HIJOS DE LUZ | 1 Tesalonicenses 5:4-5 | David Burt


HIJOS DE LUZ

1 TESALONICENSES 5:4-5

   Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que el día os sorprenda como ladrón; porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día. No somos de la noche ni de las tinieblas.

ESTAR EN TINIEBLAS (v. 4)

En toda la sección dedicada a temas escatológicos que hemos visto hasta aquí (4:13–5:3), Pablo se ha servido de fuertes contrastes a fin de destacar la condición actual y la suerte futura de los redimidos y los perdidos: vosotros (5:2, 4), ellos (5:3); hermanos (4:13; 5:1, 4), los demás que no tienen esperanza (4:13; 5:6); día del Señor (5:2), ladrón en la noche (5:2); paz y dolor; seguridad y destrucción repentina (5:3). Pero ninguno de ellos es comparable con la intensidad del lenguaje que el apóstol emplea en el 5:4–11: tinieblas, luz; noche, día; dormir, velar; embriagarse, ser sobrios; ira, salvación. De hecho, toda la fuerza del discurso depende de este contraste, el cual sirve siempre para subrayar el abismo de diferencia que separa al creyente del incrédulo. Pertenecen a dos mundos distintos. Se dirigen a dos destinos divergentes. Son tan diferentes entre sí como la luz y las tinieblas, el día y la noche. En consecuencia —ésta es la tesis del apóstol—, deben ser radicalmente diferentes también en su manera de vivir aquí y ahora.

Como ya hemos dicho, a partir del versículo 4, Pablo dirige nuestra atención no ya a los eventos escatológicos en sí, sino a las implicaciones éticas que tienen para nuestra vivencia actual. El énfasis de su mensaje se puede resumir en las palabras de Efesios 5:8:

Antes erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz.

Por cierto, en torno a este texto de Efesios, quizás valga la pena señalar que allí también, como en nuestra epístola, el apóstol emplea el contraste entre luz y tinieblas después de abordar el tema del juicio venidero (5:6) y a continuación de una sección dedicada a la inmoralidad sexual (5:3–5). O sea, ambos textos sugieren que el juicio venidero debe servir como un fuerte estímulo para eludir las tentaciones de la promiscuidad y comportarnos como hijos de luz. La enseñanza escatológica del Nuevo Testamento tiene una clara finalidad ética y moral. Si acaso hay una diferencia de énfasis entre estos textos, consiste en que Efesios nos enseña cómo debemos andar, mientras que Tesalonicenses nos enseña cómo debemos esperar. Aunque el tema de nuestro comportamiento diario está implícito en Tesalonicenses, el énfasis recae más bien sobre la esperanza, la vigilancia, la fe y la sobriedad que deben subyacer en nuestro comportamiento. Parece que la preocupación del apóstol al dirigirse a los efesios era la inconsecuencia de su manera de vivir; y al dirigirse a los tesalonicenses parece que era la debilidad de su esperanza.

Aunque Jesucristo vendrá como ladrón en la noche, traerá consigo el día del Señor. Este juego de palabras le sirve a Pablo como base para seguir desarrollando la idea de vivir como hijos del día. Mas vosotros, hermanos —dice—, no estáis en tinieblas, para que el día os sorprenda como ladrón.

Sus palabras nos remiten a lo que acaba de decir en el versículo 2: el día del Señor vendrá así como un ladrón en la noche. La clara implicación es que «ellos», los que viven de espaldas a Dios, confiados en la paz y seguridad logradas por la política y el comercio humanos, están en oscuridad y serán deslumbrados cuando resplandezca la luz del día del Señor, día que los tomará por sorpresa. En cambio, los creyentes, ya avisados acerca de la llegada inevitable de aquel día y acostumbrados a vivir no en tinieblas, sino en la luz, no deben ser sorprendidos.

Está igualmente claro que ser sorprendidos en el día del Señor es no estar preparados para afrontar el juicio divino. Pablo tratará brevemente en los versículos 9 y 10 el asunto de cómo estar preparados. De momento, baste con decir que los que están preparados serán arrebatados y así estarán con el Señor siempre (4:17), mientras que los que no lo están sufrirán destrucción repentina (5:3).

