LA PARUSÍA Y «LOS MUERTOS EN CRISTO» | 1 Tesalonicenses 4:16 | David Burt

 



LA PARUSÍA Y «LOS MUERTOS EN CRISTO»

1 TESALONICENSES 4:16

Pues el Señor mismo descenderá del cielo con voz de mando, con voz de arcángel y con la trompeta de Dios, y los muertos en Cristo se levantarán primero.

EL DESCENSO DEL SEÑOR

Si el versículo 15 es una explicación y ampliación del 14, los versículos 16 y 17 explican y amplían a su vez el 15. El apóstol expone aquellos eventos en torno a la parusía que demuestran su tesis anterior: que los vivos no precederán a los que han dormido en Cristo.

Empieza su exposición con el evento supremo, el factor que pondrá en marcha la resolución de todas las cosas, el retorno de Cristo: pues el Señor mismo descenderá del cielo.

¡Con qué gloriosa emoción escuchamos la frase el Señor mismo! Al apóstol le habría bastado con decir el Señor. El énfasis añadido (cf. 3:11; 5:23) viene a recordarnos que, aunque aquel día signifique nuestro reencuentro con muchos seres queridos y la revelación de millares de ángeles (3:13), ninguna de estas cosas ocupará nuestra atención, sino el Señor mismo, Jesús en persona. No vamos a encontrarnos con algún intermediario o con un mero representante del Señor, sino con Dios mismo en la persona de Jesucristo:

He aquí, el Señor sale de su lugar, y descenderá y hollará las alturas de la tierra (Miqueas 1:3).

¡El Señor mismo! Este énfasis concuerda perfectamente con lo que Jesús prometió a sus discípulos: Voy a preparar un lugar para vosotros; y si me voy y preparo un lugar para vosotros, vendré otra vez y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy, allí estéis también vosotros (Juan 14:2–3). Asimismo concuerda con la promesa de los ángeles dada en el momento de la ascensión: Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, vendrá de la misma manera, tal como le habéis visto ir al cielo (Hechos 1:11). El descenso del Señor en aquel día es la contrapartida de su ascensión anterior.

Notemos también la frecuencia con que Pablo le llama Señor en estos versículos: dos veces en el versículo 15, una en el 16, y dos en el 17. Cuando en el 14 hablaba acerca de la primera venida, le llama Jesús. Pero la segunda venida es la manifestación de su supremo señorío. Todo en ella respira gloria, majestad y autoridad. El cambio de nombre es significativo.

En torno a la segunda venida de Cristo hay diversidad de interpretaciones y diferentes escuelas de pensamiento. Pero todos los cristianos estamos unidos en cuanto a este punto esencial: a quien esperamos de los cielos es al mismo Hijo de Dios, a nuestro amado Jesucristo, al que gustosamente reconocemos como el Señor.

LAS CIRCUNSTANCIAS CONCOMITANTES DE LA PARUSÍA

Cuando venga el Señor, no vendrá en humildad, sino en gloria y majestad; no vendrá a escondidas y en silencio, sino de una manera universalmente visible (Apocalipsis 1:7) y acompañado por un sonido fuerte que, según nuestro texto, se compone de tres elementos. Algunos autores piensan que los tres son sinónimos. Desde luego, son simultáneos; pero el texto parece indicar que se pueden distinguir entre sí3.

Voz de mando

En primer lugar, sonará una voz de mando (en griego, una sola palabra). Ésta nos habla de la majestuosa autoridad del Señor. Sonará en el momento menos esperado, interrumpiendo el curso de nuestra historia y anunciando que la hora final ha llegado; el tiempo y el espacio han alcanzado sus límites designados; ha llegado el momento de la consumación de este siglo (Mateo 24:3). La voz anuncia con autoridad y urgencia la llegada del gran momento de la verdad.

Aunque no se especifica de quién es la voz, sin duda se trata de la del Señor mismo. Es la del Rey que habla desde su trono en el momento de levantarse para su retorno. Una y otra vez sonó una voz celestial identificando desde los cielos a la persona de nuestro Señor en su primera venida en humildad: Éste es mi Hijo amado en quien me he complacido (Mateo 3:17; 17:5). De nuevo sonará en aquel día, pero esta vez para anunciar su venida definitiva en gloria:

La «voz de mando» es el grito del auriga a sus caballos o del cazador a sus lebreles; es la orden que de viva voz dirige el patrón de la nave a sus remeros; … es la orden que un oficial da con fuerte voz a sus tropas … o un patrón a sus remeros6.

