RESPETO A LOS ANCIANOS | 1 Tesalonicenses 5:12–13a| David Burt


RESPETO A LOS ANCIANOS

1 TESALONICENSES  5:12–13a

"Pero os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que con diligencia trabajan entre vosotros, y os dirigen en el Señor y os instruyen, y que los tengáis en muy alta estima con amor, por causa de su trabajo."

UNA NUEVA SECCIÓN

Pablo deja atrás su exposición de temas escatológicos y comienza lo que será la última sección de su epístola, una especie de cajón de sastre lleno de misceláneas enseñanzas éticas y prácticas relacionadas con la vida de fe y las relaciones fraternales.

Evidentemente, esta nueva sección no parece tener la coherencia y sencillez temática de las secciones anteriores. Pero, por otra parte, no debemos pensar que sus diversas instrucciones carecen de toda clase de relación entre sí. En términos generales, vemos que todas ellas tienen que ver con las condiciones necesarias para que la vida eclesial prospere y transcurra en armonía y felicidad. Todas ellas abordan situaciones que, de no ser atendidas las palabras del apóstol, podrían provocar roces y divisiones en la congregación. Si el párrafo anterior a la sección escatológica (4:1–12) abordaba temas de santificación personal —la sexualidad, el amor fraternal, la laboriosidad—, éste (5:12–22) aborda temas de santificación colectiva.

Las instrucciones se pueden dividir en cuatro grupos, los cuales versan respectivamente sobre …

  1. La relación entre la congregación y sus líderes (vs. 12–13a).
  2. La relación entre los miembros de la congregación (vs. 13b–15).
  3. Tres virtudes que deben caracterizar siempre la vida del creyente (vs. 16–18).
  4. El discernimiento espiritual que el creyente necesita ejercer al participar en los cultos de la iglesia (vs. 19–22).

Sin embargo, aunque esta división sea aceptable en general, quizás hagamos bien en entender que algunas de las instrucciones no deben encorsetarse en ella. Por ejemplo, el mandato a abstenernos de toda forma de mal (v. 22) no puede limitarse a la vida cultual.

EL RECONOCIMIENTO DEL MINISTERIO (v. 12)

Aunque la sección es nueva y su temática es distinta, no hay ruptura en el fluir del texto. Por un lado, las enseñanzas éticas de esta sección establecen cómo debemos vivir mientras esperamos la llegada del día del Señor expuesta en la sección anterior. Por otra, Pablo acaba de hablar de la importancia de «edificar» la iglesia y ahora se dirige a situaciones que pueden contribuir a esta edificación o, por lo contrario, pueden servir para destruirla. Por otra, el versículo 12 se puede leer perfectamente a la luz del 11. Incluso la palabra que lo introduce —pero— indica que debe leerse de esta manera, porque sugiere un contraste o matización de lo que el apóstol acaba de decir. Aunque el ministerio de la consolación es de todos (v. 11), esto no significa un desprecio de aquellos que han sido nombrados para presidir la congregación (v. 12). El hecho de que el ministerio de edificación sea de todos los miembros del cuerpo sin excepción no quiere decir que la iglesia se pueda sostener sin líderes, ni mucho menos que el ministerio de éstos pueda ser mirado con desprecio. Es obvio que Pablo presupone aquí lo que dirá explícitamente en Tito 1:5: que allí donde no existe un buen equipo de ancianos, la iglesia es deficiente y cojea. Necesitamos pastores7.

No sabemos si, al proceder al tema de las relaciones entre la congregación y sus líderes, Pablo se dirige a un problema que ya existía en Tesalónica o si, sencillamente, quería que la iglesia se curara en salud impidiendo que el problema se produjera en lo sucesivo. Si acaso, el lenguaje de las primeras palabras del versículo sugiere lo primero. La palabra pero indica que el principio «democrático» de mutualidad enunciado en el versículo 11 no debe servirles a los lectores como excusa para subestimar el liderazgo espiritual. Os rogamos, hermanos, indica que Pablo sostiene una verdadera preocupación al respecto. Tiene la fuerza de os pido encarecidamente, como favor especial. Da a entender que el apóstol llevaba sobre el corazón una carga y ésta, a su vez, sugiere que algunos miembros podrían haber mostrado una falta de respeto hacia sus líderes. Esto parece confirmarse en el versículo 14, donde el apóstol habla de los indisciplinados (o desordenados), personas poco inclinadas a seguir las normas marcadas por los líderes de la congregación.

