sino a la iglesia de los tesalonicenses en Dios.

Posiblemente Pablo abandonara esta fórmula inicial porque pensaba que era difícil de entender: la frase iglesia de Dios tiene un significado llano y obvio, pero la frase iglesia en Dios causa cierta extrañeza. La primera subraya que la iglesia pertenece a Dios y ha sido constituida por él. La segunda (es decir, la primera empleada por Pablo) va más lejos: la iglesia no sólo pertenece a Dios sino que encuentra en él su fuente de vida y su razón de ser. Sólo es iglesia en Dios en virtud de su unión vital a él. Pero, puesto que es una frase teológicamente concisa y lingüísticamente inusual, necesitamos detenernos un poco a considerar sus implicaciones.

Recordemos, antes que nada, cuál es el significado original de la palabra iglesia.

En la actualidad, este vocablo tiene inmediatas connotaciones religiosas y se aplica no sólo al pueblo de Dios, sino también al edificio en el cual éste se reúne e incluso a la jerarquía que lo preside. Pero la palabra griega empleada por el apóstol (ekklesía) se refería siempre a un concurso de personas (asamblea o congregación), no a un edificio, ni a la presidencia de la asamblea; y, además, era una palabra de uso diario sin connotaciones específicamente religiosas.

En Tesalónica, por ejemplo, había muchas clases de iglesia o asamblea. Las asambleas civiles presididas por los politarcas se llamaban ekklesía y, sin duda, muchas de las decisiones que gobernaban la vida de diferentes entidades sociales y culturales de la ciudad eran tomadas también en iglesias. Así pues, para los antiguos una iglesia no era más que un grupo de personas reunidas en asamblea.

Tomemos buena nota de esa dimensión colectiva que subyace en la palabra iglesia. Aunque las buenas nuevas del evangelio se dirigen individualmente a cada ser humano, y todos somos personalmente responsables ante Dios de cómo respondemos ante ellas, nuestra salvación e incorporación en Dios tiene lugar en el contexto de una asamblea. El apóstol no escribe a creyentes aislados, cada uno de ellos encerrado en su propia casa, sino a todos ellos congregados. Excepto en circunstancias especiales de fuerza mayor, la Biblia nunca contempla a creyentes aislados, individualistas, o independientes de una congregación. Según la misma etimología de la palabra, es imposible por definición que pertenezcamos a la iglesia sin que nos reunamos en asamblea.

Ahora bien, una asamblea no es una mera aglomeración de gente.

Las personas que se agolpan alrededor del puesto de un mercado pueden constituir una multitud, pero no una asamblea. Detrás de esta palabra está la idea de una finalidad determinada y de una convocatoria específica. La iglesia cristiana de Tesalónica era, pues, un grupo de personas reunido con un propósito, el cual, según el apóstol, se centraba en Dios. Aunque Pablo no elabora explícitamente la naturaleza exacta de ese propósito, sin duda habría suscrito las palabras de Pedro al respecto:

Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9).

Evidentemente, quien emite la convocatoria constitutiva de la iglesia no es otro sino Dios mismo. Aunque se sirve de heraldos humanos que la anuncian —en este caso, los tres misioneros—, en última instancia es él mismo quien nos convoca.

  1. Los tesalonicenses, pues, son un pueblo elegido (sabiendo, hermanos amados de Dios, su elección de vosotros; 1:4), llamado por Dios para vivir en santidad hasta el día de Cristo (El mismo Dios de paz os santifique; … fiel es el que os llama, el cual también lo hará; 5:23–24), mediante una convocatoria que se expresa de momento por medio de reuniones en asamblea, pero cuyo alcance se extiende hacia la eternidad (Dios… os ha llamado a su reino y a su gloria; 2:12).
  2. Por tanto, la asamblea a la que nuestra epístola va dirigida es iglesia de Dios por cuanto Dios es quien la llama, la constituye y la congrega. Pero, más aún, le pertenece porque él es quien la ha redimido.
  3. A este respecto, es importante recordar que la ekklesía del Nuevo Testamento no es sino la continuación de la congregación (en hebreo, qahal) del Antiguo. Cuando Israel salió de Egipto bajo el liderazgo de Moisés, se constituyó como pueblo convocado por Dios, congregado en el desierto por él y apartado para ser su especial tesoro. Ahora —dice Pablo— las congregaciones cristianas, tanto en Judea como en el mundo gentil, son iglesias de Dios (2:14). Esta frase (en griego ekklesía tou Zeou) es textualmente la misma que la empleada por la Septuaginta para traducir aquellos textos en que Israel es contemplado como qahal Yavéh (asamblea de Dios).
  4. De hecho, es difícil disociar la idea bíblica de convocación o congregación de otras dos ideas esenciales que encontramos en la Biblia: la de la redención y la de la santidad. Cuando Israel fue convocado por Dios, fue como consecuencia de una gran «separación»: Dios intervino con brazo poderoso para redimir a su pueblo y sacarlo de en medio de Egipto (Deuteronomio 4:33–34). Y lo separó con el propósito de hacer posible que Israel viviera en santidad y lealtad a él.
  5. La santidad es una separación moral y espiritual realizada en base a un acto salvífico y redentor de Dios, y se manifiesta mediante una nueva vivencia diferenciada con respecto a los valores del mundo. De igual manera, la Iglesia, redimida por Cristo al precio de su sangre, debe ser un pueblo apartado, diferente de los demás. Ha sido convocada por Dios y constituida en pueblo distintivo mediante una radical separación del mundo, no tanto física como moral y espiritual. Ha sido redimida con el fin de glorificar a Dios, no de seguir en la vana manera de vivir de antes (1 Corintios 6:20; 1 Pedro 1:18). Es un pueblo diferente en su estilo de vida, en sus aspiraciones y en sus valores. Es un pueblo santo.

