ALERTAS Y SOBRIOS | 1 Tesalonicenses 5:6–8a | David Burt


ALERTAS Y SOBRIOS

1 TESALONICENSES 5:6–8a

Por tanto, no durmamos como los demás, sino estemos alertas y seamos sobrios. Porque los que duermen, de noche duermen, y los que se emborrachan, de noche se emborrachan. Pero puesto que nosotros somos del día, seamos sobrios, …

DORMIR O VELAR (vs. 6–7a)

Hoy en día, en Occidente, la mayoría de robos que se llevan a cabo en casas particulares ocurren durante el día. Es así porque, en el caso de muchas familias, ambos cónyuges trabajan de día, mientras los niños están en la escuela. Los ladrones saben que las casas están vacías mayormente durante estas horas laborales. Además vivimos en calles iluminadas con luz artificial, lo cual elimina aquella clandestinidad que los ladrones de antes buscaban en la oscuridad de la noche.

Pero en la antigüedad no era así. Durante el día las mujeres y los niños estaban en casa y los vecinos en la calle, por lo cual el robo era prácticamente imposible. En cambio, la noche ofrecía a los ladrones ciertas garantías de éxito, y eso por al menos tres razones: la oscuridad significaba que no podían ser reconocidos; en general, la gente estaba dormida, poco preparada para lo que se le venía encima; y, aun si algunos estaban despiertos, normalmente era porque estaban de fiesta, en cuyo caso lo más probable sería que estuvieran bebidos.

En su uso de la metáfora del día y de la noche, Pablo ya ha explorado la primera de estas razones: la oscuridad de la noche. El ladrón, que actúa de noche, no tiene que sorprendernos a nosotros, porque somos del día y vivimos bajo la luz del día. Ahora procede a examinar las dos razones restantes. Los que serán sorprendidos por la repentina llegada destructiva del ladrón son los que duermen y los que se emborrachan. En cambio, los creyentes que esperan la parusía no se duermen ni tampoco se entregan a la disolución, sino que se mantienen alertas y sobrios.

En cuanto a la hora inesperada de aquel día, no podemos hacer nada. Es tan desconocida para el creyente como para el incrédulo. Pero en cuanto a nuestra preparación para la llegada del Señor, tenemos que hacer algo: debemos asegurar que siempre estemos alertas y que nunca nos durmamos.

En el capítulo anterior veíamos que los tiempos que nos toca vivir forman un espacio extraño en medio de la noche y el día. El reino de las tinieblas llega a su fin; el reino de la luz ya asoma en el horizonte. La noche está muy avanzada, y el día está cerca (Romanos 13:12). En un sentido, la noche y el día conviven: el pueblo de Dios vive de día, como si la era mesiánica ya estuviera presente, mientras que los demás viven de noche, como si Cristo nunca hubiera venido. El que el día del Señor nos halle despiertos o dormidos depende, pues, de cómo estamos viviendo. Si vivimos de día, nos hallará de día y no nos sorprenderá; si vivimos de noche, nos sorprenderá de noche.

El apóstol empieza empleando una palabra enfática (por tanto) que vincula lo que acaba de decir con las conclusiones que está a punto de sacar. Acaba de describir lo que los creyentes somos en Cristo; ahora nos dirá lo que debemos ser en nuestra vivencia diaria. Puesto que somos hijos del día y de la luz y no vivimos ya en tinieblas ni participamos de la noche, ahora nos toca vivir en consecuencia: Por tanto, no durmamos como los demás, sino estemos alertas y seamos sobrios; porque los que duermen, de noche duermen.

Primero establece cómo no debemos vivir: no durmamos como los demás. Aquí el apóstol emplea un verbo diferente de aquel que ha empleado al referirse a los que duermen en Cristo (4:13–15; aquél suele referirse al acto de dormirse, mientras que éste se refiere al estado de estar dormido). Es el verbo que el Nuevo Testamento emplea como símbolo de la apatía espiritual o la indiferencia moral. Por ejemplo, es el verbo que encontramos en las palabras de Efesios 5:14 que ya hemos tenido ocasión de citar:

Despiértate, tú que duermes, y levántate de entre los muertos.

