EL JUICIO VENIDERO | 1 Tesalonicenses 5:3 | David Burt

 


EL JUICIO VENIDERO

1 TESALONICENSES 5:3

… que cuando estén diciendo: Paz y seguridad, entonces la destrucción vendrá sobre ellos repentinamente, como dolores de alumbramiento a una mujer que está encinta, y no escaparán.

PAZ Y SEGURIDAD

Los profetas de antaño habían advertido de los peligros de falsos sentimientos de paz y seguridad. El solo hecho de que una sociedad conozca un período de bienestar y prosperidad no significa necesariamente que goza del beneplácito de Dios. Puede ser evidencia de la paciencia divina más que de su aprobación. Puede ser la calma antes de la tempestad.


Desde el profeta hasta el sacerdote, todos practican el engaño. Y curan a la ligera el quebranto de mi pueblo, diciendo: «Paz, paz», pero no hay paz … Por tanto, caerán entre los que caigan; en la hora que yo los castigue serán derribados, dice el Señor (Jeremías 6:13–15; cf. 8:10–12; Ezequiel 13:10; Miqueas 3:5).

Recordemos a este respecto las palabras que Dios dirige a través del profeta Amos a la gente próspera de Israel:

¡Ay de los que viven reposadamente en Sion, y de los que se sienten seguros en el monte de Samarla … Los que se acuestan en camas de marfil, se tienden sobre sus lechos, comen corderos del rebaño y terneros de en medio del establo; los que improvisan al son del arpa, y como David han compuesto cantos para sí; los que beben vino en tazones y se ungen con los óleos más finos, pero no se lamentan por la ruina de José, irán por tanto ahora al destierro a la cabeza de los desterrados, y se acabarán los banquetes de los disolutos. El Señor Dios ha jurado por sí mismo, ha declarado el Señor, Dios de los ejércitos: Aborrezco la arrogancia de Jacob, y detesto sus palacios; entregaré la ciudad y cuanto hay en ella (Amós 6:1–8).

Así será cuando llegue el día del Señor. La gente (el sujeto del verbo de nuestro versículo no está definido, pero se refiere claramente a los incrédulos en general en contraste con los hermanos de los versículos 1 y 4) estará viviendo un período de calma y prosperidad (el verbo en tiempo presente continuo, estén diciendo, subraya esto). La prosperidad les inducirá una falsa sensación de paz y seguridad3. Dios les parecerá muy lejano; su juicio, un mero cuento, objeto de bromas e ironías:

Sabed esto: que en los últimos días vendrán burladores, con su sarcasmo, siguiendo sus propias pasiones, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su venida? Porque desde que los padres durmieron, todo continúa tal como estaba desde el principio de la creación. Pues cuando dicen esto, no se dan cuenta de que los cielos existían desde hace mucho tiempo, y también la tierra, surgida del agua y establecida entre las aguas por la palabra de Dios, por lo cual el mundo de entonces fue destruido, siendo inundado con agua; pero los cielos y la tierra actuales están reservadas por su palabra para el fuego, guardados para el día del juicio y de la destrucción de los impíos (2 Pedro 3:3–7).

En el momento de la segunda venida de Cristo, los incrédulos estarán viviendo de espaldas a la ley de Dios y a su voluntad, entregados al hedonismo y al materialismo. Estarán en babia, viviendo en un mundo iluso, creyendo que lo transitorio es permanente y que lo material es la suprema realidad (2 Corintios 4:18), despreocupados y ajenos a la realidad de la situación, necios aunque creyéndose sabios. Cristo comparó aquel momento con los tiempos de Noé, en que los seres humanos estaban comiendo y bebiendo, casándose y dándose en matrimonio (Mateo 24:38); o con los de Lot, en que comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, construían (Lucas 17:27–28). Por supuesto, todas estas actividades son legítimas cuando ocupan su lugar debido en los propósitos de Dios. Pero no cuando se convierten en la meta y la razón de ser de nuestra existencia. Jesús sugiere que la gente estará viviendo entregada a sus apetitos físicos (comida y sexo) o a su materialismo (negocios, agricultura e industria), sin tener en cuenta a Dios. Y todas estas cosas, cuando nos distraen de los valores del evangelio o se convierten en sucedáneos suyos, pueden conducirnos a la ruina espiritual (Mateo 13:7, 22).