La situación podría haber sido aproximadamente la siguiente. Algunos miembros de la iglesia de Tesalónica cuestionaban la autoridad y la competencia de los líderes de la misma. Quizás, haciendo alarde de su libertad en Cristo y de la dirección del Espíritu, cuestionaran la necesidad de un liderazgo humano. Quizás tuvieran dificultad para reconocer la valía de aquellos con los que, hasta hacía poco, habían convivido en situaciones mundanas. A ese respecto, es importante recordar que todos los creyentes de Tesalónica eran recién convertidos y los misioneros habían tenido que seleccionar líderes de entre ellos. No es fácil someterse al liderazgo de un neófito, especialmente si conoces bien los tropiezos de su vida pasada y los defectos de su carácter. Quizás, debido a la falta de experiencia y de madurez espiritual, los ancianos hubieran actuado con torpeza y sin mucha sabiduría. Sea como fuere, parece que se cuestionaba su liderazgo:

Lo más probable es que los directivos de la iglesia hubieran reprendido a algunos de los miembros, probablemente a aquellos que se habían descarriado por sus erróneos conceptos respecto a la segunda venida hasta el extremo de dejar su trabajo. Esta exhortación no se habría hecho con todo el tacto que hubiera sido de desear, ni tampoco se habría recibido con humildad. Por ello Pablo se dirige a la iglesia en general, urgiendo a los miembros a tener el debido respeto a sus dirigentes (versículos 12 y 13); y después, todavía dirigiéndose a toda la iglesia pero evidentemente pensando en especial en los líderes, recomienda consideración y paciencia.

Lo que pide que los tesalonicenses hagan en primer lugar es, literalmente, conocer a sus líderes. Es decir, reconocer quiénes son, el valor que tiene su ministerio y la autoridad que tienen en el Señor.

Y aquí nos enfrentamos a un problema. Lo espiritual sólo lo reconocen los espirituales. Las cosas del Espíritu han de ser percibidas espiritualmente. La persona carnal no reconoce los dones espirituales ni discierne la dirección del Espíritu en la asignación de responsabilidades:

El hombre natural no acepta las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son necedad; y no las puede entender, porque se disciernen espiritualmente (1 Corintios 2:14).

Y lo grave del asunto es que no reconocer al líder puesto por el Espíritu es no reconocer al Señor que le ha designado:

El que os recibe a vosotros, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió (Mateo 10:40).

Cuando una asamblea determinada es dominada por personas que no tienen discernimiento espiritual, sino que sólo buscan imponer sus propios criterios carnales, entonces se acabó la paz (v. 13b). Por eso, el apóstol pide ahora que sus lectores ejerzan un discernimiento correcto y «reconozcan» a sus líderes.

Pero, naturalmente, el reconocimiento no es sólo cuestión de identificar correctamente a los líderes puestos por Dios, sino también de estimarles, respetarles y honrarles en su ministerio. En este contexto, el verbo tiene la fuerza de admitir su dignidad o apreciar su valor. Pero hacer esto resulta especialmente difícil en una congregación joven, en la cual nadie destaca por su veteranía y los líderes tienen que ser forzosamente recién convertidos10, sobre todo si los miembros se conocían antes de su conversión, pero ahora tienen que aceptar que algunos ocupen cargos de liderazgo y otros no. Reconocer que el Espíritu es soberano en su distribución de dones y que no todos son llamados a ejercer un ministerio de gobierno requiere humildad:

Era difícil para unos cuantos recibir órdenes de aquellos a quienes habían conocido toda la vida y quienes habían sido salvos casi al mismo tiempo. Mientras que es cierto que en la iglesia todos tienen iguales privilegios y bendiciones espirituales, no es cierto que todos tienen el mismo oficio, porque hay diferencia de dones y entre estos dones está el don de gobernar (1 Corintios 12:28).

