GOZO Y AÑORANZA | 1 Tesalonicenses 3:9-10| David Burt
GOZO Y AÑORANZA
1 TESALONICENSES 3:9-10
Pues ¿qué acción de gracias podemos dar a Dios por vosotros, por todo el gozo con que nos regocijamos delante de nuestro Dios a causa de vosotros, según oramos intensamente de noche y de día que podamos ver vuestro rostro y que completemos lo que falta a vuestra fe?
A DIOS SEA LA GLORIA (v. 9)
Las noticias traídas por Timoteo desde Tesalónica
han proporcionado consuelo y alivio a los misioneros (v. 7)
y les han dado nuevos ánimos (v. 8).
Pero no sólo eso. Ahora el apóstol habla de nuevas emociones. Supremo entre
ellas es el regocijo. Los misioneros rebosan de gozo. Esto, a su vez, les lleva a un profundo sentimiento de gratitud.
Cuando está conmovido, Pablo manifiesta dos características habituales. Por
un lado, su lenguaje va «en aumento»: las palabras se le amontonan y se vuelven
cada vez más emotivas y poderosas. Por otro, suele convertir sus emociones en
oración. Así ocurre en el caso presente. El alivio ya patente en el versículo 6
va en aumento hasta culminar en la gloriosa doxología de los versículos 11
a 13. Antes de llegar a ella, sin embargo, el apóstol
plantea en los versículos 9 y 10
una pregunta retórica que tiene la fuerza de una exclamación de gozo y
gratitud: ¿cómo expresar ante Dios nuestro agradecimiento y nuestra alegría?;
¿y cómo orar adecuadamente por vosotros los tesalonicenses?
El contenido de la doxología versará sobre el regreso de los misioneros a
la ciudad (v. 11) y la obra de santificación que Dios está
llevando a cabo en la vida de los creyentes (vs. 12–13). Ahora, en la pregunta retórica, plantea los dos mismos temas: el deseo
de los misioneros de volver a ver a los tesalonicenses y de contribuir a su
edificación (v. 10). Completar
lo que falta a vuestra fe es la contrapartida humana de la obra de
crecimiento y santidad solicitada en la doxología (vs. 12–13); mientras que el anhelo de ver
vuestro rostro corresponde a la petición de que Dios Padre y Jesús nuestro
Señor dirijan nuestro camino a vosotros (v. 11).
Antes de exponer ante el Señor los anhelos y peticiones que llenan su
mente, el apóstol vuelve a insistir en el gozo y la gratitud que llenan su
corazón (v. 9) y que sirven, por supuesto, como el caldo de
cultivo en el cual sus peticiones toman forma y crecen. Por tanto, lo que más
distingue al resto del capítulo y lo que cada uno de los versículos 9 a
13 tienen en común es que concentran nuestra
atención en la oración. El apóstol ha conducido sus sentimientos de gozo hacia
el terreno de la intercesión y la acción de gracias.
¿Por qué lo hace? A fin de cuentas, su tema hasta aquí ha sido la relación
de edificación mutua que existe entre los misioneros y los tesalonicenses. Para
concluir esta sección, ¿no le habría bastado dar gracias a los creyentes mismos
y hablar con ellos acerca de sus planes personales? Pero no. Da gracias a Dios
y habla con él acerca de sus planes.
Más aún, llama la atención el hecho de que la reacción de Pablo ante la fe
de los tesalonicenses no es alabarles a ellos
por haber creído, ni tampoco felicitar a los misioneros por su buen trabajo al
conducirles a la fe, sino agradecerle a Dios: ¿qué acción de gracias podemos dar a Dios por vosotros? La
salvación no es, en primer lugar, una obra humana, sino de Dios1,
por lo cual la gratitud debe dirigirse también a él (cf. 2 Corintios 4:15). La decisión de seguir a Cristo fue tomada, por
supuesto, por los tesalonicenses. Y la proclamación fiel del evangelio fue obra
de los misioneros. Pero la elección y el llamamiento fueron de Dios (1:4), así como la redención, la justificación, la regeneración y la
santificación. Incluso el valor de los misioneros y la conversión de los
tesalonicenses no habrían sido posibles al margen del poder de Dios (2:2; 1:5). Es Dios quien ha guardado a los creyentes en
medio de sus aflicciones. Todo se lo deben a él. Él es el alfa y la omega de su
salvación. Su actual perseverancia en la fe es fruto de una obra de gracia, no
del mérito humano. Pablo da crédito a quien debe darlo: a Dios mismo.