Todos estos matices subyacen en el concepto bíblico de la Iglesia como pueblo de Dios. Pero, como ya hemos dicho, la frase empleada aquí por Pablo no es iglesia de Dios, sino iglesia en Dios. Esta frase va aun más lejos que la idea de pertenecer a Dios o de ser convocado por él o aun de ser santo como él es santo. Indica que el ámbito en el cual la iglesia se congrega y se mueve es Dios mismo. Él, por su Espíritu, está en medio de su pueblo (cf. Mateo 18:20; Apocalipsis 1:13; 2:1) como el Tabernáculo de la Presencia estuvo en medio del campamento de Israel (Números 2:17; Deuteronomio 23:14). La iglesia está geográficamente en Tesalónica. Pero ésta no es su primera ubicación. Espiritualmente, está en Dios y en Jesucristo.

Esto nos lleva a otra consideración:

La iglesia en Dios debe ser santa en su manera de vivir, pero ¿quién es capaz de vivir en santidad? Nadie que no haya sido redimido por Cristo y sellado por el Espíritu Santo. Es decir, sólo pueden formar parte de la iglesia en Dios aquellos que son una nueva creación en Cristo (2 Corintios 5:17). Si es cierto que sin la santidad nadie verá al Señor (Hebreos 12:14), también lo es que si Dios no efectúa en él una profunda obra de santificación, jamás habrá algún ser humano que sea santo. Sólo la incorporación de los creyentes en Cristo (y, por cierto, la pequeña frase en Dios nos recuerda aquella otra frase, en Cristo, tan frecuente en los escritos del apóstol) puede crear un pueblo ubicado en Dios. La congregación cristiana de Tesalónica sólo es iglesia en Dios por cuanto cada uno de sus miembros, por haber creído en Cristo, ha sido incorporado en él.

No queda del todo claro si lo que está en Dios es estrictamente la iglesia o los tesalonicenses. ¿Se dirige Pablo a la asamblea-en-Dios compuesta por personas residentes en Tesalónica, o a la asamblea de los tesalonicenses-en-Dios (es decir, de aquellos tesalonicenses cuyas vidas ahora se centran en el Dios verdadero)? Supongo que, en último término, poco importa; pero, dado el orden de las palabras y el uso secular de la palabra ekklesía, me inclino a la segunda lectura. Como hemos dicho, en la ciudad había muchas clases de asamblea, pero ésta se componía de aquellos ciudadanos que, por su fe en Jesucristo, encontraban en Dios su principal signo de identidad. Los creyentes de Tesalónica, acostumbrados ya a reunirse como ciudadanos en asamblea popular para tratar los asuntos de la ciudad, ahora participan en otra ekklesía.

CONCLUSIÓN:

Es importante recordar que una auténtica iglesia cristiana siempre tiene esta característica fundamental: se compone de hombres y mujeres que, por haber creído en Cristo y por haber sido incorporados en él, tienen en su relación con Dios su principal razón de ser y marca de identidad.

Una congregación que no tiene esta característica puede retener legítimamente el nombre de iglesia, porque sigue siendo una asamblea de personas; pero no puede llamarse iglesia en Dios.

Adaptado:

Burt, D. F. (2002). La Conversión Auténtica: (pp. 53–57)

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