GRACIA Y PAZ | 1 Tesalonicenses 1:1 | David Burt

GRACIA Y PAZ

“...Gracia a vosotros y paz.” (1Ts.1:1)

La salutación

Aquellos lectores míos que utilizan habitualmente la versión Reina-Valera de la Biblia habrán observado que aparece al final de este versículo una frase que es omitida en otras versiones: de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. Esto se debe a que la frase no aparece en los mejores manuscritos griegos del Nuevo Testamento, sino solamente en algunos de fecha tardía. Por tanto, en la actualidad los traductores y comentaristas suponen que no salió de la pluma de Pablo, sino que fue añadida por algún copista posterior, quizás por repetir equivocadamente la frase que sí aparece al final de la primera parte del versículo, o quizás por querer asemejar el inicio de la primera epístola al inicio de la segunda (ver 2 Tesalonicenses 1:2, donde esta frase sí aparece en los primeros manuscritos)1.

Por razones textuales, pues, es preferible omitir esta frase. No obstante, sería un error no interpretar este versículo a la luz de ella. Puesto que el mismo apóstol iba a expresarse así en 2 Tesalonicenses, difícilmente habría dado otro significado a la frase unos pocos meses (o semanas) antes, al escribir la primera epístola. Está claro que, para Pablo, nadie puede experimentar la auténtica gracia y paz en la vida si no es por obra de Dios.

Así pues, el Padre y el Hijo constituyen la fuente única e indivisible de donde emana la bendición que los misioneros ahora invocan sobre los tesalonicenses: la gracia y la paz. Si quisiéramos matizar aun más, podríamos decir que éstas tienen su origen en el Padre, pero sólo son aplicables al hombre en virtud de la obra salvífica del Hijo; y podríamos añadir que es el Espíritu Santo quien las suministra y las hace palpables en la vida del creyente (ver el v. 5).

Se ha comentado muchas veces que esta combinación de virtudes —gracia y paz— derivó, sin duda, de las salutaciones normales de judíos y griegos en aquel entonces2. Hasta el día de hoy, los judíos se saludan con la palabra ¡shalom! (paz). Y los griegos de entonces solían decir ¡chairein! (¡saludos!; ver Hechos 15:23; 23:26; Santiago 1:1), vocablo que pronto recibió una variante cristianizada, ¡charis! (gracia) a causa de la similitud entre las dos palabras. ¡Qué apropiado, pues, que el apóstol judío enviado por Cristo a los gentiles utilice una mezcla de formas hebreas y griegas en su salutación!

Sin embargo, lo más significante de estas palabras se halla en el rico contenido espiritual que tenían para el apóstol. Son dos de las palabras más frecuentemente empleadas en las epístolas paulinas: unas cien veces la palabra gracia y unas cuarenta la palabra paz3. Para entender el entrañable deseo expresado en esta salutación, necesitamos meditar, aunque sea escuetamente, sobre ellas.

La gracia

La gracia empieza siendo un atributo de Dios. Esa palabra aplicada a Dios nos habla de su misericordia y amor, de su actitud benévola y disposición bondadosa hacia sus criaturas. Dios es así. Su relación con nosotros no se caracteriza por la malicia o la indiferencia, sino que Dios es amor (1 Juan 4:8) y manifiesta su bondad por medio de su providencia generosa.

Pero, a raíz de la caída del hombre y de su rebeldía contra Dios, la gracia adquiere nuevos matices y nuevas dimensiones. Ahora nos habla supremamente de aquel mismo amor divino mostrado hacia los que no nos lo merecemos —sino todo lo contrario: nos merecemos sólo la ira de Dios— y se expresa principalmente en la encarnación y la expiación de Jesucristo. De esta dimensión de la gracia los tesalonicenses ya son beneficiarios, como Pablo está a punto de decir en los versículos siguientes. O, para expresarlo en términos empleados por el mismo apóstol en otras epístolas, conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, sin embargo por amor a vosotros se hizo pobre, para que vosotros por medio de su pobreza llegarais a ser ricos (2 Corintios 8:9); por gracia habéis sido salvados (Efesios 2:8).