Y es el verbo que Cristo emplea en aquel texto que sirve de trasfondo a estas enseñanzas de Pablo en Tesalonicenses:

Por tanto, velad, porque no sabéis cuándo viene el señor de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga de repente y os halle dormidos. Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad! (Marcos 13:35–37).

Los incrédulos —aquí Pablo vuelve a llamarles los demás (cf. 4:13)— pasan el tiempo dormidos, porque ellos son de la noche y viven en tinieblas. No están despiertos a las realidades espirituales. Desconocen a Dios. Se creen dioses para sí mismos. Determinan ellos mismos cómo vivir, con qué prioridades y ambiciones y con qué ética y moralidad. Desprecian la ley de Dios. Entienden la vida sólo como una experiencia carnal. Como consecuencia, acaban perdidos, alienados, esclavizados por sus propios vicios y apetitos (Tito 3:3), muertos en sus pecados y delitos (Efesios 2:1). Se creen vivos y despiertos, pero en realidad están dormidos. No tienen ojos para ver la gloría de Dios en la faz de Jesucristo. Ponen su vista en las cosas que se ven, pero son incapaces de ver las cosas que no se ven porque llevan una venda sobre los ojos (2 Corintios 4:4, 18). Tratan el retorno de Cristo y el juicio final como locuras dignas de burla y sarcasmo. Viven como si nunca fuera a venir el día del Señor y como si ellos mismos nunca tuvieran que comparecer ante su Creador para darle cuentas de su vida. Como consecuencia, se entregan a toda clase de relajación moral. En una palabra, no están preparados para el día del Señor:

Estad siempre preparados, y mantened las lámparas encendidas. Sed semejantes a hombres que esperan a su señor … para abrirle tan pronto como llegue y llame … Pero si aquel siervo dice en su corazón: «Mi señor tardará en venir»; y empieza a golpear a los criados y a las criadas, y a comer, a beber y a embriagarse; el señor de aquel siervo llegará un día, cuando él no lo espera y a una hora que no sepa … y le asignará un lugar con los incrédulos (Lucas 12:35–46).

Todo eso está implícito en la idea de estar dormido. Ahora bien —dice Pablo—, es lógico que los que están en tinieblas se pasen la vida dormidos. Pero no lo es en el caso de los que han visto la luz y ya viven de día. En cierto sentido, «velamos» ya desde el día de nuestra conversión, porque hemos sido alumbrados por Cristo. Pero, en otro sentido, constantemente necesitamos la exhortación de no dormirnos, aun cuando ya somos creyentes; porque, como los discípulos en Getsemaní, muchas veces nuestro espíritu está dispuesto, pero nuestra carne es débil (Mateo 26:41). Por eso mismo, Pablo tuvo que advertir a los creyentes de Roma: Ya es hora de despertarnos del sueño, porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando creímos (Romanos 13:11).

Recordemos, a ese respecto, lo que ya hemos visto: que Pablo se incluye a sí mismo en estas exhortaciones (cf. Romanos 13:12–13). No dice: Por tanto, no durmáis; sino: no durmamos. Por muy experimentado que sea el líder cristiano, nunca debe vivir de las rentas del pasado; su vigilancia debe ser constante hasta el retorno del Maestro.

Por tanto, después de describir cómo no debemos vivir los creyentes, procede a exhortarnos positivamente en cuanto a cómo debemos vivir: estemos alertas y seamos sobrios. En contraste con los que duermen, debemos velar; y, en contraste con los que se emborrachan, debemos ser sobrios. En realidad, con esta doble exhortación, Pablo vuelve a lo que ya nos ha dicho acerca de las marcas de la conversión en el 1:9–10. Allí vimos que todo aquel que se convierte verdaderamente a Dios se caracteriza por una vida de servicio y de vigilancia: os convertisteis de los ídolos a Dios para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo. Ahora, la idea de velar (o de estar alerta) corresponde a esperar de los cielos al Hijo; y la idea de ser sobrio corresponde a la vida de servicio activo.

