LA PARUSÍA, LOS VIVOS Y LOS MUERTOS | 1 Tesalonicenses 4:15 | David Burt

 

LA PARUSÍA, LOS VIVOS Y LOS MUERTOS

1 TESALONICENSES 4:15


Por lo cual os decimos esto por la palabra del Señor: que nosotros los que estemos vivos y que permanezcamos hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron.

«POR LA PALABRA DEL SEÑOR»

Pablo sigue exponiendo lo que pasará con los creyentes difuntos en el momento de la parusía, contestando así a la perturbación que padecían algunos de los tesalonicenses a causa de la suerte de los fallecidos. Lo que Pablo ahora procede a explicar es una ampliación de la idea que acaba de expresar escuetamente: que Dios traerá con Jesús a los que durmieron en él (v. 14).

Sin embargo, antes de empezar su exposición, el apóstol aclara cuál es el origen de su enseñanza: os decimos esto por la palabra del Señor. Es decir, no quiere que los tesalonicenses piensen que se trata de una mera suposición humana o especulación teológica. Lo que está a punto de explicar tiene todas las garantías de una revelación divina.

Pero ¿qué quiere decir exactamente esa frase? ¿Cómo le llegó a Pablo esa palabra del Señor? Aquí, los comentaristas se decantan por una de tres interpretaciones:

1. Algunos suponen que se trata de una revelación directa de parte del Señor al apóstol, o bien por medio de visiones (cf. Hechos 18:9) o por palabras extáticas o por la iluminación de la mente (cf. 1 Reyes 13:17–18; 20:35). Desde luego, no sería la primera vez que Pablo recibiera esta clase de revelación (ver Gálatas 1:11–12; 2 Corintios 12:1; Efesios 3:3).

2. Otros piensan que se trata de un sencillo proceso de reflexión y ponderación por parte del apóstol en torno a lo que ya había sido revelado en las Escrituras y a través de Jesucristo, llegando a conclusiones bajo la enseñanza del Espíritu (1 Corintios 2:13) y conforme a la mente de Cristo (1 Corintios 2:16).

3. Hoy en día, sin embargo, muchos suponen que se trata de una doctrina enseñada explícitamente por Jesucristo pero no registrada en las páginas de los Evangelios. Desde luego, no encontramos en ellos ninguna expresión similar a lo que Pablo está a punto de decir (aunque la enseñanza de Mateo 24:31 se aproxima a ello en algunos puntos). Sin embargo, señalan que la frase no habla de Dios, ni del Espíritu, sino del Señor, y que ese título se suele aplicar a Jesucristo en los escritos paulinos; luego, que lo más sencillo es entender que esta enseñanza fue impartida por el Maestro a los discípulos. Los Evangelios no pretenden ser un compendio exhaustivo de todas las enseñanzas y señales de Jesús (Juan 20:30–31; 21:25) y lo cierto es que éste no constituye el único caso en que Pablo cita un dicho suyo que no aparece en los Evangelios canónicos (ver Hechos 20:35; 1 Corintios 7:10–11; 9:14; 1 Timoteo 5:18).

Pero, para el apóstol, lo importante no es decirnos cuál ha sido el medio de la revelación, sino sólo afirmar con contundencia el hecho de la misma. Sean cuales fueren el canal de la revelación y el matiz exacto de la frase (y, por cierto, las diferentes opciones mencionadas no son necesariamente incompatibles entre sí), nos asegura que las ideas que siguen no son meramente su propia opinión, sino que llevan el sello de la autoridad del Señor mismo. No son conceptos que se prestan a ser discutidos, sino que deben ser aceptados como verdad de Dios por todos aquellos que reconocemos la autoridad apostólica de Pablo y su capacidad de discernir la revelación divina. No es sólo que el apóstol quiera consolarnos a través de ellos, sino que Cristo mismo los ha revelado para nuestro consuelo.

