LA PARUSÍA Y «LOS QUE ESTEMOS VIVOS» | 1 Tesalonicenses 4:17-18 | David Burt

   



LA PARUSÍA Y «LOS QUE ESTEMOS VIVOS»

1 TESALONICENSES 4:17-18


Entonces nosotros, los que estemos vivos y que permanezcamos, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes al encuentro del Señor en el aire, y así estaremos con el Señor siempre. Por tanto, confortaos unos a otros con estas palabras.

EL ARREBATAMIENTO (v. 17)

Primero, el Señor descenderá. Luego, los muertos en Cristo resucitarán. Y, en tercer lugar, seremos arrebatados. Pablo omite aquí toda referencia a la transformación de los cristianos que estén vivos en aquel momento y a la necesidad de que lo incorruptible se revista de incorrupción, temas expuestos ampliamente en el texto paralelo de 1 Corintios 15:35–58. Procede directamente desde la resurrección hasta el arrebatamiento: Entonces nosotros, los que estemos vivos y permanezcamos, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes al encuentro del Señor en el aire.

¡Cuántas preguntas llenan nuestra mente al recibir esta escueta información acerca del rapto! Al decir que seremos arrebatados juntamente con los creyentes muertos, el texto sugiere que nuestra reunión con Cristo será también un reencuentro con nuestros seres queridos que han muerto en él. ¿Cómo será? ¿Tendremos tiempo para saludarlos antes de ver al Señor o los saludaremos después? ¿Y cómo será nuestro encuentro con él? ¿Podremos entrevistarnos con él cada uno de nosotros individualmente? En algún momento, sí; porque cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí mismo al comparecer ante el tribunal de Cristo (Romanos 14:10–12). Pero, ¿será ése el momento? ¿Y luego qué? ¿Pasaremos un tiempo con él en el aire? ¿Volveremos con él al cielo? ¿O seguiremos con él en su descenso a la tierra?

Nos gustaría conocer las respuestas a todas esas preguntas, pero no nos han sido reveladas. Pablo se limita a exponer cinco ideas básicas: 1) el hecho del arrebatamiento en sí; 2) el momento en que ocurrirá (inmediatamente después de la resurrección de los creyentes difuntos); 3) los que participarán en él; 4) el lugar en que ocurrirá (en las nubes … en el aire); y 5) su finalidad (encontrarnos con el Señor).

1. El hecho del arrebatamiento

Nuestro texto, aunque breve, contiene prácticamente toda la información bíblica acerca del arrebatamiento de la que disponemos. Sin duda, las escuetas referencias de Cristo (en Mateo 24:40–41) a los que «serán llevados» y a los que «serán dejados» serían motivo de mucha perplejidad si no fuera por este versículo. ¡Gracias a Dios, pues, por ella! Pero el solo hecho de no disponer de mayor información nos sugiere que el rapto no ocupaba excesivamente la atención de los autores del Nuevo Testamento (ni del Espíritu Santo). En cambio, sí les preocupaba el tema del retorno inminente de Cristo, del cual el arrebatamiento de los creyentes es una de las primeras consecuencias.

El verbo traducido como arrebatar combina las ideas de lo repentino y lo veloz, lo vigoroso y lo súbito, denotando el irresistible poder de Dios4. Es el mismo verbo empleado en Hechos 23:10 (sacar a la fuerza), cuando Pablo fue llevado al cuartel de Jerusalén. Concuerda con lo que ya hemos visto acerca del carácter instantáneo y poderoso de estos eventos: ocurrirán en un abrir y cerrar de ojos y corresponderán a la orden majestuosa del Señor omnipotente.

2. El momento del arrebatamiento

La impresión que recibimos de nuestro texto es que el arrebatamiento tendrá lugar inmediatamente después de la resurrección de los muertos en Cristo. Pero, como ya hemos dicho, no ocurrirá antes de que los creyentes vivos sean transformados. Así pues, el orden parece ser: la parusía de Cristo; la resurrección de los muertos; la transformación de los vivos y el arrebatamiento de todos para encontrarse con Cristo en el aire. Pero, de hecho, el orden casi es insignificante, ya que todo ocurrirá en un abrir y cerrar de ojos (1 Corintios 15:51–52). Lo importante es que el momento en cuestión es el del retorno de Cristo y que éste será dramáticamente repentino y veloz.

