VIDA TRANQUILA, TRABAJO ESFORZADO Y CONDUCTA HONRADA | 1 Tesalonicenses 4:11-12 David Burt

 

VIDA TRANQUILA, TRABAJO ESFORZADO Y CONDUCTA HONRADA

1 TESALONICENSES 4:11-12

… y [os instamos] a que tengáis por vuestra ambición el llevar una vida tranquila, y os ocupéis en vuestros propios asuntos y trabajéis con vuestras manos, tal y como os hemos mandado; a fin de que os conduzcáis honradamente para con los de afuera, y no tengáis necesidad de nada.

EL AMOR Y EL TRABAJO

Pablo acaba de exhortar a los tesalonicenses en torno a las obligaciones del amor fraternal. Ahora aborda el tema de las obligaciones de la laboriosidad. Aparentemente, son dos temas bien diferentes. Pero el hecho de que las frases de los versículos 11 y 12 dependan del verbo (instamos que) empleado en el versículo anterior indica que, para Pablo, la dedicación al trabajo no es más que una extensión del amor. Ganar el sostenimiento propio es una forma de amar, porque quien se sostiene trabajando no necesita depender de otros. En cambio, quien se dedica a una vida de ocio suele ser egocéntrico y vivir como parásito social.

La relación entre el amor y el trabajo se ve en otros sentidos también. El egocentrismo conduce al orgullo, mientras que el amor se expresa en un espíritu humilde de servicio a los demás. El que ama desea trabajar, porque mediante su trabajo sirve a su prójimo y mediante el salario que percibe recibe recursos con los cuales poder atender a las necesidades de los demás. En este sentido, el amor fraternal y el trabajo honesto van asidos de la mano.

Por otra parte, parece que el amor fraternal practicado por los tesalonicenses había llegado a ser tan generoso que algunos se estaban aprovechando de él. Vivían a cuenta de los demás. Pablo no quiere que su exhortación a abundar más y más en amor se convierta en un aumento de aquel abuso. Por tanto, procede a hablar en contra de los que sacaban tajada de la situación.

La caridad generosamente ejercida por los hermanos más ricos de la congregación había resultado en algunas irregularidades. Quizás habría hermanos que, aprovechándose de esa provisión material, abandonasen sus ocupaciones habituales y, no teniendo que trabajar para su sostenimiento, saliesen predicando doctrinas estrambóticas, excitando sentimientos enfermizos y conturbando la fe pura y sencilla de otros.

Se ve, por lo que el apóstol dirá más adelante en el 5:14, que existían en la iglesia de Tesalónica ciertos creyentes a los que él llama ataktoi (cf. 2 Tesalonicenses 3:6, 7, 11). Esta palabra provenía inicialmente del mundo militar y se refería a soldados insubordinados, desordenados o indisciplinados. Con el tiempo adquirió otros matices más amplios, entre ellos el de referirse al trabajador recalcitrante u ocioso. En el caso específico de los tesalonicenses, parece referirse a personas que habían dejado de dedicarse al trabajo y que vivían a expensas de otros miembros de la congregación. De ahí que en ambas epístolas Pablo tenga que dedicar espacio al tema de la obligación de trabajar. Los indisciplinados estaban causando suficiente perturbación en la congregación como para hacer que en el 5:14 Pablo utilice un verbo de contenido fuerte —amonestar o advertir— para indicar la actitud que los demás deben adoptar hacia ellos. Los ataktoi no son hombres débiles que necesiten ser sostenidos, sino elementos peligrosos cuya mala influencia debe ser cortada. Por lo que se ve, desafortunadamente, esta medida exhortativa no consiguió el efecto deseado, por lo cual, en 2 Tesalonicenses, el apóstol tuvo que arremeter contra ellos con aun más fuerza (3:6–15). En la primera epístola aborda la cuestión de una manera menos directa, ofreciéndose a sí mismo y a los demás misioneros como modelo de cómo es posible servir al Señor sin ser carga para los demás hermanos (2:9) y colocando el tema de la dedicación al trabajo en el contexto positivo del amor fraternal. Pero, en la segunda, deja de lado toda sutileza y trato suave y exige medidas disciplinarias contundentes para atajar el asunto.

