UNA LLAMADA A LA PUREZA SEXUAL (2) | 1 Tesalonicenses 4:4-5 David Burt

 


UNA LLAMADA A LA PUREZA SEXUAL (2)

1 TESALONICENSES 4:4-5

    … que cada uno de vosotros sepa cómo poseer su propio vaso en santificación y honor, no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios; …

EL FIN DE LA PROMISCUIDAD (v. 4)

La segunda frase, la del versículo 4, explica e ilustra la primera; o, mejor dicho, expresa el lado positivo de la santificación en el área de la sexualidad. Negativamente, debemos abstenernos de la inmoralidad sexual (v. 3); positivamente, debemos poseer nuestro vaso en santificación y honor.

Pero ¿qué quiere decir esta frase?

Obviamente, tiene que ver con la santidad en el área de nuestra sexualidad. Pero, en cuanto a su matiz exacto, presenta dificultades a causa de la interpretación de dos de sus vocablos: el verbo ktaomai traducido en nuestra versión como poseer, pero que significa más literalmente adquirir; y el sustantivo skéuos, que significa vaso, pero cuyo significado metafórico puede ser esposa o cuerpo. Por eso, los comentaristas ofrecen diferentes lecturas y, puesto que las defienden con argumentos solventes, resulta difícil saber cuál de ellas tenía en mente el apóstol. Esencialmente, las interpretaciones se reducen a dos:

1. Cada vino de los tesalonicenses debe adquirir dominio sobre los impulsos sexuales de su cuerpo, encauzándolos por vías de santidad y honor, no por la lascivia y desenfreno del mundo.

2. Cada uno de ellos debe saber que el único cauce legítimo para sus impulsos sexuales está en el matrimonio: debe casarse con una sola mujer y vivir con ella en fidelidad y santidad, renunciando a cualquier otra relación sexual sancionada por el mundo.

Estas dos interpretaciones quedan reflejadas en las diferentes versiones modernas:

1. Que cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo con santidad (BJ), sepa dominar su propio cuerpo en forma santa (DHH), aprenda a controlar su propio cuerpo de una manera santa (NVI), sepa controlar su propio cuerpo en santificación (RVA).

2. Que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad (RV60 y RV95), sepa adquirir su esposa santamente (CI); viva santa y decorosamente con su mujer (Salvador).

Nuestra versión (BA) sigue la antigua versión de Reina-Valera (1909) al optar por la solución salomónica de una traducción literal que retiene la metáfora original y deja al buen juicio de cada lector su interpretación: que cada uno de vosotros sepa cómo poseer su propio vaso en santificación.

A efectos prácticos no hay grandes diferencias entre las dos lecturas: según ambas, el apóstol exige que el creyente practique relaciones sexuales sólo en el marco del matrimonio heterosexual y monógamo y que renuncie a toda forma de inmoralidad. Si acaso, la primera es más general, se dirige a todas las personas, cualquiera que sea su condición social (no se limita al hombre casado), y exige integridad personal además de fidelidad matrimonial. En cambio, la segunda tiene la ventaja de ser más concreta y llana. 

Veamos, pues, cuáles son, y ¡que cada cual decida!

  1. La pureza corporal

En la actualidad, muchos comentaristas y traductores se inclinan a interpretar la palabra skéuos (vaso) como referencia al cuerpo: que cada uno de vosotros sepa controlar su propio cuerpo en santificación y honor. El control de los impulsos sexuales del cuerpo presupone, por descontado, que el varón casado practicará una absoluta fidelidad matrimonial. Por tanto, esta primera lectura incluye la segunda. Pero en sí va más lejos: contempla no sólo la fidelidad a la esposa, sino también la pureza ante Dios y la integridad personal.

Esta interpretación de skéuos goza del apoyo de la mayoría de los antiguos comentaristas griegos y latinos. Además, no es la única ocasión en que Pablo llama vaso al cuerpo humano. En 2 Corintios 4:7, dice que tenemos este tesoro en vasos de barro, refiriéndose a su propia fragilidad corporal.

Incluso hay algún texto bíblico más que emplea la palabra vaso no sólo como un sinónimo de cuerpo, sino como un eufemismo para referirse a los órganos masculinos, eufemismo que es aparente también en esta interpretación de nuestro texto. Cuando David y sus hombres llegaron hambrientos a Nob, el sacerdote Ahimelec accedió a que comiesen el pan consagrado a condición de que estuvieran limpios a efectos rituales: No hay pan común a mano, pero hay pan consagrado; siempre que los jóvenes se hayan abstenido de mujer. A esto David contesta: Ciertamente las mujeres nos han sido vedadas; como anteriormente, cuando he salido en campaña, los cuerpos [literalmente, vasos] de los jóvenes se han mantenido puros, aunque haya sido un viaje profano; ¿cuánto más puros estarán sus cuerpos [vasos] hoy? (1 Samuel 21:4–5).

