LAS TRAICIONES DEL ADULTERIO | 1 Tesalonicenses 4:6 David Burt


LAS TRAICIONES DEL

 ADULTERIO

1 TESALONICENSES 4:6
 … y que nadie peque y defraude a su hermano en este asunto, porque el Señor es vengador en todas estas cosas, como también antes os lo dijimos y advertimos solemnemente.

EL AGRAVIO AL HERMANO (v. 6a)

Llegamos a la tercera de las frases en las que Pablo exhorta a los tesalonicenses a que se mantengan fieles al camino de la santidad y abandonen toda forma de inmoralidad sexual. Ahora, cambia el enfoque de su exhortación. Hasta aquí, la inmoralidad sexual se ha contemplado como una ofensa contra Dios: si Dios es quien nos ha llamado a la santificación (vs. 3 y 7), pecamos contra él cuando cometemos impurezas. Recordemos, a ese respecto, las palabras de David cuando hubo cometido adulterio con Betsabé:

Porque yo reconozco mis transgresiones,

y mi pecado está siempre delante de mí.

Contra ti, contra ti sólo he pecado,

y he hecho lo malo delante de tus ojos (Salmo 51:3–4).

Siguiendo esta misma línea de pensamiento, Pablo ha establecido que la inmoralidad sexual contraviene la voluntad de Dios (v. 3); que entablar cualquier relación sexual fuera del matrimonio es actuar como los gentiles que no conocen a Dios (vs. 4–5); y que el repudio de una vida de santidad es un rechazo a Dios (v. 8). Hasta aquí —insisto— todo ha sido enfocado en términos del atropello que cometemos contra Dios y contra su ley si practicamos la promiscuidad. Aunque es cierto que la inmoralidad sexual es un atentado contra nosotros mismos (1 Corintios 6:18), en realidad Dios mismo es la primera parte ofendida.

También Pablo ha reconocido, aunque sólo sea de una manera implícita, que la inmoralidad del marido es una ofensa contra su esposa. La frase que adquiera su propia esposa en santificación y honor sugiere que la infidelidad deshonra a la mujer. Por tanto, además de ofender al Señor, la persona impura ofende a su cónyuge.

Ahora, sin embargo, el apóstol nos recuerda que la inmoralidad atenta normalmente contra los intereses y derechos de terceras personas: que nadie peque y defraude a su hermano en este asunto (v. 6). El hombre que comete adulterio con una mujer que no es su esposa perjudica al marido de ésta, a su padre o a sus hermanos. Roba lo que no es suyo. Atenta contra la integridad de otro hogar. El adulterio no solamente es un acto de desobediencia a Dios y de deslealtad al cónyuge, sino también de traición al hermano. De hecho, casi todas las formas de inmoralidad sexual perjudican a terceras personas.

Sin embargo, antes de ver las implicaciones de esta idea, debemos aclarar algunas cuestiones textuales.

Antiguamente, algunos traductores y comentaristas entendían que, al llegar a este punto, Pablo cambiaba de tema y, en vez de seguir hablando de la inmoralidad sexual, empezaba a hablar de la honradez en la vida comercial o legal: que nadie agravie y defraude a su hermanos en los negocios o ante los tribunales. Por supuesto, el tema del fraude en el comercio se trata con amplitud en las Escrituras (ver, por ejemplo, Levítico 25:14, 17) y, en su uso secular, la palabra griega pragma (asunto) puede tener estas connotaciones; por lo cual, esta interpretación encaja bien con la enseñanza bíblica e incluso puede ser apropiada para una ciudad comercial como Tesalónica. En la actualidad, sin embargo, casi nadie sigue esta lectura, porque en las Escrituras la palabra pragma no se emplea para referirse a los negocios y porque está claro que la frase en este asunto (literalmente, en el asunto) mira atrás a lo que el apóstol acaba de decir. El versículo 6, como los versículos anteriores y los siguientes, sigue exponiendo el tema de la inmoralidad sexual y sus consecuencias.

Por eso mismo, algunos comentaristas proponen que la conjunción que abre la frase y que está traducida como «y que» debe tener la fuerza de «así que» e indicar el resultado de la obediencia a los mandamientos de los versículos 3 y 4.