Según el
criterio humano, lo acontecido era el resultado de la obra que Pablo había
hecho … La iglesia había sido tan bien establecida que, aunque los creyentes
eran jóvenes en la fe y habían sido sometidos a dura prueba, habían permanecido
fieles. Por lo tanto, su fundador bien podía estar orgulloso de su propia obra.
Pero Pablo veía las cosas de manera distinta. Comprendía que lo sucedido era
obra del poder divino operando en los creyentes y por esto trata de agradecer a
Dios2.
Este énfasis está reforzado por el hecho de que el
verbo traducido como dar (¿qué acción de gracias podemos dar a Dios por vosotros?) tiene que
ver con la liquidación de una deuda o con el pago de lo que es debido3.
Pablo se siente endeudado con Dios por todas las bendiciones que recibe a
través de los tesalonicenses, y siente la necesidad de pagárselo mediante la
acción de gracias. Pero sabe que no es capaz de darle al Señor una retribución
adecuada. Aunque diera gracias sin cesar (2:13), nunca podría alcanzar a corresponder a la bondad divina. Le faltan
palabras con las que expresar su gratitud y su gozo. Comparte los sentimientos
del salmista:
¿Cómo
pagaré al Señor por todos sus beneficios para conmigo? (Salmo 116:12).
No se trata de una falsa modestia por parte del
apóstol, ni de una actitud «superespiritual». Expresa lo que realmente siente.
La obra es de Dios. Todo se lo debemos a él. Se merece nuestra gratitud. A él
sea la gloria. Esto no resta mérito ni a los tesalonicenses ni a los
misioneros. Pablo ya ha reconocido la parte de ambos: ha alabado la fe de los
creyentes (1:6–9) y ha hablado con satisfacción acerca de la labor
de los misioneros (2:1–12). Pero ahora concluye toda esta sección alzando
la mirada hacia Jesús, el autor y consumador de la fe, y hacia el Padre, que ha
querido llevar a muchos hijos a la gloria; y les da las gracias por lo que han
hecho para salvar a los creyentes, guardarlos en la fe y bendecir a los
misioneros a través de ellos.
GRATITUD Y GOZO POR LOS HERMANOS (v. 9)
Son dos los motivos específicos detrás de la
acción de gracias: (1) los tesalonicenses mismos (es decir, las buenas noticias
acerca de su fidelidad y constancia); y (2) el gozo que los misioneros
experimentan ante la perseverancia de los creyentes.
Poco necesitamos decir acerca de su gratitud por los tesalonicenses, porque
Pablo mismo ha indicado claramente el bien que le hacen. En realidad, toda la
primera parte de 1 Tesalonicenses es un gran himno de gratitud a Dios por esos
amados hijos suyos.
También, con respecto al gozo que los misioneros experimentan, Pablo ya ha
dicho mucho. Ha indicado que los tesalonicenses son su gozo (2:20) y la fuente de su consuelo (3:7) y que, si tiene motivos para ser feliz y
«vivir», es a causa de vosotros por medio
de vuestra fe (3:8).
Si acaso detectamos algo nuevo en el presente versículo, tiene que ver con
dos cosas. En primer lugar, el lenguaje indica la inmensidad de ese gozo. No es una alegría cualquiera, una mera
sensación de satisfacción, sino un gozo rebosante e indecible. Pablo emplea un
lenguaje muy enfático: todo el gozo con que nos regocijamos.