Hay otros factores que pueden hacernos pensar que la referencia de Pablo es al cuerpo, no a la esposa. En el texto paralelo de 1 Corintios 6:12–20, el apóstol sostiene la idea de que la inmoralidad sexual es un pecado contra el cuerpo (v. 18). Es decir, menciona explícitamente la estrecha relación que existe entre la inmoralidad y el cuerpo, pero no entre la inmoralidad y la esposa. Si allí enseña que la inmoralidad sexual atenta contra la santificación y el honor del cuerpo, no debe sorprendernos encontrar el mismo énfasis en 1 Tesalonicenses.

El gran inconveniente de esta lectura es que hace violencia al sentido normal del verbo ktaomai: adquirir u obtener. ¿En qué sentido tiene el creyente que «adquirir un cuerpo»? Para mantener esta interpretación hay que suponer que, con el paso del tiempo, el verbo había llegado a significar tener, poseer, mantener o algo afín. De hecho, se ha sugerido que puede significar controlar o utilizar correctamente, pero la evidencia documental que apoya esta clase de lectura es pobre.

Existen, pues, poderosos argumentos a favor de esta interpretación y pocos en su contra. Sin embargo, a mi juicio son aun más poderosos los argumentos a favor de la segunda lectura.

2. La fidelidad conyugal

La segunda interpretación entiende el texto como si dijera: que cada uno de vosotros sepa cómo adquirir su propia esposa en santificación y honor. Según esta lectura, Pablo estaría diciendo que, cuando llega el momento de tomar a una mujer por esposa, los criterios que deben prevalecer son criterios de santidad y honor, no el mero apetito animal que caracteriza a los gentiles (v. 5).

Esta lectura también tiene algunos inconvenientes. No goza del apoyo de muchos comentaristas antiguos, aunque sí de algunos como Teodoro de Mopsuestia o Agustín. Algunos comentaristas, sensibles al hecho de que llamar vaso a una esposa puede parecer degradante, procuran eludir todo asomo de machismo y eliminar del texto bíblico cualquier lectura que parezca tratar a la mujer como un mero objeto sexual. Por eso prefieren negar que skéuos se refiera a la esposa. Sin embargo, su afán parece innecesario. La sola adición de la frase en santificación y honor indica que Pablo no emplea la palabra skéuos en sentido despectivo y, en todo caso, ya hemos dicho que el apóstol aplica la palabra vaso a sí mismo. Igualmente, cuando Pedro se refiere a la esposa como a un vaso más frágil (1 Pedro 3:7), las mujeres pueden sentirse ofendidas, si acaso, a causa de la palabra frágil, pero no a causa de la palabra vaso, porque el texto presupone que el marido también es un vaso. Por cierto, esta última referencia nos recuerda que, si bien es cierto que la Biblia aplica la idea de vaso al cuerpo, aún más frecuentemente se la aplica a las personas, entre ellas a las esposas.

En todo caso, como hemos dicho, los argumentos que apoyan esta lectura son muy importantes. En primer lugar, la palabra equivalente a skéuos en hebreo (keli) se empleaba en los escritos rabínicos para referirse a esposa y el verbo ktaomai se empleaba para adquirir una esposa (sin ir más lejos, en la Septuaginta de Rut 4:10). Se ha demostrado que adquirir vaso podía significar casarse en aquel entonces. En cambio, no se ha encontrado ninguna evidencia documental de que pudiera significar dominar el cuerpo.

En segundo lugar, ésta es la lectura que más se ajusta al sentido literal de las palabras. Es la única que concede al verbo ktaomai su significado convencional: adquirir. Desde luego, se entiende que es posible «adquirir» una esposa; pero, como ya hemos dicho, no tiene mucho sentido hablar en este contexto de «adquirir un cuerpo».

En tercer lugar, esta lectura ofrece un claro paralelismo con el argumento de Pablo en 1 Corintios 7:2. Allí enseña: Por razón de las inmoralidades, que cada uno tenga su propia mujer, y cada una su propio marido. La solución que el apóstol presenta ante las tentaciones sexuales de aquella sociedad no es el dominio propio (al menos, entiende que éste es una opción sólo para los más fuertes: v. 9), sino el matrimonio cristiano. Aquí, en 1 Tesalonicenses, su argumento parece ser el mismo.