En el caso de nuestro texto, hacemos bien en ver tres matices en esta voz de mando. En primer lugar, es la voz del Creador que anuncia el fin de todas las cosas. La voz divina es la que dio origen al tiempo y al espacio; y es la que les pondrá fin. El «y dijo Dios» de Génesis 1:3 se corresponde con el «y Dios dirá» implícito en nuestro texto. El «porque él habló, fue hecho» del Salmo 33:9 dará lugar al «porque él habló, dejó de ser» del día final (2 Pedro 3:11).

En segundo lugar, es la voz del Vencedor que sale a la guerra. En las Escrituras es frecuente encontrar la voz de mando y la trompeta reunidas en situaciones militares (recordar el caso de la caída de las murallas de Jericó en Josué 6:5 o el de la derrota de los madianitas por Gedeón en Jueces 7:20). En la cruz, Cristo ya ganó decisivamente la lucha, pero ahora sale triunfante para acabar las últimas operaciones del conflicto y establecer definitivamente su reino eterno.

Y, en tercer lugar, es la voz potente del Salvador que resucita a los muertos, como resucitó a Lázaro (Juan 11:43–44):

Viene la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y saldrán: los que hicieron lo bueno, a resurrección de vida, y los que practicaron lo malo, a resurrección de juicio (Juan 5:28–29).

La lógica del argumento de Pablo es la misma que la de estas palabras de Cristo. Con voz de mando, el Señor mismo descenderá y los muertos en Cristo resucitarán. Parece ineludible que la voz tenga que ver con la resurrección. Aquel Verbo de Dios que originó la primera creación (Juan 1:1–3) será la voz de Dios para poner en marcha la nueva creación.

Voz de arcángel

Algunos han querido ver aquí una referencia explícita al arcángel Miguel, porque él es el único llamado así en la Biblia (Judas 9). Desde luego, si la voz de mando es la del Cristo guerrero, el arcángel en cuestión bien podría ser Miguel, porque sabemos que él es el gran antagonista del dragón en el cielo (Apocalipsis 12:7). Pero, puesto que el texto griego no tiene artículo (dice con voz de arcángel, no con voz del arcángel), quizás sea mejor dejar de lado estas especulaciones y entender sólo que Pablo se refiere a una voz «arcangelical» sin especificar quién es el arcángel. Con todo, la frase sugiere que, juntamente con la voz de mando del comandante supremo, se une el grito victorioso del dirigente de las huestes celestiales. La implicación es que Jesús no volverá solo, sino acompañado por sus poderosos ángeles (3:13; 2 Tesalonicenses 1:7).

Por otro lado, Miguel y los demás ángeles tienen una función importante en el cuidado y la protección del pueblo de Dios:

En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que vela sobre los hijos de tu pueblo (Daniel 12:1).

¿No son todos [los ángeles] espíritus ministradores, enviados para servir por causa de los que heredan la salvación? (Hebreos 1:14).

Por tanto, no podemos descartar la posibilidad de que la voz de arcángel suene como última gran manifestación de la obra protectora de los ángeles en el momento de la resurrección, transformación y arrebatamiento de aquellos a los que han cuidado a lo largo de los siglos.

La trompeta de Dios

La trompeta puede ser otra manera de referirse a la voz de Dios (cf. Apocalipsis 1:10: Y oí detrás de mí una gran voz como sonido de trompeta; cf. Apocalipsis 4:1). No obstante, es preferible entenderla como otro sonido que acompaña a la voz, pero que es distinguible de ella, como en el caso del Sinaí (Éxodo 19:16–20).

De hecho, la simbología del Sinaí quizás esté detrás de nuestro versículo. Allí también, el Señor descendió (Éxodo 19:20) porque había llegado el momento en que su pueblo había de ir al encuentro de Dios (19:17; cf. 1 Tesalonicenses 4:17). Y asimismo, el descenso del Señor fue acompañado por nubes (19:16; cf. 1 Tesalonicenses 4:17) y por un fuerte sonido de trompeta (19:16). Si asociamos la trompeta al descenso del Señor en Sinaí, entonces debemos entender que la trompeta de Dios es, ante todo, la que convoca a todos los elegidos, tanto a los vivos como a los muertos, llamándolos al encuentro con el Señor (1 Corintios 15:52). De la misma manera que se utilizaba el sonido de una trompeta para convocar a la congregación de Israel y para ponerla en marcha (ver Números 10:2), así el Señor convoca definitivamente a su pueblo, congregándolo desde el sepulcro y poniéndolo en marcha hacia el cielo.