LOS QUE ESTEMOS VIVOS

La siguiente pregunta que surge en torno a nuestro versículo es: ¿qué valor debemos dar al uso de la primera persona plural en la frase nosotros los que estemos vivos y que permanezcamos hasta la venida del Señor? ¿Indican estas palabras que el apóstol estaba convencido de que él mismo no moriría antes de la parusía? Y, en ese caso, ¿no es evidencia de que no siempre acertaba en su teología?

Algunos han pretendido ver en estas palabras una clara «equivocación» del apóstol. Sin embargo, el texto mismo no es suficientemente contundente como para justificar esta idea. Lo que se ve claramente es que Pablo creía firmemente en lo que había declarado el propio Señor Jesucristo: que de aquel día y hora nadie sabe, ni siquiera los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre; … por tanto, velad, porque no sabéis en qué día vuestro Señor viene; … estad preparados, porque a la hora que no pensáis vendrá el Hijo del Hombre (Mateo 24:36–44; cf. Marcos 13:32; Hechos 1:7). Sostuvo desde sus primeros escritos hasta los últimos, sin contradicciones ni inconsecuencias, que la fecha de la parusía le era desconocida5. De hecho está a punto de afirmarlo ahora (en el 5:1–3). Para él, los creyentes debían vivir siempre como si el Señor estuviera cerca (ver Filipenses 3:20; 4:5; Tito 2:13). Y digamos de paso que esto es tan cierto en nuestra generación como en cualquiera de las anteriores:

El Espíritu propuso que los creyentes de cada edad sucesiva vivieran en la constante expectativa de la venida del Señor … Es un triste alejamiento de esta bienaventurada esperanza el que la mayoría de los hombres esperan la muerte, más bien que la venida de nuestro Señor.

Como ya hemos tenido ocasión de señalar, el hecho de que Pablo enseñara la inminencia de la parusía no quiere decir que creyera necesariamente en su llegada inmediata. Más bien, sobre la base de esta premisa —que no se sabe la fecha—, construía dos conclusiones lógicas: la una, que Cristo podía volver cuando él aún vivía; la otra, ¡que podía no hacerlo! Toda la enseñanza del apóstol está en consonancia con esta lógica. Si emplea ahora la primera persona (los que estemos vivos; cf. 1 Corintios 15:52: los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos transformados), es porque sabe que Cristo podía volver estando él aún vivo; si la emplea en 1 Corintios 6:14 (Dios, que resucitó al Señor, también nos resucitará a nosotros mediante su poder; cf. 2 Corintios 4:14; 5:1), es porque sabe que podía morir antes de la parusía y, como consecuencia, participar en la resurrección. Ambas cosas son posibles. En ningún momento afirma que le iba a tocar la una o la otra.
Por tanto, bien entendida, nuestra frase significa: los que estén vivos, entre los cuales quizás me encuentre yo mismo …

Pablo afirma que, ya sea que Cristo vuelva pronto o que tarde en aparecer, se encontrará con dos grupos de creyentes: los vivos y los muertos. A éstos les describe mediante una frase que ya hemos visto en los versículos 13 y 14: los que durmieron; a los otros, como los que estemos vivos y que permanezcamos hasta la venida del Señor. Éstos no son necesariamente los que vivían en aquel momento, sino que el apóstol supone que, aunque el Señor a duras penas halle fe en la tierra cuando vuelva (Lucas 18:8), al menos encontrará a algunos creyentes. Nuevamente, debemos entender el uso de la primera persona como una posibilidad: era posible que tanto Pablo como sus lectores permanecieran hasta la parusía, pero también que no.

Hay otro posible matiz en el verbo permanecer. Literalmente, significa quedar o ser dejados. Los que mueren antes de la parusía habrán sido quitados; pero los vivos habrán sido dejados. La implicación es que tanto una cosa como la otra corresponden a la voluntad e iniciativa de Dios. Él quita (cf. Job 1:21) y él decide quiénes se quedarán (cf. Juan 21:22). Indirectamente, esto tiene que haber sido motivo de consuelo para los tesalonicenses. La muerte de sus hermanos no era una especie de castigo divino o malicia satánica que iba a perjudicarlos de cara a la parusía; sino un acto soberano de la providencia de Dios que no les perjudicaba en absoluto.