El solo hecho de haber sido rescatado de las tinieblas y de encontrarse en la luz de Cristo libera al creyente de la destrucción de aquel día, porque ésta vendrá como ladrón en la noche. Es por la noche cuando se cometían la mayoría de robos y crímenes (cf. Job 24:13–17). Aquellos que duermen porque viven en oscuridad son los que conocerán la terrible desgracia de la visita del ladrón.

HIJOS DE LUZ (v. 5)

Por supuesto, el binomio luz-tinieblas o día-noche vertebra todo el texto bíblico desde Génesis hasta Apocalipsis. Las primeras palabras pronunciadas por Dios y registradas en las Escrituras son: Sea la luz. Fueron pronunciadas cuando las tinieblas cubrían la superficie del abismo (Génesis 1:2–3). Y acerca de la ciudad celestial, descrita al final de la Biblia, leemos: Ya no habrá más noche, y no tendrán necesidad de luz de lámpara ni de luz de sol, porque el Señor Dios los iluminará (Apocalipsis 22:5).

Entre estos dos extremos de la revelación bíblica, las imágenes de la luz y las tinieblas ofrecen una amplísima gama de simbolismos espirituales y morales. Cuando el hombre cedió ante las tentaciones de Satanás, dio pie a que el diablo hundiera al mundo en un reino de tinieblas. Dios, por medio de la obra salvadora de Cristo, nos libró del dominio de las tinieblas y nos trasladó al reino de su Hijo amado (Colosenses 1:13; cf. 1 Pedro 2:9). Las tinieblas nos hablan del pecado, de la ignorancia, de la ceguera espiritual, de la muerte, de la perdición (el infierno es un lugar oscuro, las tinieblas de afuera) y de todo lo que tiene que ver con el diablo y su reinado. En cambio, Dios es luz y en él no hay tiniebla alguna (1 Juan 1:5), por lo cual todo lo que él hace es luminoso:

—La encarnación de Cristo y la consecuente proclamación del evangelio en medio del mundo entero se contemplan como un resplandor en medio de las tinieblas;

El pueblo asentado en tinieblas vio una gran luz, y a los que vivían en región y sombra de muerte, una luz les resplandeció (Mateo 4:16).

La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la dominaron (Juan 1:5).

—La conversión comporta una iluminación, un despertar de la oscuridad de la muerte espiritual a la luz de la resurrección:

Despierta, tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te alumbrará Cristo (Efesios 5:14; cf. Hechos 9:3; 22:6; 26:13).

Antes erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor (Efesios 5:8).

—La vida consecuente del creyente, caracterizada por la rectitud, la justicia y la piedad es —o debe ser— un andar en la luz:

Si decimos que tenemos comunión con él, pero andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad; mas si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión los unos con los otros (1 Juan 1:6–7; cf. Isaías 2:5; 60:1–2, 19–20; Efesios 5:9).

—La guía y dirección de Dios en la vida del creyente, así como la iluminación que nos dan las Escrituras, son como luz para nosotros:

Luz resplandece en las tinieblas para el que es recto (Salmo 112:4).

Lámpara es a mis pies tu palabra, y luz para mi camino (Salmo 119:105).

—La salvación final consiste en ver la luz de Dios en plenitud; y, como acabamos de ver, no habrá tinieblas en la gloria de la ciudad celestial (cf. Isaías 60:1–2, 19–20).

Sin embargo, para apreciar plenamente lo que el apóstol quiere decir al emplear el símil de la luz y las tinieblas necesitamos considerar cómo la Biblia lo aplica en términos escatológicos a la era mesiánica. Para los judíos (y, por tanto, para las Escrituras del Antiguo Testamento), la historia universal se dividía en dos grandes épocas, llamadas respectivamente este siglo (Mateo 13:22; Romanos 8:18; 12:2; 1 Corintios 2:6; Efesios 1:21; 6:12) y el siglo (o mundo) venidero (Efesios 1:21; Hebreos 2:5; 6:5). El siglo presente no sólo se califica como malo (Gálatas 1:4), sino también como de tinieblas (Efesios 6:12), porque está regido por el príncipe de las tinieblas (2 Corintios 4:4). En cambio, el siglo venidero se caracterizará por la justicia y la luz, porque será «reino de Dios», gobernado por el Mesías.

