FE, AMOR Y ESPERANZA | 1 Tesalonicenses 1:3 | David Burt
“... teniendo presente sin cesar delante de nuestro Dios y Padre vuestra obra de fe, vuestro trabajo de amor y la firmeza de vuestra esperanza en nuestro Señor Jesucristo; …” (1Ts.1:3)
En el versículo 3, los misioneros explican con más detalle los motivos por los que dan gracias al Señor. El texto tiene una estructura igualmente elegante formada por frases simétricas. Lo que los misioneros recuerdan son tres cosas:
1. La obra de vuestra fe.
2. El trabajo de vuestro amor.
3. La paciencia (o firmeza o perseverancia) de vuestra esperanza.
Y estas tres frases son matizadas, a su vez, por dos frases más:
4. En nuestro Señor Jesucristo.
5. Delante de nuestro Dios y Padre1.
Veamos, pues, cuál es el significado de estas cinco frases. Notemos, en primer lugar, la agrupación típica de la fe, el amor y la esperanza. Volverán a aparecer juntos en el 5:8: habiéndonos puesto la coraza de la fe y del amor, y por yelmo la esperanza de la salvación (cf. 2 Tesalonicenses 1:3–4). Y llegarán a constituir una trilogía frecuente en los escritos de Pablo y de los demás autores del Nuevo Testamento, alcanzando su máxima expresión en las bien conocidas palabras de 1 Corintios 13:13: Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor. Está claro que la vida del creyente debe caracterizarse por otras muchas virtudes, además de estas tres; pero es como si éstas resumieran el corazón o la esencia de la vivencia cristiana. La fe, principio vital que nos vincula a Cristo en Dios, es el fundamento sobre el cual descansa nuestra vida presente. Por fe andamos. Sin fe no podemos agradar a Dios. Nos sostenernos en el camino de Cristo viendo por fe al Invisible y confiando en sus promesas.
Sin embargo, la única manera de demostrar la autenticidad de la fe es mediante el amor. Por así decirlo, la fe en sí es invisible. Para hacerse patente debe convertirse en acciones de amor cristiano, concepto que abraza todas las virtudes de Cristo y todos los preceptos de su ley.
Y, de la misma manera en que el amor es la expresión de una verdadera fe, también lo es la esperanza; porque ésta no es más que la fe perseverante aun en medio de tribulaciones. Aquella fe del principio, que cree la Palabra de Dios, debe perdurar en lo sucesivo, mientras vivimos sobre la base de las promesas de Dios.
Muchas veces se ha indicado que, en la vida cristiana, la fe suele mirar hacia el pasado, el amor hacia el presente y la esperanza hacia el futuro. La fe sugiere aquel momento cuando los tesalonicenses abrazaron el mensaje apostólico y creyeron en Jesucristo; el amor habla de sus obligaciones actuales; y la esperanza pone la mirada en el retorno de Cristo. En este sentido, es posible decir acerca de las dos partes principales de nuestra epístola que la primera parte (capítulos 1 a 3) versa sobre la fe inicial de los tesalonicenses y cómo se está manifestando en el amor fraternal, mientras que la segunda (capítulos 4 y 5) trata la esperanza futura de los creyentes depositada en la segunda venida de Cristo, y cómo ésta también debe estimularles a perseverar en la práctica del amor.
Todo eso es verdad. Sin embargo, debemos recordar que la fe no sólo es cosa del pasado, sino que debe perdurar hasta la muerte y manifestarse en una perseverante fidelidad al Señor, a su reino y a su justicia. Igualmente, la esperanza ilumina el camino del creyente desde el primer momento de su conversión; mientras el amor nunca deja de ser (1 Corintios 13:8). Por tanto, mientras estemos en esta vida, siempre será cierto que ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor (1 Corintios 13:13).
Así fue en el caso de los tesalonicenses. La fe inicial con la que abrazaron el evangelio (1:6–7) se convirtió en ellos en una poderosa fuente de testimonio ante el mundo (por todas partes vuestra fe en Dios se ha divulgado; 1:8), de perseverancia en la doctrina (si creemos que Jesús murió y resucitó, así también [debemos creer que] Dios traerá con él a los que durmieron en Jesús [4:14; cf. 3:10]) y de consuelo para el apóstol (envié [a Timoteo] para informarme de vuestra fe, por temor a que el tentador os hubiera tentado … Por eso, hermanos, en toda nuestra necesidad y aflicción fuimos consolados respecto a vosotros por medio de vuestra fe; porque ahora sí que vivimos, si vosotros estáis firmes en el Señor; 3:5, 7–8). La fe que salva es una fe perseverante. La fe profesada al comienzo del camino debe demostrar su autenticidad por medio de la fidelidad a lo largo del trayecto.