Casi todos los comentaristas asocian este grupo a personas obsesionadas por las ideas erróneas a las que Pablo contesta en el 5:1–11 y en 2 Tesalonicenses 2:1–12: de que la segunda venida de Cristo ya había ocurrido o estaba tan próxima a ocurrir que los creyentes debían dejar sus empleos y dedicarse solamente a los asuntos del reino eterno. Así las cosas, debemos entender que el problema de los ataktoi no era la pereza (es de observar que el apóstol nunca les acusa de ser perezosos), sino el error doctrinal y ético y sus consecuencias: habían dejado de trabajar como resultado de sostener ideas aparentemente espirituales; como consecuencia, estaban viviendo como parásitos. Dependían de la caridad de los demás creyentes. Esto, lejos de ser señal de una gran madurez y entrega al Señor —dice el apóstol— demostraba una clara falta de amor fraternal. Abusaban de sus hermanos cuando el Señor les pedía que los cuidasen. En vez de seguir estando ociosos, debían cumplir fielmente con sus obligaciones laborales.

Así pues, el problema de los ataktoi era doble. Por un lado, malentendían la enseñanza paulina acerca de la parusía, asunto que Pablo aclarará en el 5:1–11. Habían sucumbido ante una especie de histeria escatológica. Su creencia en la inminencia de la segunda venida les había conducido a abandonar el trabajo. Por otro, no habían entendido la voluntad del Señor en torno al trabajo, cuestión que el apóstol procede inmediatamente a dilucidar.

Para ello, emplea cinco frases:

    1.      Que tengáis por vuestra ambición el llevar una vida tranquila.

    2.      Que os ocupéis en vuestros propios asuntos.

    3.      Que trabajéis con vuestras manos, tal y como os hemos mandado.

    4.      A fin de que os conduzcáis honradamente para con los de afuera.

    5.      A fin de que no tengáis necesidad de nada (o de nadie).

Las tres primeras frases dependen del mismo verbo, tengáis por vuestra ambición, e indican cuáles deben ser las aspiraciones del creyente en cuanto a su vida laboral. Las dos restantes dependen de la conjunción a fin de que e indican la finalidad que el creyente debe perseguir en sus prioridades laborales.

LA LABORIOSIDAD (v. 11)

Veamos, pues, estas frases con más detenimiento.

1. Que tengáis por vuestra ambición el llevar una vida tranquila

Aquí, el apóstol emplea deliberadamente una frase que parece ser contradictoria, algo así como que vuestra lucha consista en no tener luchas, que vuestra ambición sea no tener ambiciones o que os inquietéis por vivir quietos7. Inicialmente, el verbo significaba amar la honra o ser ambicioso, pero llegó a denotar esforzarse o buscar afanosamente. En los otros dos lugares en los que aparece en el Nuevo Testamento parece oscilar entre estas dos acepciones. Así pues, la frase puede significar haced que vuestra ambición sea no tener ambición o afanaos por vivir sin afán. En todo caso, se trata de una frase sumamente gráfica.

La idea parece ser la siguiente. Los indisciplinados estaban causando mucha perturbación en la iglesia, quizás predicando acerca del inmediato fin del mundo o animando a los demás a dejarlo todo para esperar en oración y meditación la llegada del Señor. Constituían un foco de entusiasmo emotivo y de desconcierto eclesial. Conducían a que los creyentes, en vez de caracterizarse por un testimonio noble y coherente en la sociedad, fueran percibidos como unos iluminados irresponsables o fanáticos peligrosos. En lugar de eso —dice Pablo—, tendríais que desear ser conocidos como personas estables y maduras que, lejos de causar trastornos innecesarios, sois ciudadanos útiles, pacíficos, solidarios y responsables.

En nuestro día hay una sed de lo sensacional en cosas religiosas … Pero la fe verdadera producirá un espíritu tranquilo; el celo debido nos motivará a cooperar, en vez de a ocuparnos con lo que no debe importarnos; y la verdadera piedad le impartirá significado al trabajo cotidiano.

Es cierto que el evangelio en sí trae trastornos y desconciertos. No podemos esconder su naturaleza revolucionaria. Pero la revolución que lleva de cabo consiste en convertir a los egoístas en abnegados, a los inútiles en responsables y a los perezosos en laboriosos. No debe convertir a los trabajadores en sanguijuelas. Así pues, el efecto de saber que Cristo volverá pronto, lejos de ser el de provocarnos agitación interior, impaciencia e irresponsabilidad, debe ser el de darnos paciencia, serenidad y seguridad, además de hacer que nos entreguemos con mayor fidelidad a nuestras obligaciones sociales. Dios nos ha llamado a vivir en paz (1 Corintios 7:15) y la mejor situación en la que Cristo puede encontrarnos en el momento de su venida es viviendo tranquilamente ocupados en nuestro trabajo cotidiano y dando buen testimonio en nuestro lugar de empleo.