3. Los partícipes en el arrebatamiento

Pablo puntualiza y destaca que no van a ser sólo los creyentes vivos los que participen en el arrebatamiento, sino también todos los que han muerto en Cristo. El hecho de repetir las mismas frases empleadas en el versículo 15 (los que estemos vivos y que permanezcamos) en contraste con los que duermen refuerza el argumento fundamental del apóstol: negativamente, que los vivos no tendrán ninguna ventaja en la parusía sobre los muertos en Cristo; positivamente, que todos, tanto vivos como muertos, seremos arrebatados.
Aquel momento, pues, será supremamente el de nuestra reunión con Cristo. Pero, además, significará nuestro reencuentro con nuestros hermanos fallecidos. Iremos al encuentro del Señor juntamente con ellos.

4. El lugar del encuentro

Pablo emplea dos frases para indicar hasta dónde seremos arrebatados: en las nubes y en el aire. Si las entendemos en un sentido estrictamente literal, son prácticamente sinónimas.

Muchos comentaristas se preguntan hasta qué punto debemos entender estas frases en sentido literal y hasta qué punto en sentido figurado. A nuestro parecer, se han de tomar en los dos sentidos a la vez. La ascensión de Jesús fue algo físico y visible; subió realmente al aire y desapareció en medio de nubes (Hechos 1:9). Y, según los ángeles, volverá de la misma manera: así vendrá como le habéis visto ir al cielo (Hechos 1:11).

Pero, sin duda, este evento real tuvo cierta intención simbólica y encubrió una realidad espiritual aun mayor: Cristo pasó de la esfera espacial a la esfera eterna, del mundo visible al invisible. De la misma manera, el retorno de Cristo, será real, visible y audible. Habrá un descenso físico. Pero, a la vez, su descenso tendrá dimensiones de realidad espiritual que sólo podemos intuir ahora de una manera lejana. Cristo mismo dio a entender el aspecto misterioso de su parusía al afirmar:

Vendrán días cuando ansiaréis ver uno de los días del Hijo del Hombre, y no lo veréis. Y os dirán: «¡Mirad allí! ¡Mirad aquí!» No vayáis, ni corráis tras ellos. Porque como el relámpago al fulgurar resplandece desde un extremo del cielo hasta el otro extremo del cielo, así será el Hijo del Hombre en su día (Lucas 17:22–24).

Aquí el Señor da a entender que hay dimensiones de su venida que ahora no podemos comprender. Será universalmente visible. De alguna manera, trascenderá los límites del espacio. Pero no se nos explica el cómo.

Por lo tanto, debemos esperar que, aunque veamos nubes de verdad, comprenderemos entonces las realidades eternas que estas nubes simbolizan y representan. En las Escrituras es normal que, cuando el Señor irrumpe en el espacio desde la eternidad (o viceversa, cuando asciende a la eternidad desde el espacio), se le represente en medio de nubes:

Y aconteció que al tercer día, cuando llegó la mañana, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre el monte … Y todo el monte Sinaí humeaba, porque el Señor había descendido sobre él en fuego; el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía con violencia … Y el Señor descendió al monte Sinaí (Éxodo 19:16–20).

El Señor reina; regocíjese la tierra; alégrense las muchas islas. Nubes y densas tinieblas le rodean (Salmo 97:1–2).

Seguí mirando en las visiones nocturnas, y he aquí, con las nubes del cielo venía uno como un Hijo de Hombre, que se dirigió al Anciano de Días y fue presentado ante él. Y le fue dado dominio, gloria y reino (Daniel 7:13–14; cf. Hechos 1:9).

He aquí, viene con las nubes y todo ojo le verá (Apocalipsis 1:7; cf. Mateo 24:30; 26:64; Marcos 13:26; 14:62).

Una nube nos habla de una realidad encubierta. A Dios nadie le ha visto jamás, pero cuando desea manifestarse a los hombres de forma inequívoca, con cierta dimensión de visibilidad, lo hace por medio de nubes:

El Señor iba delante de ellos, de día en una columna de nube para guiarlos por el camino (Éxodo 13:21–22; cf. 14:19–20).

Entonces subió Moisés al monte, y la nube cubrió el monte. Y la gloria del Señor reposó sobre el monte Sinaí, y la nube lo cubrió por seis días; y al séptimo día, Dios llamó a Moisés de en medio de la nube (Éxodo 24:15–16).

Entonces la nube cubrió la tienda de reunión y la gloria del Señor llenó el tabernáculo (Éxodo 40:34–38).

He aquí, una nube luminosa los cubrió; y una voz salió de la nube, diciendo: Éste es mi Hijo amado en quien me he complacido (Mateo 17:5; cf. Marcos 9:7; Lucas 9:34–35).