ASPECTOS DEL LIDERAZGO CRISTIANO (v. 12)

A veces es necesario que la congregación honre a sus ministros aun cuando su labor sea mediocre, porque lo contrario es fomentar conflictos y lesionar la obra del Señor. Pero los ministros facilitan la obligación de la congregación si son concienzudos en su servicio. Por tanto, después de constatar la obligación de respetar su ministerio, Pablo describe el carácter y las funciones de los líderes fieles. Para ello utiliza tres frases, cada una de las cuales ofrece una variedad de matices, porque los verbos empleados se prestan a diferentes lecturas. Veamos cuáles son:

1. Trabajan con diligencia entre vosotros

Es importante comprender que, en el texto griego, la frase trabajar con diligencia es una sola palabra. De otra manera, se podría entender que Pablo está enseñando que los hermanos sólo deben honrar a los líderes en la medida en que se muestran diligentes. Ésta no es la idea. Aquí no está diciendo que los líderes deben esforzarse en su trabajo (en otros lugares, sí), sino que el ministerio del liderazgo espiritual es por definición un trabajo agotador. Algunas personas suponen que el pastoreo es jauja: sólo tienes que predicar un par de veces a la semana y dedicar unas pocas horas a la administración y a la visitación. Por lo demás, disfrutas de un buen salario y dispones de mucho tiempo libre. Desde luego, hay pastores que viven así. Pero dudo que tengan el corazón o la vocación del ministerio o que hayan sido puestos en su cargo por Cristo. Bien entendido, el pastoreo no es una posición de privilegio y de comodidad, sino de esfuerzo y de lucha. Los ancianos, por el solo hecho de serlo, han asumido una responsabilidad que les exige esfuerzo, sudores, sinsabores y sacrificio.

El verbo que Pablo emplea sugiere estas cosas: que el trabajo en cuestión es arduo, cansa y no puede llevarse a cabo sin esfuerzo y diligencia. En el Nuevo Testamento suele traducirse como trabajar; pero, más que del trabajo en sí, nos habla del cansancio que éste produce (cf. 1 Corintios 4:12: nos agotamos trabajando con nuestras propias manos). Significa trabajar arduamente, esforzarse o luchar, y cansarse al hacerlo. Es el mismo vocablo que Juan emplea cuando dice que Jesús, cansado del camino, se sentó junto al pozo de Sicar (Juan 4:6); o que el Señor mismo emplea cuando extiende su invitación para que vayan a él todos los cansados y cargados (Mateo 11:28).

Pablo ya ha empleado el sustantivo correspondiente en el 1:3 (vuestro trabajo de amor), el 2:9 (nuestro trabajo y fatiga) y el 3:5 (que nuestro trabajo resultara en vano), y volverá a emplear el verbo con cierta frecuencia en otras epístolas al hablar del esfuerzo que exige el ministerio. Nos recuerda, pues, lo que Pablo ya ha dicho acerca de su estancia en Tesalónica: Recordáis, hermanos, nuestros trabajos y fatigas, cómo, trabajando de día y de noche, para no ser carga a ninguno de vosotros, os proclamamos el evangelio de Dios (2:9).

Ahora —dice el apóstol— considerad a vuestros líderes. Abrid los ojos ante la realidad de lo que ellos llevan entre manos. Reconoced que el trabajo que llevan a cabo no es fácil, sino que requiere diligencia esforzada, vigilancia constante, un horario sin límites y un fuerte desgaste espiritual y emocional.