El pensamiento de que Cristo volverá y la vida tal como la conocemos se acabará no es razón para dejar de trabajar, sino para trabajar más intensa y fielmente. No es una espera inútil e histérica, sino una labor tranquila y útil la que nos introducirá en el reino.

2. Que os ocupéis en vuestros propios asuntos

La persona ociosa suele meterse en lo que no le importa, es decir, en la vida de los demás. Se vuelve crítica, chismosa y quisquillosa:

“Porque oímos que algunos entre vosotros andan desordenadamente, sin trabajar, pero andan metiéndose en todo” (2 Tesalonicenses 3:11).

Los indisciplinados deben dejar de inmiscuirse en los asuntos de los demás (pues el creyente ha de dar cuentas de estas cuestiones al Señor y no a otros; Romanos 14:4) y atender debidamente a sus propios asuntos. Deben dejar de mirar la mota que está en el ojo de su hermano y ser conscientes de la viga que está en su propio ojo (Mateo 7:3). Seguramente, los «propios asuntos» en cuestión son las obligaciones laborales y las responsabilidades sociales de cada uno. En todo caso, nuestro Señor ha encomendado a cada creyente una tarea (ver Marcos 13:34) y, si alguien se encuentra sin empleo formal (por ejemplo, por haberse jubilado), debe ocuparse no en entrometerse en las vidas ajenas, sino en cumplir aquellas buenas obras que sean del agrado de su Señor, atendiendo a las necesidades de los hermanos (Tito 3:8, 14):

Los creyentes que se ocupan de los negocios del Padre (Lucas 2:49) no tienen ni el tiempo ni el deseo de entrometerse en los asuntos de otros.

3. Que trabajéis con vuestras manos, tal como os hemos mandado

Cuando los misioneros estaban en Tesalónica, no solamente dieron buen ejemplo a los creyentes trabajando duramente de día y de noche (2:9; 2 Tesalonicenses 3:7–9; cf. 1 Corintios 4:12), sino que mandaron a los creyentes que hicieran lo mismo (4:11; 2 Tesalonicenses 3:10; cf. Efesios 4:28). Los tesalonicenses debían haber tenido clara, pues, su obligación como creyentes de trabajar y no estar ociosos. Pero algunos no habían hecho caso y necesitaban una nueva exhortación.

El hecho es que, muchas veces, el trabajo no es agradable. ¡Pregúntaselo a cualquier adolescente! El esfuerzo en el trabajo va en contra de nuestros gustos egoístas que reclaman comodidad, ocio y diversión. El verbo empleado por Pablo no disfraza este aspecto desagradable, pues es el mismo que hemos visto ya en el 2:9 y el 3:5 y se refiere al trabajo duro, fatigoso y esforzado, llevado a cabo con el sudor del rostro (Génesis 3:19). Aquello que fue en su día una maldición divina —no, ciertamente, el trabajo en sí, sino el carácter ingrato y cansino que adquirió a raíz de la caída— se convierte ahora en medio de santificación para el creyente. De la misma manera en que el embarazo y la formación de los hijos, aunque constituyen para la mujer el área de la maldición de la caída (Génesis 3:16), son el ámbito habitual en el que Dios desarrolla su salvación en ella (1 Timoteo 2:15), así también el área del trabajo, marcada por los tristes efectos de la caída, constituye el ámbito normal para el desarrollo de la salvación del varón.

A causa de los aspectos desagradables del trabajo manual, en el mundo griego éste se contemplaba con desprecio como algo indigno de hombres de bien y apto sólo para los esclavos y los pobres. No así en el mundo cristiano:

-       Pablo el fabricante de tiendas refuerza el ejemplo de Jesús el carpintero y concede dignidad a toda clase de trabajo humano honesto.

-       Repetidamente, el apóstol daba instrucciones acerca de cómo los creyentes debemos cumplir con nuestro trabajo y comportarnos en el mundo laboral (ver Efesios 4:28; 6:5–9; Colosenses 3:22–24; 2 Tesalonicenses 3:12–15; Tito 2:9–10). Así también había exhortado a los ancianos de Éfeso:

Vosotros sabéis que estas manos me sirvieron para mis propias necesidades y las de los que estaban conmigo. En todo os mostré que así, trabajando, debéis ayudar a los débiles, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: «Más bienaventurado es dar que recibir» (Hechos 20:34–35).

