TEOLOGÍA I: EL NOMBRE Y LOS NOMBRES DE DIOS | JAMES LEO GARRET

  

EL NOMBRE Y LOS NOMBRES DE DIOS

El método de las teologías sistemáticas antiguas al indagar sobre la doctrina de Dios, era tratar en detalle los diversos nombres de Dios, especialmente los que se encuentran en el Antiguo Testamento, la mayoría de los cuales se basaban en la palabra hebrea ‘El. Sin querer despreciar ese tipo de estudio, debemos tomar nota del énfasis que Louis Berkhof y Emil Brunner han puesto en el presente siglo sobre el nombre (en singular) de Dios como tema teológico.

EL NOMBRE DE DIOS

Berkhof planteó el tema del siguiento modo: La Biblia habla a menudo del nombre de Dios en singular, como por ejemplo en Exodo 20:7 y Salmo 8:1. Cuando lo hace, no se trata de una designación especial de Dios, sino que es un uso muy general del término para expresar su autorrevelación.

Brunner consideraba que el nombre de Dios era un tema descuidado entre los teólogos. Descubrió que las frases “el nombre de Dios”, “el nombre del Señor” y variaciones de las mismas aparecían en casi 100 pasajes del Antiguo Testamento y en más de 200 pasajes del Nuevo Testamento. Algunos ejemplos de este uso son: “No tomarás en vano el nombre de Jehovah tu Dios” (Exo. 20:7); “proclamaré delante de ti el nombre de Jehovah…” (Exo. 33:19); “¡cuán grande es tu nombre en toda la tierra!” (Sal. 8:1); “santificado sea tu nombre” (Mat. 6:9); “yo he venido en nombre de mi Padre” (Juan 5:43); y “he manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste” (Juan 17:6). Según Brunner, el nombre de Dios “reúne… ciertos elementos decisivos en la realidad de la revelación”; el nombre en sí representa la individualidad de Dios y la manifestación del nombre de Dios representa la acción de Dios. El teólogo suizo identificó tres de estos “elementos decisivos”:

  1. El nombre de Dios significa la posibilidad de la revelación divina: “Dios es conocido solamente donde él mismo da a conocer su nombre.”
  2. El nombre de Dios manifiesta la naturaleza de Dios como persona. Llamar a Dios por su nombre sugiere que Dios es un “tú” y no un “eso”: “Es una prerrogativa de las personas poseer un nombre.” El Dios que manifiesta su nombre es descrito en los libros bíblicos por medio de antropomorfismos, es decir que se habla de Dios usando las formas que se usan para referirse a los seres humanos.
  3. El llamar a Dios por su nombre tiene como propósito llevar a los seres humanos a la comunión o al compañerismo con él. Que alguien comunique su nombre impica que se da a conocer; que Dios nos manifieste su nombre significa que llama a los seres humanos a que lo busquen y entren en compañerismo con él.

A los tres “elementos decisivos” de Brunner podemos agregar un cuarto: (4) El nombre de Dios intensifica la seriedad de la blasfemia y del maldecir. En la Septuaginta la blasfemia “siempre se refiere en última instancia a Dios”. “En el Nuevo Testamento el concepto de la blasfemia está controlado en todo por la idea de la violación del poder y de la majestad de Dios.”

LOS NOMBRES DE DIOS

Juntamente con la conciencia de la importancia teológica del nombre de Dios en la Biblia, es importante tener una noción de los nombres bíblicos específicos de Dios.

1. El Antiguo Testamento

Los dos nombres de Dios usados más frecuentemente en el Antiguo Testamento son el nombre semítico general de Dios, ‘El y el nombre especial referido al pacto, Yahvé.

a. El y sus variantes

‘El significaba el Dios fuerte o poderoso. “Pertenecía al mundo semita en general, y se lo usaba en los escritos babilónicos, fenicios, arameos y árabes no menos que en los hebreos.” El nombre ‘El Shadai o Dios Todopoderoso se usa en Génesis 17:1; 28:3; 35:11; 43:14; 48:3; 49:25 y Exodo 6:3. El nombre ‘El Elyon se encuentra en el pasaje sobre Melquisedec (Gén. 14:18, 19, 20, 22). El término ‘El Hai, o “Dios vivo” es usado en Deuteronomio 5:26; Josué 3:10; 1 Samuel 17:26, 36; 2 Reyes 19:4, 16 (ver Isa. 37:4, 17); Oseas 1:10b; Jeremías 10:10 y 23:6; y Salmo 42:2 y 84:2. El plural ‘Elohim se ha descrito como “plural de majestad o de eminencia” o “más exactamente como el plural de plenitud o grandeza”.

b. Yahvé

La etimología de esta palabra es algo incierta, pero parece ser una forma del verbo “ser” en hebreo (hayah). Los estudiosos del Antiguo Testamento y otros teólogos difieren un tanto en sus definiciones del significado básico de “Yahvé”. Para Andrew Bruce Davidson (1831–1902), el término tenía un signi-ficado más redentor que ontológico: “No describe a Dios en cuanto a su naturaleza sino en cuanto a sus funciones salvíficas, su actividad viviente en medio de su pueblo y su influencia sobre éste.” Carl F. H. Henry opina que “lo que aquí se pone de manifiesto no es la idea de la existencia continua —una existencia completa en sí misma— sino de la venida de Dios al hombre”. Según Emil Brunner, el término, especialmente en Exodo 3:14, connota a Dios como “el Misterioso… el Incomparable”. Edmund Jacob (1909–) consideraba que la idea clave en el nombre Yahvé era la presencia de Dios con su pueblo.21 Walther Eichrodt afirmó que “la interpretación más natural sigue siendo la que iguala el Tetragrámaton con ‘él es’, ‘él existe’, ‘él está presente’ ”.