La persona salva por la gracia de Dios manifestada en la cruz de Cristo se encuentra ahora en un estado de gracia delante de Dios. La gracia, que puso en marcha todo el proceso de su salvación, ahora le sostiene en el camino y le acompaña hasta la gloria. Ya no está bajo condenación o ira, sino que disfruta de esta gracia en la cual estamos firmes y a la cual hemos obtenido acceso por la fe (Romanos 5:2). Descubre que el que no eximió ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, le da gratuitamente [de gracia] también todas las cosas (Romanos 8:32, RVA). Vuelve a estar conscientemente bajo la bondadosa providencia de Dios, de forma que Dios hace que todas las cosas cooperen para su bien (Romanos 8:28).

La paz

Y es la conciencia de encontrarse en un estado de gracia la que le proporciona al creyente la paz, la convicción de no ser ya reo de la justicia divina, sino de haber sido reconciliado con Dios:

La justicia de Dios ha sido manifestada, … es decir, la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo … [Somos] justificados gratuitamente por su gracia por medio de la redención que es en Cristo Jesús … Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo (Romanos 3:21, 22, 24; 5:1).

Evidentemente, la paz es imposible sin la gracia. No puede haber reconciliación con Dios sin la obra de la cruz. Por eso, en sus salutaciones el apóstol habla siempre de gracia y paz, no de paz y gracia. Además, la palabra paz no indica sólo el fin de la enemistad entre nosotros y Dios, sino el total bienestar que Dios tiene en mente para sus hijos y que fluye, precisamente, de su obra de gracia.

Todo eso, y mucho más, es lo que hay detrás de las palabras empleadas por Pablo en su salutación. Pero debemos preguntar: ¿con qué intención las emplea? ¿Se trata de una mera exclamación de saludo convencional entre cristianos? ¿Está afirmando un hecho? ¿Está expresando un deseo? ¿O está elevando una oración? El problema radica en que no hay ningún verbo en la frase y, si acaso, tenemos que suplir uno. ¿Cuál debemos elegir? ¿La gracia y la paz sean con vosotros? ¿La gracia y la paz estarán con vosotros? ¿Que Dios derrame su gracia y paz sobre vosotros?

Creo que podemos descartar el que se trate de un mero saludo convencional, reflexivo o sin sentido; si no por otra razón, porque aún estamos en las primeras generaciones de la iglesia cuando no había pasado tiempo suficiente como para que las frases perdiesen su significado original. Por otro lado, Pablo no era un hombre que expresara deseos al margen de su confianza en que Dios era capaz de cumplirlos. Lo cual nos deja con sólo dos opciones: o se trata de una afirmación confiada como la que Juan pronuncia al principio de su segunda epístola: Gracia, misericordia y paz serán con nosotros (2 Juan 3); o de una oración exclamatoria semejante a la que Pedro eleva al comienzo de su primera epístola: Que la gracia y la paz os sean multiplicadas (1 Pedro 1:2).

En todo caso, la idea del apóstol es la siguiente: los creyentes de Tesalónica conocen ya el ámbito de la gracia y paz de Dios por haber creído en el Señor Jesucristo. Pero ahora necesitan vivir dentro de aquel ámbito, confiados en que su Padre celestial velará por sus intereses y proveerá todo lo que les hace falta para mantener su vida y su testimonio hasta el día de Cristo. Lo que el apóstol desea para ellos es que sean confirmados en esa esperanza y disfruten de la seguridad de vivir bajo la gracia y en la paz de Dios. La cuestión de si quiso expresar este deseo como oración o como afirmación resulta, de hecho, ociosa. En última instancia, para la fe no hay gran diferencia entre la oración (Señor, suple su necesidad), el deseo (que el Señor supla vuestra necesidad) y la afirmación (mi Dios suplirá toda necesidad vuestra; Filipenses 4:19 RVA). En cada caso, es el Señor quien escucha las palabras de su siervo y contesta al deseo implícito o explícito4.

la oración (Señor, suple su necesidad), el deseo (que el Señor supla vuestra necesidad) y la afirmación (mi Dios suplirá toda necesidad vuestra; Filipenses 4:19 RVA). En cada caso, es el Señor quien escucha las palabras de su siervo y contesta al deseo implícito o explícito4.

Adaptado: Burt, D. F. (2002). La Conversión Auténtica: (pp. 67)

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