2. Os dirigen en el Señor

En segundo lugar, Pablo vuelve del carácter duro del ministerio a su naturaleza intrínseca. Emplea una frase que habla del liderazgo en sí. Literalmente, significa: los que están delante de vosotros en el Señor. La idea de estar delante o ir delante conlleva muchos posibles matices, por lo cual esta frase, como la anterior, plantea muchas ideas. Puede hablarnos de la solicitud con la que los líderes deben atender a la congregación, porque admite la acepción de cuidar, socorrer o proteger. Puede hablarnos de autoridad y derecho de mando, porque estar delante no está lejos de estar sobre; por lo cual se traduce como gobernar en 1 Timoteo 3:4, 5 y 12; 5:17. Pero quizás la función más obvia de aquel que está delante sea la de dirigir o conducir a los demás (cf. Romanos 12:8). En todo caso, indica el ejercicio de autoridad en la dirección de la congregación. El auténtico liderazgo cristiano combina todas estas cosas: asume la responsabilidad de dirigir y gobernar, pero lo hace con el espíritu de un padre que dirige a su familia, cuidándola, protegiéndola y buscando su bienestar.

Igualmente, la frase en el Señor ofrece diferentes matices de interpretación. Por una parte, puede referirse al origen de la autoridad de los líderes. Han sido constituidos y designados por el Señor. Esto es serio. Quien rechaza su autoridad o se niega a reconocer su liderazgo está en peligro de salirse del señorío de Cristo.

Por otra parte, puede referirse al ámbito de su autoridad. No han sido llamados a dirigir a todo el mundo, sino a los que están en el Señor. El área de su liderazgo es la comunidad de los creyentes, los que están vinculados entre sí a causa de su común sumisión a Jesucristo.

Por otra parte, indica cierta limitación del grado de autoridad que los líderes ejercen. Ellos están bajo la autoridad superior de Cristo. De hecho, sólo tienen autoridad por cuanto están bajo autoridad (Mateo 8:9). Por tanto, no pueden ejercer el liderazgo a su antojo, sino que tienen que seguir las directrices de Cristo. Deben dirigir «en el Señor».

Y, por otra parte, podría indicar una limitación del área de su autoridad. Ejercen dirección y gobierno en aquellos asuntos que tienen que ver con la obra del Señor y la vida de fe. Dios ha constituido otras autoridades en otras esferas: las autoridades civiles en la sociedad, los empresarios en la vida laboral, los padres en la familia, los profesores en la escuela … Los líderes de la iglesia no han sido puestos con la finalidad de deshancar a aquéllos ni con el derecho de inmiscuirse en áreas de la vida en las que aquellas otras autoridades son competentes. Deben ejercer su liderazgo en aquellos asuntos que tienen que ver con la «asamblea en Dios» (1:1).

3. Os instruyen

La tercera frase centra nuestra atención en el aspecto docente del liderazgo cristiano. El pastor tiene que ser un buen maestro. Pero el verbo que Pablo emplea (noutheteö) no suele traducirse como enseñar sino como amonestar. Literalmente, significa poner en mente, de donde procede instruir o advertir. En su uso habitual, parece distinguirse del verbo enseñar (didaskö) en que éste contempla la transmisión positiva de conocimiento (ver, por ejemplo, 2 Tesalonicenses 3:15), mientras que noutheteö contempla principalmente cuestiones negativas —lagunas, deficiencias o defectos— y, en consecuencia, la transmisión de una advertencia o reprensión. Este verbo, pues, está a medio camino entre la enseñanza y la amonestación.

Es decir, no se trata de una amonestación cualquiera. No es una recriminación, protesta o reprensión sin más; sino una advertencia basada en la instrucción. Pablo utiliza la misma palabra cuando dice que las historias ejemplares del Antiguo Testamento fueron escritas como enseñanza [o amonestación] para nosotros (1 Corintios 10:11). Si la emplea aquí, no es porque el ministerio docente de los líderes deba ser habitualmente áspero y duro, sino porque la instrucción fiel, si bien en condiciones normales participará de enseñanzas positivas y actitudes tiernas, no puede ni debe rehuir la obligación de amonestar, advertir y disciplinar cuando estas cosas son necesarias.