En segundo lugar, el gozo ahora se expresa delante de nuestro Dios. Es otra manera de decir que el gozo,
aunque su causa inmediata sea la fidelidad de los tesalonicenses, procede en
última instancia de Dios y de lo que él ha hecho en sus vidas. No es un gozo
carnal, procedente de la autosatisfacción, sino un gozo producido por la
fidelidad de Dios al sostener a los creyentes en medio de su tribulación4.
Además, al experimentar este gozo «delante de Dios», Pablo da a entender que el
gozo es especialmente intenso cuando está en oración. Orando, traemos a nuestra
memoria a muchos hermanos nuestros; y, al recordarles ante Dios, nos fijamos en
lo que él está haciendo en sus vidas y nos llenamos de gozo.
El gozo que experimentamos en la comunión fraternal no es, de hecho, más
que un pequeño anticipo del inmenso gozo que conoceremos cuando todo el pueblo
de Dios esté reunido en el día final. Si aun ahora, después de pasar momentos
de zozobra a causa de nuestros hermanos, conocemos momentos de gran alegría al
enterarnos de su progreso espiritual, ¿cómo serán nuestro gozo y nuestra
gratitud al Señor en aquel día cuando el pueblo de Sion se manifieste en toda
su gloria?
Alegraos
con Jerusalén y regocijaos por ella, todos los que la amáis; rebosad de júbilo
con ella, todos los que por ella hacéis duelo (Isaías 66:10).
¡Gracias a Dios porque permite que saboreemos aun
aquí algo del gozo rebosante de aquel día!
INTERCESIÓN INTENSA (v. 10)
Pues ¿qué acción de gracias
podemos dar a Dios por vosotros, por todo el gozo con que nos regocijamos
delante de nuestro Dios a causa de vosotros, según oramos intensamente de noche
y de día que podamos ver vuestro rostro y que completemos lo que falta a
vuestra fe?
Como ya hemos dicho, los sentimientos de gozo y
gratitud no se quedan allí, sino que conducen al apóstol a la oración. La
gratitud lleva a la intercesión5. Siempre es así. Ya hemos tenido
ocasión de señalar que Pablo casi siempre da gracias por sus lectores antes de
interceder por ellos6. Si presentamos adecuadamente ante
Dios nuestra acción de gracias, pronto descubriremos que estamos intercediendo
por nuestros hermanos.
Si la gratitud del apóstol tuvo dos motivos —los tesalonicenses y el gozo
(v. 9)—, su intercesión tiene dos objetivos: la reunión
y la edificación (v. 10). ¡Pablo siempre buscaba la elegancia de la
simetría en sus redacciones! Pero antes de contemplar estos dos objetivos,
consideremos lo que el apóstol dice acerca de sus oraciones en sí.
El verbo que emplea —oramos— es
uno de dos que expresan la idea de oración. Pero mientras el otro (proséukhomai) suele enfatizar el aspecto
devocional de la oración, éste (déomai) enfatiza más bien las carencias
del orante. El uno pone la mirada en Dios mismo (como en el caso de nuestras
palabras alabar o adorar), mientras que el otro contempla
la necesidad o al necesitado (como nuestras palabras pedir o rogar)7.
Implícitamente, pues, el apóstol reconoce aquí su debilidad o carencia delante
de Dios. Es un suplicante necesitado que depende de la generosidad divina.
¿Y cuál es su necesidad? El contexto nos la dice. Echa de menos a los
tesalonicenses. Se siente huérfano (3:1).
[Este] vocablo … llama la atención
al sentido de pérdida que experimenta Pablo al estar separado de sus amigos y,
por inferencia, a su estima por ellos8.
La grandeza de su afecto y, por consecuencia, la
grandeza del fervor de su intercesión se ven en los dos adverbios que matizan
este verbo. El primero, traducido como intensamente,
está compuesto con dos prefijos y podría traducirse como sobreabundantemente. Volverá a aparecer en el 5:13, referido a los que trabajan entre
vosotros: que los tengáis en muy alta
estima. La única otra vez que aparece en el Nuevo Testamento es en Efesios 3:20 (se trata de un vocablo eminentemente paulino): A aquel que es poderoso para hacer todo mucho más abundantemente … Como bien indica nuestra traducción,
expresa la suprema intensidad de la súplica del apóstol. Su anhelo de ver a los
tesalonicenses no es frívolo o superficial, sino hondamente sentido. El
carácter doble del adverbio podría ser expresado como «muy intensamente», casi como «desesperadamente»9.