Así pues, cuando Pablo habla de nuestro arrebatamiento en las nubes, está hablando de una experiencia real; pero lo primordial no es lo geográfico ni lo físico, sino la realidad de la presencia inmediata del Señor. Como cuando Moisés entró en la nube del Sinaí o los discípulos en la nube del monte de la Transfiguración, así también estaremos «en las nubes» en la gloria y luminosidad de la presencia del Señor.

Igualmente, la frase en el aire, además de indicar el lugar físico de nuestro encuentro, puede tener un significado simbólico. En el primer siglo, el aire era considerado como la morada de toda clase de espíritus malignos. Por eso, al diablo se le llama príncipe de la potestad del aire (Efesios 2:2). El hecho de que el Señor elija reunirse con su pueblo en el mismo corazón del territorio enemigo es sumamente elocuente. Como hemos visto, sale como Vencedor para poner fin al dominio de Satanás y establecer definitivamente el reino de Dios. La derrota del maligno ya es completa. Ahora Cristo se reúne con su pueblo escogido precisamente en el cuartel militar de aquel enemigo de cuyas garras él lo ha liberado.

5. La finalidad del arrebatamiento

Y allí, a efectos prácticos, el apóstol termina su exposición de los eventos de la parusía. Nos deja en vilo. Nos deja «en el aire». Quisiéramos saber lo que ocurre después del encuentro con Cristo. A fin de cuentas, sabemos que nuestro destino final como creyentes no es el de quedar flotando en el aire. Pero el apóstol no añade información acerca de los eventos siguientes.

El Señor ha salido del cielo con las huestes angelicales. Ahora, gracias al arrebatamiento, se ha reunido con sus huestes terrenales. Y, juntos, los ángeles y los redimidos forman la gran comitiva que ha de acompañar al Señor desde el aire hasta la tierra, en su venida con todos sus santos (3:13). Los santos le acompañan con la finalidad de participar en juzgar al mundo (1 Corintios 6:2). Pero Pablo no nos dice nada acerca de la última fase de la venida del Señor a la tierra ni acerca del juicio final, porque estas cosas no entran en la cuestión que tiene entre manos: la suerte de los muertos en Cristo. El descenso inicial, la resurrección y el arrebatamiento son instantáneos (1 Corintios 15:52): ¿lo es también el resto del descenso? ¿O habrá un tiempo intermedio en el cual podremos recibir al Señor, darle cuentas de nuestras vidas y saludar a nuestros hermanos? El texto sencillamente no dice cuánto tiempo durará el momento del encuentro con los santos, ni contesta a nuestras preguntas al respecto. Por tanto, hacemos bien en no ser dogmáticos acerca de este aspecto del programa escatológico16. Lo que sí podemos decir es que, en esta epístola, la venida del Señor es contemplada como un solo gran movimiento descendiente, no como una sucesión de bajadas y subidas. Al intentar componer esquemas y calendarios escatológicos, no debemos perder de vista esta sencillez y unidad de visión.

De momento, Pablo centra nuestra atención en nuestro encuentro con Cristo en sí. No se trata de un encuentro cualquiera. El vocablo empleado (apantesis) se refiere habitualmente a un encuentro intencionado, a «salir al encuentro» de alguien (cf. 1 Samuel 13:10; 2 Crónicas 15:2; 19:2, LXX; Mateo 25:1, 6; Hechos 28:15). De hecho, se trata de un término técnico procedente del protocolo de aquel entonces:

Cuando un alto dignatario hacía una visita oficial («parusía») a una ciudad en tiempos helénicos, la acción de los ciudadanos principales al salir a su encuentro para acompañarle en la última fase de su viaje se llamaba «apantesis».

Nosotros, como ciudadanos de los cielos (Filipenses 3:20) y herederos del mundo (Mateo 25:34; Romanos 4:13), saldremos para recibir a nuestro Rey legítimo, que viene a tomar posesión de su reino después que haya expulsado definitivamente al usurpador. Salimos para darle la bienvenida. Y, luego, volvemos con él como los que, desde hace tiempo, hemos rechazado las pretensiones del príncipe de este mundo y hemos vivido en lealtad al Rey de la gloria.

Cuando Cristo, nuestra vida, sea manifestado, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria (Colosenses 3:4).