Así, pues, describe Pablo a los líderes. Son hombres designados para esforzarse en el ministerio de la dirección e instrucción de la iglesia en general. Llama la atención que son definidos en términos del trabajo que llevan a cabo y el esfuerzo con que se dedican al mismo, no en términos del cargo que ocupan o el título que ostentan. No es que los títulos sobren —Pablo mismo los llamará ancianos, pastores o supervisores (obispos) en epístolas posteriores—, sino que debe primar el ministerio en sí.

AMOR A NUESTROS LÍDERES (v. 13a)

A los que desempeñan tales ministerios —dice Pablo— no sólo hay que reconocerlos y respetarlos, sino también amarlos. El sentido general del versículo 13 es claro, si bien ofrece pequeñas dificultades en sus detalles. Reza literalmente: que los consideréis sobreabundantemente en amor. El verbo considerar es de significado «neutral» y depende normalmente de algún complemento para determinar si la consideración es de signo positivo o negativo. Por ejemplo, Pablo vuelve a emplearlo en 2 Tesalonicenses 3:15 en la frase no lo tengáis por enemigo. Pero aquí no hay complemento directo. Sencillamente, los lectores deben «considerar sobreabundantemente» a sus líderes. Sin embargo, nadie duda de que, en este contexto, tiene que significar tenerlos en muy alta estima.

Luego no está claro si la frase adverbial en amor acompaña al verbo considerar o al adverbio sobreabundantemente. Es decir, ¿deben los tesalonicenses honrar sobreabundantemente a sus líderes y hacerlo con amor? ¿O deben considerarlos en amor y hacerlo sobreabundantemente?

En realidad, la diferencia entre estos matices es mínima. En todo caso, las frases combinan la idea de estima (tener en alto) y cariño, y todo en abundancia. La palabra sobreabundantemente es un triple intensivo paulino y equivale a desmesuradamente. Pablo pide que la actitud de los creyentes hacia sus ancianos sea de muy alta consideración y gran afecto. No basta con acatar de mala gana sus directrices. El auténtico aprecio y el verdadero amor deben ser las notas dominantes en la relación de los miembros con sus líderes.

Tales actitudes no son fáciles de sostener a la luz de las facetas del ministerio pastoral que Pablo acaba de mencionar. El ejercicio de la autoridad provoca resistencia o envidia en aquellos miembros de la congregación que no han aprendido la mansedumbre de Cristo, mientras que la amonestación despierta en ellos resentimiento y rebeldía. Esto puede deberse a que los líderes estén empleando mal sus prerrogativas, pero también a que los miembros abriguen actitudes de insubordinación de cara al Señor y su palabra. En todo caso, atenta contra el ámbito de amor que debería caracterizar la relación.

La razón por la que los líderes son merecedores de respeto y amor es la labor que llevan a cabo: que los tengáis en muy alta estima con amor, por causa de su trabajo. No dice: a causa de su cargo, ni a causa de su carácter. No es cuestión de afinidad de personalidades o de gustos, ni mucho menos de culto a la personalidad o de exaltación del cargo. Lo que debe provocar amor y gratitud es el debido aprecio de su ministerio. Sin duda, cualquier hombre que ha sido reconocido por la iglesia como capaz de ejercer responsabilidades de liderazgo tendrá una personalidad accesible, un carácter afable, destacados dones de enseñanza o gobierno y un espíritu sacrificado de servicio. Muchas veces ganará el afecto de los miembros a causa de su personalidad y carisma. Sin embargo, como acabamos de decir, la naturaleza de su ministerio hace que no siempre sea fácil de ejercer ni de recibir. El ejercicio de la autoridad provoca resistencia en una generación como la nuestra, caracterizada por la insubordinación ante toda clase de autoridad. Y el ejercicio de cierta clase de exhortación, reprensión y disciplina, si no se encaja bien, despierta resentimiento y animosidad. Entonces no sabremos mantener el necesario aprecio de nuestros ancianos a no ser que consideremos su trabajo.