Y por si esto fuera poco, Pablo añade: de día y de noche. Si la palabra
anterior indica la intensidad de su intercesión, esta nueva frase indica su
duración continua y permanente10. Sugiere que a lo largo
del día, cada vez que su mente se vuelve hacia los tesalonicenses, eleva una
oración pidiendo por ellos; y que, durante la noche, se despierta a menudo con
el mismo deseo incumplido y hace la misma plegaria.
REENCUENTRO Y EDIFICACIÓN (v. 10)
Como hemos dicho, la petición concreta del apóstol
es doble. Por un lado pide que el Señor permita que muy pronto vuelva a
encontrarse con los tesalonicenses, para ver
su rostro. Esta oración corresponde al deseo que ya ha expresado en el 2:17: estábamos muy ansiosos, con
profundo deseo de ver vuestro rostro (cf. 3:6).
Sin embargo, no es el aspecto físico (vuestro
rostro) del encuentro lo que Pablo añora más, sino su aspecto espiritual (vuestra fe). La reunión no será sólo una
ocasión social, sino, ante todo, una oportunidad espiritual. Por tanto, Pablo
pide en segundo lugar que el Señor permita que
completemos lo que falta a vuestra fe.
El verbo completar tenía
originalmente un significado físico y se refería a acabar tareas materiales
inacabadas o a reparar cosas defectuosas, como por ejemplo cuando los
discípulos remiendan sus redes (Mateo 4:21). Pero pronto adquirió un uso metafórico y es en este sentido como se
encuentra principalmente en el Nuevo Testamento. A veces contiene una nota
implícita de reprensión y significa corregir
o restaurar:
Hermanos, aun si alguno es
sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo (Gálatas 6:1).
A veces se emplea como sinónimo de suplir,
equipar o preparar:
Sacrificio y ofrenda no has
querido, pero un cuerpo has preparado
para mí (Hebreos 10:5).
Él dio a algunos el ser
apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros,
a fin de capacitar a los santos para
la obra del ministerio (Efesios 4:11–12).
En nuestro texto se refiere a la provisión de aquello que hace falta para el cabal
desempeño de funciones para las cuales una persona o cosa ha sido designada11.
A los tesalonicenses les faltan aún ciertos aspectos de la formación necesarios
para la madurez cristiana. Esto queda claro por la frase que sigue: lo que falta.
Pablo acaba de celebrar el «progreso» de los tesalonicenses: el hecho de
que no se hayan estancado en la fe, ni hayan vuelto atrás, sino que estén
avanzando y abundando en fe y amor (1:8; 3:6). Ahora, mediante la frase lo que falta, Pablo indica que todavía no han alcanzado todo lo que
deberían ser. Han progresado mucho, pero aún les queda camino que recorrer. En
medio de su regocijo, el apóstol no permite que su entusiasmo le ciegue ante la
realidad de las carencias espirituales de sus lectores. La tarea pastoral debe
proseguir.
Esto no es recriminar a los tesalonicenses ni diluir el enorme entusiasmo
del apóstol, sino sencillamente reconocer dos realidades: por una parte, su
visita a Tesalónica había sido truncada y, por tanto, su labor pastoral entre
ellos había sido deficiente12; por otra, mientras estamos en esta vida
tenemos que avanzar en la fe siempre. Nuestro conocimiento de Dios y de su Palabra, y nuestra confianza en él (que constituyen las dos
vertientes de la fe13), siempre son susceptibles de ser
mejorados. Nunca podemos decir que hemos llegado. Siempre nos falta algo.
Siempre podemos seguir hacia delante. A fin de cuentas, ¿qué decía el apóstol
acerca de sí mismo?