Pero, sin duda, caben aquí otras alusiones adicionales. Por ejemplo, la trompeta sonaba al comienzo de cualquier batalla militar (Números 31:6), por lo cual una trompeta simbólica acompaña a todas las grandes intervenciones «guerreras» de Dios en la historia de Israel, ya sea en juicio contra las naciones o en defensa y salvación de su pueblo (Isaías 27:12–13; Zacarías 9:14). En este sentido, la trompeta final no sólo convoca a la resurrección de los muertos, sino que también anuncia la llegada de la última gran intervención de Dios en la historia terrenal de su pueblo.

Incuestionablemente, para el creyente el sonido de esa trompeta será motivo de gran alivio y regocijo, porque inmediatamente será transformado y saldrá al encuentro del Señor en compañía de todos los santos; pero para el incrédulo será motivo de aflicción y lamentación (2 Tesalonicenses 1:7; Apocalipsis 1:7).

En Mateo 24:30–31, encontramos esta misma enseñanza en labios de Jesús mismo:

Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del Hombre; y entonces todas las tribus de la tierra harán duelo, y verán al Hijo del Hombre que viene sobre las nubes del cielo con poder y gran gloria. Y él enviará a sus ángeles con una gran trompeta y reunirán a sus escogidos de los cuatro vientos, desde un extremo de los cielos hasta el otro.

Aquí encontramos todos los factores principales de nuestro texto: la aparición de Cristo, las nubes del cielo, los ángeles, la trompeta y la resurrección de los escogidos.

LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS

Si el primer gran acontecimiento del día de la parusía es el descenso del Señor, el segundo es la resurrección de los muertos en Cristo: y los muertos en Cristo se levantarán primero. Escucharán la voz de mando del Señor, la voz del arcángel y la trompeta de Dios las cuales, todas ellas, los convocan a despertarse del sueño y levantarse para ir a estar con el Señor para siempre.

Si sólo hace mención de la resurrección de los muertos en Cristo es porque éste es el tema que tiene entre manos: ¿qué pasa con los muertos en Cristo en el momento de la parusía? Y si dice que se levantarán primero, no quiere decir que resucitarán antes que los incrédulos, sino antes de que los vivos sean arrebatados. Algunos han querido ver aquí una referencia a la primera resurrección, en contraste con la resurrección de los demás muertos (Apocalipsis 20:5–6). Esta identificación puede ser cierta, pero no corresponde a lo que el apóstol está diciendo en este momento. Él sigue con el tema del versículo 15: que los vivos no precederán a los muertos, sino que éstos «resucitarán primero» y se unirán a los vivos en el arrebatamiento. El primero del versículo 16 está en contraste con el entonces del 17.

Naturalmente, el afán de Pablo en este momento es reforzar la plena confianza de los tesalonicenses en su esperanza respecto a los fallecidos:

No hay ninguna posibilidad de que los que han muerto en Cristo se separen nunca de él. Han muerto «mediante» él (v. 14); duermen «en» él (v. 16); se levantarán «con» él y también serán traídos «con» él (v. 14). Cristo y su pueblo se pertenecen el uno al otro inseparable e indisolublemente.

NUESTRO TEXTO Y NUESTROS ESQUEMAS ESCATOLÓGICOS

Hay muchos aspectos de la escatología bíblica que Pablo no aborda en estos momentos. Por ejemplo, no menciona para nada la cuestión de la resurrección de los incrédulos para condenación (Juan 5:29; Hechos 24:15). Ni siquiera habla acerca del juicio final. Su intención es contestar a una duda puntual de los tesalonicenses, no exponer toda la revelación divina en torno a las últimas cosas. Sin embargo, este versículo contiene la descripción más completa de la parusía que encontramos en todo el Nuevo Testamento, a pesar de lo cual es notablemente escueta. Este solo hecho tendría que advertirnos en contra de toda tendencia a dogmatizar sobre estas cuestiones. El apóstol contesta a algunas preguntas, pero despierta otras muchas para las cuales no tenemos una respuesta clara y sistemáticamente expuesta en las Escrituras. Es así porque, en ellas, la exposición de doctrinas acerca de las cosas futuras siempre tiene una finalidad práctica para el tiempo presente. No se nos da sólo para satisfacer nuestra curiosidad, sino para estimularnos a estar moral y espiritualmente preparados.