Estar alertas, en este contexto, significa vivir en la expectación constante de que Cristo puede volver hoy mismo. Es estar siempre en guardia, vigilantes y bien despiertos. Nos recuerda los énfasis a este respecto que encontramos en labios de Cristo mismo:

Por tanto, velad, porque no sabéis en qué día vuestro Señor viene. Pero comprended esto: si el dueño de la casa hubiera sabido a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, hubiera estado alerta y no hubiera permitido que entrara en su casa. Por eso, también vosotros estad preparados, porque a la hora que no pensáis vendrá el Hijo del Hombre (Mateo 24:42–44; cf. 25:13; Marcos 13:33–37).

Cada día debemos mantener viva nuestra esperanza cristiana. Debemos vivir en la cercanía y proximidad de la parusía (Sofonías 1:14; Hebreos 10:37) y aprender a amar su venida (2 Timoteo 4:8). Cada mañana al despertarnos, recordemos que hoy puede venir el Señor y establezcamos nuestras prioridades en consecuencia.

De la misma manera que el centinela no puede permitirse el lujo de dormirse en su puesto de guardia, sino que debe estar de pie, firme y vigilante, asi debe mantenerse alerta el creyente, esperando constantemente el retorno de su Rey. A veces, cuando la noche se hace larga, el centinela tiene que luchar por mantenerse despierto. Así también, el cristiano estará a menudo sujeto a la tentación de dejarse vencer por el sueño. Pero debe resistir. Lo que se avecina es demasiado serio como para dormirnos. No es tiempo de ponernos el pijama, volvernos somnolientos o bostezar. Aunque a nuestro alrededor el amor de muchos se enfríe (Mateo 24:12), debemos mantenernos vigilantes.

SOBRIOS O BORRACHOS (v. 7b–8a)

En los versículos 7b y 8a, Pablo repite el mismo argumento, pero ahora expresado en términos de embriaguez, no de somnolencia: los que se emborrachan, de noche se emborrachan; pero, puesto que nosotros somos del día, seamos sobrios. Dormir y emborracharse son dos actividades típicas de la noche e ilustran dos maneras de ser del mundo: algunos incrédulos se caracterizan por su apatía espiritual; otros por su disolución moral. Algunos viven indiferentes al juicio venidero, «dormidos» con respecto a él; otros llevan su incredulidad al extremo de reírse de Dios y vivir en desenfreno.

Si el primer contraste —entre dormir y velar (vs. 6–7a)— nos insta a mantener vivas nuestra expectación y nuestra confianza en la parusía, el segunda —entre emborracharnos y ser sobrios (vs. 6b y 7)— nos exhorta a mantener santa nuestra manera de vivir. Ser sobrios tiene un claro énfasis moral (cf. 1 Corintios 15:34: Sed sobrios, como conviene, y dejad de pecar). Ciertas líneas de conducta son apropiadas para los hijos de la noche, pero deshonran a los hijos de la luz.

Positivamente, pues, los creyentes debemos velar y ser sobrios porque somos hijos del día; negativamente, no debemos emborracharnos ni dormir porque tales comportamientos corresponden a una vida nocturna6 (cf. Hechos 2:15). Es normal que los hijos de las tinieblas vivan así, pero no los hijos de la luz:

Dormir de día da a entender grande indulgencia; emborracharse de día, grande desvergüenza.

La persona sobria vive en forma profunda. Sus goces no son principalmente los de los sentidos, como los placeres del borracho, por ejemplo, sino los del alma … Con una medida llena de gozosa anticipación mira adelante a la venida del Señor (1 Pedro 1:13). Sin embargo, nunca huye de sus deberes.