No que lo haya alcanzado, o
que ya haya llegado a ser perfecto, sino que sigo adelante, a fin de poder
alcanzar aquello para lo cual también fui alcanzado por Cristo Jesús.
Hermanos, yo mismo no considero haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago:
olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo
hacia la meta para obtener el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo
Jesús. Así que todos los que somos
perfectos, tengamos esta misma actitud (Filipenses 3:12–15).
Si el mismo apóstol debe seguir adelante a la
meta, consciente de que aún le falta crecer en su fe, ¡cuánto más deben hacerlo
los tesalonicenses! ¡Y nosotros! Las redes de nuestro conocimiento espiritual
todavía tienen muchos agujeros que necesitan ser remendados. Nuestra confianza
en el Señor fluctúa y necesita ser robustecida. Nuestra fe brilla a veces con
luz diáfana, pero otras veces se ensombrece a causa de dudas, ansiedades,
perplejidades y vacilaciones, y necesita ser reforzada y completada.
Pablo no explica en más detalle cuáles son las deficiencias que detecta en
la fe de los tesalonicenses; pero, a juzgar por el resto de la epístola,
posiblemente tengan que ver con las siguientes lagunas en su entendimiento
doctrinal y ético:
1. A
algunos les falta pureza en su sexualidad (4:3–7).
2. Aunque practican ya el amor fraternal, deben
crecer más en él (4:9–10).
3. A algunos les faltan actitudes responsables
en su vida laboral (4:11–12).
4. Les falta conocimiento en cuanto a la suerte
de los creyentes fallecidos (4:13–18).
5. Les falta conocimiento en cuanto a las
enseñanzas acerca del retorno de Cristo (5:1–3).
6. Les falta una vivencia consecuente con su
pronto retorno (5:4–11).
7. Les faltan respeto y sumisión a los que les
presidían en el Señor (5:12–13).
8. Necesitan crecer en toda una serie de
prácticas y virtudes cristianas (5:14–22).
Seguramente, Pablo contempla dos vías de actuación
en su futura labor de fortalecer la fe de los tesalonicenses. Por un lado desea
estar con ellos a fin de que reciban ánimo a través de su ejemplo y así aprendan a confiar más y más en el Señor. Por otro,
desea ministrarles la Palabra de Dios y enseñarles la doctrina sana del evangelio, a fin de que su conocimiento sea más
perfecto y así lleguen a entender la vida con los criterios de Dios.
Según esto
podemos ver claramente cuán necesario es que nos dediquemos a la enseñanza.
Porque los maestros no han sido ordenados solamente para que en un día o en un
mes lleven a los hombres a la fe en Cristo, sino para que completen en ellos la
fe que acaba de comenzar14.
Así pues, el corazón de Pablo se alegra a causa de
las buenas noticias recibidas desde Tesalónica. Rebosa de gozo. Y lo hace
delante del Señor. Su gozo se convierte en alabanza y acción de gracias. Y
luego su gratitud conduce a la intercesión. Aquí se establecen patrones de
dinamismo espiritual dignos de imitar.
Notemos, al concluir, el énfasis sobre el
ministerio doble de los misioneros a favor de los tesalonicenses. Por un lado
oraban por ellos; por otro, deseaban enseñarles y así fortalecer su fe.
Hablaban con Dios acerca de ellos; y deseaban hablar con ellos acerca de Dios.
Este énfasis doble debe ser cierto de todo ministerio pastoral. Tan
íntimamente relacionadas deben ser la oración y la instrucción en la vida del
ministro fiel, que el profeta Samuel pudo decir al pueblo de Israel:
Lejos esté de mí que peque
contra el Señor cesando de orar por
vosotros; antes bien, os instruiré
en el camino bueno y recto (1 Samuel 12:23).
Y recordemos a este respecto las palabras de Pedro
al justificar el nombramiento de diáconos:
Nosotros [los apóstoles] nos entregaremos a la oración y al ministerio de la palabra (Hechos 6:4).
Adaptado: Burt, D. F. (2002). La Conversión Auténtica