SIEMPRE CON EL SEÑOR (v. 17)

El apóstol no sigue con la relación de eventos finales, pero sí añade una consideración final: y así estaremos con el Señor siempre. Cualquiera que sea el orden de los eventos posteriores a la parusía y cualesquiera que sean los tiempos que los separen entre sí, una cosa es segura: nunca más nos separaremos del Señor. Nunca más el Señor dirá: Os conviene que me vaya … Un poco más, y ya no me veréis … Ahora tenéis también aflicción, pero yo os veré otra vez (Juan 16:7, 16, 22). El encuentro momentáneo conducirá a la comunión sempiterna.

En realidad, esta gran verdad (el que vayamos a estar con el Señor para siempre) hace que todas las demás verdades acerca del futuro carezcan de importancia. El creyente que, aun después de la gloria de esta aseveración, sigue inquieto y vacilante a causa sus múltiples interrogantes de cara al más allá, haría bien en dedicar tiempo a meditar sobre estas palabras del apóstol —así estaremos con el Señor siempre— hasta descubrir en ellas el meollo de la cuestión, ver toda su gloria y conocer todo su consuelo. Entonces quizás descubra que sus inquietudes son un tanto insignificantes.

Y, además de la gran emoción de saber que vamos a estar para siempre con Cristo, debemos experimentar otra: la de saber que nos reuniremos también para siempre con nuestros hermanos fallecidos. Ésta es la clara implicación del texto. Estaremos juntamente con ellos en el arrebatamiento y así, juntamente con ellos, estaremos con el Señor siempre. A este respecto, es importante notar la triple repetición de la preposición con a lo largo de estos versículos: los muertos en Jesús serán traídos con él (v. 14); los vivos serán arrebatados con ellos (v. 17); y así todos estaremos para siempre con el Señor (v. 17). Ésta es la máxima reunión (cf. 2 Tesalonicenses 2:1), sin sombra de separación.


EL CONSUELO DE NUESTRA ESPERANZA (v. 18)

Aquí, pues, tenemos una fuente continua de consuelo para el creyente. Los tesalonicenses estaban perturbados por el fallecimiento de algunos amados hermanos en Cristo. Ante sus preguntas angustiosas, el apóstol no contesta con tópicos nebulosos carentes de auténtica esperanza —duermen el sueño de los justos, descansan en paz, han ido a su descanso merecido—, sino con las robustas afirmaciones y realidades concretas de la esperanza cristiana.

No sólo deben asentar bien su fe en estas verdades, cada uno por su cuenta, y así recibir el consuelo de su esperanza, sino que deben ejercer mutuamente un ministerio pastoral de aliento y consuelo. Nuevamente, Pablo emplea el verbo parakaleö (ver 2:11; 3:2; 5:14). Los creyentes maduros deben colocarse al lado de los desconsolados para aconsejarles, animarles y alentarles. Y deben hacerlo no a base de ideas inventadas para encubrir la cruda realidad de la muerte, sino con las gloriosas verdades de estas palabras que el apóstol acaba de afirmar. Muchas veces, las palabras sobran en los primeros momentos de la pérdida de un ser querido. Mejor hacer lo que los amigos de Job y acompañar al doliente en silencio (Job 2:13). Pero, después de aquel primer momento, no hay ningún bálsamo que pueda compararse con las gloriosas promesas y palabras consoladoras de la revelación bíblica. El creyente necesita entonces que sus hermanos le recuerden las grandes verdades de nuestra esperanza: la resurrección, el rapto y la reunión.

Tales palabras representan un continuo fortalecimiento para el creyente, puesto que dan la seguridad de que Dios nunca será derrotado. El cristiano puede encontrarse en dificultades, pero sabe que Dios está sobre todo y que, cuando él vea que el momento ha llegado, este tiempo presente llegará a su conclusión. Entonces la parusía inaugurará una nueva era en la cual la preeminencia divina será manifiesta a todos … Aun frente a la misma muerte —ese adversario que nadie es capaz de dominar— podremos permanecer en triunfante calma porque vemos que los que duermen duermen en Jesús y que para ellos hay un lugar en el esquema final de las cosas.


Adaptado: Burt, D. F. (2002). La Conversión Auténtica


Entradas populares de este blog

DEVOCIONAL: Hambre de Dios | Jeremías 29:12–13 | Christopher Shaw

PABLO, SILVANO Y TIMOTEO | 1 Tesalonicenses 1:1 | David Burt

DEVOCIONAL: Falta de conocimiento | Oseas 4:6 | Christopher Shaw

DEVOCIONAL: De la abundancia del corazón | Mateo 12:34–35 | Christopher Shaw