Por supuesto, la solución consiste no sólo en «adquirir» una esposa, sino en mantenerse fiel a ella en lo sucesivo. Pero creo que esto se sobrentiende a causa del contexto. Pablo no escribe sólo a solteros, sino a una congregación compuesta mayormente por personas ya casadas. A no ser que demos a la palabra porneia (v. 3) el significado restringido de fornicación, debemos entender que el peligro al que se enfrenta el apóstol no es sólo la promiscuidad prematrimonial, sino toda clase de inmoralidad sexual; y que la solución que propone no es sólo la adquisición de una esposa espiritual, sino la pureza sexual en todas las etapas de la vida matrimonial. Además, el verbo saber (sepa cómo poseer) sugiere un proceso de aprendizaje; y lo que los tesalonicenses necesitan aprender no es cómo casarse, sino cómo mantenerse fieles en el matrimonio y cómo sostener la santidad y el honor en su relación con sus esposas. El énfasis sobre su propio vaso parece apuntar más a la fidelidad conyugal de los varones ya casados que al casamiento de los solteros. Y el versículo 6, con su énfasis sobre la importancia de no defraudar al hermano, se aplica mejor a casos de adulterio que de fornicación.

Entiendo, pues, que el apóstol Pablo, ante las diversas formas de inmoralidad sexual practicadas por el mundo (v. 3), exhorta a los tesalonicenses a que abracen el matrimonio cristiano: que cada uno adquiera su propia esposa y mantenga con ella una relación de santidad y honor, en contraste con la promiscuidad, impureza y vergüenza que caracteriza el comportamiento sexual del mundo.

Para guardarse contra el peligro [de la inmoralidad sexual] es la voluntad de Dios que los cristianos, dejando de lado las prácticas prevalecientes, se casen y preserven el matrimonio limpio de toda pasión baja.

Es como si el apóstol dijera al creyente recién convertido de Tesalónica: «¿Ves las manifestaciones de inmoralidad sexual que se practican a tu alrededor? No debes imitarlas. Has sido santificado, apartado para Dios, y debes vivir de acuerdo con su santidad. Así pues, corta radicalmente con los vicios de tus vecinos, parientes y compañeros de trabajo. Búscate una chica que comparta tu visión de la vida y que, como tú, viva para servir y glorificar a Dios. Cásate con ella y vive con ella una vida centrada en Dios. Trátala siempre con respeto y honor. Entiende que el matrimonio heterosexual es el único ámbito autorizado por Dios en el cual practicar las relaciones sexuales».

La única alternativa legítima al matrimonio cristiano es la que Pablo mismo practicaba: la castidad. Aquí el apóstol no la menciona como opción, pero la presentará ampliamente en 1 Corintios.

EN SANTIFICACIÓN Y HONOR (v. 4)

Antes de dejar el versículo 4, tomemos nota de algunos de sus detalles adicionales. El apóstol dice que:

    —Los tesalonicenses deben saber cómo adquirir una esposa y vivir con ella en santidad. El verbo saber implica obtener entendimiento y luego aplicarlo a la vivencia. La nueva mentalidad que los tesalonicenses tienen en Cristo les conducirá a comportarse correctamente con sus esposas.

    —La relación matrimonial debe desarrollarse en santificación. Esto quiere decir, como mínimo, que la mujer que cada uno «adquiere» por esposa debe ser una mujer «santa»; es decir, una mujer creyente que, como su marido, viva apartada para Dios, cumpliendo su voluntad, sirviéndole y esperando de los cielos a su Hijo. Esta idea no me la he sacado de la manga, sino que Pablo mismo la expresa en su exposición de estos mismos temas en las epístolas a los Corintios: la persona que tiene derecho a elegir a su cónyuge está en libertad de casarse con quien desee, sólo que en el Señor (1 Corintios 7:39); no estéis unidos en yugo desigual con los incrédulos, pues … ¿qué tiene en común un creyente con un incrédulo (2 Corintios 6:14–15).

Pero, sin duda, una relación llevada en santificación tiene implicaciones aun mayores que ésta. El matrimonio, como todas las demás áreas de la vida del creyente, debe ser apartado para el servicio de Dios. Hay un uso correcto del matrimonio consagrado y otro incorrecto; Pablo exhorta a que sigan el correcto.