Ciertas traducciones de la Biblia utilizan la palabra “Jehovah” en vez de traducir “Yahvé” como “el SEÑOR”. Asimismo, aparece el nombre “Jehovah” o “Jehová” en algunos himnos. ¿Cuál es la relación entre los vocablos Jehovah y Yahvé? Para poder contestar la pregunta, es necesario repasar algunos datos históricos. Después del cautiverio babilónico, los judíos dejaron de pronunciar la palabra Yahvé oralmente cuando leían la Biblia hebrea, probablemente a raíz de su gran reverencia por ese nombre. Lo remplazaron con la circunlocución ‘Adonai, o el Señor. Hacia 1520 d. de J.C., los cristianos, bajo el liderazgo del Vaticano, empezaron a unir las consonantes de Yahvé con las vocales de ‘Adonai para formar el vocablo híbrido “Jehovah”.

2.  El Nuevo Testamento

El nombre “Dios” prevalece en el Nuevo Testamento sin que exista una distinción parecida a la que se ve en el Antiguo Testamento entre ‘El y Yavé. Sin embargo, los grandes nombres analógicos que ocupan un lugar prominente en el Nuevo Testamento tienen su origen en el Antiguo Testamento. Entre los nombres analógicos se encuentran Padre, Pastor, Redentor o Salvador, Juez, Rey y Señor. El término Creador no es propiamente analógico, porque la palabra hebrea que se traduce como “crear” (bara’) significa “traer a la existencia aquello que no existía”.

 3.  El uso filosófico

Existe un fuerte contraste entre los términos analógicos que se refieren a Dios en la Biblia, que sirven para magnificar la naturaleza personal del Dios bíblico, y los términos más impersonales para la deidad que se usan en la tradición filosófica occidental.

Los grandes escritos filosóficos están, por cierto, repletos de nombres para Dios: el Daimon de Sócrates, la Idea de lo Bueno de Platón, el Primer Motor de Aristóteles, el Uno de Plotino, la Causa Sui de Spinoza, el Absoluto de Hegel y el Incognoscible de Spencer.

En algunas ocasiones los teólogos se han unido a los filósofos en optar por un lenguaje impersonal para referirse a Dios. Eunomio de Cizico, un arriano del siglo IV, sostuvo que el único nombre para Dios debería ser el Ingenerable (es decir, quien no tiene origen). La tensión entre los nombres más personales y los más impersonales para Dios continúa hasta el presente.

Un pensamiento que ha sido alimentado por abstracciones filosóficas percibe el concepto del nombre de Dios y la revelación del Nombre como una degradación antropomorfa que lo hace a Dios finito, cosa que no puede permitirse.

Martin Buber (1878–1965), teólogo judío, contó cómo un amigo lo había reprendido con respecto a su uso del nombre de Dios. Le dijo su amigo:

¿Cómo puedes repetir “Dios” vez tras vez?… Lo que tú quieres decir con el nombre de Dios es algo que va más allá de toda comprensión y todo entendimiento humano, y al hablar de ello lo rebajas al nivel de un concepto humano. ¡Qué palabra del lenguaje humano ha sido tan abusada, tan deshonrada, tan profanada como ésta! Toda la sangre inocente que ha sido vertida por esta palabra la ha robado de su resplandor. Toda la injusticia que ha sido tapada por esta palabra le ha borrado sus rasgos distintivos. Cuando escucho que al Altísimo se lo llama “Dios” me parece a veces casi una blasfemia.

Buber respondió a su amigo como sigue:

Sí, es la palabra más recargada de todas las palabras humanas. Ninguna otra ha sido tan despojada, tan mutilada. Justamente por esta razón no la puedo abandonar. Generaciones humanas han descansado la carga de sus ansiosas vidas sobre esta palabra, haciendo que se encorve hasta el suelo bajo el peso; yace en el polvo y lleva todas esas cargas… ¡Dónde pudiera encontrar una palabra como ésta para describir al Altísimo! Si tomara el concepto más puro, más resplandeciente de la cámara escondida de tesoros de los filósofos, solamente podría capturar un producto descomprometido del pensamiento. No podría aprehender la presencia de quien las generaciones de los hombres han honrado y degradado con sus pasmosas vidas y muertes. Verdaderamente me refiero al mismo al cual se refieren las generaciones de hombres atormentados por el infierno, que quieren tomar por asalto el cielo… Pero cuando toda locura y todo engaño vuelven a ser polvo, cuando se enfrentan con él en la oscuridad más solitaria y ya no dicen “él, él”, sino suspiran “tú”, gritan “tú”, todos ellos esta única palabra, y cuando agregan “Dios”, ¿no es el verdadero Dios al cual todos imploran, el único Dios viviente, el Dios de los hijos de la humanidad?… Y por esta razón justamente, ¿no es la palabra “Dios” la palabra de súplica, la palabra que se ha tornado nombre, consagrada en todas las lenguas humanas por todos los tiempos?

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