Éste es un énfasis constante del Nuevo Testamento cuando nos habla de las actitudes que debemos sostener hacia nuestros líderes. Por ejemplo, cuando Pablo escribe a los corintios acerca del respeto que le deben a Timoteo, aduce como razón el hecho de que Timoteo esté haciendo la obra del Señor:

Si llega Timoteo, ved que esté con vosotros sin temor, pues él hace la obra del Señor como también yo. Por tanto, nadie lo desprecie (1 Corintios 16:10–11).

Lo mismo es cierto cuando escribe acerca de Epafrodito. Aunque existían profundos vínculos humanos de afecto fraternal entre él y los filipenses, éstos no constituían la principal causa por la cual debía ser respetado por los filipenses. Debían tenerle en alta estima porque hace la obra del Señor:

Recibidlo, pues, en el Señor con todo gozo, y tened en alta estima a los que son como él; porque estuvo al borde de la muerte por la obra de Cristo, arriesgando su vida (Filipenses 2:29–30).

Y el autor de la Epístola a los Hebreos enseña que es la naturaleza de la obra de los pastores la que debe inducir en nosotros un espíritu de sumisión y obediencia:

Obedeced a vuestros pastores y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta. Permitidles que lo hagan con alegría y no quejándose, porque eso no sería provechoso para vosotros (Hebreos 13:17).

Honramos y amamos a nuestros pastores, pues, no tanto porque nos caen bien o nos resultan simpáticos, ni porque tienen un carácter agradable o un discurso divertido, ni porque nos atienden bien según nuestros propios criterios o nos predican aquello que queremos escuchar, sino porque han sido puestos por el Señor para llevar a cabo su obra. Los amamos y los respetamos porque amamos al Señor que los ha designado y porque amamos la obra del Señor y no queremos perjudicarla de ninguna manera.

Si consideramos correctamente el esfuerzo y el agotamiento que produce el ministerio pastoral, comprenderemos que la autoridad y la amonestación no son privilegios ni pueden ejercerse bien si se caracterizan por el orgullo y la prepotencia, sino que son obligaciones que deben llevarse a cabo «en el Señor», bajo su autoridad y dirección y en su poder, y que desgastan al líder. Si «conocemos» bien su ministerio, será más fácil identificarnos con él y apreciarle.

El trabajo de los líderes es una parte intrínseca de la obra del Señor en general. Poner trabas al uno es perjudicar a la otra. Si nuestro afán es el que debe ser —la edificación mutua de todos para bien de la obra (v. 11)—, haremos todo lo posible para adelantar el ministerio de nuestros pastores, no para oponerles resistencia:

Los dirigentes nunca pueden desempeñarse en toda la medida de sus posibilidades si están sujetos a una severa crítica por parte de aquellos que deberían ser sus seguidores.

Huelga decir que esta enseñanza nunca ha revestido mayor importancia que en nuestra generación. En muchas congregaciones vemos que los líderes son tenidos en poco, sus gestiones cuestionadas y su autoridad despreciada. Los perjudicados en tales casos no son solamente los propios líderes, sino también toda la congregación y toda la obra del Señor. Hoy en día, en muchas iglesias la tónica general parece ser gastar más tiempo y esfuerzo en resolver tensiones entre los miembros y el liderazgo que en proclamar el evangelio entre los incrédulos.

Necesitamos urgentemente recuperar la visión de estos versículos y, más aún, el espíritu de mansedumbre y aprecio mutuo que subyace en las palabras del apóstol. Las raíces de amargura deben ser arrancadas, si no por otras razones, por amor al testimonio, y debemos asumir las exigencias de la Palabra de Dios: que respetemos, honremos, obedezcamos y amemos a nuestros pastores.

¡Feliz aquella congregación en la que los pastores y los demás miembros reconocen que Dios llama a los creyentes a ministerios diferentes, que ejercen sus propios ministerios con diligencia y humildad y que muestran hacia los demás el respeto y el amor que su labor exige por haber sido dada por Dios!


Adaptado: Burt, D. F. (2002). La Conversión Auténtica

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