La borrachera se caracteriza por el exceso, el desenfreno y la indulgencia sensual; la sobriedad por la templanza, la prudencia y la disciplina. El borracho se deja dominar por su vicio; el sobrio no se deja dominar por nada (o sólo por el Espíritu Santo; Efesios 5:18), sino que ejerce el dominio propio. El borracho es incapaz de seguir caminando en línea recta; el sobrio anda con rectitud. El borracho se tambalea; el sobrio lleva una vida equilibrada. El borracho se conduce de maneras irresponsables y vergonzosas; el sobrio, de maneras responsables y honrosas.

La embriaguez es incompatible con trabajos serios y servicios responsables. ¡Consideremos, si no, las campañas actuales en contra del uso del alcohol en el trabajo o al conducir un coche! Y, como ya hemos señalado, los creyentes están en este mundo para ofrecer un servicio incondicional al Dios vivo y verdadero (1:9). Deben hacerlo de un modo sobrio. El servicio fiel requiere dedicación, esfuerzo y el pleno uso de nuestras facultades. La sobriedad nos habla de la seriedad de nuestro compromiso y de la necesidad de fidelidad en el ministerio (cf. 2 Timoteo 4:5; 1 Pedro 1:13). También nos habla de la necesidad de dedicarnos a la oración (1 Pedro 4:7; Colosenses 4:2) y de eludir las artimañas del diablo (1 Pedro 5:8; Hechos 20:31).

Por supuesto, los conceptos de vigilancia y de sobriedad son inseparables. Si hemos de estar alertas, es porque el retorno de Cristo es inminente; y la conciencia de tener que rendirle pronto cuentas es la que nos estimula a vivir santamente y ser sobrios. La vigilancia es lo que nos mantendrá sobrios, porque todo el que tiene esta esperanza puesta en él, se purifica, así como él es puro (1 Juan 3:3).

Así pues, la esperanza del pronto retorno de Cristo debe ser un fuerte estímulo al comportamiento santo. No es tiempo de fiestas y frivolidades. El día se acerca y debemos mantenernos activos en el servicio del Señor, para que no nos encuentre ociosos cuando llegue (Mateo 24:45–46). Debemos estar preparados, con los lomos ceñidos, dispuestos para el servicio del Señor:

La noche está muy avanzada, y el día está cerca. Por tanto, desechemos las obras de las tinieblas y vistámonos con las armas de la luz. Andemos decentemente, como de día, no en orgías y borracheras, no en promiscuidad sexual y lujurias, no en pleitos y envidias (Romanos 13:12–13).

Estad alertas, permaneced firmes en la fe, portaos varonilmente, sed fuertes. Todas vuestras cosas sean hechas con amor (1 Corintios 16:13–14).

Lo malo es que, puesto que los creyentes vivimos en medio de una sociedad dormida y borracha, nos resulta fácil olvidar nuestro alto llamamiento y sucumbir ante la tentación de ser como «los demás». Pero no debemos tomar prestadas las actitudes y la conducta de los hijos de las tinieblas. Más bien hemos sido llamados a resplandecer como luminares en medio de la generación torcida y perversa que nos rodea (Filipenses 2:15). Para ello, necesitamos recordar constantemente que no somos de este mundo (Juan 14:17), que no puede haber comunión entre la luz y las tinieblas (2 Corintios 6:14), que nuestra ciudadanía está en los cielos de donde esperamos al Señor Jesucristo (Filipenses 3:20) y que los que vivirán para siempre con Cristo en aquel día serán los que hayan vivido para él aquí abajo. Y, a fin de recordar estas cosas, necesitamos mantener viva nuestra expectación de que el Señor pronto volverá.

Somos hijos del día. Vivimos como luminares y brillamos en medio de las tinieblas del mundo (Mateo 5:14–16) porque ya pertenecemos al reino venidero, el de la luz. Vivimos en consecuencia, pensando que, cuando venga «el día» y Cristo, nuestra vida, sea manifestado, entonces seremos manifestados juntamente con él en gloria (Colosenses 3:4) y así resplandeceremos como el sol en el reino de nuestro Padre. El que tenga oídos, que oiga (Mateo 13:43).


Adaptado: Burt, D. F. (2002). La Conversión Auténtica

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