Y también por medio del amor. La fe y el amor deben ir siempre cogidos de la mano (1:3; 3:6). En el caso de los tesalonicenses, el amor estuvo presente desde el principio en la buena recepción y la generosa hospitalidad otorgadas a los misioneros (la acogida que tuvimos por parte de vosotros [1:9]) y ahora perdura en el sincero afecto que siguen manifestándoles ([Timoteo] nos ha traído buenas noticias de vuestra fe y amor y de que siempre tenéis buen recuerdo de nosotros, añorando vernos [3:6]). De hecho, aquellos creyentes daban muestras tan claras de un genuino amor cristiano que en cuanto al amor fraternal, no tenéis necesidad de que nadie os escriba, porque vosotros mismos habéis sido enseñados por Dios a amaros unos a otros; porque en verdad lo practicáis con todos los hermanos que están en toda Macedonia (4:9–10). Pues bien —dice el apóstol— este mismo amor debe expresarse también por medio de la exhortación mutua (5:11), del respeto a los ancianos de la congregación, de la buena convivencia fraternal (5:12–13) y de la paciencia con los débiles (5:14), procurando siempre lo bueno los unos para con los otros, y para con todos (5:15). El amor no les falta, pero siempre puede ir a más: El Señor os haga crecer y abundar en amor unos para con otros, y para con todos (3:12).
Como acabamos de ver, la fe y el amor estaban ya firmemente arraigados en los tesalonicenses. Quizás, pues, la preocupación dominante del apóstol sea la vitalidad de su esperanza. Escribe sobre todo para animarles a perseverar en ella. Es consciente de la oposición, tentación y tribulación que los rodean —también vosotros padecisteis los mismos sufrimientos a manos de vuestros propios compatriotas, tal como [las iglesias de Judea] padecieron a manos de los judíos (2:14); que nadie se inquiete por causa de estas aflicciones, porque vosotros mismos sabéis que para esto hemos sido destinados (3:3)—, y de lo fácil que sería para ellos dar marcha atrás (3:5). Les escribe para animarles a poner la mirada en el retorno de Cristo, en la resurrección de los muertos y en su encuentro con el Señor (1:10; 3:13; 4:14–17; 5:2, 23–24), con el fin de no desesperarse.
Así pues, la fe, el amor y la esperanza están ya presentes en los tesalonicenses, por lo cual los misioneros dan gracias a Dios; pero necesitan seguir creciendo, por lo cual interceden.
Sin embargo, la causa exacta del regocijo de los tres misioneros no consiste en la fe, el amor y la esperanza en sí, sino en los frutos que estas tres virtudes están dando en la vida práctica de los tesalonicenses: vuestra obra de fe, vuestro trabajo de amor y la firmeza de vuestra esperanza.
La interpretación exacta de estas tres frases —sobre todo la primera— ha sido viciada por el secular debate sobre el lugar de la fe y de las obras en la salvación; pero, de hecho, su interpretación no resulta difícil. Pablo tenía muy claro que el hombre es justificado ante Dios por la fe, no por las obras (Romanos 3:28; 4:5; Efesios 2:8–9); pero, igualmente, que las obras son el fruto necesario de una fe auténtica (Efesios 2:10; Tito 3:1, 8, 14). Las obras no son el medio por el cual nos ganamos la salvación, pero sí son su consecuencia ineludible. La fe que salva es una fe que obra (Santiago 2:17); es decir, que se manifiesta en los frutos de una vida transformada. Vuestra obra de fe se debe entender, pues, no como si la obra en cuestión fuera la propia fe, sino como aquella manera de obrar que manifiesta la autenticidad de la fe y es fruto suyo. Bien entendido, siempre hay una estrecha relación entre fe y obras: las buenas obras emanan de la fe, son llevadas a cabo con fe y dan evidencia de la autenticidad de la fe de quien las realiza.
Esta interpretación queda confirmada por el evidente paralelismo entre las tres frases, el cual indica que deben ser interpretadas de una manera similar en cada caso. Puesto que vuestro trabajo de amor se refiere a los actos generosos resultantes del genuino afecto fraternal, y puesto que la firmeza de vuestra esperanza se refiere a la continuada dedicación al servicio cristiano que resulta de una viva esperanza en Cristo2, casi cae por su peso que vuestra obra de fe tiene que referirse a las obras que practican los tesalonicenses como consecuencia de haber creído. Las tres virtudes producen sendos frutos —la fe conduce a obras, el amor a trabajos y la esperanza a paciencia—, los cuales constituyen las evidencias fehacientes de la autenticidad de la conversión de los tesalonicenses y la causa de la desbordante alegría de los misioneros.