Ahora bien, el punto de transición entre la primera época y la segunda iba a ser la venida del Mesías, y así lo contemplan las Escrituras del Antiguo Testamento. La nueva era empezaría con la llegada del Cristo. Sin embargo, cuando Cristo realmente llegó en su primera venida anunció que era necesario que volviese al Padre y regresara a la tierra otra vez. Así, su venida se desdobla en dos momentos diferentes. Y a nosotros nos toca vivir en el tiempo intermedio entre sus dos venidas. ¿Vivimos, pues, en el presente siglo malo o en el siglo venidero? En cierto sentido, en ambos a la vez. El Mesías ya ha venido, pero está aún por venir. El reino de Dios ya se ha manifestado (se ha acercado; Marcos 1:14–15), pero todavía no se ha establecido en plenitud. El príncipe de las tinieblas ha recibido un golpe mortal, pero sigue dominando en el mundo (1 Juan 5:19). El siglo presente está moribundo, pero aún no se ha acabado. O, como dice 1 Juan 2:8, las tinieblas van pasando, y la luz verdadera ya está alumbrando.

A este espacio intermedio, el Nuevo Testamento (siguiendo una frase que ya se encuentra en el Antiguo: Isaías 2:2; Miqueas 4:1) lo llama los últimos tiempos o los últimos días (Hechos 2:17; 2 Timoteo 3:1; Hebreos 1:2; 1 Pedro 1:5, 20; 2 Pedro 3:3; 1 Juan 2:18; Judas 18). Es un tiempo que participa de la luz y de las tinieblas a la vez. El reino de las tinieblas, manifestado por «el mundo», convive con el reino de Dios, manifestado en la Iglesia. Los incrédulos viven en oscuridad y pertenecen al presente siglo malo, ya caduco. Los creyentes han sido llamados de las tinieblas a la luz admirable de Dios (1 Pedro 2:9) y gustan ya los poderes del siglo venidero (Hebreos 6:5).

Hasta que Cristo vuelva en gloria, seguirá este período transitorio de convivencia de lo viejo y lo nuevo, de las tinieblas y la luz, de la noche y el día. Entonces acabará definitivamente el siglo malo y se consumará el reino de Dios. No habrá más noche, sino que habrá llegado el día del Señor.

Mientras tanto, los creyentes tenemos que vivir anticipadamente compartiendo los valores y la vida de aquella nueva era. Tenemos que vivir como hijos de luz en medio de las tinieblas. Como personas que amamos al Señor, tenemos que ser como la salida del sol en su fuerza (Jueces 5:31).

Si ahora somos hijos de luz e hijos del día, esto debe manifestarse en nuestra manera de vivir. No podemos aseverar que pertenecemos al reino de Cristo y luego seguir durmiendo, emborrachándonos y viviendo en tinieblas como los que son de la noche. Éste será el énfasis del apóstol a partir del versículo 6. Si somos de Cristo, pertenecemos al reino que no es de este mundo ni tiene nada que ver con el presente siglo malo, y se notará en nuestra manera de ser.

El creyente es hijo del día por cuanto es hijo de la luz. Puesto que ha sido trasladado por Dios de las tinieblas al reino del amado Hijo de Dios (Colosenses 1:13), ya participa de la luz de Dios; y puesto que es hijo de la luz, está en condiciones para afrontar con gozo y gloria la venida de Cristo: es «hijo del día del Señor». No le sorprenderá aquel día, sino que participará en su triunfo. Para los que ya vivimos de día, el día del Señor significará nuestra entrada en nuestro ámbito natural. Para los que somos hijos de la luz, la llegada de la luz en pleno resplandor significará una transición fácil y deseada. Nos tocará salir a su encuentro cuando venga desde el cielo, como miembros de derecho de la gloriosa comitiva de bienvenida.