La ironía de la situación consiste precisamente en esto: será cuando todo les parece ir bien cuando les caerá encima el mayor de los males: la destrucción vendrá sobre ellos repentinamente.

DESTRUCCIÓN REPENTINA

Aunque el día del Señor traerá alivio y bendición a los santos (2 Tesalonicenses 1:7) y será inaugurado por el glorioso arrebatamiento de los creyentes (4:17), su nota predominante será su carácter punitivo. Siguiendo la línea de los profetas del Antiguo Testamento que ya hemos trazado, Pablo enfatiza que será un día de juicio y condenación y de destrucción repentina:

El lenguaje de Pablo es muy enfático. El juicio será certero, terrible, y nadie escapará. Así como el rapto es para todos los creyentes, el juicio anunciado en el día del Señor será para todos los que no tienen a Cristo.

Varios factores contribuyen a la vehemencia del lenguaje. Entre ellos, el orden llamativo de las palabras; el texto reza literalmente: entonces repentina les sobrevendrá destrucción, dando énfasis a la palabra repentina. Luego, nuevamente, el tiempo del verbo original es presente, no futuro: repentinamente sobre ellos viene destrucción. Así, el lenguaje es más gráfico y realista y su impacto es más inmediato.

En todo el Nuevo Testamento, el adjetivo repentino (aifnidios) sólo aparece aquí y en las palabras del Señor Jesucristo referidas al mismo momento, el de su segunda venida:

Estad alertas, no sea que vuestro corazón se cargue con disipación y embriaguez y con las preocupaciones de la vida, y aquel día venga súbitamente sobre vosotros como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra. Mas velad en todo tiempo, orando para que tengáis fuerza para escapar de todas estas cosas que están por suceder, y podáis estar en pie delante del Hijo del Hombre (Lucas 21:34–36).

Está claro que estas palabras del Señor están presentes en la mente del apóstol cuando escribe. La llamada a mantenerse alerta, la llegada súbita de aquel día, el juicio de los muchos y la redención de los pocos, hasta la embriaguez como símbolo de apatía espiritual y carnalidad … todos estos factores están presentes en ambos textos.

Cuando Pablo habla de destrucción, evidentemente se está refiriendo al fin de la sociedad dominada por Satanás. Llega el Rey legítimo; ipso facto, el usurpador y sus secuaces desaparecen del escenario. ¿Pero qué significa esa «destrucción» para los incrédulos? En sí, la palabra sugiere aniquilación. Pero las Escrituras no suelen describir la suerte del impío sólo en términos de dejar de existir, sino como un estado consciente de lloro y lamentación, de una enorme sensación de pérdida, de una ruina o exclusión, total e irreparable. Y, efectivamente, ésta es la idea transmitida por Pablo mismo en el texto paralelo de 2 Tesalonicenses 1:9, texto que amplía y expone la doctrina de nuestro versículo:

Éstos sufrirán el castigo de eterna destrucción, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder.

DOLORES DE ALUMBRAMIENTO

Para ilustrar la naturaleza inesperada y sorprendente del día del Señor, Pablo ya se ha servido de la figura del ladrón en la noche (v. 2; cf. v. 4). Ahora añade otro símil para reforzar su carácter repentino e inevitable: el de los dolores sufridos por una mujer que da a luz. No es ésta la primera vez que las Escrituras emplean este símil en relación con el día del Señor. Los profetas ya lo habían empleado para describir el sufrimiento de Israel y de las naciones vecinas (Jeremías 4:31; 6:24; 13:21; 22:23; 49:24; 50:43; Miqueas 4:9–10; cf. las palabras del Señor en Mateo 24:8; Marcos 13:8); pero también para describir el día de juicio venidero:

Gemid, porque cerca está el día del Señor … Por tanto todas las manos se debilitarán, el corazón de todo hombre desfallecerá, y se aterrarán; dolores y angustias se apoderarán de ellos, como mujer de parto se retorcerán; se mirarán el uno al otro con asombro (Isaías 13:6–8).