RAZONES PARA LA LABORIOSIDAD (v. 12)

Como ya hemos dicho, Pablo añade dos frases más que indican razones por las que los tesalonicenses deben ser laboriosos:

4. Que os conduzcáis honradamente para con los de afuera

La primera es nuestro buen testimonio ante los incrédulos. El impacto sobre ellos de nuestra manera de vivir es siempre una consideración importante. Por amor al testimonio, debemos estar dispuestos a prescindir de comportamientos legítimos pero que pueden conducir a malentendidos. Somos embajadores de Cristo y debemos vivir en la sociedad de tal manera que nuestra conducta sirva para glorificar siempre a nuestro Señor (Mateo 5:16):

Mantened entre los gentiles una conducta irreprochable, a fin de que en aquello que os calumnian como malhechores, ellos, por razón de vuestras buenas obras, al considerarlas, glorifiquen a Dios en el día de la visitación (1 Pedro 2:12).

Sin duda, la práctica del amor fraternal en la iglesia de Tesalónica había sido motivo de asombro y admiración para sus vecinos inconversos. No así la indolencia y el abuso del amor fraternal por parte de los vividores que aprovechaban la generosidad de la iglesia para justificar su abandono del trabajo. Éstos eran motivo de escándalo. El incrédulo sabe muy bien distinguir entre el amor y el abuso, entre el orden y la confusión, entre el ocioso y el diligente, entre recibir ayuda legítima y «gorrear». Si los abusos no son corregidos, el camino de verdad será blasfemado (2 Pedro 2:2).

En este contexto, la palabra honradamente viene a significar decorosamente o correctamente; o sea, los tesalonicenses debían conducirse de una manera que no ofendiera innecesariamente a los inconversos que los rodeaban. A este respecto, es interesante escuchar a los comentaristas:

En un sentido, el cristiano tiene que vivir sin preocuparse por la opinión del mundo, dado que sus pautas y sus normas son las de su Maestro y no las de la sociedad mundana. Pero, en otro sentido, el creyente siempre tiene que pensar en el efecto que sus actos puedan tener sobre otras personas. Debe tener cuidado de no desacreditar la fe por descuidar las apariencias.

El cristiano más humilde tiene la oportunidad de reflejar honor sobre la causa de Cristo mediante el cumplimiento coherente y fiel de sus deberes, y no hay nada que pueda compensar el bochorno que esa causa sufre cuando él deja de portarse así.

Un trotamundos o un holgazán dan muy mal testimonio de la fe que profesan, mientras que un trabajador honesto, cumplidor, fiel, se gana el respeto de todos.

Pablo toca aquí una verdad tremenda. Al árbol se le conoce por sus frutos; y una religión se conoce por la clase de personas que produce. La única manera de demostrar que el cristianismo es la mejor fe de todas es mostrando que produce las mejores personas. Cuando nosotros los cristianos mostremos que nuestro cristianismo nos hace mejores trabajadores, amigos más leales, hombres y mujeres más amables, entonces estaremos dando testimonio de veras.

5. Que no tengáis necesidad de nada

Normalmente —aunque no siempre—, la persona que se esfuerza en el trabajo tiene lo suficiente para cubrir sus propios gastos, contribuir a los de la iglesia y ayudar a los necesitados. Así disfruta de una independencia honorable. No tiene necesidades materiales y no tiene que ser una carga para nadie. Estos últimos matices están presentes en el texto griego, porque la frase traducida como de nada23 puede ser traducida también como de nadie.

El deseo normal de todo cabeza de familia debe ser el de ganar su propio sustento con el fin de poder cuidar adecuadamente a los suyos sin tener que depender de ayudas externas. Pero la Palabra de Dios va aún más lejos y nos pide que proveamos no sólo para los nuestros (1 Timoteo 5:8), sino también, si es posible, para los necesitados (Hechos 20:35; Efesios 4:28; 1 Timoteo 6:18).

Cierto, es una expresión de amor prestar apoyo a los necesitados; pero también lo es sostenernos a nosotros mismos a fin de no necesitar la ayuda de otros.

Antes de concluir nuestra meditación sobre este texto, tengamos en cuenta las siguientes consideraciones.

En primer lugar, debemos observar que, en ésta su primera sección dedicada a instrucciones éticas (4:1–12), Pablo dirige nuestra atención a dos áreas de comportamiento reprensible asociadas con dos de las ordenanzas dadas por Dios en el momento de la creación: el matrimonio y el trabajo (Génesis 2:15, 23–24). El apóstol empieza su enseñanza ética en el mismo punto en que lo hace Génesis.