¿Quiénes, pues, son los hijos de la luz? Pablo contesta: Todos vosotros. Se refiere a todos los miembros de la «iglesia en Dios» de Tesalónica (1:1–2), todos los que han recibido la palabra del evangelio (1:5–6), que se han convertido a Dios desde los ídolos (1:9) y que dan evidencias fehacientes del carácter genuino de su conversión mediante su obra de fe, su trabajo de amor y la firmeza de su esperanza (1:3).

SER DE LA NOCHE (v. 5)

No así los que son de la noche y de las tinieblas. La luz de la venida de Cristo pondrá en evidencia su suciedad y su miseria, porque todas las cosas se hacen visibles cuando son expuestas por la luz, pues todo lo que se hace visible es luz (Efesios 5:13).

Ser de la noche significa andar en oscuridad y dormir el sueño de la muerte. Ser de las tinieblas significa pertenecer aún a Satanás y estar en condición de enemistad contra Dios. La oscuridad mencionada en este versículo es tanto moral como espiritual. Las tinieblas son las del pecado y la incredulidad. Incluyen la ignorancia de la revelación divina (Romanos 2:19; Efesios 4:18), la inmoralidad en el comportamiento (Romanos 13:12; 1 Juan 1:6) y la miseria general que es consecuencia de la alienación y la perdición (Lucas 1:79; Hechos 26:18). Sobre todo, estar en tinieblas significa estar fuera de la experiencia de la salvación de Cristo y, por tanto, entregado a la depravación moral que caracteriza al mundo.

Pero —dice el apóstol—, no somos de los tales. Llama la atención que cambie de la segunda persona (sois hijos de luz) a la primera (no somos de la noche). Seguirá empleando la primera persona en lo sucesivo. Es como si el apóstol, a punto de señalar las responsabilidades y las obligaciones que deben ser observadas por los hijos de la luz, quisiera incluirse a sí mismo como uno de los comprometidos.

Por tanto, la pregunta clave implícita en estos versículos es: ¿a qué siglo pertenecemos, al presente o al venidero? ¿Somos hijos de luz o de las tinieblas? ¿de la noche o del día? Antes, todos pertenecíamos al siglo malo y éramos ciudadanos del reino de las tinieblas. Éramos hijos de desobediencia e hijos de ira, lo mismo que los demás (Efesios 2:2–3). Como consecuencia, éramos hijos de perdición (Juan 17:12; 2 Tesalonicenses 2:3) y de maldición (2 Pedro 2:14). Gracias a la obra redentora de Cristo, hemos sido constituidos como hijos de obediencia (1 Pedro 1:14) y de la luz. Como consecuencia, somos hijos de la promesa (Romanos 9:8; Gálatas 4:28), hijos del reino (Mateo 8:12; 13:38), hijos de la resurrección (Lucas 20:36), hijos del tálamo (Marcos 2:19) … en una palabra, hijos de Dios (Juan 1:12).

Sólo hay dos opciones. O se es hijo de la noche o hijo del día, de la luz o de las tinieblas. O perteneces a este mundo caduco en vías de extinción o al siglo venidero, a la auténtica «nueva era» inaugurada por Cristo en su primera venida y que llegará a manifestarse en plenitud cuando desaparezca el viejo mundo en el día del Señor.


Adaptado: Burt, D. F. (2002). La Conversión Auténtica

Entradas populares de este blog

DEVOCIONAL: Hambre de Dios | Jeremías 29:12–13 | Christopher Shaw

PABLO, SILVANO Y TIMOTEO | 1 Tesalonicenses 1:1 | David Burt

DEVOCIONAL: Falta de conocimiento | Oseas 4:6 | Christopher Shaw

DEVOCIONAL: De la abundancia del corazón | Mateo 12:34–35 | Christopher Shaw