En nuestro versículo, el énfasis del símil recae no tanto sobre el dolor de aquel momento —aunque tanto el hurto como el parto son dolorosos—, ni sobre su carácter inesperado —pues, aunque el atraco del ladrón nunca es esperado, la mujer embarazada pasa nueve meses a la espera del momento del parto—, como sobre su carácter a la vez repentino e inevitable.

En el caso del robo, no hay advertencia previa; en el del parto, no hay escapatoria posible. Por mucho que la mujer tema dar a luz y procure aplazar lo inevitable, llegará irremisiblemente el día del alumbramiento. Así también, los incrédulos intentarán huir y salvarse de la destrucción de aquel día, pero no escaparán.

Para que no nos quepa la menor duda al respecto, Pablo añade esta última frase. Además, emplea la forma negativa enfática —y de ninguna manera escaparán—, forma que sólo se encuentra cuatro veces en todos sus escritos. Apocalipsis 6:15–17 describe la escena patética:

Y los reyes de la tierra, y los grandes, los comandantes, los ricos, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros y escondednos de la presencia del que está sentado en el trono y de la ira del Cordero, porque ha llegado el gran día de la ira de ellos, ¿y quién podrá sostenerse?

LA VISIÓN ESCATOLÓGICA DE 1 TESALONICENSES

En este punto de su discurso, Pablo deja su breve exposición de los eventos que configurarán las últimas cosas. En el resto de esta sección (5:4–11) hablará acerca de las implicaciones éticas de estas enseñanzas, pero no volverá a explicar los hechos en sí. Ahora, pues, es un buen momento para intentar resumir lo que nos ha dicho.

¡Tarea que no resulta fácil! En nuestros días predominan sobre todo dos lecturas de estos datos. Los que las defienden caen a veces en un dogmatismo que acaba descalificando a los del otro bando. Pero la prudencia nos enseña que, en estas materias, no caben afirmaciones dogmáticas, prepotencia partidista o arrogancia teológica. Para crear sistemas escatológicos tenemos que reunir datos procedentes de diversos lugares de las Escrituras. Pero no resulta fácil determinar si los términos empleados por diferentes autores se refieren a cosas diversas o a cosas iguales: ¿es el tribunal de Cristo lo mismo que el gran trono blanco, o se trata de dos juicios distintos? ¿Son iguales el día de Cristo y el día del Señor? A tales preguntas, algunas personas contestan con total contundencia y tratan como heterodoxos a los que sostienen opiniones diferentes de las suyas. Pero, a mi juicio, una investigación cuidadosa de estas cuestiones no se presta a soluciones fáciles. Igualmente, es difícil saber si las Escrituras nos proporcionan toda la información necesaria para confeccionar un esquema adecuado o si sólo nos revelan aquella mínima parte de los eventos futuros que necesitamos conocer para vivir bien aquí y ahora. ¿Encontramos en ellas el cien por cien de las piezas del rompecabezas o sólo el cinco por ciento? Los que abogan a favor de algún sistema escatológico cerrado dan por sentado que disponen del cien por cien. Esto de por sí debe dejarnos incómodos, por no decir pasmados. Creo que somos más sabios si reconocemos la naturaleza sumamente parcial de nuestro conocimiento, en cuyo caso no intentaremos cerrar nuestros sistemas, sino que los datos seguros que la Palabra nos proporciona los colocaremos dentro de un marco flexible y, ante muchas preguntas, no nos avergonzaremos de reconocer nuestra ignorancia.

Luego está la cuestión de «los tiempos y las épocas». Nosotros vemos las cosas condicionados por el tiempo y el espacio. ¿Parecen iguales desde la perspectiva de la eternidad? Seguro que no. Sabemos, por ejemplo, que la visión profética del Antiguo Testamento suele «colapsar» el tiempo de los eventos futuros. Habla acerca del ministerio de Cristo como si todo fuera a ocurrir en el mismo momento. Isaías 61:1–3, por ejemplo, «mezcla» la obra de Cristo en su primera venida y en su segunda (cf. Lucas 4:19–20) y trata las dos venidas como si fueran una sola. ¿Ocurre lo mismo con la visión profética del Nuevo Testamento? Lo que parece ser un solo evento ¿se verá luego que participa de diferentes fases y momentos?