NO PRECEDEREMOS

La frase que concluye nuestro versículo es especialmente enfática: de ninguna manera precederemos a los que durmieron. Con ella, Pablo quiere dar a entender que no hay base alguna para los temores de los tesalonicenses acerca de sus hermanos muertos. No sufrirán perjuicios por el hecho de no estar vivos en aquel día. Al contrario, los vivos no los «precederán».

¿A qué se refiere Pablo con este verbo? Admite dos acepciones. Puede referirse a una precedencia temporal o a una precedencia de honor. Ambas están reforzadas en el contexto inmediato y deben ser tomadas en consideración.

Por un lado, puede significar que los vivos no se adelantarán a los muertos; no los precederán en el tiempo; no verán al Señor en su retorno antes que ellos. Se podría haber pensado que, cuando Cristo vuelva, se encontrará primero con los creyentes vivos que le esperan (1:10) y que, sólo después de ese encuentro emocionante, procederá a resucitar a los creyentes difuntos. No, dice Pablo; el orden cronológico de los eventos de aquel día será el siguiente: primero, Cristo descenderá del cielo con voz de mando (v. 16; 1 Corintios 15:52); segundo, los muertos en Cristo resucitarán incorruptibles (v. 16) y los vivos en Cristo serán transformados (1 Corintios 15:52); y tercero, tanto los muertos levantados como los vivos glorificados serán arrebatados para encontrarse con el Cristo descendiente en el aire (v. 17). Todo esto ocurrirá en un instante, en un abrir y cerrar de ojos (1 Corintios 15:52), pero dará entrada a un estado definitivo que nunca acabará: así estaremos con el Señor siempre (v. 17). Según esta lectura, pues, los vivos no tendrán precedencia cronológica. Aunque todo se hará en un momento, la resurrección de los creyentes muertos antecede al arrebatamiento. Los difuntos y los vivos irán juntos al encuentro con el Señor.

Por otro lado, preceder puede tener connotaciones de honor y preferencia y significar aventajar. Los difuntos no perderán ninguna de las glorias de aquel día. No se encontrarán en situación de desventaja con respecto a los que aún vivan.
Es posible que algunos de los tesalonicenses (recordemos que, antes de su conversión, algunos habían asistido a la sinagoga) conocieran la tradición judía según la cual los que vivieran al fin del mundo tendrían mejor suerte que los muertos. Pablo insiste en que tal tradición no tiene base en la revelación divina. Los difuntos no serán menos objeto de la preocupación salvadora de Cristo que los vivos. Cristo no sólo viene por éstos, sino también por aquéllos. No habrá trato preferente alguno para los que aún estén en la tierra cuando el Señor regrese.

O quizás algunos de los primeros lectores creyeran que, si los difuntos ya estaban con Cristo, no necesitaban pasar por la experiencia del rapto; o que, si las almas de los difuntos ya estaban seguras en gloria, no hacía falta la resurrección de sus cuerpos. A ambos malentendidos contesta el apóstol: aquí diciendo que todos los creyentes, tanto los vivos como los muertos, participarán en el arrebatamiento en igualdad de condiciones; y en 1 Corintios 15 diciendo que tanto los creyentes vivos como los muertos tendrán un nuevo cuerpo, éstos por medio de la resurrección y aquéllos por medio de la transformación. Ningún creyente en Cristo se perderá el rapto y ninguno permanecerá sin cuerpo incorruptible.
Ante la preocupación de los tesalonicenses porque sus hermanos difuntos podrían encontrarse en desventaja con respecto a los vivos en el momento de la parusía, el apóstol contesta con absoluta firmeza: los vivos no tendrán ninguna ventaja sobre los difuntos; no los precederán en ningún sentido. Al contrario, en todo caso son los vivos los que están en desventaja, porque morir es ganancia y estar con Cristo es mucho mejor (Filipenses 1:21–23).

Cuando Cristo venga, todo se realizará con la más absoluta imparcialidad; un determinado grupo de creyentes no tendrá ventaja alguna sobre el otro.

Adaptado: Burt, D. F. (2002). La Conversión Auténtica


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