En segundo lugar, notemos que la enseñanza de Pablo supone el fin de nuestro egocentrismo y el comienzo de una vida entregada a los demás. Si lo que determina nuestro comportamiento es nuestra propia comodidad y placer o nuestro afán de defender nuestros propios derechos e intereses, nunca entenderemos los mandatos bíblicos en torno al sexo y al trabajo. Por eso, el llamamiento a agradar a Dios (4:1–2) y a amar a nuestros hermanos (4:9–10) constituye el marco en el cual se inserta el llamamiento a la pureza sexual (4:3–8) y al trabajo esforzado (4:11–12).

La moralidad cristiana no es tanto una cuestión de reglas y normas como de relaciones. Por un lado, cuanto más conocemos y amamos a Dios, tanto más desearemos agradarle … Por otro, el amor a otros nos conduce a servirles … Experimentamos una maravillosa liberación cuando el deseo de complacer a Dios supera el deseo de complacernos a nosotros mismos y cuando el amor a otros desplaza el amor egoísta. La verdadera libertad no consiste en librarnos de Dios y de los demás a fin de vivir para nosotros, sino en librarnos de nosotros mismos a fin de vivir para Dios y para los demás.

En tercer lugar, una palabra sobre el problema actual del paro. Debemos extremar la precaución en el momento de aplicar la enseñanza de estos versículos a aquellos hermanos que, en el mundo moderno, se encuentran sin trabajo. Debemos comprender que el problema que aborda el apóstol no es el de aquellos que desean trabajar pero que no encuentran empleo, sino el de los que, teniendo empleo, lo abandonan por razones pseudo-espirituales y luego viven de la generosidad de los cristianos (ver 2 Tesalonicenses 3:10). En el mundo actual, el paro es un problema complejo, fruto de la recesión económica, la mala administración de los gobiernos, la mecanización de la agricultura y de la fabricación, la «multinacionalización» de la industria, la masificación de los mercados y muchos otros factores. La gran mayoría de creyentes que se encuentran sin empleo no son perezosos. Al contrario, están pasando por una situación traumática que atenta contra su autoestima y les da la sensación de no valer para nada. Necesitan toda la comprensión y solidaridad y todo el amor fraternal que la iglesia puede darles. Lo que menos necesitan es la torpe aplicación a su situación de este texto, el cual nada tiene que ver con ellos.

Y, en cuarto lugar, una aclaración en cuanto al ministerio cristiano como «trabajo» legítimo. La intención de Pablo al hablar en contra de los que dependen de la caridad de los creyentes no puede ser cuestionar que la iglesia, en la medida de sus posibilidades, tenga el deber de sostener a sus pastores, o que los que siembran lo espiritual puedan legítimamente cosechar lo material, pues eso sería negar lo que él enseña explícitamente en 1 Corintios 9:7–14:

¿No sabéis que los que desempeñan los servicios sagrados comen la comida del templo, y los que regularmente sirven al altar, del altar reciben su parte? Así también ordenó el Señor que los que proclaman el evangelio, vivan del evangelio.

Pero es de suma importancia distinguir entre lo que es un verdadero llamamiento de Dios al ministerio cristiano y lo que sólo es una decisión humana determinada por una reticencia ante la idea de trabajar. Lo cierto es que, para la gran mayoría de creyentes, la voluntad de Dios es que cumplan con el mandato de trabajar seis días de la semana (Éxodo 20:9). La llamada a dedicar todo el tiempo al ministerio cristiano es para pocos y debe ser refrendada por una clara indicación de la voluntad divina (recordar a ese respecto lo que ya hemos visto acerca del llamamiento de Pablo en el 2:4). Asimismo, es cierto que Dios llama normalmente a su servicio a personas ya formadas en su profesión e involucradas en su trabajo secular. Un hombre que no ha sido capaz de defenderse como cristiano en el mundo laboral difícilmente servirá para las luchas del ministerio pastoral. El hombre que no se ha demostrado fiel en el cumplimiento de las instrucciones de estos dos versículos, ¿cómo podrá enseñarlas a otros?

A este respecto, siguen vigentes las palabras de un comentarista de antaño:

Si no podemos ser santos en nuestro trabajo, no vale la pena que hagamos el esfuerzo de ser santos en ningún otro lugar … Tal vez algunos de nosotros anhelemos más tiempo libre a fin de estar disponibles para hacer trabajos espirituales y nos digamos que si tuviéramos más tiempo podríamos hacer mayores servicios a Cristo y a su causa … Pero esto es extremadamente dudoso. Si la experiencia nos ha enseñado algo es que no hay nada peor para la mayoría de los seres humanos que el no tener nada que hacer excepto ser religiosos … La vida diaria de trabajo … no nos roba la vida cristiana; en realidad la pone a nuestro alcance.

Adaptado: Burt, D. F. (2002). La Conversión Auténtica


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