Esta pregunta es especialmente importante en torno a la interpretación de 1 Tesalonicenses, porque lo que el apóstol nos enseña en el 4:13–5:11 parece ocurrir en un solo día, el día del Señor. Pero, ¿es así realmente?

Algunos dirían enfáticamente que no. Señalan correctamente que, en estos versículos, el apóstol no pretende darnos un calendario completo de los eventos futuros y, por tanto, no hace mención del tribunal de Cristo, de la gran tribulación, de la conversión de Israel, del juicio final, del reino milenario, de la batalla de Armagedón, de la segunda resurrección o de la destrucción de los actuales cielos y tierra y la creación de otros nuevos. Todas estas cosas —dicen— deben ser insertadas en medio del breve bosquejo de estos versículos. Por eso mismo, algunos llegan a la conclusión de que la parusía del 4:13–18 y el día del Señor del 5:1–11 no son iguales y tendrán lugar en distintos momentos de la historia futura. ¿Qué decir de esto?

En primer lugar, podemos darles cierta razón en el sentido de que el día del Señor no es necesariamente un día de veinticuatro horas. A veces las Escrituras emplean la palabra día para referirse a un período indefinido de tiempo. Por ejemplo, ahora vivimos en el «día» de la salvación y de la gracia y paciencia de Dios. Pero este día no es sino el tiempo propicio designado por Dios, tiempo cuya duración desconocemos (2 Corintios 6:2). Por tanto, no hay nada que objetar a priori en contra de la idea de que el día del Señor ocupe un período más o menos largo de tiempo.

Sin embargo, en segundo lugar, es obvio que Pablo contempla estas cosas como una unidad. Notemos bien los siguientes detalles del texto. Los creyentes, y no sólo los incrédulos, estarán presentes cuando se manifieste el día del Señor (5:4), y tanto la parusía como el día del Señor tendrán para ellos el mismo efecto: estar (vivir) siempre con el Señor (4:17; 5:10). Además, como ya hemos dicho, es difícil entender cómo el día del Señor puede sorprenderles (5:4) si ya hace años que están con el Señor por haber sido arrebatados en las nubes (4:17). Mejor entender, pues, que día del Señor es un término inclusivo que abarca todo lo que va a ocurrir entre el rapto y la consumación final. El arrebatamiento, en ese caso, no es sino el primer evento del día del Señor, día que trae salvación para los creyentes y castigo para los incrédulos.

Ante todo, debemos reconocer y mantener la esencial unidad de lo que el apóstol expone en estos versículos. De la misma manera en que toda la obra salvadora de Cristo —su encarnación, la expiación de la cruz, su resurrección y ascensión, el derramamiento del Espíritu y su intercesión actual—, aunque se llevó a cabo a lo largo de un período de años, se contempla en las Escrituras como un solo gran movimiento envolvente, así ocurre también con las últimas cosas. Como ya hemos sugerido, nunca se nos habla de una tercera o cuarta venida de Cristo: todo lo que va a suceder en el futuro se contempla como su segunda venida. Y todo —el descenso desde el cielo, el encuentro en el aire, la llegada del Rey con su comitiva hasta la tierra, la destrucción de los impíos y la presencia sempiterna de los salvos con su Señor— se expresa en un solo movimiento envolvente. En nuestro afán de encontrar el lugar de otros eventos en medio de este breve calendario no debemos perder la esencial unidad y sencillez de estos versículos. Quizá cuando llegue el cumplimiento de estas profecías descubramos que tienen razón los que suponen que un espacio de más de mil años separa la parusía de la última batalla. Pero, sin duda alguna, viviremos por experiencia propia la poderosa unidad de aquellos eventos. El día en cuestión quizá dure muchos años, pero se trata de un solo día, el día del Señor.


Adaptado: Burt, D. F. (2002). La Conversión Auténtica


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