Esta conjunción introduce dos verbos (en griego, ‘uperbainö y pleonekteö) que, asimismo, requieren aclaraciones y matizaciones en torno a su interpretación. Para empezar, ambos admiten la posibilidad de ser transitivos o intransitivos. Está claro que el segundo ha de ser transitivo en este caso, porque lleva un objeto directo (a su hermano); pero ¿y el primero? En su sentido original, quiere decir ir más allá o cruzar una frontera; por lo cual, en sentido figurado, llegó a significar propasarse, excederse, sobrepasarse, cometer un atrevimiento o extravío o transgredir. Si se supone que en este contexto es transitivo, se puede traducir como agraviar (a su hermano); si es intransitivo, como sobrepasar los límites que dividen la santificación del pecado, la castidad de la promiscuidad. El hombre que comete inmoralidad sexual, y en especial adulterio, va «más allá» de la ley de Dios y la transgrede; sobrepasa el límite que protege el derecho ajeno, invade la santidad de otro hogar, falta al respeto a su propia esposa y la deshonra, y agravia al marido engañado.

El segundo verbo significa tener más, pero normalmente lleva el matiz de obtener ventaja injusta o engañar. Hay muchas maneras en que la inmoralidad sexual «se aprovecha» de la gente. En la ciudad en la que resido, en estos mismos días, sale en la prensa la noticia acerca de muchas mujeres del Tercer Mundo que se ven obligadas por hombres sin escrúpulos a prostituirse para pagar sus deudas. Se abusa de ellas no sólo por la bajeza de sus clientes, sino también por la inhumanidad de sus chulos.

Sin embargo, es probable que el abuso de terceros que el apóstol tiene en mente sea principalmente el adulterio. El adúltero «se aprovecha» del marido engañado. El uso de este verbo nos recuerda que el adulterio no suele practicarse de una manera franca y abierta, sino a escondidas, a espaldas de los familiares y en detrimento de los intereses de otros. El adulterio, pues, además de ser una ofensa contra Dios, es un agravio vergonzoso y un perjuicio engañoso contra el hermano.

Seguramente, Pablo emplea la palabra hermano para subrayar la enormidad del crimen y hacer resaltar más el aspecto vergonzoso de la conducta que aquí censura9; pero también porque está pensando en primera instancia en el terrible daño que el adulterio causa cuando ocurre entre dos miembros de la iglesia. Sin embargo, tienen razón aquellos que dicen que la palabra no debe restringirse al hermano en Cristo, sino que debe incluir a todo ser humano (cf. Mateo 7:3–4). Aunque Pablo esté pensando principalmente en las relaciones dentro de la iglesia, el principio anunciado tiene el mismo valor universal que el de 5:15.

Así pues, Pablo remata su condena a la inmoralidad sexual señalando que no sólo atenta contra la santificación y el honor, sino también contra los derechos del hermano. Si se trata del marido ofendido, el adulterio es un robo nefasto y vil que le quita lo que sólo le pertenece a él. Si se trata del padre o de los hermanos de una joven soltera, es un atropello contra la integridad y la autoridad de la familia. En todo caso, es un acto de deslealtad y de traición que hace violencia a la fraternidad humana.

Aunque hemos dicho que, sin duda, Pablo está pensando sobre todo en el adulterio, sin embargo, sus palabras son válidas para otras clases de inmoralidad. Las relaciones prematrimoniales, por ejemplo, hacen la misma clase de violencia a la familia y también atenían contra el futuro matrimonio de quien las practica: la persona impura no puede llevar al matrimonio aquella virginidad que le debe a su cónyuge.

LA VENGANZA DE DIOS (v. 6b)

Como ya hemos dicho, después de las tres frases de exhortación a la pureza sexual (vs. 3b–6a), Pablo añade otras tres frases para explicar las razones por las que debemos guardarnos puros (vs. 6b–8). Creo que estas tres frases explicativas modifican las tres anteriores (vs. 3b–6a), no solamente la última de ellas (v. 6a). Esto parece claro a la luz de la frase en todas estas cosas.

Las tres razones por las que no debemos practicar la inmoralidad sexual son:

1.      El castigo divino. Porque el Señor es el vengador en todas estas cosas (v. 6b).

2.        La llamada divina a la santidad. Porque Dios no nos ha llamado a impureza, sino a santificación (v. 7).

3.    La morada del Espíritu Santo en el creyente. Por consiguiente, el que rechaza esto no rechaza a hombre, sino al Dios que os da su Espíritu Santo (v. 8).

La primera razón aducida por el apóstol es que el Señor es vengador en todas estas cosas. Es decir, como juez universal, asume la responsabilidad de hacer justicia, dar el pago y vengar al perjudicado. Castiga al que practica lo malo (cf. Romanos 13:4).