De hecho, la pureza sexual es consecuencia de la santificación: es decir, lo que nos ayuda a mantenernos puros es el hecho de saber que hemos sido apartados por Dios para vivir como pueblo suyo con unos criterios muy diferentes de los del mundo. Proponer que alguien viva en pureza sin que haya conocido y asumido el llamamiento de Dios en el evangelio es pedirle peras al olmo. Vivir en pureza en medio de una sociedad promiscua y decadente exige un alto nivel de dominio propio. Tal dominio sólo es posible en personas guiadas y capacitadas por el Espíritu Santo (2 Timoteo 1:7), personas conscientes de su nueva condición como hijos regenerados de Dios y deseosos de vivir según las directrices de su Creador.

    —El matrimonio debe ser llevado en honor. Si la santificación se refiere al buen testimonio delante de Dios, el honor se refiere al buen testimonio delante de los hombres. La idea del honor tiene muchas ramificaciones, pero esencialmente quiere decir que, mientras que la inmoralidad empequeñece al hombre y le deshonra, la pureza sexual honra al hombre, a su esposa y al Señor. La impureza sexual es motivo de vergüenza (Romanos 1:27). La práctica de la inmoralidad te hace sentirte sucio, rebajado en tu propia estimación de ti mismo. Y, si tus impurezas llegan a ser de dominio público, traes descrédito sobre ti mismo y sobre tus seres queridos. La palabra honor indica todo lo contrario. Las sanas relaciones matrimoniales son honrosas (Hebreos 13:4). Un matrimonio feliz, cariñoso y sano provoca la admiración de la gente.

El creyente se honra a sí mismo cuando sabe que no tiene nada de qué avergonzarse. Honra a su Señor al vivir en obediencia a sus mandamientos. Y honra a su esposa cuando es absolutamente fiel a ella; pero también cuando la respeta, cuando lleva la relación no con actitudes egoístas buscando su propia gratificación, sino tomando en consideración siempre el bienestar y la comodidad de su esposa. Para que sea honroso, no basta con que el matrimonio se dé entre dos creyentes; también tiene que estar libre de egocentrismo, de crueldad, de violencia y de cualquier forma de mal.

Cada hombre debería tratar de manera honrosa y decente a su mujer, y no rebajarse a ninguna forma de infidelidad matrimonial.

EL MUNDO Y SUS DESEOS (v. 5)

En brutal contraste con el camino de la santidad matrimonial trazado por el Señor está el camino del desenfreno sexual seguido por los gentiles.

Según el apóstol, el mundo gentil se caracteriza por su pasión de concupiscencia. La palabra traducida como concupiscencia es literalmente deseo; pero, como en el caso de la palabra pasión, Pablo la emplea casi siempre con sentido peyorativo. Por ejemplo:

No reine el pecado en vuestro cuerpo mortal para que no obedezcáis sus lujurias (Romanos 6:12).
Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos (Gálatas 5:24).

Tal y como sugiere esta cita de Gálatas, la palabra pasión casi es sinónima de deseo. Pero mientras que deseo nos habla de apetitos ilícitos, pasión nos habla de apetitos desorbitados. De hecho, desenfreno de apetitos (o apetitos desenfrenados) no es una mala traducción de la frase. La pasión es algo que domina al hombre y le convierte en un títere del mal19; el deseo es algo que le impulsa y motiva convirtiéndole en un tirano agresivo. La pasión denota el aspecto pasivo del vicio, mientras que la [concupiscencia] se refiere al aspecto activo. En este contexto, por supuesto, ambas palabras se refieren al desenfreno en los apetitos sexuales.

De tal manera solía la gente del mundo pagano del siglo primero entregarse a las pasiones más bajas y a los deseos ilícitos, y de tal manera estaban esclavizados por sus apetitos carnales, que Pablo puede afirmar que la entrega a la pasión de concupiscencia era la característica común de los gentiles. Pero, por supuesto, muchos de sus lectores eran gentiles; así que el apóstol puntualiza: los gentiles que no conocen a Dios.

Éstos no se han convertido a Dios desde sus ídolos (1:9), ni conocen el gozo del Espíritu Santo, ni son imitadores del Señor (1:6), ni han recibido la palabra del mensaje de Dios (2:13). No agradan a Dios (2:15), sino que están en rebeldía culpable delante de él. Por lo tanto, Dios no está obrando en ellos para hacerles crecer en amor y en santidad (3:12–13).

Es lógico que los que no conocen a Dios vivan en impiedad, injusticia e impureza, empleando el sexo como instrumento de gratificación egoísta. Pero es impensable que un creyente viva así. De la misma manera que la idolatría y la inmoralidad van cogidas de la mano (ver, por ejemplo, 1 Corintios 10:7–8), así también la adoración al Dios vivo y verdadero debe ir acompañada por una sexualidad santa y pura.

Adaptado: Burt, D. F. (2002). La Conversión Auténtica

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