Es difícil determinar de qué maneras la obra, el trabajo y la firmeza se distinguen entre sí y, seguramente, el apóstol se está refiriendo a un mismo fruto indivisible que fluye tanto de la fe como del amor y de la esperanza. Pero, puestos a matizar, es posible desprender del texto los siguientes énfasis:
- Vuestra obra de fe parece contemplar, antes que nada, el celo evangelístico de los tesalonicenses y la fidelidad de su testimonio. Éste, al menos, es el énfasis tanto del resto del capítulo 1 como del texto paralelo de 2 Tesalonicenses 1:3. Nada más convertirse a Cristo, aquellos creyentes dieron evidencias fehacientes de su fe testificando a través de sus palabras y sus vidas transformadas acerca de la verdad de la Palabra de Dios y propagando fielmente el evangelio:
Saliendo de vosotros, la palabra del Señor ha resonado, no sólo en Macedonia y Acaya, sino que también por todas partes vuestra fe en Dios se ha divulgado, de modo que nosotros no tenemos necesidad de hablar nada (1:8). - En cambio, vuestro trabajo de amor contempla, sobre todo, la solidaridad con los necesitados, especialmente con los de la familia de la fe, y la disposición a atender a sus necesidades aunque sea al precio del sacrificio personal. Éste, al menos, parece ser el sentido de la palabra amor en esta epístola (3:6, 12; 4:9; 5:8, 13): se dirige aquí no tanto a Dios, sino al prójimo; o, mejor dicho, al prójimo por amor a Dios.
- Y la firmeza3 de vuestra esperanza habla de la constancia y la perseverancia en medio de la oposición y persecución del mundo. Éste es el énfasis en el texto paralelo de 2 Tesalonicenses 1:4. Sólo la firme convicción de que falta poco para que el que ha de venir venga (Hebreos 10:37) puede compensar nuestra vulnerabilidad ante los ataques del mundo, la carne y el diablo y concedernos aquella paciencia que pueda animarnos para seguir adelante en el camino. Esperar y amar su venida (2 Timoteo 4:8) sabiendo que pronto daremos cuentas a nuestro Señor (Romanos 14:12) es lo que nos mantendrá fieles a la doctrina recibida a pesar de los vientos filosóficos que soplan, nos guardará fieles a la ética de Cristo a pesar del libertinaje a nuestro alrededor, y nos dará ánimos para proseguir fielmente con nuestro testimonio aun a pesar de la burla y el rechazo de los demás. La esperanza de la segunda venida, presente en toda la epístola, y la santidad que habrá de caracterizar al creyente en aquel día deben marcar nuestros caminos aquí y ahora e infundirnos el fuerte deseo de seguir adelante contra viento y marea en nuestra fidelidad al Señor:
Que el mismo Dios de paz os santifique por completo; y que todo vuestro ser … sea preservado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo (5:23).
Los tesalonicenses, pues, manifestaban una firme esperanza que les estimulaba a seguir adelante en su testimonio a pesar de toda clase de oposición. Cabe preguntarnos si nuestra fe en el Señor Jesucristo y en la verdad del evangelio es suficientemente robusta como para inducirnos a la fidelidad en el testimonio y al denuedo en la evangelización; si nuestro amor es lo bastante auténtico como para llevarnos a atender sacrificadamente las necesidades de los que nos rodean; y si nuestra esperanza en el pronto retorno de nuestro Señor es bastante real como para sostenernos en nuestro compromiso cristiano a pesar del antagonismo del mundo.
Como ya hemos dicho, estas tres frases conducen a dos más, las cuales han sido objeto de varias interpretaciones. Por eso necesitamos analizarlas con cierto cuidado.
En primer lugar está la frase en nuestro Señor Jesucristo. El debate en torno a ella se centra en la cuestión: ¿Debe modificar las tres frases anteriores4 o sólo la última de ellas5? ¿Es Jesucristo percibido aquí como el objeto tanto de nuestra fe y de nuestro amor como de nuestra esperanza, o sólo como el objeto de nuestra esperanza?
Por supuesto, en un sentido absoluto nadie duda de que nuestra fe debe ser depositada en Jesucristo nuestro trabajo de amor ha de ser llevado a cabo por amor a él. Por tanto, cualquiera de las interpretaciones es buena en sí. La pregunta es sencillamente: ¿qué quería decir el apóstol en ese momento?
Aun reconociendo que hay buenos argumentos a favor de cada una de las interpretaciones, me inclino a pensar que la frase debe relacionarse sólo con la esperanza. A pesar de que Pablo acaba de hablar de la iglesia de los tesalonicenses en Dios Padre y en el Señor Jesucristo, frase que nos recuerda que toda la vida de la iglesia debe ser vivida «en Cristo» —su «obra de fe» y su «trabajo de amor», además de su «firmeza de paciencia»—, hay otros argumentos más poderosos a favor de la vinculación con la esperanza:
- En primer lugar, es el sentido más llano y obvio del texto: la firmeza de vuestra esperanza-en-nuestro-Señor-Jesucristo.