De todas maneras, la impresión que recibimos en esta sección de 1 Tesalonicenses (4:13–5:11) es la de una notable sencillez que contrasta con algunos de los esquemas escatológicos que se proponen hoy en día. Veamos algunas facetas de este contraste:

—La lectura natural y sencilla de este pasaje sugiere que la venida del Señor por su iglesia (4:13–18) es el preludio inmediato del día del Señor, el juicio final y la destrucción del impío (5:1–11). Sin embargo, algunos proponen que deben intervenir más de mil años entre los dos eventos. Esto parece poco probable a la luz de nuestro texto. Según el 5:3–4, el mismo día del Señor que traerá destrucción para los impíos no debe sorprender a los creyentes; pero, ¿cómo puede sorprenderlos si ya hace mil años que fueron arrebatados a la presencia del Señor (v. 17)? Igualmente, en 2 Tesalonicenses 1:7–8, el mismo momento en que los creyentes reciben alivio a causa de la venida de Cristo —presumiblemente, el día de las parusía— es aquel en que los impíos también reciben retribución. No da la idea de un gran espacio intermedio.

—En nuestro texto aparece una sola segunda venida. Sin embargo, para algunos exegetas parece haber hasta tres: Cristo vendrá la primera vez a por su Iglesia (el rapto) en el momento de su parusía; la segunda vez volverá con la Iglesia después de la gran tribulación para establecer el reino milenario; y, la tercera vez, aparecerá en majestad y enjuicio en el día final.

—La impresión natural que nos deja el texto es que el momento de la parusía será claramente visible (Mateo 24:30–3) y audible para todos. En cambio, los que suponen que el rapto será un evento silencioso y casi clandestino que se llevará a cabo años antes del retorno de Cristo para juzgar al mundo tienen que suponer que la voz de mando, la voz de arcángel y la trompeta sólo serán escuchadas por los creyentes18. Piensan que la desaparición repentina de los creyentes será algo así como lo que ocurrió en el caso de la conversión de Pablo, cuando sus acompañantes oyeron el sonido, pero sin ver a nadie (Hechos 9:7). Pero no hay nada en este pasaje que apoye la idea de un rapto secreto.

 —Para los que creen que el momento de la parusía está aún lejos del momento del juicio final, hay que suponer que la trompeta que anuncia aquélla no es la misma que la que sonará anunciando el juicio y la destrucción de los impíos (Apocalipsis 11:15–18; Joel 2:1; Sofonías 1:16; Mateo 24:30–31). Sin embargo, en 1 Corintios 15:52, texto claramente paralelo al nuestro, Pablo la llama la trompeta final, no la trompeta penúltima, ni mucho menos la antepenúltima.

Es cierto, como ya hemos dicho, que aquí Pablo no pretende darnos un programa completo de las últimas cosas. Ha omitido varios temas de importancia. Si queremos entender bien todas las implicaciones y todo el orden de la parusía, tendremos que añadir al versículo 16 ideas tan importantes como la transformación de los creyentes vivos, la resurrección de los incrédulos y el juicio final. Además tendremos que decidir cómo se deben entender y dónde se deben insertar otros temas como la gran tribulación y el reino milenario. Pero, a la luz de lo que acabamos de exponer, lo que está claro es que, en nuestro afán de crear programas y esquemas escatológicos inclusivos, no debemos sacrificar la esencial sencillez y unidad que el apóstol enseña en este texto.


Adaptado: Burt, D. F. (2002). La Conversión Auténtica


Entradas populares de este blog

DEVOCIONAL: Hambre de Dios | Jeremías 29:12–13 | Christopher Shaw

PABLO, SILVANO Y TIMOTEO | 1 Tesalonicenses 1:1 | David Burt

DEVOCIONAL: Falta de conocimiento | Oseas 4:6 | Christopher Shaw

DEVOCIONAL: De la abundancia del corazón | Mateo 12:34–35 | Christopher Shaw