Además —dice Pablo— es el vengador en todas estas cosas. Todos los pecados de inmundicia sexual recibirán su pago. Hay muchas infidelidades sexuales que no salen a la luz pública. El marido ofendido puede desconocer el engaño practicado contra él. El padre ofendido puede ignorar los pecados de sus hijos. Y, aun en el caso de que salgan a luz, una sociedad determinada (como la nuestra, por ejemplo) puede condonarlos y aun aplaudirlos en vez de condenarlos y castigarlos. Pero Dios lo ve todo y es vengador aun de las cosas hechas en secreto. Y, porque el vengador es Dios, para el pecador no hay escapatoria.

Oh Señor, Dios de las venganzas,

oh Dios de las venganzas, ¡resplandece!

Levántate, Juez de la tierra;

da su merecido a los soberbios …

Aplastan a tu pueblo, Señor, …

y dicen: El Señor no lo ve,

ni hace caso el Dios de Jacob.

Haced caso, torpes del pueblo;

necios, ¿cuándo entenderéis?

El que hizo el oído, ¿no oye?

El que dio forma al ojo, ¿no ve?…

El Señor conoce los pensamientos del hombre (Salmo 94:1–11).

 El Señor ha sido testigo entre tú y la mujer de tu juventud, contra la cual has obrado deslealmente, aunque ella es tu compañera y la mujer de tu pacto … Prestad atención, pues, a vuestro espíritu; no seas desleal con la mujer de tu juventud. Porque yo detesto el divorcio —dice el Señor, Dios de Israel— y al que cubre de iniquidad su vestidura (Malaquías 2:14–16).

Por supuesto, la venganza de Dios no alcanzará su culminación hasta el Día de la Venganza (Isaías 2:12; 61:2), cuando el Señor venga en llama de fuego, dando retribución (2 Tesalonicenses 1:8). Pero las Escrituras nos enseñan que, aun ahora, Dios obra para ejercer venganza y retribución sobre los que desobedecen sus mandamientos. Pablo mismo veía en el desenfreno de la sociedad pagana de sus días una evidencia clara de cómo Dios condena al pecador a la terrible suerte de ser esclavo de su propio pecado (Romanos 1:24, 26, 28). Cada pecado que cometemos recibe ya la paga de reducir nuestra humanidad.

Los pecados sexuales traen una terrible cosecha de desórdenes físicos y mentales en esta vida, pero eso no es nada en comparación con sus consecuencias eternas.

Pablo empezó sus instrucciones en torno a la pureza sexual enfatizando que éstas no son nuevas, sino cosas que sus lectores ya sabían: habéis recibido de nosotros instrucciones acerca de la manera en que debéis andar … pues sabéis qué preceptos os dimos (4:1–2). Ahora las concluye recordándoles lo mismo: como también antes lo dijimos y advertimos solemnemente. Los misioneros no solamente habían dado claras enseñanzas morales a los creyentes, sino que les habían advertido acerca de cuáles serían las terribles consecuencias de no obedecerlas. En griego, la palabra traducida como advertir solemnemente es un solo vocablo, un verbo compuesto que sugiere la idea de testificar con urgencia y seriedad.

Con esta misma fuerza deben llegar hasta nosotros las palabras del apóstol. Nos ha declarado fielmente cuál es la voluntad de Dios y cuáles son las consecuencias de descuidarla. Si rechazamos el camino de la santificación y el matrimonio fiel y seguimos el camino de la inmoralidad y la concupiscencia, traeremos sobre nosotros la venganza de Dios.

             Mía es la venganza y la retribución;

a su tiempo el pie de ellos resbalará,

porque el día de su calamidad está cercano,

ya se precipita lo que les está preparado (Deuteronomio 32:35).

Dios de retribuciones es el Señor; ciertamente dará la paga (Jeremías 51:56).

Lo que más debe provocar en nosotros una seria reflexión es el hecho de que Pablo no escriba aquí a los inconversos, sino a los convertidos; y que no contemple las caídas morales de los incrédulos, sino de los creyentes. El mismo Dios que en tiempos del Antiguo Pacto no perdonó las fornicaciones de su pueblo (1 Corintios 10:8) tampoco perdonará la inmoralidad sexual de los cristianos. La justicia de Dios es la misma ahora que entonces. Escuchemos con atención, pues, la solemne advertencia de cartas dirigidas a creyentes del Nuevo Pacto:

No os dejéis engañar, de Dios nadie se burla; pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará (Gálatas 6:7).

Conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo pagaré. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo. ¡Horrenda cosa es caer en las manos del Dios vivo! (Hebreos 10:30–31).


Adaptado: Burt, D. F. (2002). La Conversión Auténtica


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