- En segundo lugar, como acabamos de ver, parece que la mayor preocupación de Pablo al escribir no fue tanto la fe y el amor de los tesalonicenses como su perseverancia en esperanza hasta el día de Cristo (como lo demuestra el solo hecho de las frecuentes referencias a la segunda venida). Por eso deja para el final de la trilogía la esperanza, aun cuando él mismo reconoce la preeminencia del amor (1 Corintios 13:13). Y por eso también le concede ahora mayor protagonismo a ella, extendiendo y ampliando la tercera frase. De hecho, hará algo parecido al final de la epístola, al reunir la fe y el amor como nuestra coraza pero dando un protagonismo especial a la esperanza como nuestro yelmo (5:8–9).
- En tercer lugar, esta interpretación está en consonancia con otros pasajes similares de la epístola. En el 4:13–14, el apóstol dice que nuestra esperanza en el momento de perder a seres queridos descansa en lo que la Palabra revela acerca de Jesucristo: que él venció la muerte al resucitar y que resucitó como precursor de todos los que duermen en él. Y el yelmo que debe cubrir nuestra mente y protegernos de la angustia cuando nos asedian dudas acerca de nuestra suerte en el día final es la esperanza de que Dios nos otorgará una plena salvación a través de Jesucristo (5:8–9). En ambos casos nuestra esperanza está depositada en Jesús.
Entendemos, pues, que la esperanza de la que está hablando Pablo en nuestro versículo, y que debe dar el fruto de la paciencia, no es otra sino la esperanza en nuestro Señor Jesucristo (entiéndase en la certeza de su retorno, de su manifestación en gloria y de la plena salvación que traerá consigo para todos los que así esperan en él).
Pero ¿qué hacer con la última frase del versículo6: delante de nuestro Dios y Padre?
Aquí nos encontramos básicamente con tres respuestas. En primer lugar están los que la asocian con la oración de los misioneros: Tenemos presente, delante de nuestro Dios y Padre, vuestra obra de fe, etc7. Aunque, en cuanto a significado, ésta puede ser la solución más sencilla (pues «tener presente delante de Dios» no es más que un sinónimo de «orar» y no ofrece dificultad alguna en cuanto a su interpretación), tiene el gran inconveniente de requerir una reordenación del sentido natural de las frases. Las dos están demasiado separadas en el texto griego como para ligarse de esta manera con plena convicción8.
En segundo lugar están los que, habiendo entendido que la frase en nuestro Señor Jesucristo debe asociarse con la fe y el amor de los tesalonicenses, además de con su esperanza, ahora suponen que estas tres virtudes se manifiestan delante de Dios Padre. Nosotros, sin embargo, nos hemos decantado ya en contra de esta vinculación de las frases.
Lo cual nos deja con la tercera interpretación, según la cual los tesalonicenses han perseverado a causa de su esperanza en nuestro Señor Jesucristo delante de [o en la presencia de] nuestro Dios y Padre. Puede que esta lectura suene extraña en comparación con la primera, pero no para los que conocen bien esta epístola. El hecho de que en el día final Jesucristo se vaya a manifestar delante de nuestro Dios y Padre y que todo (incluida nuestra obligación a darle cuentas) se desarrollará en su presencia, es reforzado por el 3:13: a fin de que él afirme vuestros corazones irreprensibles en santidad delante de nuestro Dios y Padre, en la venida de nuestro Señor Jesús. Una frase similar9 se halla en el 2:19.
Se trata de una frase con reminiscencias bíblicas. Por ejemplo, nos recuerda la visión de Daniel en la que, he aquí, con las nubes del cielo venía uno como un Hijo de Hombre, que se dirigió al Anciano de Días y fue presentado delante de él (Daniel 7:13). Las Escrituras enseñan que, tanto en su ascensión como en su segunda venida, el Señor resucitado actúa delante de Dios Padre. En el contexto de nuestro versículo, pues, la frase delante de nuestro Dios y Padre refuerza la idea de que la esperanza de los tesalonicenses está depositada en el Señor Jesucristo en el momento de su retorno en gloria.
Por todas estas razones, parece que no existe motivo de peso por el cual desarraigar esta frase de su lugar en el texto original. La esperanza de los tesalonicenses está depositada en aquel Jesús que volverá en gloria y se manifestará como Rey sentado en el trono.
En resumidas cuentas, pues, los misioneros pueden dar gracias por tres motivos: ven en los tesalonicenses un celo evangelístico que ratifica la autenticidad de su fe, un cuidado fraternal que manifiesta el carácter genuino de su amor, y una constancia y tenacidad ante la persecución que habla elocuentemente de su viva esperanza en el pronto retorno del Señor Jesucristo.
Adaptado: Burt, D. F. (2002). La Conversión Auténtica: (pp. 73–83)
